Chamanes y curanderos frente a las leyes de la rob¨®tica
Roger Bartra reflexiona sobre los l¨ªmites entre la conciencia del yo de los humanos y la conciencia de s¨ª mismos de los robots del futuro
Hace m¨¢s de 50 a?os, durante mi estancia en Londres como estudiante de periodismo, me interes¨® la historia de dos ratones mec¨¢nicos que hab¨ªan entablado entre ellos una reyerta por ver qui¨¦n acced¨ªa antes a la red el¨¦ctrica para recargar sus bater¨ªas. Hab¨ªan sido programados con un temporizador y acud¨ªan cada noche a retroalimentarse en sendos enchufes contiguos situados en una estancia determinada. Un d¨ªa los investigadores eliminaron uno de ellos y cuando los peque?os robots acudieron a acoplarse, habida cuenta de que solo exist¨ªa sitio para uno, comenz¨® una especie de pugilato entre ambos a fin de conectarse, hasta que el m¨¢s fuerte o habilidoso lo logr¨®, dejando al otro inerte sobre el pavimento. Los comentaristas dijeron que aquello hab¨ªa sido una batalla por la supervivencia y comenzaron a preguntarse hasta qu¨¦ punto las m¨¢quinas pod¨ªan haberlo interpretado as¨ª.
Ya para entonces, en su libro Yo, robot, Isaac Asimov hab¨ªa decretado las tres leyes de la rob¨®tica, la ¨²ltima de las cuales establec¨ªa que un robot debe proteger su propia existencia. A principios de este siglo, Will Smith protagoniz¨® una pel¨ªcula basada en la obra del famoso escritor. Junto con Inteligencia artificial, de Spielberg, y Ex Machina, de Alex Garland, componen el grupo m¨¢s reconocible de filmes dedicados a proclamar la conciencia aut¨®noma de las m¨¢quinas. Pero no solo los relatos de ciencia-ficci¨®n y los productos de Hollywood se vienen ocupando del tema. Existe un debate acad¨¦mico al respecto que en definitiva trata de averiguar si los nuevos robots computerizados, que gracias a la inteligencia artificial aprenden por s¨ª mismos, en cierta medida piensan por s¨ª mismos y crean por s¨ª mismos, podr¨¢n tambi¨¦n reconocer su propia identidad, interpretar conceptos abstractos no cuantificables para los algoritmos e incluso experimentar sentimientos y emociones.
Para que los androides tengan conciencia deben pasar, seg¨²n Bartra, ¡°por rituales de placer y dolor¡±
Roger Bartra, antrop¨®logo mexicano que salt¨® a la fama desde sus primeras investigaciones sobre las clases sociales y el campesinado de su pa¨ªs, nos regala ahora un ensayo acerca de la delicada cuesti¨®n antes apuntada. Es en cierta medida una continuaci¨®n de su Antropolog¨ªa del cerebro, en la que ya defend¨ªa la existencia de un exocerebro, compuesto por pr¨®tesis inteligentes que, en sus propias palabras, convierten ¡°la conciencia en un h¨ªbrido que enlaza circuitos neuronales con redes socioculturales¡±. Su hip¨®tesis fundamental es que, acostumbrados como estamos a definir que las computadoras, un d¨ªa llamadas cerebros electr¨®nicos, replican el funcionamiento del nuestro propio, hemos terminado por interpretar que este funciona precisamente como un ordenador. Pero nuestra conciencia, e incluso nuestra consciencia, t¨¦rminos no necesariamente sin¨®nimos, se nutren de experiencias cognitivas cuyos mecanismos los neur¨®logos no siempre saben interpretar, pues no consideran que la conciencia se genere tambi¨¦n fuera del cerebro y de dichos circuitos neuronales.
Partiendo del efecto placebo, de la curaci¨®n o alivio de enfermedades y dolores mediante enga?os que sugestionan a los pacientes, cuya fe en sus efectos produce verdaderos milagros, Bartra se interna en una erudita descripci¨®n del papel del chamanismo en distintas civilizaciones y ¨¦pocas. Sucumbe, como tantos hacemos, a la magia transformadora de la palabra, pues el habla constituye a su vez ¡°una poderosa pr¨®tesis que en el contexto de rituales m¨¦dicos o cham¨¢nicos puede aliviar algunos sufrimientos y proporcionar placeres¡±. Siguiendo la tradici¨®n aristot¨¦lica que define al hombre como un animal que habla de forma articulada, parte del hecho de que cualquier otro animal que sienta un dolor ¡°solamente lo sufre, pero no es consciente de ello¡±, no puede saber que lo siente. Toda su argumentaci¨®n est¨¢ orientada hacia un fin: demostrar que para que los robots alcancen formas de conciencia sofisticadas como las de los humanos ¡°deber¨ªan pasar por los rituales del placer y el dolor¡±, de lo que est¨¢n obviamente todav¨ªa muy lejos. Pero que est¨¦n lejos no necesariamente significa que un d¨ªa no lo hayan de alcanzar.
La obra es tan breve como densa y exige un esfuerzo de comprensi¨®n por parte de quienes no estamos iniciados en la materia. Plantea una cuesti¨®n nuclear que subyace en todas las lucubraciones acerca de la relaci¨®n de los humanos con las m¨¢quinas que ellos mismos inventaron. El autor, m¨¢s entusiasta de los chamanes que de los ingenieros, nos sit¨²a frente a interrogantes a veces abismales acerca del futuro de nuestra civilizaci¨®n. Me hubiera gustado encontrar una elaboraci¨®n m¨¢s extensa sobre el influjo del uso de los tel¨¦fonos inteligentes, robots al fin y al cabo, que forman parte indudable y fundamental del exocerebro de las gentes. Marshall McLuhan defini¨® en su d¨ªa los medios de comunicaci¨®n de masas como prolongaciones de nuestros sentidos. Las peque?as computadoras de bolsillo a las que todav¨ªa llamamos celulares o m¨®viles operan en cierta medida como extensiones cerebrales que cooperan al conocimiento de nosotros mismos, llegando a conformar incluso parte de nuestra personalidad.
En Silicon Valley, grupos de investigadores intentan reproducir en los m¨®viles otro tipo de sensaciones sensoriales que no estimulen solo la vista y el o¨ªdo, dando contenido y utilidad a nuestros otros sentidos, singularmente el del tacto. Podr¨ªan de ese modo interpretar nuestras emociones, ayudarnos a controlarlas y a compartirlas. Al fin y al cabo nadie puede negar que el comportamiento individual y colectivo de miles de millones de personas tiene hoy una relaci¨®n intensa, un di¨¢logo permanente y a veces agotador, entre ellas y su tel¨¦fono inteligente, que acaba por ser parte de su identidad. Las reflexiones de Roger Bartra pueden ayudarnos a entender las fronteras y los l¨ªmites entre la conciencia del yo que tenemos los humanos y la conciencia de s¨ª mismos que podr¨ªan acabar teniendo los robots. Eso no suceder¨¢ mientras las m¨¢quinas no experimenten el efecto placebo y las palabras sanadoras de cualquier cham¨¢n no sean capaces de arreglar el sobrecalentamiento de sus bater¨ªas. Quiz¨¢ para entonces el curandero de turno sea, tambi¨¦n ¨¦l, un robot.
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Autor: Roger Bartra.
Editorial: Anagrama (2019).
Formato: tapa blanda y versi¨®n Kindle (184 p¨¢ginas).
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