Un ¡®beatnik¡¯ entre los modernos
Productor de Marianne Faithfull, Lucinda Williams o Lou Reed, Hal Willner era sobre todo un tipo genial y el conceptualizador y realizador de proyectos hoy seguramente imposibles
Entre la macabra cosecha de la plaga, ha pasado desapercibido el fallecimiento de un tipo genial; no suelo desenfundar ese adjetivo pero aqu¨ª se aplica a Hal Willner. Oiga, no se trata de reprochar esa relegaci¨®n: el m¨¦rito profesional m¨¢s visible de Willner era su trabajo en Saturday Night Live, el programa de humor de la cadena NBC, que aqu¨ª no significa mucho.
Otro inconveniente: Willer no encaja en el raqu¨ªtico concepto de lo que vulgarmente se considera un artista: su nombre rara vez aparec¨ªa en portada con letras grandes; apenas encontrar¨¢n sus rastros en Spotify. Ejerc¨ªa labores de productor. Productor de amigos como Marianne Faithfull, Lucinda Williams o Lou Reed, pero tambi¨¦n, y sobre todo, conceptualizador y realizador de proyectos hoy seguramente imposibles, sobre todo a la escala a la que nos acostumbr¨® Willner.
Se podr¨ªa afirmar que fue el descubridor de los discos de homenaje, aunque rechazaba horrorizado esa distinci¨®n al ver c¨®mo su invento se ha achabacanado. Para Willner, el deleite resid¨ªa en facilitar que m¨²sicos de universos ajenos se internaran en el repertorio de Nino Rota, Thelonious Monk, Kurt Weill ?o Walt Disney! No era ni sencillo ni barato: para grabar a The Rolling Stones en su saludo a Charles Mingus debi¨® esperar a que se aprendieran el tema y que tuvieran (?en Madrid!) unas horas libres para entrar en un estudio.
Sospecho que Willner, nacido en 1954, era un beatnik tard¨ªo. Lo digo por los ¨¢lbumes musicalmente audaces que hizo para Allen Ginsberg o William Burroughs. Tambi¨¦n, por su identificaci¨®n con los cantos de piratas, a las que dedic¨® dos discos (Rogue¡¯s Gallery). Incluso, por su reivindicaci¨®n de la anarqu¨ªa controlada de las miniaturas que Carl Stalling facturaba para los dibujos animados de Warner Brothers. Estaba empapado en el anecdotario de la disidencia: cuando invit¨® a Sting a cantar Mack the Knife, le record¨® que era el tema que los periodistas, esos cabrones, procuraban que sonara en las paradas de las campa?as presidenciales de Richard Nixon, sabiendo que el hipersensible candidato se dar¨ªa por aludido. Un chiste para hipsters de la vieja escuela que val¨ªa la pena repetir.
Con la entrada de la era digital, las discogr¨¢ficas dejaron de patrocinar aquellos caprichos y Willner desplaz¨® sus esfuerzos hacia los espect¨¢culos en directo, convocando a abundantes ¨ªdolos milenials. Logr¨® el mayor de sus ¨¦xitos con I¡¯m Your Man, basado en el cancionero de Leonard Cohen y convertido en disco y pel¨ªcula (pero carente, l¨¢stima, de las anteriores exploraciones laterales). Uno desear¨ªa que, en alg¨²n momento, se rescataran / adecentaran las grabaciones de aquellos eventos dedicados a Doc Pomus, Shel Silverstein o Bill Withers. Algo improbable, dada la devaluaci¨®n del soporte disco. Pero, no lo olviden, Hal Willner sab¨ªa hacer milagros
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