Sartre y el gran sol f¨²nebre de la gloria
La posteridad es esquiva con el autor de la 'La n¨¢usea' como lo fue con Camus, por ser incapaces de sintonizar con los que ajustician o perdonan
No, no ha tenido Jean-Paul Sartre ¡°una posteridad amable¡±, y no la tendr¨¢ porque los clarines que ajustician o perdonan est¨¢n apagados para ¨¦l, en las librer¨ªas y en los peri¨®dicos. A Sartre hoy se ha acercado la muy amable, y profunda, pluma de Marc Bassets en EL PA?S para decir precisamente eso, que a los cuarenta a?os de su muerte la posteridad sigue siendo esquiva con el autor de La n¨¢usea.
Es una injusticia como la que ocurri¨® con Albert Camus, por cierto. El autor de El extranjero, por razones inversas por las que luego se ha sepultado dos veces a Sartre, estaba silenciado para la historia de la literatura porque, a principios de los noventa, segu¨ªa sin sintonizar con los que ajustician o perdonan y permanec¨ªa ausente de las estanter¨ªas y de la cita intelectual o period¨ªstica. En 1993, por ejemplo, permanec¨ªa sin ser reeditado en Espa?a, arrinconado en la zona sin fondo de la ¨¦poca, a¨²n dominada por el lugar com¨²n de buenos y malos a los que nos conden¨® aquella parte del siglo XX. En aquel entonces un buen editor generoso y culto, Rafael Mart¨ªnez Al¨¦s (al frente entonces de Alianza), le encarg¨® a otro editor, entonces en proceso de retirada, Jos¨¦ Mar¨ªa Guelbenzu, que preparara a Camus para salir de nuevo al campo. No fue tan solo eso, naturalmente, lo que hizo que Camus abandonara la sombra, pero s¨ª contribuy¨® en gran medida a que ese extranjero en cualquier parte pasara a formar parte de la patria intelectual, literaria e incluso pol¨ªtica del futuro.
Mientras tanto, la estrella de Sartre contradec¨ªa sus propias ambiciones, pues, como hab¨ªa escrito en un impresionante pasaje de Las palabras, ¨¦l se figuraba, ya muerto, ¡°bajo el sol f¨²nebre de la gloria¡±. Esa gloria lo acompa?¨® hasta la hora de su despedida, tan potente en Par¨ªs, recoge Bassets en su cr¨®nica de hoy, como la que le dijo adi¨®s a Victor Hugo. A lo largo de las d¨¦cadas fue pregonado (por varias generaciones) como el gur¨² de los sucesivos tiempos. Su enorme erudici¨®n enciclop¨¦dica le sirvi¨® para desentra?ar las sombras del pensamiento pasado, y ¨¦l se empe?¨® en crear su propia idea de la vida y de la creaci¨®n literaria. Mezclado con su arrogancia intelectual y personal, asistido de una corte infinita de aduladores fan¨¢ticos, entre los que hubiera estado cualquiera de los que nos formamos en sus mejores tiempos, fue luego olvidado, antes incluso de su muerte, como un juguete roto, como una triste sombra de la inteligencia.
Si se lee hoy Las palabras, publicada en 1964, cuando ¨¦l ya hab¨ªa publicado muchos de sus libros y, sobre todo, La n¨¢usea, se podr¨ªa deducir que el fil¨®sofo literato de aquel entonces ya vio lo que se le ven¨ªa encima cuando la gloria fuera tan solo, como ¨¦l mismo escribi¨®, un resplandor f¨²nebre. Ese es un libro extraordinario, lleno de humor y de lecturas. Ah¨ª se muestra como un deudor de V¨ªctor Hugo, precisamente, y de Flaubert, un hombre que aspira, adem¨¢s, a emularlos y a superarlos, aunque sabe, como escribe, que el futuro que ¨¦l ya no controlar¨¢ lo har¨¢, en efecto, ¡°un rel¨¢mpago borrado por las tinieblas¡±.
El libro es un placer lleno de placeres. Es una descripci¨®n de varios amores, al abuelo, a la madre, que lo hicieron escritor, a la amistad y, en definitiva, al amor imposible y a la finitud. Es un libro lleno tambi¨¦n de la arrogancia sartriana (la arrogancia y lo contrario, hay una autodestrucci¨®n latente, un espejo permanentemente roto o a punto de ser destruido), en la que no falta la autocomplacencia: ¡°A los treinta a?os logr¨¦ el estupendo hecho de escribir en La N¨¢usea ¡ªse me puede creer que muy sinceramente¡ªla existencia injustificada, salobre, de mis cong¨¦neres y de poner a la m¨ªa fuera de causa¡±. Ese Sartre que parec¨ªa dos a la vez, uno de los cuales renegaba del otro, escrib¨ªa sobre el pasado anticipando esa posteridad sin lustre que le esperaba: ¡°Enga?ado hasta los huesos y confundido, escrib¨ªa alegremente sobre nuestra desgraciada condici¨®n. Era dogm¨¢tico y dudaba de todo, excepto de ser el elegido de la duda: restablec¨ªa con una mano lo que destru¨ªa con la otra y ten¨ªa a la inquietud por la garant¨ªa de mi seguridad: era feliz¡±.
Fue, en ese momento de su gloria, cuando el espejo le devolvi¨® el momento en que descubri¨® su fealdad y, a los siete a?os, se sent¨ªa como un muchacho que no tuviera billete para el viaje que le aconsejaban emprender. Le hab¨ªan dicho en la casa que ser¨ªa un escritor. En ese viaje estaba, en 1964, cuando descubri¨® que volv¨ªa a ser aquel ni?o y que la pared volv¨ªa a ser tan alta como su inseguridad. Abrumado por los fantasmas que en la ni?ez lo educaban para ser el due?o del mundo, se mostraba molesto con ¡°mi notoriedad actual¡±. ¡°No es la gloria¡±, dec¨ªa, ¡°ya que vivo, y esto basta sin embargo para desmentir mis viejos sue?os, ?o ser¨¢ que los sigo alimentando secretamente? Del todo, no¡±. La muerte siempre dict¨¢ndole la soluci¨®n, la desaparici¨®n tras el gran sol f¨²nebre de la gloria¡
El tormento del presente era la se?al del luto del futuro. ¡°Ya que he perdido la posibilidad de morir desconocido, me enorgullezco a veces de vivir mal conocido¡±. Estas frases finales de su impresionante autobiograf¨ªa, cubierto el tr¨¢nsito de su descubrimiento de las palabras, son el epitafio anticipado de lo que luego la posteridad le dar¨ªa: ¡°Nunca he cre¨ªdo ser el feliz propietario de un talento; [de] lo ¨²nico que se trataba era de salvarme ¡ªnada en las manos, nada en los bolsillos¡ª por el trabajo y la fe. (¡) Si coloco a la imposible Salvaci¨®n en el almac¨¦n de los accesorios, ?qu¨¦ queda? Todo un hombre, hecho de todos los hombres y que vale lo que todos y lo que cualquiera de ellos¡±.
En alg¨²n momento, en Las palabras, Sartre dice: ¡°A mi no me duran los rencores y confieso todo, complacientemente; estoy muy bien dotado para la autocr¨ªtica a condici¨®n de que no pretendan impon¨¦rmela. Han molestado mucho, en 1936 y en 1945, al personaje que ten¨ªa mi nombre; ?qu¨¦ tengo yo que ver con eso? Las afrentas recibidas las cargo en su d¨¦bito: ese imb¨¦cil ni siquiera sab¨ªa hacerse respetar¡±. La posteridad es esquiva desde que amanece en la tumba oscura. Si este libro se releyera habr¨ªa, al lado del ¡°sol f¨²nebre de la gloria¡±, el sonido de aquellos p¨¢jaros junto a los que, en la ni?ez, le empezaron a decir que los libros iban a ser su felicidad y su destino. Luego s¨®lo tuvo destino, y de momento este, como sugiere Marc Bassets en EL PA?S, cuarenta a?os despu¨¦s de la muerte de Sartre, le ha deparado al fil¨®sofo inseguro y feo una implacable posteridad.
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