El torrente de la historia
Santos Juli¨¢ desarroll¨® su enorme vocaci¨®n sin pausas y sin l¨ªmites, dedicado a ello todas las horas del d¨ªa
Santos lleg¨® tarde a la historia, dec¨ªa ¨¦l, y lo hizo desde la sociolog¨ªa y la ciencia pol¨ªtica. Lleg¨® tarde, pero se convirti¨® en un verdadero torrente. Desarroll¨® su enorme vocaci¨®n sin pausas y sin l¨ªmites, dedicado a ello todas las horas del d¨ªa. Fue vertiendo en su querido file maker la historia de Espa?a en fichas que recog¨ªan sus interminables lecturas de la prensa de la ¨¦poca, de los legajos de los archivos que explor¨®, de lo que escribieron y dijeron pol¨ªticos e intelectuales en sus textos m¨¢s breves y en sus obras completas, apur¨¢ndolo todo. Renov¨® sus m¨¦todos e innov¨® en territorios muy trillados por otros: desde la guerra civil y la Rep¨²blica, hacia atr¨¢s y hacia delante, desde la historia social e intelectual, a una historia pol¨ªtica recuperada, vista con ojos apasionados y un compromiso de una inmensa honestidad.
Nunca dijo ni escribi¨® nada que no estuviera sostenido sobre las bases m¨¢s firmes, y por eso mismo lo defendi¨® frente a viento y marea. Pod¨ªa ser implacable con la falta de rigor, el comentario facil¨®n, el plagio y el estruendo. Nunca se atribuy¨® lo que no era suyo, y mostr¨® la mayor de las generosidades a la hora de calibrar y comentar los m¨¦ritos de los dem¨¢s. Le¨ªa a sus colegas con el mayor de los respetos y siempre ten¨ªa una frase, un comentario que animaba, lo que no era incompatible, sino todo lo contrario, con la cr¨ªtica dura cuando la cre¨ªa necesaria. Nunca esquiv¨® las pol¨¦micas, salvo cuando le pareci¨® que obedec¨ªan a razones espurias. Recibi¨® todos los premios y todos los reconocimientos, y no dej¨® de asombrarse de que hacer lo que m¨¢s le gustaba tuviera semejante consecuencia.
No fue un catedr¨¢tico a la antigua usanza y su carrera acad¨¦mica se desarroll¨® en una Universidad a Distancia. Eso le permiti¨®, y siempre lo sostuvo, disfrutar de una estupenda biblioteca y disponer de todo el tiempo del mundo para sus investigaciones, sus art¨ªculos y sus libros. No busc¨® ni ejerci¨® ning¨²n poder acad¨¦mico, excepto cuando no tuvo m¨¢s remedio, cuando lo consider¨® una obligaci¨®n ineludible porque hab¨ªa que sacar un proyecto adelante. Lo hizo a rega?adientes y solo por el tiempo que consider¨® necesario. Se resisti¨® siempre a formar parte de patronatos y fundaciones, salvo contadas excepciones. Pero nunca dijo que no cuando le ped¨ªan dar una conferencia o un curso extraordinario, formar parte de un tribunal de tesis o participar en cualquier actividad acad¨¦mica, aunque de vez en cuando protestara porque aquello le quitaba tiempo para lo que ten¨ªa entre manos. No tuvo disc¨ªpulos ni cohortes; apenas dirigi¨® tesis doctorales. No se rode¨® de ayudantes ni urdi¨® tramas para promover a nadie, pero siempre estuvo ah¨ª cuando se trataba de premiar los m¨¦ritos de alguien. Fue el alma de seminarios y espacios de debate, en los que volcaba su esp¨ªritu cr¨ªtico, provocando en ocasiones el temor de los m¨¢s j¨®venes que, sin embargo, terminaban agradeci¨¦ndole los comentarios.
Santos es irrepetible, insustituible. Lo es, desde luego, para quienes tuvimos la enorme fortuna de conocerlo y convivir con ¨¦l. Para quienes queremos considerarnos sus amigos. Para quienes incluso disfrutamos con ¨¦l de algunos ba?os de olas interminables en el agua g¨¦lida de las playas del norte, esas que le hac¨ªan recordar su infancia. Te vamos a llorar y a echar much¨ªsimo de menos. Nosotros, tus amigos, pero tambi¨¦n todos los que aprendieron contigo a pensar la historia y el presente de nuestro pa¨ªs.
Mercedes Cabrera es historiadora.
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