Dmitri Shostak¨®vich cruza la frontera
Leif Ove Andsnes convoca al compositor ruso en el Festival de Rosendal, que conoce su edici¨®n m¨¢s redonda y ambiciosa hasta la fecha
Noruega comparte apenas dos centenares de kil¨®metros lindantes con Rusia en el extremo noreste de su territorio, pero es la frontera m¨¢s protegida y militarizada del pa¨ªs. Los pa¨ªses escandinavos ¨Ccon Finlandia a la cabeza, por supuesto¨C han mirado siempre con temor y recelo a su gran vecino del Este, y basta repasar la historia para comprender por qu¨¦. Estos d¨ªas, sin embargo, Rosendal, la diminuta localidad del fiordo de Hardanger en la que el pianista Leif Ove Andsnes dirige un peque?o gran festival de m¨²sica de c¨¢mara desde 2016, ha abierto sus puertas de par en par a la m¨²sica nacida en la Rusia sovi¨¦tica. El motivo es que, tras las ediciones dedicadas a Franz Schubert en 1828, a Wolfgang Amadeus Mozart y al centenario, el pasado a?o, del final de la Primera Guerra Mundial, toda la programaci¨®n ha girado esta vez en torno a Dmitri Shostak¨®vich, el m¨¢s escurridizo de los compositores rusos, el m¨¢s contradictorio, el m¨¢s inaprehensible, el m¨¢s ambivalente.
Andsnes ha dise?ado una programaci¨®n valiente y sin duda fruto de la reflexi¨®n, fuera de los t¨®picos al uso y muy lejos de la oferta esclerotizada de otros festivales. Ha conseguido no solo que se hayan o¨ªdo facetas muy diferentes del compositor (obras juveniles, de madurez y testamentarias; luminosas y sombr¨ªas, amables y desesperanzadas, de peque?o y de gran formato; m¨²sica de c¨¢mara, canciones, m¨²sica de cine e incluso sinfon¨ªas en arreglos camer¨ªsticos), sino tambi¨¦n que lo haya hecho perfectamente arropada por la de precursores (M¨²sorgski, Scriabin), contempor¨¢neos (Prok¨®fiev, Feinberg, Ustv¨®lskaya) y sucesores (Schnittke, Vustin). Y ha sabido adornarse de todas las virtudes a que debe aspirar cualquier gran festival: concentraci¨®n e intensidad (diez conciertos de primer¨ªsimo nivel en menos de 72 horas); grandes nombres reconocidos (Clemens Hagen, Tabea Zimmermann, el Cuarteto Danel y el propio Andsnes, por supuesto) junto a otros merecedores de mucho mayor reconocimiento (Marc-Andr¨¦ Hamelin); sorpresas y descubrimientos (los pianistas Sasha Grinyuk y Marianna Shirinyan, el clarinetista Anthony McGill, el ya citado compositor Aleksandr Vustin); j¨®venes promesas (el Ensemble Allegria); y un contexto te¨®rico y hablado para poder comprender y disfrutar mejor esta avalancha de m¨²sicas por lo general poco habituales, lo que ha corrido a cargo en gran medida de un brillante y locuaz Gerard McBurney, un conocedor de primera mano de la realidad musical sovi¨¦tica.
Rosendal ofrece, adem¨¢s, algo que no podr¨ªan comprar nunca ni el m¨¢s glamuroso ni el m¨¢s acaudalado de los festivales: un marco natural literalmente insuperable y un oasis de paz antes y despu¨¦s de los conciertos, que se celebran en un antiguo establo reconvertido y en la peque?a iglesia local. Contrasta la ac¨²stica artificial del primero, modificada electr¨®nicamente por el ingeniero John Pellowe (y que este a?o ha sonado mejor que nunca), con la natural de la segunda. La modesta y casi familiar sala de conciertos se sit¨²a dentro de la gran finca dominada por una casa se?orial del siglo XVII y sus bell¨ªsimos jardines, el aut¨¦ntico origen de la localidad de Rosendal. La iglesia de Kvinnherad, construida en el siglo XIII, se yergue sobre un peque?o promontorio, dominando el puerto, y ofrece unas vistas espectaculares del fiordo y las cascadas, de todos los tama?os, que se precipitan incesantemente por las monta?as circundantes y que se multiplican como esporas cuando empieza a llover. En uno y otra los conciertos se celebran a menudo con las puertas y ventanas abiertas: tales son la calma y el silencio que reinan en el exterior.
Shostak¨®vich es el maestro de la ambig¨¹edad: una misma m¨²sica parece remitir a una cosa y su contraria. Por eso la imagen gr¨¢fica de la cubierta del libro-programa de esta edici¨®n es un acierto rotundo: las sempiternas gafas del compositor sovi¨¦tico acompa?adas ¨²nicamente de su apellido y de su acr¨®nimo musical (D-S-C-H, las notas Re-Mi bemol-Do-Si conforme a la graf¨ªa musical alemana). Completar el resto, rellenar y colorear ese gran fondo blanco queda en manos de cada uno de nosotros, sin que se nos tiendan trampas tan burdas y simplificadoras como la que perge?a Julian Barnes en su ¨²ltima novela, El ruido del tiempo, que tiene al compositor como personaje principal. Y estos d¨ªas hemos disfrutado de oportunidades sobradas para, con palabras y con muy distintas m¨²sicas ¨Cm¨¢s conocidas unas obras, mucho menos difundidas otras¨C, hacernos una idea m¨¢s cabal de qui¨¦n fue, o pudo ser, Dmitri Shostak¨®vich.
El festival comenz¨®, sin embargo, con la muy mala noticia de que lo que se adivinaba sobre el papel como uno de los conciertos a un tiempo m¨¢s exigentes y m¨¢s atractivos de esros d¨ªas (la posibilidad de escuchar nada menos que los veinticuatro Preludios y fugas op. 87 de Shostak¨®vich, una de las cimas de su cat¨¢logo, en una sola sesi¨®n) hab¨ªa tenido que cancelarse por enfermedad de ultim¨ªsima hora del int¨¦rprete que iba a protagonizar la gesta: el pianista ruso Igor Levit. Desde el concierto inaugural qued¨® claro, no obstante, que Leif Ove Andsnes hab¨ªa sabido rodearse de grandes m¨²sicos que no solo completaron el doloroso hueco dejado el s¨¢bado por la ma?ana por Levit, sino que, d¨ªa tras d¨ªa, han dejado numerosas muestras de su excelencia interpretativa.
As¨ª, el jueves por la tarde, antes de los discursos iniciales de rigor, escuchamos una gran versi¨®n de una obra poco programada de un jovenc¨ªsimo (19 a?os) Shostak¨®vich: las dos Piezas para octeto de cuerda, op. 11. Al Cuarteto Danel se unieron la experiencia de dos nombres consagrados (la violista Tabea Zimmermann y el violonchelista Clemens Hagen) y la juventud de dos violinistas en el comienzo de sus carreras (Veriko Tchumburidze y Sonoko Miriam Welde). Y el compositor mordaz, agresivo, descarnado, rudo, burl¨®n tan caracter¨ªstico de obras posteriores ya fue plenamente reconocible en esta pieza juvenil. En el otro extremo del programa, el Ensemble Allegria, una orquesta de cuerda formada por j¨®venes instrumentistas noruegos, toc¨® el Cuarteto n¨²m. 8 en la versi¨®n de Rudolf Barsh¨¢i rebautizada como Sinfon¨ªa de c¨¢mara. Y es muy pertinente que as¨ª fuera porque esta es una de las obras en las que el motivo D-S-C-H aparece de manera casi obsesiva desde el primer hasta el ¨²ltimo comp¨¢s, aunque no queda claro si Shostak¨®vich utiliza su emblema musical para afirmarse o para protegerse. Dedicada ¡°a las v¨ªctimas del fascismo y la guerra¡±, la formaci¨®n noruega la toc¨® de memoria (y era la primera vez que prescind¨ªa de la partitura), m¨¦rito en absoluto menor, al igual que hiciera la Orquesta de C¨¢mara Noruega hace pocas semanas en el Festival Point de Gotemburgo. Aquella versi¨®n fue m¨¢s angustiosa, con todos los m¨²sicos cara al p¨²blico y clavando fijamente su mirada en ¨¦l, pero la del Ensemble Allegria tuvo las dosis imprescindibles de fiereza, desamparo, valent¨ªa e intensidad expresiva. Y el final fue, tal y como pide a gritos la m¨²sica, la apoteosis de la desolaci¨®n. El festival comenzaba con un golpe en la yugular: un recordatorio de que lo que nos aguardaba no ser¨ªa, ni mucho menos, un camino de rosas.
El Cuarteto Danel se ha labrado un nombre gracias fundamentalmente a sus frecuentes ciclos completos de la producci¨®n cuartet¨ªstica completa de Shostak¨®vich, que han tocado en hasta 29 ocasiones en numerosas ciudades y festivales. Aqu¨ª han tocado tres, los n¨²meros 4, 5 y 13, corroborando que son unos int¨¦rpretes de referencia de este repertorio. Alguien ha definido en Rosendal estos d¨ªas su manera de tocar como ¡°pragm¨¢tica¡±, y no es mal adjetivo para, con una ¨²nica palabra, no solo resumir cu¨¢l es su actitud sobre el escenario, sino tambi¨¦n para caracterizar el tipo de bistur¨ª que prefieren utilizar al adentrarse en los quince cuartetos de cuerda del compositor sovi¨¦tico: reh¨²yen cualquier exceso, son extremadamente sobrios en su gestualidad y parecen no tomar partido por ninguna de las facciones que contienden desde hace a?os en las llamadas ¡°guerras de Shostak¨®vich¡±, si bien se trata, por supuesto, de una falsa apariencia. Lo que sucede realmente es que su interpretaci¨®n s¨ª ahonda en el misterio de la m¨²sica, en sus contradicciones y complejidades, pero dejan la resoluci¨®n de los enigmas en manos de los oyentes. En el aspecto t¨¦cnico, dominan a la perfecci¨®n la plasmaci¨®n sonora del contrapunto a dos voces, de las texturas ralas o de la melod¨ªa acompa?ada, todos ellos elementos decisivos del lenguaje cuartet¨ªstico de Shostak¨®vich. El s¨¢bado por la ma?ana, en el concierto que deber¨ªa haber tocado Igor Levit, su Cuarteto n¨²m. 5 fue tan aplaudido que ofrecieron una pieza fuera de programa, la primera de las dos ¨²nicas propinas escuchadas aqu¨ª estos d¨ªas: la Improvisaci¨®n y Romanza de Mieczys?aw Weinberg, descubierta y estrenada por ellos mismos el a?o pasado en el Festival de Zaubersee.
Uno de los grandes momentos de estos d¨ªas ha sido, sin ninguna duda, la proyecci¨®n el viernes por la noche de la pel¨ªcula Nueva Babilonia (1929), de Grigori Kozintsev y Leonid Trauberg, restaurada con esmero por Marek Pytel y con la recuperaci¨®n de la m¨²sica para piano original compuesta por Dmitri Shostak¨®vich, asiduo de la m¨²sica de cine especialmente en su juventud. Esta ¨²ltima la interpret¨®, con una sincronizaci¨®n con las im¨¢genes asombrosamente perfecta, el pianista ucraniano Sasha Grynyuk, que dej¨® maravillados a todos los asistentes y que se llev¨® uno de los aplausos m¨¢s largos, sinceros y entusiastas de estos d¨ªas. Sin dejar de tocar en un solo momento durante m¨¢s de hora y media, Grynyuk se atuvo y plasm¨® genialmente los dos principios que, seg¨²n el propio Shostak¨®vich, hab¨ªan guiado su labor: el de la ilustraci¨®n obligatoria (la m¨²sica revela el verdadero significado ¨ªntimo de las im¨¢genes) y el de los contrastes (la m¨²sica contradice lo que vemos en escena). Llena de citas, siempre tan queridas al compositor, a ratos vulgar, otras veces honda, poliestil¨ªstica y siempre ligada a los prodigios visuales obrados por Kozintsev y Trauberg, ver la pel¨ªcula con la m¨²sica tocada en directo fue una experiencia est¨¦tica esencial para complementar la imagen del compositor que estaban dibujando el resto de los conciertos.
De las diversas obras de Aleksandr Vustin programadas, caus¨® especial impresi¨®n la originalidad de La carta de Zaitsev, una carta real de un preso en la que denunciaba las condiciones inhumanas del sistema carcelario ruso. Le¨ªda y cantada fren¨¦ticamente por un tenor (magn¨ªfico Christophe Poncet de Solages), Vustin teje a su alrededor un denso acompa?amiento instrumental para cuerda y percusi¨®n que avanza tambi¨¦n sin resuello hasta la ¨²ltima nota. Muy ayudadas por la enorme calidad de la interpretaci¨®n, causaron tambi¨¦n una excelente impresi¨®n dos obras f¨²nebres: su Lamento para piano solo, tocado por Leif Ove Andsnes, e In memoriam Grigori Fried, para viola y piano, servida por Tabea Zimmermann y Marianna Shirinyan. Cuando sali¨® a saludar, la cara de Vustin era de asombro: es dif¨ªcil que pueda volver a escucharlas mejor interpretadas. Constatar la calidad y variedad de la m¨²sica de Vustin (cuya ¨®pera El diablo enamorado fue estrenada este mismo a?o en Mosc¨² por Vlad¨ªmir Jurowski tres d¨¦cadas despu¨¦s de su finalizaci¨®n) nos recuerda dos cosas: cu¨¢n poco sabemos de la m¨²sica que se hizo en Rusia tras la muerte de Shostak¨®vich y cu¨¢n vivas est¨¢n a¨²n las secuelas de la feroz persecuci¨®n de que fueron objeto muchos creadores por parte del r¨¦gimen sovi¨¦tico.
Otros momentos destacados de estos d¨ªas han estado casi siempre unidos a la conjunci¨®n de grandes obras confiadas a grandes int¨¦rpretes. A la cabeza podr¨ªa situarse quiz¨¢ la ¨²ltima obra escuchada el s¨¢bado por la noche: la testamentaria, y casi terminal, Sonata para viola de Shostak¨®vich, inmortalizada en la pel¨ªcula hom¨®nima de Aleksandr Sok¨²rov. La interpretaron dos gigantes de sus respectivos instrumentos: Tabea Zimmermann y Leif Ove Andsnes. Con extrema sobriedad, otorgando sentido, hondura, dolor y veracidad a cada nota, a cada silencio, la complicidad entre ambos se adivina tan grande que solo cabe desear que sea posible escucharlos tambi¨¦n asiduamente fuera de Rosendal (Zimmermann ya estuvo aqu¨ª en 2017). En ese mismo concierto, Anthony McGill (solista de clarinete de la Filarm¨®nica de Nueva York), el violinista Marc Denel y Marc-Andr¨¦ Hamelin prestaron voz a la m¨²sica de Galina Ustv¨®lskaya, una de las mujeres que m¨¢s debi¨® de acercarse al Shostak¨®vich privado. Su Tr¨ªo es una peque?a obra maestra, citada incluso por su amigo en uno de sus cuartetos. Si la deuda estil¨ªstica es aqu¨ª fraternal, en el Quinteto con piano de Alfred Schnittke es m¨¢s bien paternofilial. Lo o¨ªmos interpretado el viernes en una versi¨®n tan excepcional (con el Cuarteto Danel y Leif Ove Andsnes) como la que sonar¨ªa al d¨ªa siguiente del Quinteto con piano del propio Shostak¨®vich, en la que volvi¨® a participar el tr¨ªo de lujo integrado por Tabea Zimmermann, Clemens Hagen y el prodigioso Marc-Andr¨¦ Hamelin, al que todas y cada una de sus apariciones han reivindicado como un pianista, y un m¨²sico, de aut¨¦ntica excepci¨®n.
Los dos conciertos del domingo fueron el verdadero cl¨ªmax de estos cuatro d¨ªas de enorme intensidad emocional. El programa de la ma?ana deber¨ªa ense?arse a muchos organizadores como un ejemplo de buenas pr¨¢cticas, ya que las cuatro obras conten¨ªan, expl¨ªcita o impl¨ªcitamente, referencias a la m¨²sica popular jud¨ªa: la Obertura sobre temas hebreos de Prok¨®fiev y Dos Bocetos sobre temas hebreos de Aleksandr Klein acompa?aron al Cuarteto n¨²m. 4 y a una de las indiscutibles obras maestras de Shostak¨®vich: el Tr¨ªo con piano n¨²m. 2. Las cuatro conocieron versiones formidables, pero la que impact¨® m¨¢s al p¨²blico fue la ¨²ltima, que contiene un lamento f¨²nebre por la muerte de un ¨ªntimo amigo del compositor, Iv¨¢n Sollertinski, escrito en forma de passacaglia. Leif Ove Andsnes al piano y Clemens Hagen al violonchelo fueron los mejores int¨¦rpretes imaginables de las partes de piano y violonchelo. No estuvo a su nivel (al alcance de pocos mortales, todo hay que decirlo) Veriko Tchumburidze, una violinista a¨²n poco experimentada como camerista y, como tal, demasiado absorta en su partitura, sin esa v¨ªa de comunicaci¨®n permanente y mutuamente enriquecedora que exist¨ªa entre Andsnes y Hagen. La capacidad de la m¨²sica de Shostak¨®vich para impactar en sus oyentes, dej¨¢ndolos sumidos en un mar de incertidumbres, qued¨® aqu¨ª quiz¨¢ de manifiesto m¨¢s que nunca.
El concierto de clausura volvi¨® a ser otro modelo, ya que contrapon¨ªa las figuras de Igor Stravinsky y Dmitri Shostak¨®vich, dos contempor¨¢neos cuyas vidas discurrieron en paralelo, sin cruzarse, al calor de r¨¦gimen sovi¨¦tico y muy lejos de ¨¦l. Leif Ove Andsnes y Marc-Andr¨¦ Hamelin tocaron el Concierto para dos pianos del primero seguido de una reducci¨®n, tambi¨¦n para dos pianos, del Allegro de la D¨¦cima Sinfon¨ªa del segundo: el orden neocl¨¢sico frente a una carrera enloquecida hacia ninguna parte que los dos pianistas tradujeron con un virtuosismo y un sentido r¨ªtmico cortante de puro afilado. El prodigio desat¨® el entusiasmo del p¨²blico y dio lugar a la segunda propina del festival: la Circus Polka de Stravinsky, un recordatorio de que s¨ª es posible encontrar v¨ªas comunicantes (el humor) entre estos dos gigantes de la m¨²sica rusa. Y concierto y festival llegaron a su fin de la ¨²nica manera posible: con una transcripci¨®n para tr¨ªo con piano y percusi¨®n (un dechado de inteligencia y sabidur¨ªa musical por parte de su art¨ªfice, Viktor Dervianko) de la Sinfon¨ªa n¨²m. 15 de Shostak¨®vich, la m¨¢s intimista quiz¨¢ de sus p¨¢ginas orquestales, una m¨²sica que se adivina tan privada, tan poblada de claves cuyo significado estaba ¨²nicamente al alcance de su autor, que al o¨ªrla, y m¨¢s en esta relectura camer¨ªstica, uno se siente casi un intruso, atisbando secretos y confesiones que, en realidad, no est¨¢ autorizado a escuchar. La interpretaci¨®n fue extraordinaria, de nuevo con Clemens Hagen impartiendo lecciones de alt¨ªsima musicalidad, muy bien arropado por Sonoko Miriam Welde al viol¨ªn, Marianna Shirinyan al piano (que hubo de preparar la obra contrareloj para sustituir a Igor Levit), el d¨²o de percusi¨®n PERCelleh (que ya hab¨ªa dado frecuentes muestras de virtuosismo en d¨ªas anteriores) y el percusionista Christian Krogvold Lundqvist. Los ¨²ltimos compases de la Sinfon¨ªa, originalmente escritos para percusi¨®n y glockenspiel, como sonaron aqu¨ª, son una suerte de delicada evaporaci¨®n hasta que este racimo de sonidos delicados se disuelve en un silencio cuyo significado, de nuevo, solo pod¨ªa conocer el propio Shostak¨®vich. Al igual que hab¨ªa sucedido en el Tr¨ªo n¨²m. 2, o en el Cuarteto n¨²m. 8, fue perceptible la profunda huella que esta m¨²sica hab¨ªa dejado en el p¨²blico, para el que, a estas alturas, el m¨²sico sovi¨¦tico resultaba ya una figura casi familiar, aunque, por supuesto, tan esquiva y compleja como al principio.
El festival de Rosendal atrae cada vez m¨¢s inter¨¦s entre los extranjeros, aunque los noruegos siguen constituyendo el grueso del p¨²blico. De existir un premio, este a?o deber¨ªa concederse a tres entusiastas aficionados australianos que han realizado expresamente el largu¨ªsimo viaje desde su pa¨ªs para disfrutar de estos cuatro intens¨ªsimos d¨ªas de m¨²sica y naturaleza. De ser cierta la tesis de que la m¨²sica de Shostak¨®vich tiene una capacidad sanadora (como tan bien explica Stephen Johnson en su reciente y valiente ensayo How Shostakovich changed my mind), m¨¢s a¨²n si cabe al disfrutar del privilegio de o¨ªrla interpretada en el para¨ªso de Rosendal, todos hemos salido de aqu¨ª mucho mejor de como llegamos. Quien m¨¢s quien menos, todos hemos traspasado tambi¨¦n alguna frontera.
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