¡°Chavela Vargas est¨¢ en casa¡±
Manuel Arroyo-Stephens, fundador de Turner y de la librer¨ªa que acompa?aba a esa aventura tan fruct¨ªfera en la historia de la edici¨®n, ha fallecido a los 75 a?os
El m¨¢s importante de los editores anglosajones de entonces, Peter Mayer, presidente mundial de Penguin, buscaba en el verano de 1993, en cualquier lugar de Europa, a un ¨ªdolo de su juventud de reci¨¦n enamorado. Por las casualidades de su trabajo estaba en El Escorial con otros editores y pregunt¨® si alguien sabr¨ªa all¨ª si hab¨ªa posibilidad de enterarse del paradero de Chavela Vargas. Fue f¨¢cil, porque era notorio aqu¨ª que otro legendario de la edici¨®n, Manuel Arroyo-Stephens, fundador de Turner y de la librer¨ªa que acompa?aba a esa aventura tan fruct¨ªfera en la historia de la edici¨®n, compart¨ªa la admiraci¨®n por ese ¨ªdolo al que buscaba Mayer. Manuel ¡ªfallecido el domingo a los 75 a?os¡ª hab¨ªa rescatado a Chavela de los varios arroyos a los que se hab¨ªa entregado la genial sucesora de Jos¨¦ Alfredo Jim¨¦nez y la hab¨ªa llevado a Madrid, y a Europa, para devolverla a un mundo en el que tuvo otro padrino imponente, Pedro Almod¨®var.
As¨ª que con preguntarle a Arroyo era f¨¢cil hallar ese paradero de la otrora elusiva int¨¦rprete de Un mundo raro, entre otras canciones que ella hizo perlas de la vida, los amores y la noche. Arroyo se hab¨ªa entregado a ese rescate y a esas pasiones que representaba Chavela igual que antes, y para siempre, se ocup¨® en cuerpo y alma de Jos¨¦ Bergam¨ªn o de Rafael de Paula. Combinaba esas fidelidades con otra todav¨ªa mayor, la exactitud de la escritura y de la m¨²sica, el arte de combinar el ritmo y la palabra para conseguir s¨ªntesis de las que dio recitales ¨¦l mismo en libros formidables (Pisando ceniza, La muerte del espont¨¢neo) que hoy son explicaciones de su insobornable manera de defender el gusto (no solo el buen gusto: la m¨¢xima categor¨ªa del gusto) como materia esencial de la cultura de escribir.
De modo que hab¨ªa que preguntarle a Arroyo por el paradero de aquella mujer recuperada ahora tambi¨¦n para la vida de d¨ªa. Y ¨¦l respondi¨®: ¡°Chavela est¨¢ en casa¡±. Aqu¨ª hay un editor, Peter Mayer, que la quiere ver. ¡°Que venga ma?ana a las doce¡±. Mayer hab¨ªa asistido en una cueva mexicana a uno de los conciertos que 30 a?os antes hab¨ªa dado Chavela Vargas en M¨¦xico DF, y ese espect¨¢culo se hab¨ªa producido al tiempo que el ahora potente editor de Penguin cre¨ªa estar ante el amor decisivo de su vida. En Madrid quiso recuperar esa memoria.
Nadie le dijo que la visita del mediod¨ªa siguiente era precisamente para ver a la protegida del editor, y fue precisamente Chavela Vargas la que le abri¨® a Mayer la puerta de la casa de Arroyo. Desde entonces el editor espa?ol y el editor norteamericano compartieron otros amores, el mutuo entre ellos y el amor a Chavela Vargas. Juntos editaron (a Cervantes, nada menos), juntos viajaron para escuchar como si fueran nuevas todas las canciones de Chavela (y de Jos¨¦ Alfredo Jim¨¦nez), y ellos dos, Peter y Manuel, fueron dos amigos de por vida, marcados por el gusto y por las exigentes inexactitudes de la amistad. Cabalgaron juntos y se fueron casi a la vez.
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