Roja directa
Le pregunt¨¦ por qu¨¦ dej¨® ese oficio tan bello y delicado, juez de l¨ªnea en campos de regional, y me respondi¨® que quer¨ªa abandonar la ¡°zona de confort¡±
Un d¨ªa despu¨¦s de quejarse porque le hab¨ªan insultado en Instagram, Elisardo Bastiaga me cuenta que en su juventud fue ¨¢rbitro. Estamos en lo que se conoc¨ªa antes como ¡°bar de copas¡±, lugares en los que ped¨ªas una copa y te la pon¨ªan. Ahora no s¨¦ lo que nos van a traer, pero por si acaso pido una cuchara. Bastiaga, m¨¢s diestro (¡°frecuento los reservados de Madrid¡±, dice, ¡°y suelo desayunar con Ferreras¡±), pide unos chocapic con leche semidesnatada. Yo me inclino por vodka solo. Ante la petici¨®n, el camarero, que sirve gintonics petados en un periquete, se bloquea y tarda media hora en conseguir servirlo.
-Eres un pollavieja, un viejoven y un se?oro -me dice Bastiaga.
-?C¨®mo? -pregunto.
-Pues ya estar¨ªa -dice.
Sanxenxo empieza a vaciarse y temo pr¨®ximos art¨ªculos insoportables llenos de nostalgia y poes¨ªa, columnitas intensas hablando de antiguos amigos, las despedidas, la niebla y los coches march¨¢ndose del pueblo entre l¨¢grimas sinceras. Me empiezo a dar asco por anticipado, as¨ª que le pido a Bastiaga que me cuente sus experiencias como colegiado, pues dos de mis mejores amigos fueron jueces de l¨ªnea en los noventa y salieron insultados y golpeados de por vida: fue como tener wifi antes de que se inventase.
Bastiaga me dice que ¨¦l en absoluto. Siempre, en todos los campos de regional a los que acudi¨® como asistente o ¨¢rbitro principal, le trataron con una educaci¨®n exquisita. Esos delegados de campo de pueblos por fundar se dirig¨ªan a ¨¦l como si llegase al campo la reina de Inglaterra. Y si pitaba un penalti pol¨¦mico en contra del equipo local en el minuto 96, la grada enteramente borracha, esas 120 personas que llevaban desde la comida con los cubatas, le dec¨ªan que no pasaba nada, que quiz¨¢ fuese penalti o quiz¨¢ no, que verlo en directo es muy dif¨ªcil y que el f¨²tbol es as¨ª; ¡°el f¨²tbol te da y el f¨²tbol te quita¡±, le dijo un d¨ªa, casi sin poder vocalizar, un hincha vestido con uniforme de su equipo y visera de pinturas Acrit¨®n que acababa de salir de la c¨¢rcel por pegarle una paliza a un ni?o de catorce a?os.
Le pregunt¨¦ entonces por qu¨¦ dej¨® ese oficio tan bello y delicado, juez de l¨ªnea en campos de regional bien pegadito a la banda, y me respondi¨® que quer¨ªa abandonar la ¡°zona de confort¡±. Y despu¨¦s, que su novia del instituto le dej¨® la ma?ana antes del derbi por todo lo alto Dena-Xil; fue desolado al partido, hundido en pesadumbres, y al ir al c¨ªrculo central a hacer el sorteo de campo, tir¨® la moneda al aire, la dej¨® caer en el dorso de la mano, tap¨¢ndola con la otra, y cuando la levant¨® y la mir¨®, anunci¨® a los capitanes de los equipos con un nudo en la garganta: ¡°La moneda cay¨® por el lado de la soledad¡±.
Se march¨® del campo llorando a l¨¢grima viva dejando el derbi sin celebrar, el partido del a?o en el que se pon¨ªan las entradas m¨¢s caras, mientras la afici¨®n, que llevaba esperando el duelo toda la temporada, le aplaud¨ªa serena y respetuosamente, grit¨¢ndole ¡°ella volver¨¢¡±, ¡°no te preocupes¡±, ¡°el amor todo lo puede¡± y ¡°el partido ya lo jugaremos, lo importante ahora eres t¨²¡±.
Babelia
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