Camarena: cuando la grandeza se demuestra en la debilidad
El mexicano acaba como puede el ¨²ltimo recital de su gira espa?ola en Madrid aclamado por el p¨²blico
En la semana grande de la tos, Javier Camarena recal¨® en Madrid. Como no pod¨ªa ser menos, lleg¨® afectado por un catarro y eso trastoc¨® los planes del recital con el que cerraba su gira espa?ola, acompa?ado por el cubano ?ngel Rodr¨ªguez al piano. Quienes entraron a las 22.30 del viernes al Auditorio Nacional con la intenci¨®n de dejarse seducir por las dotes y el talento superdotado del tenor mexicano salieron con otra certeza: que los elegidos demuestran precisamente su grandeza en la debilidad.
Camarena no lo ocult¨®. El aplauso con que el p¨²blico madrile?o lo recibi¨® requer¨ªa franqueza. Pocas ciudades en el mundo reciben al cantante con ese calor. En cada visita, Camarena ha ido subiendo pelda?os hasta colocarse en un t¨² a t¨² con las leyendas del pasado. En su ¨²ltima visita hab¨ªa reforzado su poder. No existe para Madrid nadie que ahora se le compare. El bis que el Teatro Real le arranc¨® en L¡¯elisir d¡¯amore (Donizetti) y la exhibici¨®n que se marc¨® durante diciembre en las representaciones de Il Pirata (Bellini) lo han consagrado como el n¨²mero uno entre las preferencias presentes de los aficionados.
Antes de lanzarse a la primera nota del programa explic¨®, m¨¢s o menos, que har¨ªa lo que su estado le permitiera. No estaba previsto que fuera una sesi¨®n larga. M¨¢s bien, exquisita, de haber finalizado con el guion establecido. Hora y media de canto exigente, con una primera parte dedicada al repertorio franc¨¦s para terminar con cuatro piezas italianas.
El tenor s¨®lo pudo cumplir la primera, pero aquellos apenas 20 minutos de canto fueron dignos de verse. Las cuatro piezas iniciales quiso Camarena interpretarlas al m¨¢ximo nivel: sin trucos ni atajos. De frente. Y aquello repercut¨ªa visiblemente, no s¨®lo en su voz, sino en su estado de ¨¢nimo. Nadie hubiera dicho en cambio que se encontrara mermado cuando enton¨® Salut! Demeure chaste et pure, del Fausto de Gounod. El mexicano se esforzaba por cantar hacia los cuatro ¨¢ngulos del escenario. Para que le escucharan con la misma intensidad quienes se sentaban delante, detr¨¢s y a los lados. En eso, Camarena resulta especial a la hora de establecer complicidades. Reparte un sentido igualitario sobre la taquilla que le hace sumar adeptos. Demuestra un especial sentido del respeto hacia quien lo sigue, pague lo que pague.
Con Vainemente, ma bien¨Caim¨¦e, de Le roi D¡¯Ys (?douard Lalo) tampoco pod¨ªa pronosticar el p¨²blico la gravedad de la situaci¨®n. Camarena dio muestra de sus mejores dotes intimistas pero algo pareci¨® fallar cuando al terminar el aria sali¨® del escenario. Le esperaban dos fragmentos de Donizetti: uno asequible, el otro, endiablado, pese a que le ha dado gloria en todo el mundo: Ah mes amis, quel jour de f¨¦te, de La fille du r¨¦giment, con sus nueve dos de pecho. Los dio¡ Aunque, para el ¨²ltimo, indic¨® con la mano al pianista que se detuviera un instante ¨Cque se hizo largo- antes de entonarlo.
El descanso fue un hervidero de corrillos: ?podr¨¢? Quedaban en el programa obras de Rossini, Donizetti y Verdi. En esas condiciones, con la debilidad que mostraba en los pian¨ªsimos y la autoexigencia que se hab¨ªa impuesto a s¨ª mismo, resultaba casi un suicidio. Nadie quer¨ªa ponerse en su piel y el p¨²blico hab¨ªa tenido suficiente al verle librar esa lucha entre lo que deseaba dar y lo que sus facultades le permit¨ªan.
Sali¨® de nuevo Camarena tras el descanso: ¡°Les tengo dos noticias. Una mala y otra peor¡¡±. Sustituy¨® el programa por una selecci¨®n de canciones mexicanas que no se lo llevaran por delante. Quiso terminar con la romanza de La tabernera del puerto. Y ya se sabe que cuando eso suena, el p¨²blico de Madrid lo perdona todo. En nuestro recuerdo quedar¨¢ fijada esa primera parte tan intensamente como vamos a olvidar la segunda. Cabe preguntarse tambi¨¦n por qu¨¦ asumir tanto riesgo. La respuesta la tiene ¨¦l y s¨®lo ¨¦l. Lo que queda claro es que a nadie beneficia forzar de esa manera la m¨¢quina. Ni al cantante ni al p¨²blico, que tanto le debe y admira, pero no hasta el punto de verle sufrir as¨ª.?
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