Los misterios y los d¨ªas
Resulta emocionante leer los relatos de Edgar Allan Poe sobre Auguste Dupin, el primer detective de la narrativa literaria
1. Sabueso
La lectura de Los misterios de Auguste Dupin (Perif¨¦rica) resulta tan emocionante como asistir al nacimiento y consolidaci¨®n de uno de esos personajes-mundo que, como Don Juan o Robinson Crusoe ¡ªmutatis mutandis¡ª, han sido el origen de una larga y siempre renovada progenie literaria. El tomito, muy bien traducido por ?ngeles de los Santos, re¨²ne los tres ¨²nicos relatos (Los cr¨ªmenes de la Rue Morgue, 1841; El misterio de Marie Rog¨ºt, 1842; La carta robada, 1844) de Edgar Allan Poe (1809-1849) protagonizados por el chevalier Auguste Dupin, considerado el primer detective por todos los estudiosos de la narrativa policiaca.
Ya en el primero de esos ¡°cuentos de raciocinaci¨®n¡±, como gustaba llamarlos al autor, asistimos al nacimiento del m¨¦todo y de las reglas de juego que emplear¨¢n muchos sabuesos posteriores. Y tambi¨¦n al car¨¢cter, los tics y los motivos y rituales que acompa?ar¨¢n a esa mezcla de genio art¨ªstico y mente cient¨ªfica que es Dupin y que pasar¨¢n, con muy pocas variantes estructurales, a su m¨¢s famoso descendiente: Sherlock Holmes. Resulta significativo al respecto recordar aqu¨ª la opini¨®n condescendiente y, sin duda, un punto rencorosa que a Holmes le merec¨ªa su antecesor, sobre quien en Estudio en escarlata (1887; fue la primera novela que protagoniz¨® el sabueso de Baker Street) le confiesa a Watson: ¡°Ya s¨¦ que usted cree halagarme compar¨¢ndome a Dupin. Pero, en mi opini¨®n, Dupin era un hombre que val¨ªa muy poco¡±, para a?adir despu¨¦s que sus ¡°trucos¡± le resultaban petulantes y superficiales.
Como ocurrir¨¢ en los casos del brit¨¢nico, Dupin tiene un narrador (sin nombre) que, como despu¨¦s el doctor Watson, comenta y escribe (para nosotros, los lectores) sus aventuras; fuma en pipa, considera muy superior su inteligencia aristocr¨¢tica a la majader¨ªa burguesa y adocenada de la polic¨ªa oficial, incapaz de ver lo que tiene ante los ojos y que se halla muy lejos de percibir lo sucedido (primero intuici¨®n, luego deducci¨®n), al contrario que el singular poeta-matem¨¢tico (literalmente) que es Dupin.
Poe inventa tambi¨¦n, para el lucimiento de su detective, el problema de la habitaci¨®n-cerrada: c¨®mo es posible, si todo estaba bien cerrado por dentro, que alguien (o algo) mutilara horriblemente a Madame L¡¯Espanaye, la v¨ªctima de la calle Morgue. Dupin, un personaje con los atributos morales del romanticismo tard¨ªo, se mueve por un Par¨ªs sombr¨ªo y s¨®rdido (como el que refleja Eug¨¨ne Sue), pero puede tambi¨¦n resolver el misterio sin salir de sus cuatro paredes (El misterio de Marie Rog¨ºt): le basta con meditar mientras expulsa el humo del tabaco que se quema en su pipa de espuma de mar. El relato, que nunca tuvo cr¨ªticas un¨¢nimes, fue considerado por Baudelaire una de las obras maestras de Poe. Por ¨²ltimo, el estupendo cuento La carta robada, adem¨¢s de ser un ejemplo mucho m¨¢s maduro del estilo de Dupin, sirvi¨® en las d¨¦cadas de los sesenta y setenta del siglo pasado como pretexto para grandes debates te¨®ricos en los que se dirimieron importantes cuestiones acerca de los m¨¦todos y principios de la teor¨ªa literaria y del psicoan¨¢lisis: el estructuralista Lacan le dedic¨® un seminario (1955) cuyas conclusiones fueron muy criticadas por la lectura deconstructiva de Derrida y por otros te¨®ricos, desde Foucault o Barbara Johnson (para quien la carta robada era para la reina un sustituto del falo) hasta el siempre omn¨ªvoro Zizek.
2. Fecha
S¨ª, aunque resulte dif¨ªcil creerlo, hay vida en la no-ficci¨®n despu¨¦s de El infinito en un junco, el ensayo de Irene Vallejo que lleg¨® a Siruela con un pan debajo del brazo (en la editorial de la calle de Almagro ya hab¨ªan tenido otra reciente experiencia con Imperiofobia y leyenda negra, de Mar¨ªa Elvira Roca Barea, 27 ediciones) y catapult¨® a su gentil autora ¡ªque tuvo el talento de contar de modo diferente, y en el momento nost¨¢lgico apropiado, lo que ya se hab¨ªa contado¡ª al olimpo de la fama y de los opinadores m¨¢s disputados. Los editores espa?oles siguen apostando por la no-ficci¨®n, incluso invent¨¢ndose series de encargo.
Jordi Canal es el director de la colecci¨®n La Espa?a del siglo XX en Siete D¨ªas (ESXX7D), un proyecto apadrinado por Taurus en el que se elige un d¨ªa, un mes y un a?o concreto cuya focalizaci¨®n resulte significativa (¡°no todos los d¨ªas son iguales¡±, reza el motto de la serie) para expresar las ansiedades, problem¨¢ticas e ilusiones del momento y de quienes lo protagonizaron o encarnaron. Por supuesto, este tipo de ensayos de vocaci¨®n m¨¢s o menos transversal ya se conoc¨ªa anteriormente: hace unos a?os, la mirada ¡°concentrada¡± abarcaba algo m¨¢s dilatado que la semana en la que se centra la ESXX7D; recuerden, por ejemplo, 1913. Un a?o hace cien a?os, de Florian Illies (Salamandra), uno m¨¢s en una fecunda moda editorial en la que se tomaba como objeto un a?o en que cristalizaba determinado Zeitgeist.
La serie de Taurus se concentra en un siglo XX ¡°largo¡±(1898-2004) y hasta la fecha solo han aparecido los dos primeros vol¨²menes: 23 de febrero de 1981: el golpe que acab¨® con todos los golpes, de Juan Francisco Fuentes, que a¨²n no he podido leer, y el estupendo 17 de diciembre de 1927: el triunfo de la literatura, del maestro Jos¨¦-Carlos Mainer, focalizado en el acto de homenaje a G¨®ngora en el Ateneo sevillano, considerado el acto fundacional de lo que ser¨ªa la generaci¨®n del 27.
En las pr¨®ximas semanas o meses se publicar¨¢n los otros cinco, a cargo de historiadores como Tom¨¢s P¨¦rez Vejo (3 de julio de 1898), Pilar Mera (18 de julio de 1936), Antonio Rivera (20 de diciembre de 1973; asesinato de Carrero Blanco), Jordi Canal (25 de julio de 1992; Juegos Ol¨ªmpicos de Barcelona) y Mercedes Cabrera (11 de marzo de 2004; masacre terrorista en Madrid). Una serie, sobre el papel, para tener muy en cuenta.
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