Llamazares, contra la corriente del r¨ªo
El ¨¦xito de 'La lluvia amarilla' fue inversamente proporcional a la nula pretensi¨®n de llegar a nada del escritor leon¨¦s, en un periodo en que la palabra 'triunfo' entraba como una pasi¨®n enfermiza en la literatura espa?ola
Si se hubiera llamado en ingl¨¦s, por ejemplo, o en alem¨¢n, Julio Llamazares tendr¨ªa altares m¨¢s altos¡ en Espa?a. Pero ¨¦l no ha buscado altares, siempre ha ido en contra de la corriente del r¨ªo. Por eso se atrevi¨® a escribir, por ejemplo, La lluvia amarilla, este libro que, le¨ªdo ahora, tiene la misma y radical voluntad de poes¨ªa con la que ara?an la tierra, y lo que hay debajo de la tierra, aquellos capaces de combinar m¨²sica y rabia, ambici¨®n de decir y experiencia, met¨¢fora y niebla, el silencio, en fin, que tiene el aire de las ruinas.
La lluvia amarilla apareci¨® en 1989, cuando Llamazares ten¨ªa 33 a?os. Ahora, el 28 de marzo, acaba de cumplir 65. Tras aquel ¨¦xito que sigue siendo materia escolar y, tambi¨¦n, parte de la mejor memoria literaria y po¨¦tica de la segunda parte del siglo XX, su empe?¨® se desquit¨® de las alegor¨ªas falsas del triunfo y de otros oficios propios del envanecimiento. Con la constancia con que otros, a los que ¨¦l sigue viendo, cultivan la tierra, ¨¦l nunca dej¨® los territorios de los que viene, y a los que vuelve no s¨®lo en ¨¦pocas de ocio o alejamiento.
Como perdi¨® la tierra natal, Vegami¨¢n, en Le¨®n, sepultada por un aluvi¨®n industrial de agua, reh¨ªzo en otro sitio, tambi¨¦n existente y ya perdido, Ainielle, el ¨¢mbito de su met¨¢fora, la Espa?a desde?ada. La lluvia amarilla naci¨® de la contemplaci¨®n de ese espectro y se convirti¨®, cuando de la Espa?a vaciada s¨®lo sab¨ªan quienes sufr¨ªan el desd¨¦n pol¨ªtico de la geograf¨ªa, en el s¨ªmbolo mayor de la desertizaci¨®n interior del pa¨ªs.
Es dif¨ªcil encontrar, en el pasado de los libros y tambi¨¦n en su presente, un monumento igual a la palabra al servicio de la m¨²sica y, a la vez, a la voluntad de silencio que habita en esos pueblos y en esas almas. Ah¨ª est¨¢, como un antecedente ilustre, de silencio y m¨²sica, ?gata ojo de gato, de Caballero Bonald, o, m¨¢s cerca, En salvaje compa?¨ªa, de Manuel Rivas, y otros hay, claro, pero de barro y de palabra esos tres son referencias que si no las digo me enveneno de mentira. De vez en cuando en La lluvia amarilla se oye un sonido mayor, un ruido, pero todo lo que sucede parece provenir de un susurro de la tierra y del hombre muri¨¦ndose. Leer este libro, pues, es tocar un hombre, y nadie podr¨ªa decir que, aunque la met¨¢fora sea tan extrema, ese hombre no sea el autor, impulsado por lo que de realidad tienen los fantasmas que lo impulsan a recorrer la tierra que ha perdido.
El ¨¦xito de este libro fue inversamente proporcional a la nula pretensi¨®n de llegar a nada que ha adornado a su autor toda su vida. En el periodo en que la palabra triunfo entraba como una pasi¨®n enfermiza en la literatura espa?ola, La lluvia amarilla se abri¨® paso en las estanter¨ªas con la lentitud con la que el propio Llamazares abord¨® ese y sus restantes libros, e incluso su propio paso f¨ªsico sobre la misma tierra. Tanto quiso distanciarse del ¨¦xito como modo de conducta que, cuando m¨¢s maduro podr¨ªa estar su modo de decir, decidi¨® adentrarse en la Espa?a de las catedrales para escribir, tras ese viaje al centro del esp¨ªritu monumental y religioso del pa¨ªs, dos vol¨²menes que ahora se tienen como ejemplar reportaje, literario y po¨¦tico, de lo que este pa¨ªs es por dentro. Las catedrales. Ainielle y las catedrales. Dos realidades del mismo pa¨ªs, dos oraciones de la dif¨ªcil sintaxis de la misma historia.
La lluvia amarilla es tambi¨¦n un reportaje, porque todo lo que dice puede ser atribuido a alguien que se pasea por las ruinas de su memoria
Dos encuentros, pues, de Llamazares con la historia que lo sustenta. En ese sentido, aunque sea ficci¨®n (y ¨¦l lo declara nada m¨¢s abrir el libro), La lluvia amarilla es tambi¨¦n un reportaje, porque todo lo que dice (en un caso, la cr¨®nica de la ¨²ltima temporada de un hombre en el infierno de la soledad; en el otro, la lucha del hombre por estar cerca del cielo) puede ser atribuido a alguien que se pasea por las ruinas en las que vive su memoria o por la grandeza de la ambici¨®n de quien quiere ara?ar el para¨ªso que pregona el firmamento.
El protagonista de La lluvia amarilla, el hijo huidizo, la mujer enajenada, la perra, los fantasmas que vienen a verle en la cocina, junto al lecho, y que se adentran en su propio progreso de locura, son personas y hechos que infunden en el ¨¢nimo del lector la sensaci¨®n de que ¨¦l mismo es el que se halla ¡°erguido a¨²n, a duras penas, sobre la podredumbre de la hiedra y el olvido, y, luego, al fondo, recort¨¢ndose en el cielo, el perfil melanc¨®lico de Ainielle: ya frente a ellos, muy cercano, mir¨¢ndoles fijamente desde los ojos huecos de sus ventanas¡±.
Los que tenemos la quiz¨¢ funesta, pero inevitable, man¨ªa de subrayar lo escrito podr¨ªamos acabar subrayando todo el libro, y podr¨ªa decir que no s¨®lo l¨ªnea a l¨ªnea sino verso a verso, pues todas las p¨¢ginas est¨¢n hechas como si este hombre, Julio Llamazares, se hubiera sentado al borde del Ainielle en ruinas y estuviera contemplando, tambi¨¦n, las habitaciones vac¨ªas, ya tel¨²ricas y fantasmales, del Vegami¨¢n que ya no pueden pisar los pies con los que m¨¢s tarde transit¨® por la geograf¨ªa extra?a, tan p¨¦treas, tan imperecederas, de las catedrales.
Le¨ªda cuando el mundo a¨²n proporcionaba cumplea?os felices, rele¨ªda ahora en los mediod¨ªas de las alegor¨ªas del confinamiento, La lluvia amarilla sugiere el aliento de una llamada de socorro de una tierra que ya ha decidido que no quiere salvarse. Releerla es habitar de nuevo una realidad cuyos fantasmas es posible que ya seamos nosotros mismos.
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