La verdad sobre la ¡®bala perdida¡¯ de Burroughs
Se publica en Espa?a el libro en el que Jorge Garc¨ªa-Robles reconstruye el tenebroso suceso en el que el escritor ¡®beat¡® mat¨® a su mujer en 1951
Jorge Garc¨ªa-Robles (M¨¦xico, 62 a?os) es la persona que mejor sabe qu¨¦ pudo suceder el 6 de septiembre de 1951 en el apartamento de la calle Monterrey, 122 (M¨¦xico DF), donde el escritor William S. Burroughs (1914-1997) mat¨® de un disparo a su mujer, Joan Vollmer. Lo investig¨® durante cuatro a?os, primero con el agente literario de Burroughs,?James Grauerholz,? y despu¨¦s en solitario. El resultado es La bala perdida, obra de culto sobre los d¨ªas en M¨¦xico del autor beat que ha tardado 24 a?os en llegar a Espa?a. Acaba de hacerlo de manos de la editorial La Moderna. La larga espera trae consigo la noticia de que los derechos del libro han sido adquiridos por una de las productoras de Narcos para rodar una serie sobre Burroughs, el escritor que m¨¢s lejos ha llevado la relaci¨®n entre literatura y droga.
En el cap¨ªtulo m¨¢s intenso del libro, Garc¨ªa-Robles relata que aquel d¨ªa fat¨ªdico, cuando el escritor y su mujer llegaron al apartamento de la calle Monterrey, se celebraba una animada reuni¨®n de amigos. La vivienda estaba llena de botellas de ginebra y refrescos vac¨ªos. Despu¨¦s de dos horas y media, y mucho alcohol, Burroughs expres¨® el deseo de vivir en un rancho y cazar animales salvajes. "Eres demasiado vacilante como para dispararle a alguien", dijo Joan Vollmer. "Te voy a probar lo contrario", respondi¨® ¨¦l. "Es hora de hacer nuestro acto de Guillermo Tell, vamos a probar a los muchachos lo buen tirador que soy". Joan se incorpor¨® del sof¨¢, tom¨® su vaso de ginebra Oso Negro y lo coloc¨® sobre su cabeza. Al hacerlo cerr¨® los ojos, rio ahogadamente y dijo: "No puedo mirar, no puedo soportar la sangre". Entonces, a unos tres metros de distancia, su marido apunt¨® y dispar¨®. Joan cay¨® al suelo. "Bill, creo que le diste", dijo Lewis Marker, invitado a la fiesta y amante del escritor.
La primera declaraci¨®n de Burroughs en las oficinas del Ministerio P¨²blico de la Cruz Roja se ajust¨® a los hechos, pero tras reunirse con su abogado, Bernab¨¦ Jurado, pas¨® a sostener que "mientras examinaba la pistola con unas copas encima, esta se le hab¨ªa ca¨ªdo accidentalmente, y se hab¨ªa disparado sola", relata Garc¨ªa-Robles. Fue tambi¨¦n la versi¨®n que mantuvieron los testigos, aleccionados por Jurado, y despu¨¦s de 13 d¨ªas en el penal de Lecumberri, sali¨® en libertad. En diciembre de 1952, sin esperar a la celebraci¨®n del juicio, huy¨® a Estados Unidos.
El inter¨¦s de Garc¨ªa-Robles por Burroughs, as¨ª como por el resto de la Generaci¨®n Beat (Jack Kerouac, Lucien Carr o Allen Ginsberg), lo llev¨® a invitarlo a dar una conferencia en la Universidad Nacional de M¨¦xico en 1990. No tuvo ¨¦xito, as¨ª que opt¨® por ir a visitarlo a Lawrence (Kansas). Se present¨® con una botella de tequila Herradura. Junto al agente del escritor,?James Grauerholz, y unos amigos, bebieron y fumaron marihuana y, cuando Burroughs lo decidi¨®, todos le siguieron "en fila al jard¨ªn para disparar al blanco". Le apasionaban las armas de todo tipo. Sent¨ªa la necesidad de usarlas. Al llegar su turno se transform¨®, parec¨ªa 30 a?os m¨¢s joven. Pese a haber bebido y fumado marihuana en grandes cantidades, "no pareci¨® afectarle a la hora de disparar". Despu¨¦s de eso, Burroughs se aceler¨® como un adolescente, le mostr¨® a Garc¨ªa-Robles c¨®dices mayas y aztecas, lo invit¨® a disparar con una cerbatana africana, le mostr¨® una navaja alemana con la que cort¨® papeles en tiras y finalmente lo llev¨® al estudio donde pintaba y escrib¨ªa. Despu¨¦s siguieron bebiendo y fumando.
?Una muerte accidental??
A los 76 a?os su vida era muy rutinaria. "Se levantaba, desayunaba, se pon¨ªa a pintar o a escribir, a las dos de la tarde com¨ªa sanamente, y entonces comenzaba a fumar yerba y a beber vodka con coca cola", cuenta Garc¨ªa-Robles desde M¨¦xico. El suelo de la cocina estaba lleno de botellas vac¨ªas de Stolichnaya. En sus siguientes visitas, en 1991 y 1992, la convivencia con Burroughs fue m¨¢s cotidiana y tranquila: "Com¨ªamos, platic¨¢bamos y ve¨ªamos la televisi¨®n".
A Burroughs no le gustaba hablar de su estancia en M¨¦xico entre 1949 y 1952. Si le preguntaba algo sobre el asunto, le contestaba con una o dos palabras. Por lo mismo result¨® imposible hablar con ¨¦l sobre Joan y su muerte. Solo una vez, durante el segundo viaje del investigador mexicano a Lawrence, cuando le pregunt¨® si realmente cre¨ªa que "un esp¨ªritu maligno" hab¨ªa matado a Joan y no ¨¦l, tal y como afirma en su novela Queer,? le contest¨® "en tono enf¨¢tico y hasta molesto que por supuesto s¨ª".
Tal vez no de un modo claro cuando escribi¨® el libro, pero s¨ª hoy, Garc¨ªa-Robles cree que "Burroughs mat¨® intencionalmente a su mujer" y que todas las explicaciones que a lo largo de su vida dio sobre el asunto fueron para encubrir su responsabilidad, algo que probablemente nunca digiri¨® ni super¨® del todo. Despu¨¦s de todos sus encuentros, Garc¨ªa-Robles obtuvo la certeza de que Burroughs era una persona sumamente irracional que, sin embargo, no se pasaba de la raya salvo en una pocas ocasiones. Y una de ellas fue cuando le dispar¨® a Joan. "Toda esa explicaci¨®n barata de echarle la culpa al esp¨ªritu maligno me parece muy gratuita y hasta rid¨ªcula", zanja.
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