La reina era ¨¦l
Se estrena en M¨²nich con gran ¨¦xito la versi¨®n inglesa de la ¨®pera 'La reina de las nieves' del compositor dan¨¦s Hans Abrahamsen
Los cuentos infantiles suelen esconder grandes ense?anzas para los adultos. Uno de los maestros del g¨¦nero, Hans Christian Andersen, escribi¨® uno de sus relatos m¨¢s ambiciosos, en extensi¨®n, complejidad y n¨²mero de personajes, La reina de las nieves, casi con las trazas de un Bildungsm?rchen, un aut¨¦ntico cuento de formaci¨®n en el que se cuenta, entre otras cosas, el dif¨ªcil tr¨¢nsito de la infancia a la edad adulta. Otra dualidad importante del texto es, por supuesto, la cl¨¢sica del g¨¦nero entre el bien y el mal, aunque lo que probablemente interes¨® m¨¢s a su compatriota, el compositor Hans Abrahamsen, cuando lo eligi¨® para convertirlo en una ¨®pera fue ese proceso ¨Caqu¨ª en forma de largo viaje¨C que nos conduce de la inocencia a la conciencia, m¨¢s a¨²n si se produce en un lugar fr¨ªo, metaf¨®ricamente g¨¦lido y cubierto por un manto de nieve.
Al menos cuatro obras de Abrahamsen est¨¢n inspiradas en esta ¨²ltima: Winternacht (Noche de invierno, 1978), espoleada por la lectura del poema hom¨®nimo de Georg Trakl, cuyo primer verso reza: ¡°Ha ca¨ªdo nieve¡±; Zwei Schneet?nze (Dos danzas de la nieve, 1985), dos miniaturas escritas originalmente para cuatro flautas de pico, aunque existe una versi¨®n alternativa para viol¨ªn, violonchelo, flauta y clarinete; Schnee (Nieve, 2008), subtitulada Diez c¨¢nones para nueve instrumentos y convertida casi en m¨²sica de culto para el creciente n¨²mero de admiradores de la personal¨ªsima est¨¦tica del compositor dan¨¦s; y, por ¨²ltimo, hasta la llegada de su ¨®pera reci¨¦n estrenada, let me tell you (2013), un encargo de la Orquesta Filarm¨®nica de Berl¨ªn que ha cosechado importantes premios, como el Grawemeyer, y que ha aupado al compositor, a una edad ins¨®lita, al estrellato internacional. Esta ¨²ltima era, adem¨¢s, su primera partitura vocal y hasta este mismo a?o ha tenido los derechos exclusivos de su interpretaci¨®n su dedicataria, la soprano canadiense Barbara Hannigan. Compuesta a partir de poemas de Paul Griffiths extra¨ªdos de su novela del mismo nombre, un desaf¨ªo literario de estirpe oulipiana escrito ¨²nicamente con las 483 palabras que Shakespeare pone en boca de Ofelia en Hamlet, la s¨¦ptima y ¨²ltima de este ciclo de canciones, un monodrama heredero del Viaje de invierno de Schubert, se cierra con una Ofelia que, en vez de ahogarse en un arroyo, deambula en solitario en medio de la nieve.
Animado por la propia Hannigan, y con la confianza que brinda el reconocimiento un¨¢nime de tu talento, Abrahamsen se lanz¨® a la composici¨®n de su primera ¨®pera, encargada por la ?pera Real Danesa, que impuso que el libreto estuviera escrito en la lengua de Andersen. En esta versi¨®n se estren¨® en Copenhague el pasado mes de octubre, aunque sin su musa inspiradora, ya que la soprano canadiense prefiri¨® esquivar el reto de cantar ante un p¨²blico nativo en un idioma que no domina. Y fue as¨ª como surgi¨® la idea de estrenar dos meses despu¨¦s una versi¨®n en ingl¨¦s en la ?pera Estatal de Baviera, siempre dispuesta a dar cabida en su programaci¨®n, desde los tiempos de Peter Jonas como intendente, a nuevas composiciones que enriquezcan y desfosilicen el g¨¦nero. Y mientras que el estreno de Copenhague de Snedronningen, con un reparto dan¨¦s y una producci¨®n esc¨¦nica muy discutida de Francisco Negr¨ªn, tuvo escasa repercusi¨®n internacional, todo invita a pensar que el recorrido triunfal de La reina de las nieves acaba de dar comienzo este s¨¢bado con su estreno muniqu¨¦s.
El libreto sigue muy de cerca el cuento original de Andersen, reducido necesariamente al esqueleto esencial de su trama argumental y con la supresi¨®n de algunos personajes, como la mujer lapona y la muchacha ladrona, cuyo episodio aparece contado por el reno de forma retrospectiva, es decir, ¨¤ la Wagner. Abrahamsen no ha dado ninguna importancia al sexo de los protagonistas (La reina de las nieves admite tambi¨¦n lecturas en clave de g¨¦nero, por supuesto, y Gerda es, por ejemplo, una mujer redentora y perseverante en el empe?o de salvar a su amado, como lo son muchas hero¨ªnas wagnerianas), hasta el punto de que conf¨ªa el personaje de la Reina de las Nieves a un bajo y el de Kay a una mezzosoprano, confiriendo as¨ª a la pareja de ni?os la misma tipolog¨ªa vocal que nos resulta muy familiar por H?nsel y Gretel de Humperdinck. No es f¨¢cil resolver el problema de c¨®mo dar credibilidad al hecho de que sean cantantes adultos quienes se hagan pasar por ni?os. Andreas Kriegenburg, el responsable de esta nueva puesta en escena de M¨²nich, lo ha solucionado en la mejor tradici¨®n del Regietheater germano: convirtiendo el palacio de la reina de las nieves en un sanatorio psiqui¨¢trico y toda la peripecia de Gerda en un sue?o que se inicia antes de que suene la primera nota de la ¨®pera.
Gerda es aqu¨ª una joven que ha ido a visitar a Kay en el hospital en que est¨¢ recluido y al que vemos siempre acurrucado en la cama o deambulando por el escenario, ajeno al mundo exterior. En muchos momentos nos recuerda a Tomas, el hijo del protagonista de Canciones del segundo piso, la apocal¨ªptica denuncia milenarista de nuestra sociedad de Roy Andersson (otro escandinavo). El joven ha enmudecido y vive recluido en su interior y, en apariencia, enajenado, porque, al decir de su padre cuando lo visita en el hospital, ¡°ha escrito tanta poes¨ªa que se ha vuelto loco¡±. No sabemos a¨²n por qu¨¦ Kay ha decidido apartarse del mundo, como el protagonista del poema de Friedrich R¨¹ckert al que puso m¨²sica Gustav Mahler, pero Gerda, unid¨ªsima a ¨¦l, casi una hermana, nos muestra de forma patente su desconsuelo y su desesperaci¨®n. El agotamiento la sume, en una sala de espera del hospital, en un sue?o profundo.
Al abrirse las puertas de la cl¨ªnica al comenzar la ¨®pera, la abuela est¨¢ contando, efectivamente, un cuento a los ni?os Kay y Gerda, aunque quienes canten realmente, vestidos como ellos, sean Barbara Hannigan y Rachael Wilson. El hecho de que esta ¨²ltima se haga pasar, travestida, por un personaje masculino provoca que Kriegenburg cuente tambi¨¦n con un actor y una actriz para dar vida en varios momentos a los dos protagonistas adultos, por lo que Kay y Gerda se nos presentan, por tanto, con hasta seis encarnaciones diferentes. Que el bajo que da vida a la reina de las nieves cante tambi¨¦n los papeles del reno y del simb¨®lico reloj final (el que marca el paso de la ni?ez a la edad adulta) est¨¢ as¨ª previsto por la propia partitura, mientras que la abuela se muda tambi¨¦n, como imagin¨® Abrahamsen, en la anciana y en la mujer finlandesa. Kriegenburg se mantiene fiel en todo momento a su lectura psicoanal¨ªtica-patol¨®gica de la ¨®pera, reforzando sus componentes on¨ªricos, vali¨¦ndose de las enfermeras del hospital para hacer posteriormente de flores o ¨¢ngeles y de lo que parecen ser los empleados de la morgue para las avanzadillas de la reina de las nieves en el tercer acto.
La crucial esquirla del espejo que enfr¨ªa el coraz¨®n del ni?o y afea el mundo a sus ojos se convierte aqu¨ª en una transfusi¨®n de sangre a Kay por una enfermera, del mismo modo que las l¨¢grimas de Gerda que fundir¨¢n la esquirla en el tercer acto y har¨¢n revivir la humanidad de su amigo son transportadas de un lado al otro del escenario por su doble, dos licencias acordes con la propuesta de Kriegenburg, pero intelectuales y poco eficaces dram¨¢ticamente. La cama de Kay y la recurrencia de los copos de nieve cayendo desde el cielo se erigen en los dos elementos unificadores de una visi¨®n del argumento decididamente adulta, como lo es tambi¨¦n sin duda la del propio compositor, aunque en lo que Kriegenburg (que ya ha triunfado en este teatro con un Wozzeck de Alban Berg, una tetralog¨ªa de Wagner, y, sobre todo, con una brutal plasmaci¨®n esc¨¦nica de Die Soldaten de Bernd Alois Zimmermann, tambi¨¦n con Barbara Hannigan como protagonista, las dos ¨²ltimas con direcci¨®n musical de Kirill Petrenko) no sigue la estela de Abrahamsen en dos aspectos determinantes de su est¨¦tica: su simplicidad y su irrenunciable talante po¨¦tico. Aun la irrupci¨®n estival al final de la ¨®pera (imposible no pensar en Sumer is icumen in, "Ha llegado el verano", la rota an¨®nima inglesa del siglo XIII, que sin duda conoce un admirador y cultivador de los c¨¢nones como Hans Abrahamsen), con su estallido de vivos colores, pierde parte de su fuerza al plasmarse, una vez m¨¢s, en las ropas de quienes visitan a los enfermos en el hospital: habr¨ªa hecho falta abandonar por fin sus muros y salir al exterior.
La propuesta de Kriegenburg tiene m¨¢s de exceso que de despojamiento, de artificio que de naturalidad, mientras que los momentos m¨¢s emocionantes, encabezados, claro, por el reencuentro de los dos ni?os (aqu¨ª adultos) al final de la ¨®pera, no se revisten sobre el escenario del aura l¨ªrica, evanescente y delicadamente sensual que emana desde el foso. La direcci¨®n esc¨¦nica fue fuertemente contestada por parte del p¨²blico, pero ni es merecedora de una descalificaci¨®n a la totalidad ni de un elogio sin reservas. Como todas las grandes obras maestras ¨Cy, en una primera aproximaci¨®n a ella, La reina de las nieves tiene todos los visos de serlo¨C, la ¨®pera de Abrahamsen admite muchas lecturas esc¨¦nicas y diferentes prismas desde los que resaltar sus virtudes y ahondar en sus hallazgos. En dos meses ya ha tenido dos muy diferentes: ojal¨¢ que su historial esc¨¦nico traiga nuevas ideas y nuevas im¨¢genes en los pr¨®ximos a?os. La nevada no puede parar: como canta Winnie-the-Pooh en The House at Pooh Corner, "Cuanto m¨¢s nieva, m¨¢s sigue nevando".
Hans Abrahamsen, que parece haber tomado casi estos versos como un lema vital y creativo, ha desarrollado un lenguaje propio muy tard¨ªamente. De hecho, en una decisi¨®n ins¨®lita, no compuso una sola nota entre 1990 y 1998, instalado en lo que ¨¦l llama un "largo calder¨®n" de silencio, justamente por el miedo a que su m¨²sica no fuera lo bastante personal y recordara en exceso a la de otros compositores. Entonces, y posteriormente, su principal modus vivendi consisti¨® en realizar arreglos y orquestaciones de cl¨¢sicos por los que siente una especial afinidad, como Bach, Schumann, Debussy, Ravel y Sch?nberg, de m¨²sica de compatriotas como Carl Nielsen y Per N?rg?rd, o de uno de sus compositores m¨¢s admirados, y que fue tambi¨¦n brevemente su maestro, Gy?rgy Ligeti. De todos ellos hay huellas en su m¨²sica, que comenz¨® aline¨¢ndose con la llamada Nueva Simplicidad y que ha acabado tomando elementos del minimalismo (Steve Reich, sobre todo) utilizados de una manera muy personal y, con frecuencia, muy compleja. Es el caso, por ejemplo, de lo que ¨¦l mismo denomina ¡°modulaciones m¨¦tricas¡±, m¨²sicas que suenan simult¨¢neamente con velocidades desfasadas, que requieren incluso para poder plasmarse eficazmente la presencia de un segundo director, presente de manera visible en el foso en la segunda parte de la primera escena de la ¨®pera, en la que algunos instrumentistas de la orquesta deben mirar al podio y otros al segundo director, que marca un tempo lev¨ªsimamente diferente. No deja de ser curioso que la m¨²sica que suena en este momento tenga un claro dejo popular, hasta el punto que Abrahamsen anota en la partitura que debe sonar en el estilo de Para los ni?os, de B¨¦la Bart¨®k.
Maestro indiscutible de la orquestaci¨®n, la orquesta del dan¨¦s es pr¨®diga en la creaci¨®n de sonidos fr¨ªos: arm¨®nicos en todas sus variedades (sencillos, dobles, naturales, artificiales, sul ponticello, tocados desde pianissimo a fortissimo), timbres et¨¦reos producidos por instrumentos como la celesta, el Glockenspiel, las arpas (situadas de manera prominente en uno de los palcos de proscenio), el xil¨®fono (en el palco de enfrente), el vibr¨¢fono, el acorde¨®n o un sintetizador con timbre de armonio. La escritura de la cuerda se caracteriza por sus innumerables divisi en sus cinco bloques (los instrumentos de una misma secci¨®n tocan partes diferentes), casi siempre con m¨¦tricas enfrentadas, mientras que el viento es utilizado con extremada contenci¨®n, aunque, en este contexto, llama la atenci¨®n la presencia de dos tubas wagnerianas (muy del gusto del dan¨¦s) y una tuba contrabajo.
La reina de las nieves suena a menudo como una derivaci¨®n y una ampliaci¨®n de let me tell you, plagadas como est¨¢n ambas de sonidos fr¨ªos (¡°helados¡± llega a escribir Abrahamsen al comienzo del Preludio con que se abre su ¨®pera sobre los arm¨®nicos de los violines) y una escritura, cuyos perfiles aparecen ya conformados con claridad en Schnee, rica en una suerte de geometr¨ªa que parece querer reflejar esas im¨¢genes que nos muestra un copo de nieve, un cristal de hielo, si lo observamos en un microscopio. Este parece el objetivo ¨²ltimo de la m¨²sica del dan¨¦s: revelar la complejidad caleidosc¨®pica que esconde algo aparentemente sencillo y convertir la orquesta, protagonista indiscutida de la obra con sus numerosos preludios e interludios en solitario, en una suerte de m¨¢quina de nieve que, poco a poco, va ti?endo todo de blanco, transformando de manera constante pero imperceptible el paisaje sonoro.
La escritura vocal es tambi¨¦n hija de su ¨²nico antecedente posible, las siete canciones de let me tell you, y va desde los monotonos empleados por el reno y el reloj en el tercer acto hasta las l¨ªneas vocales cada vez m¨¢s complejas de Gerda, que empieza cantando como una ni?a en un registro muy limitado y acaba haci¨¦ndolo como una adulta, encaram¨¢ndose cada vez m¨¢s al registro agudo, como ese Do estratosf¨¦rico que canta en pianissimo en los ¨²ltimos compases del segundo acto y que nos recuerda inevitablemente a id¨¦ntica nota sobre la palabra ¡°snow¡± (¡°Snow falls¡±) cantada tambi¨¦n por Barbara Hannigan en I will go out now, la s¨¦ptima canci¨®n de let me tell you.?No puede ser casual que sea tambi¨¦n un Do agudo el que traduzca las repetidas referencias a los copos de nieve (snowflakes) en la tercera escena del tercer acto. La canadiense, criada tambi¨¦n en la nieve de Canad¨¢ y con una admiraci¨®n rayana en la devoci¨®n por la m¨²sica de Abrahamsen, compone una Gerda musicalmente perfecta. Es una perfeccionista nata, su incipiente carrera como directora de orquesta ha afilado a¨²n m¨¢s su excelencia musical como cantante y hace cuanto le pide Andreas Kriegenburg con sus bien conocidas entrega e implicaci¨®n, por m¨¢s que quiz¨¢ no est¨¦ del todo convencida de sus virtudes.
Del resto del reparto fue muy aplaudida Rachael Wilson como Kay, y lo fue con toda justicia porque en sus breves intervenciones dio toda una lecci¨®n de bien cantar. En sus triples cometidos, los veteranos Katarina Dalayman y Peter Rose resultan tambi¨¦n perfectamente cre¨ªbles, aunque su m¨²sica es menos agradecida que, por ejemplo, la de los dos cuervos (excelentes el tenor Kevin Conners y el contratenor Owen Willetts). Completan el reparto, en una aparici¨®n quiz¨¢ demasiado epis¨®dica, Caroline Wettergreen (una soprano coloratura que ha escalar hasta un Mi bemol) y Dean Power como los g¨¦lidos, n¨ªveos, casi espectrales, pr¨ªncipe y princesa del ¨²ltimo acto. Excelentes las intervenciones del coro y magn¨ªfica, como siempre, en cualquier repertorio que aborde, la orquesta de la ?pera Estatal de Baviera, quiz¨¢ la mejor y m¨¢s completa del mundo en su g¨¦nero, capaz de solventar con las m¨¢ximas garant¨ªas cualquier repertorio, del barroco al contempor¨¢neo. A su frente estuvo, impartiendo una lecci¨®n de c¨®mo debe dirigirse una m¨²sica tan diab¨®licamente compleja, Cornelius Meister, que ha debido de trabajar de lo lindo para obtener semejantes resultados en esta primera aproximaci¨®n p¨²blica a la partitura.
Los aplausos entusiastas del p¨²blico apagaron enseguida los abucheos aislados iniciales y se mostraron especialmente generosos, por supuesto, con el propio Hans Abrahamsen, el fact¨®tum de todo cuanto hab¨ªamos o¨ªdo, y que, oy¨¦ndole hablar, tiene todo el aspecto de haber hecho suya la paradoja que plantea Andersen al final de su cuento: lograr ser un adulto sin renunciar al coraz¨®n de un ni?o. Su modestia sobre el escenario no puede ser impostada y sus problemas f¨ªsicos (una par¨¢lisis cerebral le inmoviliz¨® varios dedos de la mano derecha, lo que le impide tocar el piano, y se mueve y camina con una acusada disimetr¨ªa ambulatoria) acent¨²an la admiraci¨®n por su integridad. Estren¨® la obra que cambi¨® su vida, let me tell you, un 21 de diciembre (de 2013) en Berl¨ªn y el mismo d¨ªa, el del solsticio de invierno, ha vuelto a serle propicio seis a?os despu¨¦s en M¨²nich. Quien quiera ver y o¨ªr La reina de las nieves podr¨¢ hacerlo, sin salir de su casa, el pr¨®ximo s¨¢bado, siguiendo la transmisi¨®n en streaming que ofrecer¨¢ en directo la ?pera Estatal de Baviera por su propio canal de televisi¨®n. Quien lo haga no se arrepentir¨¢: la condensada propuesta de Abrahamsen (poco m¨¢s de una hora y cuarenta minutos de m¨²sica) es una traslaci¨®n perfecta de los grandes temas tratados en el cuento de Andersen, a cuyo mensaje y sentido ¨²ltimos les sucede como a la m¨²sica del dan¨¦s: pueden parecer sencillos, pero en realidad no lo son. Y nos incumben a todos.
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