Laraaji, a la trascendencia por la carcajada
El m¨²sico, padre del resucitado g¨¦nero de la ¡®new age¡¯, ofrece un concierto ¡®online¡¯ que mezcla comedia y meditaci¨®n en La Casa Encendida
Este hombre enjuto trasciende la tridimensionalidad como si tal cosa. Laraaji, pseud¨®nimo de Edward Larry Gordon (Filadelfia, 1943), practica una variante del yoga que, seg¨²n su dogma, conduce al ¡°sonido interior del universo¡±. Unas reverberaciones profundas que atrapan el cuerpo y marcan la pauta de su m¨²sica, ejemplo de la primigenia new age.
El g¨¦nero se ha rehabilitado en los ¨²ltimos a?os y Laraaji es su mes¨ªas resucitado. Act¨²a en grandes festivales, lo entrevistan en revistas de moda y sus directos se retransmiten en Boiler Room, la plataforma venerada dentro de la comunidad electr¨®nica global. Pero ¨¦l no olvida que sus melod¨ªas repetitivas e hipn¨®ticas brillan con un fin espiritual. ¡°Ayudan a estar en el presente, que se expande y siempre es novedoso. Mis notas permiten al oyente abandonar las distracciones de pensamientos futuros y celebrar el momento actual¡±, explica desde su apartamento en Harlem, donde ha grabado un recital para La Casa Encendida de Madrid, dentro del ciclo veraniego de La Terraza Magn¨¦tica, dedicado hasta finales de agosto a las conexiones astrales. Se emiti¨® por primera vez este s¨¢bado y ha quedado colgado en el YouTube de la instituci¨®n.
Se trata de un espect¨¢culo que durante tres cuartos de hora incentiva tanto la meditaci¨®n como el carcajeo. Laraaji hace sonar sus instrumentos hind¨²es o tibetanos y conversa con una marioneta de verbo ininteligible. Entre medias, escupe aforismos que se han infiltrado en sus sue?os durante a?os. ¡°Se dice que la risa es la distancia m¨¢s corta entre dos personas. Cuando re¨ªmos de verdad, nos encontramos m¨¢s all¨¢ de fronteras y l¨ªmites. La rigidez y la inflexibilidad se disuelven. Somos libres, incluso vulnerables¡±, concede, rodeado de tapices naranjas y vestido a juego. Sus cicerones del ?shram as¨ª lo recomiendan, porque ¡°es un tono que impulsa la energ¨ªa hacia la creatividad y la autorrealizaci¨®n¡±.
Antes de la monocrom¨ªa, Laraaji estudi¨® piano y composici¨®n en la Universidad de Howard, un centro tradicionalmente negro en Washington. All¨ª comparti¨® pupitre con el cantante de soul Donny Hathaway. Y por primera vez escuch¨® un disco de Ahmad Jamal, el teclista de toque percusivo que hizo historia en el tr¨ªo de piano de jazz y lo transform¨® a ¨¦l. Esa elevada formaci¨®n musical no le estorb¨® a la hora de probar suerte como humorista en Nueva York. Hasta que una tarde, despu¨¦s de varios mon¨®logos fallidos de los que no extrajo propina alguna, Laraaji se vio obligado a empe?ar su guitarra. ¡°Una voz divina me dijo que no aceptara el dinero del tendero, que la cambiara por una c¨ªtara que colgaba de la ventana del local. Le hice caso y empec¨¦ a experimentar con ella¡±, rememora.
En los primeros compases de la d¨¦cada de los 70 no exist¨ªa a¨²n la new age, pero Laraaji comenz¨® a improvisar ¡ª¡±otra forma de centrarse en el presente¡±¡ª con su nuevo instrumento de 36 cuerdas y cuyo origen radica en la Grecia cl¨¢sica. Lo electrific¨® y tune¨® hasta extraer de ¨¦l todas sus posibilidades sonoras. ¡°Me pasaba las horas tocando piezas que nunca ten¨ªan un final claro, solo me deten¨ªa por cansancio. De repente sent¨ªa que aquellos ritmos repetidos una y otra vez me ayudaban en la respiraci¨®n; aliviaban la ansiedad y la tensi¨®n. ?C¨®mo dejar de tocar cuando te hace sentir tan bien?¡±, se pregunta frente a la c¨¢mara con una amplia sonrisa que remata su perilla canosa de chivo.
¡°Las vidas negras importan, pero tambi¨¦n la vida del universo. Me preocupa que este movimiento se quede en lo terrenalLaraaji
Las calles de Nueva York fueron testigo de sus tanteos con la c¨ªtara. Ensayaba a la vista del p¨²blico, al que ofrec¨ªa cintas de cassette que conten¨ªan grabaciones caseras de sus trances sonoros. Se ganaba la vida gracias al cobre que los paseantes arrojaban a un cesto mientras ¨¦l tocaba con los ojos cerrados. Al abrirlos, una noche de calor h¨²medo en Washington Square Park hall¨® la propuesta de Brian Eno. En una nota manuscrita, el productor ingl¨¦s ¡ªmiembro de Roxy Music y responsable del ¨¦xito de U2, John Cale o Ultravox¡ª le preguntaba si querr¨ªa sumarse a un nuevo proyecto que ten¨ªa en mente. Aquella idea result¨® ser Ambient 3: Day of radiance (1980), tal vez el mejor compendio de new age.
Juntos firmaron una de las m¨¢s sobresalientes p¨¢ginas de la historia del g¨¦nero gracias a ese trabajo. ¡°Brian puso mi m¨²sica en el mapa. Me introdujo por primera vez en un estudio con micr¨®fonos de alta calidad y efectos que sigo utilizando a d¨ªa de hoy¡±, apunta Laraaji, evocando aquellos seis meses en ¡°la cueva¡± del magnate del ambient. ¡°Lo hizo muy f¨¢cil. Siempre estaba ah¨ª, pero me dio mucha libertad de creaci¨®n. Y sugiri¨® un truco definitivo: sobregrabar mi c¨ªtara con el objetivo de alcanzar un sonido voluminoso¡±. En el disco, que dura casi 42 minutos, interviene tambi¨¦n el dulc¨¦mele. La primera cara oscila entre la influencia del folclore irland¨¦s y las reminiscencias arabescas. La segunda, sin embargo, est¨¢ compuesta por varias pistas arr¨ªtmicas que inducen al sue?o.
Esas divagaciones et¨¦reas marcaron la carrera de Laraaji, que este mes publicar¨¢ un disco de piano grabado en la iglesia de Brooklyn. ¡°Es una vuelta a los or¨ªgenes¡±, observa. Al igual que su m¨²sica, su ingenio m¨ªstico parece tan abstra¨ªdo como disperso. Cuando el alcalde de Nueva York decret¨® el lunes pasado el toque de queda, a fin de controlar la algarada por la muerte George Floyd, el maestro pens¨® que tendr¨ªa m¨¢s tiempo para meditar. ¡°Las vidas negras importan, pero tambi¨¦n la vida del universo. Me preocupa que este movimiento se quede en lo terrenal y no promueva la reconexi¨®n con el cosmos¡±, opina. Tamizada por unas cortinas anaranjadas, la luz penetra en su saloncito. Se dir¨ªa que nada de lo que ocurra ah¨ª fuera conseguir¨¢ perturbar la paz en su templo privado.
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