El cronista que ten¨ªa rayos X en los ojos
Una biograf¨ªa de pr¨®xima aparici¨®n desentra?a los comienzos del escritor, periodista y cineasta Gonzalo Su¨¢rez
Entreg¨® en un peri¨®dico donde no lo conoc¨ªan una entrevista an¨®nima al entrenador de f¨²tbol m¨¢s famoso de aquel tiempo y se fue al cine a ver El hombre con rayos X en los ojos. Eran las cuatro de la tarde del 3 de noviembre de 1960; Gonzalo Su¨¢rez ven¨ªa de Mil¨¢n, donde ojeaba para el Inter que dirig¨ªa Helenio Herrera. HH era el compa?ero sentimental de su madre y cre¨ªa que Gonzalo pod¨ªa promoverlo otra vez en Espa?a, para acercarse al Bar?a. Por eso le pidi¨® que fuera ¨¦l quien lo entrevistara. Con esos papeles entr¨® en la revista Dicen. Horas despu¨¦s estaba a punto de convertirse en el germen de una leyenda del periodismo deportivo y de la literatura en espa?ol.
Al volver de ver la pel¨ªcula con Ray Milland hab¨ªa revuelo en Dicen, donde el que luego ser¨ªa autor de la novela Rocabruno bate a Ditirambo terminar¨ªa siendo el m¨¢s famoso de los escritores de f¨²tbol y de boxeo de la siguiente d¨¦cada. Fue luego, adem¨¢s, director de cine, pero su literatura, que tiene en Kafka y en Cort¨¢zar algunos de sus antecedentes, sigue siendo la se?a de identidad de un tipo al que no podr¨¢n clasificar ni los mejores ojeadores de mariposas.
Aquella entrevista se public¨® el 4 de noviembre. En Dicen no hab¨ªa nadie cuando la entreg¨®, pero cuando regres¨® del cine all¨ª hab¨ªa un revuelo. Un amigo suyo, el publicista Rafael Sarr¨®, le hab¨ªa dicho que Mart¨ªn era un buen nombre para una firma de periodismo deportivo y recurri¨® para completarla el apellido de su mujer (H¨¨lene) Girard, y as¨ª entr¨® en una historia cuya biograf¨ªa desentra?a minuciosamente Esteve Riambau para un libro que publicar¨¢ pronto Anagrama.
HH ten¨ªa buen ojo, no solo para el f¨²tbol. Gonzalo Su¨¢rez ya escrib¨ªa muy bien, porque detr¨¢s ten¨ªa la biblioteca de su padre, profesor de Literatura, y la agilidad de un felino que lleva restos de adjetivos en sus fauces. Ya era el ser metaf¨®rico que es hoy y don Helenio lo sab¨ªa. La entrevista se titul¨® Desde Mil¨¢n HH se defiende; y como Dicen le abri¨® esa compuerta, el 30 de diciembre de aquel a?o ya se arriesg¨® con la grandilocuencia que la historia pod¨ªa darle a su personaje: La campa?a italiana de Napole¨®n Herrera.
Gonzalo Su¨¢rez ten¨ªa lectura y rayos X en los ojos, y al tiempo que inauguraba una etapa a partir de las principales haches mudas de la historia del f¨²tbol, lo intentaba con el cine. Muratti, presidente del Inter, apoy¨® con su dinero esas primeras incursiones de las que nacer¨ªa Ditirambo.
El escritor se fue haciendo a la vez, combinando el estupor de sus descubrimientos con el aliento que le daba Raymond Chandler, pimienta y aire de sus cr¨®nicas. Todo lo que escribi¨® lo hab¨ªa visto, pero desde el lado invisible de los sitios era el ¨²nico capaz de contar c¨®mo Alfredo Di St¨¦fano acababa un cigarrillo una vez concluido el partido y prosperaba el humo en el vestuario. Fue un adelantado de Gay Talese, que hizo de la gripe de Frank Sinatra un acontecimiento ¨²nico en el periodismo de esta clase.
No escribi¨® entonces, ni escribe ahora (public¨® en 2019 La musa intrusa, en Literatura Random House, con una cita de Luis Bu?uel en portada: ¡°Ese chico al que le brillan tanto los ojos¡±), consciente de que la imaginaci¨®n, la loca de su casa, lo anima. Al contrario, desde que contemplaba a los futbolistas o a los boxeadores salpicando de pesadillas sus sue?os la realidad fue su veraz alimento. ¡°Sab¨ªa que la realidad estaba en mis manos, porque yo no ten¨ªa intenci¨®n de tergiversarla, al contrario: quer¨ªa aplicarle el punto de vista de Chandler, de Hammett¡¡±. De Talese. ¡°A Talese no lo he conocido. Es posible que todos sean posteriores a m¨ª, pero yo no sab¨ªa que yo era anterior a todos. Me es igual, porque yo no creo en el tiempo¡±.
No ten¨ªa pretensi¨®n alguna, ni de ser escritor, ni de ser cineasta. Quer¨ªa precisar el momento, agarrarlo como un impresionista contempla el efecto de una pincelada. No quer¨ªa ser un autor, pretend¨ªa ser un disc¨ªpulo de Freud adentr¨¢ndose en un bosque de Tanganica. Y as¨ª simula que es Madrid, cuando sale a caminar como si fuera a dejar en cualquier buz¨®n, an¨®nima, una cr¨®nica sobre el esp¨ªa que le da luz a sus ojos.
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