Gente que he conocido
Me gusta preservar el recuerdo de Juan Genov¨¦s y Elena Aub, transmitirlo a otros m¨¢s j¨®venes, igual que ellos me trasmitieron a m¨ª sus recuerdos de gente a la que hab¨ªan conocido
Leo en el peri¨®dico que ha muerto Juan Genov¨¦s y al d¨ªa siguiente me entero nada m¨¢s abrirlo de que ha muerto Elena Aub. Un signo de que uno va haci¨¦ndose mayor es la frecuencia con que lee necrol¨®gicas de gente a la que ha conocido. Durante muchos a?os yo tuve un trato intermitente y cercano con Elena Aub, m¨¢s hecho de cartas y luego de correos electr¨®nicos que de encuentros personales. A Juan Genov¨¦s le tuve admiraci¨®n desde mucho antes de conocerlo. El a?o en que cumpli¨® 80 a?os me invitaron a escribir el texto para un libro sobre su pintura, y gracias a ese encargo tuve la oportunidad de visitar su casa y su estudio, de verlo trabajar y conversar mucho con ¨¦l. Los pintores a los que he conocido son extraordinariamente articulados cuando explican su trabajo o cuando reflexionan sobre el arte, o sobre el mundo visual. Hablan con la precisi¨®n del que lleva toda la vida dedicado a un oficio. Yo empec¨¦ a aprender de verdad sobre arte escuchando a Jos¨¦ Guerrero en Granada, a principios de los a?os ochenta, y fij¨¢ndome en las cosas que hac¨ªa con sus manos grandes y ¨¢speras, fornidas en la vejez, manos de carpintero o de ebanista. Tambi¨¦n Juan Genov¨¦s ven¨ªa de una familia trabajadora, de la ilustraci¨®n popular y republicana de Valencia, y ese origen, sellado por la memoria infantil de la guerra, y por el espanto de lo que vino despu¨¦s, marc¨® su identidad de artista y su conciencia pol¨ªtica.
Cuando conoc¨ª a Juan Genov¨¦s, su obra m¨¢s reproducida, ¡®El abrazo¡¯, llevaba 30 a?os sepultada en los almacenes del Reina Sof¨ªa
Una vez, mientras preparaba con ¨¦l aquel libro, quedamos para comer en un restaurante de arroces. Yo llegu¨¦ un poco antes y me sent¨¦ a esperarlo en un banco. Vi a Juan acercarse al restaurante, con su chaqueta negra que ten¨ªa algo de blusa de artesano, sus gafas, su corte de pelo sumario, su flequillo como de Bertolt Brecht, sus andares ligeros, a pesar de los a?os, apenas con un punto de fragilidad, su manera de fijarse en las cosas, entre abstra¨ªdo y alerta. Espa?a es un pa¨ªs tan desmemoriado que hasta los que se dicen partidarios de la memoria hist¨®rica contribuyen con su sectarismo a la gran amnesia general. Juan Genov¨¦s, a los 80 a?os, era un pintor que hab¨ªa alcanzado una admirable libertad personal y que atesoraba en su biograf¨ªa todo el dolor y todo el coraje de la resistencia antifranquista; tambi¨¦n era un maestro que no hab¨ªa dejado de experimentar con su trabajo desde los a?os sesenta, en sinton¨ªa con lo mejor que suced¨ªa en su tiempo y tambi¨¦n en revuelta constante contra lo establecido, contra las ortodoxias de la vanguardia igual que contra las de la tradici¨®n. Juan Genov¨¦s se hab¨ªa jugado la vida y la libertad militando en el Partido Comunista contra la dictadura y hab¨ªa creado un mundo visual plenamente suyo y contempor¨¢neo, y se hab¨ªa asomado a un ¨¦xito internacional no alcanzado entonces por casi ning¨²n otro pintor espa?ol de su generaci¨®n. Pero cuando yo lo conoc¨ª su nombre estaba m¨¢s bien ausente en el repertorio oficial del arte espa?ol, y el original de su obra m¨¢s reproducida, El abrazo, llevaba, como dec¨ªa ¨¦l, 30 a?os sepultado en los almacenes del Museo Reina Sof¨ªa.
A Genov¨¦s estos desdenes le provocaban disgusto, o tristeza, pero no amargura. Estaba demasiado ocupado pintando como para perder el tiempo o la energ¨ªa prodigiosa de su esp¨ªritu, su afici¨®n por su arte, el j¨²bilo tan visible que le produc¨ªa el trabajo, el simple hecho de encontrarse en su taller, de levantarse sin pereza mucho antes del amanecer para disfrutar de la m¨¢xima concentraci¨®n, el puro sosiego del silencio, de la llegada lenta de la luz del d¨ªa y los rumores del mundo mientras ¨¦l se afanaba. Dec¨ªa que el miedo hab¨ªa sido una presencia constante en su vida, pero que la gran novedad de la vejez hab¨ªa sido la desaparici¨®n del miedo frente al cuadro: si sal¨ªa mal, pintar¨ªa otro; si no gustaba a los cr¨ªticos, tampoco pasaba nada. No estaba posando cuando dec¨ªa estas cosas. Viejo, todav¨ªa no anciano, irradiaba una mezcla afable de libertad y rectitud, de paz de esp¨ªritu y radicalismo contra las injusticias del mundo, contra un presente en el que hab¨ªa visto malograrse algunas de las esperanzas m¨¢s razonables de su juventud.
Conoc¨ª menos a Elena Aub, pero intuyo que sus largos a?os de vida en Espa?a no hab¨ªan borrado su sentimiento de exilio, igual que no hab¨ªa llegado a perder un rastro del acento de M¨¦xico. Elena, un a?o m¨¢s joven que Juan Genov¨¦s, hab¨ªa nacido tambi¨¦n en Valencia, y hab¨ªa sido ni?a de la Rep¨²blica y la guerra, pero ella fue de los que se marcharon. Juan Genov¨¦s pintaba con una voluntad simult¨¢nea de expresi¨®n libre y de resistencia pol¨ªtica. Elena Aub vindicaba la obra literaria de su padre, Max Aub, y al hacerlo estaba defendiendo tambi¨¦n la cultura republicana y desterrada a la que su padre hab¨ªa pertenecido, la otra Espa?a que a pesar del regreso de las libertades no parec¨ªa encontrar un lugar verdadero en el presente, integrarse en una memoria viva, est¨¦tica y civil.
No fue el miedo, ni la presunta perduraci¨®n del franquismo, lo que malogr¨® esa reconstituci¨®n generosa de la cultura espa?ola. Fue la desgana, el aturdimiento, la fascinaci¨®n por la moda, que es todav¨ªa m¨¢s poderosa en la literatura y en las artes que en la indumentaria. Elena Aub se encontr¨® muchas veces muy sola en la tarea de preservar el legado de su padre, muy desasistida por las instituciones que m¨¢s habr¨ªan debido ayudarla. Juan Genov¨¦s ha muerto sin tener la gran exposici¨®n que merec¨ªa, y a Max Aub, en 2017, un Ayuntamiento al parecer progresista lo quiso despojar de uno de los pocos reconocimientos oficiales que tuvo nunca en Espa?a, su nombre en una peque?a sala de teatro en el Matadero.
A m¨ª me gusta haber conocido a Juan y a Elena, preservar su recuerdo, transmitirlo a otros m¨¢s j¨®venes, igual que ellos me trasmitieron a m¨ª sus recuerdos de gente a la que hab¨ªan conocido. Jos¨¦ Guerrero me leg¨® el recuerdo de haber visto a Garc¨ªa Lorca en Granada, y a Jackson Pollock y Willem de Kooning en Nueva York. A Juan Genov¨¦s le ped¨ª que me contara con todo detalle uno de sus recuerdos personales m¨¢s queridos: una tarde, en Nueva York, cuando era muy joven, en su primera exposici¨®n en la ciudad, cuando ya estaba a punto de cerrar la galer¨ªa, vio entrar a un hombre de aire t¨ªmido que miraba muy atentamente los cuadros y que era Mark Rothko.
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