El mar de Aldeburgh se llena de m¨²sica y poes¨ªa
El festival brit¨¢nico bucea en su ¨²ltima edici¨®n en los ciclos de canciones de Benjamin Britten
¡°Uno de mis principales objetivos es intentar devolver al tratamiento musical de la lengua inglesa una brillantez, una libertad y una vitalidad que han sido extra?amente infrecuentes desde los tiempos de Purcell¡±. Esta frase de Benjamin Britten, que forma parte de un texto m¨¢s amplio sobre su ¨®pera Peter Grimes antes de que la diera a conocer en Londres en 1945, podr¨ªa haber servido casi de lema de esta 72? edici¨®n del Festival de Aldeburgh, fundado por el propio Britten y Peter Pears tres a?os despu¨¦s de aquel estreno y que sigue manteniendo inalteradas las principales coordenadas que se traz¨® al nacer: una apuesta firme por la creatividad y por la interrelaci¨®n de las diversas artes, as¨ª como una vocaci¨®n de servicio a los habitantes de una zona rural muy alejada de los grandes centros culturales.
Muchos de los asiduos del festival lo son desde hace d¨¦cadas y no pocos atesoran a¨²n reminiscencias personales del compositor: John, que ense?a como voluntario la Red House (la residencia de Britten y Pears desde 1957), recuerda c¨®mo, en menos de dos d¨ªas, hubo de trasladarse la representaci¨®n del Idomeneo de Mozart dirigido por el compositor, en cuya orquesta ¨¦l tocaba entonces la trompa, de la sala de conciertos de Snape Maltings (que sufri¨® un terrible incendio en 1969 que oblig¨® a reubicar todos los conciertos) a la cercana iglesia de Blythburg, y se explaya vali¨¦ndose incluso de fotos sobre la expresividad que Britten sab¨ªa transmitir con los movimientos de su mano izquierda mientras dirig¨ªa; Derek, un bi¨®logo jubilado que ejerce de gu¨ªa, tambi¨¦n como voluntario, en la cercana reserva natural de aves de Minsmere, la mayor de Inglaterra, conserva a¨²n v¨ªvidas im¨¢genes del concierto que ofreci¨® con el coro infantil de su colegio, dirigido asimismo por Britten en Snape Maltings, cuando ¨¦l ten¨ªa tan solo once a?os. La sensaci¨®n constante, a poco que se indague, es que este es un festival por el pueblo, para el pueblo y, lo que es m¨¢s inhabitual, con el pueblo. M¨¢s de cuarenta a?os despu¨¦s de la muerte del compositor, los m¨¢s antiguos del lugar hablan de ¡°Ben y Peter¡± con tanta familiaridad y cercan¨ªa que parece que a¨²n ser¨ªa posible cruzarse con ellos al doblar cualquier esquina de este rinc¨®n rural de Suffolk.
La larga convivencia y la ininterrumpida colaboraci¨®n profesional con Pears, la irresistible atracci¨®n que sinti¨® siempre por las posibilidades expresivas de la voz humana y una curiosidad literaria que jam¨¢s declin¨® convergieron para hacer de Britten uno de los compositores en cuyo cat¨¢logo poes¨ªa y m¨²sica conviven de la manera m¨¢s fruct¨ªfera y diversa. ?peras basadas en obras originales de William Shakespeare, Henry James, Herman Melville o Thomas Mann, y canciones con acompa?amiento pian¨ªstico u orquestal inspiradas en una pl¨¦yade de escritores, de Virgilio a T. S. Eliot, pasando por Shakespeare, John Milton, John Donne, Edmund Spenser, William Blake, John Keats, Coleridge, Wordsworth, Alfred Tennyson, Gerald Manley Hopkins, Wystan Hugh Auden, Wilfred Owen, Thomas Hardy, Edith Sitwell y Robert Lowell o, en otros idiomas, Miguel ?ngel, Victor Hugo, Verlaine, Rimbaud, Goethe, Pushkin o H?lderlin, convierten a Britten en un compositor de un aliento po¨¦tico ¨²nico.
Sin vocaci¨®n de exhaustividad, el festival ha programado varios de sus ciclos de canciones y estos d¨ªas ha sido especialmente grata la presencia de dos triste y frecuentemente preteridos: Our hunting fathers (1936), que es, adem¨¢s, la primera obra para gran orquesta de Britten, y Who are these children? (1969), que combina poemas y acertijos escritos en su escoc¨¦s natal y poemas hondos y desolados en ingl¨¦s de William Soutar, entre ellos el que da t¨ªtulo al ciclo, inspirado por una fotograf¨ªa publicada por The Times Literary Supplement en 1941 en la que los integrantes de una partida de caza atraviesan a caballo impert¨¦rritos, y pulcramente ataviados, un pueblo arrasado por las bombas alemanas en la Segunda Guerra Mundial ante la mirada at¨®nita de unos ni?os. Otro se titula simplemente The Children, escrito en 1937 por un Soutar conmocionado por las v¨ªctimas civiles provocadas por el bombardeo de Guernica y la ¨²ltima canci¨®n, The auld aik, que utiliza la ca¨ªda de un roble bicentenario como s¨ªmbolo de fin y aniquilaci¨®n, es un perfecto ejemplo de esas m¨²sicas de Britten que, de puro sencillas, resultan a¨²n m¨¢s dolorosamente lacerantes.
Our hunting fathers parte de dos poemas originales de su amigo Wystan Hugh Auden y otros tres (dos an¨®nimos y uno de Thomas Ravenscroft) modernizados por el propio escritor en los que tambi¨¦n se halla presente en clave metaf¨®rica, ya que los protagonizan animales, la denuncia pol¨ªtica, especialmente en el titulado Rats away!, en el que una plaga de ratas representa inequ¨ªvocamente la irrupci¨®n de los fascismos que empezaban a campar a sus anchas por Europa (1936, el a?o de la composici¨®n del ciclo, es no solo el del comienzo de nuestra guerra civil, en la que particip¨® Auden, sino tambi¨¦n el de la remilitarizaci¨®n de Renania por parte de Hitler y la invasi¨®n de Abisinia ordenada por Mussolini). En Dance of Death, dos de los sabuesos de una partida de caza se llaman, premonitoriamente, Jew (Jud¨ªo) y German (Alem¨¢n), dos nombres que aparec¨ªan ya en el poema original de Ravenscroft, del siglo XVII, pero que en el contexto de 1936 se revest¨ªan de siniestras resonancias. As¨ª supo percibirlo Auden, una influencia decisiva en el joven Britten, como ser humano y como m¨²sico. Ambos compart¨ªan, adem¨¢s de muchas otras cosas, unos firmes ideales izquierdistas y un desprecio profundo por la secular afici¨®n de las clases altas de su pa¨ªs a matar animales con un boato y una ceremoniosidad que no lograban ocultar una despiadada crueldad. No es casual que en otra de las grandes colaboraciones de poeta y compositor, la opereta Paul Bunyan, compuesta durante el exilio estadounidense de ambos, haya animales entre los protagonistas. En la letan¨ªa final, en la que un perro y dos gatos catalogan algunos de los males de la sociedad, el coro les responde: ¡°Salva a los animales y a los hombres¡±.
La soprano Sarah Tynan cancel¨® su participaci¨®n como solista en este ¨²ltimo ciclo y, con margen ya tan solo para un ¨²nico ensayo con orquesta, se ofreci¨® a sustituirla el tenor Mark Padmore, uno de los artistas residentes de la presente edici¨®n del festival, y que ya hab¨ªa cantado a su vez la noche anterior Who are these children? (y pocos d¨ªas antes Los sonetos sacros de John Donne, tambi¨¦n de Britten). Maestro incontestable de la dicci¨®n y del canto expresivo y natural, Padmore deslumbr¨® por igual en el marco ¨ªntimo de la iglesia de Aldeburgh (a pocos metros de las tumbas de Britten y Pears) y en la sala grande de Snape Maltings, con los acompa?amientos respectivos de un sobrio Andrew West al piano y de una extraordinaria Sinf¨®nica de la BBC dirigida por Karina Canellakis, una de las j¨®venes protagonistas del largamente demorado asalto de las mujeres a los podios de las grandes orquestas, aunque en Aldeburgh la actuaci¨®n de la estadounidense ha suscitado sensaciones encontradas. Tiene visos de ser una directora a¨²n muy inmadura, poco personal, m¨¢s atenta a marcar compases y asegurar entradas que a inspirar a sus m¨²sicos o sacar chispazos imprevistos y luminosos de la partitura. En su Wagner (el Preludio y Liebestod de Trist¨¢n e Isolda, nada menos), las tensiones y su adecuada planificaci¨®n brillaron por su ausencia, mientras que el Stravinsky que cerr¨® el concierto (la Suite de El p¨¢jaro de fuego) fue r¨ªgido y poco expresivo. Junto con el ciclo de canciones de Britten, una bofetada tristemente actual a nuestras conciencias ahora que las ratas vuelven a proliferar, los momentos de mayor inter¨¦s llegaron con la obra Red and Green del austr¨ªaco Thomas Larcher, otro artista residente en la presente edici¨®n de un festival en el que creaci¨®n e interpretaci¨®n/recreaci¨®n se revisten de id¨¦ntica importancia. Resulta significativo en este sentido que las biograf¨ªas del libro del festival est¨¦n encabezadas por las de los compositores, artistas visuales y poetas vivos, que tienen a?o tras a?o una destacada presencia en la programaci¨®n.
Britten y Tippett
La habitual exposici¨®n temporal que celebra la Red House coincidiendo con el festival se dedica este a?o a la relaci¨®n entre Benjamin Britten y Michael Tippett, dos de las voces musicales m¨¢s poderosas y personales que ha producido Gran Breta?a en el siglo XX. Ambos vivieron su homosexualidad a despecho de la feroz hipocres¨ªa oficial que les rodeaba, ambos se declararon objetores de conciencia en la Segunda Guerra Mundial (lo que al autor de A Child of Our Time le vali¨® incluso la c¨¢rcel) y los dos se admiraron vivamente, aunque casi siempre en la distancia. Tippett, devastado tras el suicidio de su ¨ªntima amiga Francesca Allinson, compuso incluso para ellos, el cantante Pears y el pianista Britten, un extraordinario ciclo de canciones, The Heart's Assurance, que ambos estrenaron en el Wigmore Hall en 1951: "Hay una o dos 'citas' felices de ti", le confes¨® Tippett a Britten, "giros de frase que me suenan a haber sido aprendidos del maestro". Y conmueve especialmente leer la carta manuscrita que escribi¨® Tippett a Peter Pears a poco de la muerte de Britten en diciembre de 1976: "Quer¨ªa a Ben como sabes, aunque no como t¨² lo hiciste. Hay muchos recuerdos. ?l te amaba de un modo que es inusual. Imagino que su m¨²sica nos pertenece a todos, pero ese amor te pertenece a ti. No quiero que esta nota suene pretenciosa, por favor". Como es habitual en las exposiciones de la Red House, palabras e im¨¢genes hablan con fuerza y elocuencia por s¨ª solas.
Dos d¨ªas antes, un concierto que tomaba prestado su t¨ªtulo de la novela de Iris Murdoch, The sea, the sea, se convirti¨® en ep¨ªtome de los valores que defiende el festival: dos cantantes soberbios (el citado Padmore y el bar¨ªtono Roderick Williams), un gran pianista (Julius Drake) y un consumado actor (Rory Kinnear) cantaron canciones y recitaron poemas relacionados con el mar. Los segundos llevaban las firmas de luminarias como Samuel Taylor Coleridge (su Rima del antiguo marinero, por supuesto, casi un poema nacional ingl¨¦s), Thomas Hardy, Alfred Tennyson, Emily Dickinson, Wallace Stevens, Robert Frost o Elizabeth Bishop, mientras que en las canciones se mezclaron el franc¨¦s (Faur¨¦, Duparc), el alem¨¢n (Mendelssohn, Schubert, Brahms, Wolf) y, por supuesto, el ingl¨¦s (Haydn, Elgar, Tippett y, como no pod¨ªa ser de otra manera, Britten). Todo avanz¨® con la misma naturalidad y, casi, inevitabilidad con que rompen las olas en la orilla: Padmore, Williams y Drake engrandec¨ªan la poes¨ªa con su voz y desde el piano, mientras que Kinnear hac¨ªa aut¨¦ntica m¨²sica verbal con los infinitos recursos de ritmo, ag¨®gica y entonaci¨®n que poseen ¨²nicamente los grandes actores. Al final, como propina, los cuatro regalaron a capela Oh Shenandoah, una canci¨®n folcl¨®rica estadounidense referida al r¨ªo Misuri pero que tambi¨¦n alcanz¨® gran popularidad entre los marineros. Viendo interpretarla a los cuatro con tan buenas maneras, la pregunta era inevitable: ?hay alguien que no cante en este pa¨ªs?
Quienes han vuelto a cantar aqu¨ª tan solo dos a?os despu¨¦s de su primera visita, de nuevo como conjunto residente ¡°a petici¨®n popular¡±, como ha escrito Roger Wright, el director del festival, es el grupo Vox Luminis, convertido desde entonces en uno de los favoritos del p¨²blico, que acoge todas sus actuaciones con verdadero entusiasmo. En el primero de sus tres conciertos programados ofrecieron motetes de varias generaciones de los Bach, una secuencia culminada con una virtuos¨ªstica interpretaci¨®n de Jesu meine Freude, de Johann Sebastian, el responsable de archivar cuidadosamente las incontables muestras de talento de sus antepasados a fin de comprender mejor el suyo. La sobriedad luterana y la austeridad expresiva de este concierto del viernes contrast¨® el domingo con el ¨ªmpetu, el colorido y el despliegue instrumental de dos obras de Handel que vieron la luz en Roma (Dixit Dominus, compuesto con 22 a?os, la misma edad de Britten cuando imagin¨® Our hunting fathers) y en Londres (su famosa Oda a Santa Cecilia). El reducido grupo vocal de sus inicios ha dado paso ya a una formaci¨®n de dimensiones mucho mayores, incluida una orquesta propia de la que forman parte varias espa?olas, excelente en todas sus secciones, si bien no posee a¨²n la arrolladora personalidad y homogeneidad que muestran siempre las voces, solo aparentemente no dirigidas por Lionel Meunier, que las ha cincelado en pos de su propio ideal sonoro y estil¨ªstico, y comandadas por la br¨²jula infalible del timbre y el fraseo ¨²nicos de la soprano Zsuzsi T¨®th, aplaudid¨ªsima por sus intervenciones solistas.
Si hace dos a?os Vox Luminis rindi¨® pleites¨ªa al fundador del festival con una versi¨®n insuperada de Sacred and Profane, la ¨²ltima p¨¢gina coral de Britten, este a?o han hecho lo propio con una composici¨®n juvenil, alumbrada durante su regreso de Estados Unidos a Inglaterra en 1942 a bordo de un carguero sueco: el Himno a Santa Cecilia, cuyo sustento literario volvieron a ser los versos de Auden. Esta fue la obra que son¨® en Oxford el 27 de octubre de 1973 en el funeral del poeta. Uno y otro llevaban tiempo distanciados, pero la muerte de su viejo amigo provoc¨® ¡°una tormenta de l¨¢grimas¡± en Britten, quien, no lo olvidemos, hab¨ªa nacido justamente un 22 de noviembre, festividad de Santa Cecilia, en Lowestoft, a pocos kil¨®metros de Aldeburgh: nacido para componer.
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