La serpiente que vomit¨® la Navidad
Que la culebra devuelva la comida estas fiestas es toda una met¨¢fora de lo mal que nos est¨¢n sentando
Si darle de comer a la serpiente siempre es un trance, que te vomite la presa es mucho peor. Mi prop¨®sito era loable, creo: que alguien tuviera una buena Navidad. Y no me refiero, claro, al rat¨®n que adquir¨ª en el establecimiento Kiwoko (ex Mister Guau) como fest¨ªn para mi culebra del ma¨ªz (Elaphe guttata), sino a esta, que llevaba varias semanas sin probar bocado. Le serv¨ª el roedor abriendo la puerta superior del terrario e invit¨¢ndolo a pasar con un empujoncito, sin poder evitar la draculesca frase, ¡°entre usted libremente¡±. A alguien le parecer¨¢ un acto cruel, pero en libertad la serpiente habr¨ªa despachado infinidad de ratones m¨¢s de los que yo le he dado en los largos a?os que llevamos juntos y al cabo no hago sino actuar como agente de la naturaleza, garra y colmillo, limit¨¢ndome a servir de intermediario como si dij¨¦ramos entre el depredador y su v¨ªctima. Por si acaso siempre me encomiendo a sir David Attenborough.
Dadas las fechas, me ahorr¨¦ la escena estricta del encuentro de las dos criaturas y al volver frente al terrario, que se halla en una localizaci¨®n especial de mi casa, rodeado de libros de Salgari y de las estanter¨ªas de aventuras herpetol¨®gicas, el drama ya se hab¨ªa consumado (y consumido). Kaa descansaba en su rama visiblemente ah¨ªta y satisfecha, con el caracter¨ªstico abultamiento de acabar de levantarse de la mesa en medio de su sinuoso cuerpo. Pasaron los d¨ªas y ni me acordaba del asunto ¨C¡±Conscience is but a word that cowards use¡±, que dec¨ªa Ricardo III-, cuando me llam¨® la atenci¨®n un fuerte olor como a reques¨®n que surg¨ªa del terrario. Observ¨¦ con espanto que proced¨ªa de una masa informe encajonada entre la pared de cristal y el recipiente de agua de la serpiente. Me bast¨® una ojeada para saber qu¨¦ era aquello: el reptil hab¨ªa regurgitado el rat¨®n.
Ni siquiera quien haya visto la pel¨ªcula de terror Anaconda (1997) y c¨®mo la protagonista del t¨ªtulo se zampa entero a Owen Wilson puede llegar a imaginar el estado en que una serpiente vomita una presa medio digerida. Las culebras matan por constricci¨®n, que es un m¨¦todo bastante piadoso -las v¨ªctimas de los felinos, por ejemplo, tardan much¨ªsimo m¨¢s en morir- y que consiste en un repentino y f¨¦rreo abrazo con varias bobinas escamosas que provoca un casi instant¨¢neo paro cardiaco. Una vez muerta la presa es engullida entera, un proceso esforzado (no trate nunca de hacerlo) que obliga a lubricarla mediante las varias gl¨¢ndulas mucosas que la serpiente tiene en la boca y hacerla avanzar por el es¨®fago dilatado mediante movimientos de la musculatura axial hasta el est¨®mago, donde los jugos g¨¢stricos, con un PH muy ¨¢cido, cumplen su cometido.
La digesti¨®n de las serpientes es lenta y pesada. Y cuando potan, la visi¨®n es de ag¨¢rrate. John M¡¯Leod, cirujano naval digno de la pluma de Patrick O¡¯Brian que cont¨® sus aventuras en Voyage of His Majesty¡¯s Ship ¡®Alceste¡¯ along the coast of Corea and the island of Lewchew with an account of her subsequent shipwreck, ese best-seller, incluye en su relato la historia acerca de una pit¨®n reticulada de Borneo que fue enviada a Inglaterra a bordo del Caesar. La enorme serpiente viajaba en una caja de madera, mientras que iban tambi¨¦n a bordo seis cabras como comida para el reptil. Se le dio la primera -m¨¢s o menos como yo el rat¨®n a mi culebra- y fue devorada, pero a la altura del Cabo de Buena Esperanza el ofidio se sinti¨® indispuesto y vomit¨®, probablemente, seg¨²n el cirujano, debido al mareo. Cuando el barco llegaba a Santa Helena, la pit¨®n muri¨®. No he podido saber si se trataba de la misma pit¨®n que Napole¨®n ard¨ªa en deseos de ver -su exilio en la isla no le procuraba mucho entretenimiento y despu¨¦s de Waterloo todo te parece insulso-. En otro caso de indigesti¨®n, una anaconda de 65 kilos y cerca de cinco metros del Steinhart Aquarium de San Francisco muri¨® tras comerse por error una enorme planta de pl¨¢stico. He le¨ªdo de una serpiente ¨ªndigo (Drymarchon corais) de EE UU a la que encontraron aliment¨¢ndose de la cabeza decapitada de un tibur¨®n, que ya es imagen.
Que las serpientes se equivoquen en lo que comen no es inhabitual, aunque s¨ª preocupante si te confunden a ti con un pecar¨ª, por ejemplo, que es lo que le sucedi¨® -probablemente- a un individuo llamado Vargas con una anaconda. Lo que mi culebra desembuch¨® bien pod¨ªa haber sido un pecar¨ª o el propio Vargas: ten¨ªa forma ahusada, color oscuro y una textura viscosa. Ol¨ªa a mil diablos y no me quedaba otra que sacar aquella cosa del terrario. Lo intent¨¦ con un tenedor, pero resbalaba. Me ayud¨¦ entonces con una cuchara. A todo esto, la serpiente me miraba con cara de pocos amigos mientras se balanceaba como una mamba resacosa. Intranquilo, acab¨¦ cogiendo el roedor rechazado, esa especie de p¨²trido revenant, por la cola (s¨ª, a¨²n ten¨ªa la cola, aunque muy ajada) y lo extraje a punto de vomitar yo mismo.
He le¨ªdo luego que la causa m¨¢s probable de que la culebra regurgitara es que estaba medio hibernada y en esa situaci¨®n, el metabolismo reducido no le da para una digesti¨®n normal. Mervin. F Roberts en su ¨²til manual de cuidado de serpientes, adem¨¢s de recomendar no adquirir nunca una boa cubana (¡°tres metros y car¨¢cter maligno. Ev¨ªtela¡±), recalca que alimentar a una culebra en estado semilet¨¢rgico es una mala costumbre, ya que puede ocasionar trastornos digestivos (el subrayado es m¨ªo) e incluso la muerte del esp¨¦cimen. Pero sosteniendo el resto me dio en pensar que lo que hab¨ªa vomitado la serpiente era en realidad esta entera Navidad, hecha de malos rollos, miedos, malas decisiones y polvorones y turrones atragantados. Lanc¨¦ a la basura al pobre rat¨®n de vida malgastada y corr¨ª al lavabo a sacarlo todo, pensando en que a¨²n quedaba por ver, ay, c¨®mo vamos a digerir las uvas.
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