El algoritmo de las mentiras piadosas
Melodrama de Ian McEwan en el que los protagonistas contemplan sus miserias ante el espejo de un humanoide en una Inglaterra futurista ahogada en problemas sociales
En Operaci¨®n dulce recreaba McEwan aquella Inglaterra gris de los setenta que presagiaba un thatcherismo que en M¨¢quinas como yo sirve de decorado para el espect¨¢culo dist¨®pico que despliega una Inglaterra ahora en los ochenta, digital y futurista, pero ahogada en problemas sociales y que ha perdido el norte y la guerra de las Malvinas. Y hete aqu¨ª que Alan Turing, el tipo que descifr¨® el c¨®digo nazi Enigma en 1941, pero padeci¨® la humillaci¨®n de un juicio por homosexualidad, parece haber conseguido una versi¨®n sumamente avanzada del Frankenstein de Mary Shelley, una suerte de sofisticado prototipo de humanoide que atiende por Ad¨¢n, que no sue?a con ovejas el¨¦ctricas, sino con mujeres org¨¢nicas, y que contribuye por igual a levantar el ¨¢nimo de la naci¨®n y a soliviantar el alma del ciudadano. La maravilla del objeto que cobra vida.
Charlie, tipo inseguro que sobrevive como puede a su propia neurosis y a un amor que quisiera perdurable, pero permanece en las nubes de la incertidumbre, recuerda aquel d¨ªa feliz en que se compr¨® un Ad¨¢n una semana antes de que Mrs. Thatcher enviara a la muerte a miles de j¨®venes brit¨¢nicos en las Malvinas. Ejerce de narrador introspectivo en forma de cronista un punto burlesco de un divertimento que rinde homenaje a la ciencia ficci¨®n brit¨¢nica, de H. G. Wells a Orwell o Lessing, y que disfruta d¨¢ndole una vuelta de tuerca, m¨¢s c¨®mica que metaf¨ªsica, a la vieja cuesti¨®n de si el ser humano puede replicarse y mejorar su condici¨®n de la mano de la inteligencia artificial. Ad¨¢n interfiere de inmediato en su relaci¨®n amorosa con la enigm¨¢tica y sugestiva Miranda ¡ªsu nombre remite a La tempestad de un Shakespeare aludido como en C¨¢scara de nuez¡ª, que atesora un secreto que Ad¨¢n descubrir¨¢, que atormentar¨¢ a Charlie desde que el humanoide le inocula la duda razonable de la deshonestidad de su amada, y que devendr¨¢ el dilema moral alrededor del que la novela va a ir creciendo, como nos tiene acostumbrados el autor de Amsterdam, dispuesto siempre a concebir un conflicto e indagar ante el lector todas y cada una de sus estribaciones.
Tan intrigante como sabiondo, Ad¨¢n representa a un tiempo la conquista y el fracaso del futuro err¨¢til, la diatriba del sentimiento contra la tecnolog¨ªa, la ¨¦tica enfrentada a la cibern¨¦tica. Al concebir un ser artificial cuyo software remeda la inteligencia humana, McEwan le permite al lector recordar la sensibilidad impostada de las criaturas engendradas por su colega Ishiguro en Cuando fuimos hu¨¦rfanos; el fallido c¨®digo moral que llevan consigo los protagonistas de Yo, robot de Asimov, o las ambig¨¹edades de aquellos replicantes que Ridley Scott cre¨® en Blade Runner a imagen de los androides de Philip K. Dick.
Se lo pasa en grande en su laboratorio moral, probando a mezclar venganzas con suspicacias, odio con redenci¨®n y nimiedades con trascendencias entre matraces y probetas, contemplando c¨®mo la ciencia, diluida en una comedia humana, esclarece el funcionamiento de la conciencia, c¨®mo la muerte de Dios favorece a su vez la patente de una inmortalidad falsa como Judas si bien so?ada con vehemencia y c¨®mo, en fin, un sentido as¨¦ptico de la justicia como el que se le ha programado a Ad¨¢n para arbitrar el bien y el mal puede convertir peque?os equ¨ªvocos con importancia en verdaderos infiernos emocionales que el perverso humor del maestro McEwan convierte en un atractivo melodrama comercial en el que el ser humano contempla sus propias miserias ante el espejo de un humanoide que lo juzga con igual exactitud e iron¨ªa que las que emplea en componer un poema de 17 s¨ªlabas deudor de Philip Larkin. Abre nuestro nuevo Prometeo moderno la caja de Pandora de la intimidad de sus atribulados due?os, forzados ante el desaf¨ªo tecnol¨®gico a gobernar su libertad a la vez que a razonar su humanidad y las sutilezas que la determinan: ¡°Qui¨¦n va a escribir el algoritmo de la mentira piadosa encaminada a evitar el sonrojo de un amigo?¡±.
Travieso y perverso como en sus perturbadores cuentos de Primer amor, ¨²ltimos ritos, McEwan concibe una historia nacida como casi siempre de un conflicto moral llevado a sus ¨²ltimas consecuencias y de una cr¨ªtica y peculiar contextualizaci¨®n hist¨®rica.
No alcanza el primor de Amor perdurable o de Expiaci¨®n tal vez porque se asoma demasiado a sus p¨¢ginas el deseo de celebrar la farsa de tener a un aut¨®mata inteligente entrometi¨¦ndose en la vida dom¨¦stica de una pareja, de dialogar y bromear con las convenciones de la novela de ciencia ficci¨®n, de dejar entrever el aliciente de querer insinuar la autoparodia.
Pero este estrafalario m¨¦nage ¨¤ trois ense?a la imposibilidad de la inocencia, la certeza de que vivir no es sino ocultar y revelar sin el menor atisbo de placidez, y por encima de todo es decidir, y la convicci¨®n de que la imaginaci¨®n literaria aventaja a la ciencia y de que ¡°el arte es una forma de investigaci¨®n¡±, como Orwell le ense?¨® a Charles. Y es un raro ejemplar de bildungsroman, un manual de instrucciones de uso de la vida (tan in¨²til como casi todos), un mod¨¦lico ejercicio de ucron¨ªa dist¨®pica que sigue la f¨¦rtil tradici¨®n de encerrar personajes hist¨®ricos en la jaula de la ficci¨®n, como Doctorow o Philip Roth en La conjura contra Am¨¦rica, y de injertar verosimilitud hist¨®rica en los caprichos de la imaginaci¨®n, un nuevo reto de esos que el autor se exige para poder ser feliz escribiendo sobre desgracias.
Cautiva la sonrisa con la que contempla McEwan el sombr¨ªo laberinto ¨¦tico que ha construido invent¨¢ndose a Ad¨¢n. Y m¨¢quinas como ¨¦l son las que nos permiten cuestionar a gente como nosotros: ¡°La utop¨ªa de Ad¨¢n enmascaraba una pesadilla¡±.
M¨¢quinas como yo. Ian McEwan. Traducci¨®n de Jes¨²s Zulaika Goicoechea. Anagrama, 2019. 360 p¨¢ginas. 20,90 euros.
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