Malditas preguntas y benditas respuestas
Richard Taruskin, musico?logo tan admirado como temido, publica un nuevo libro en el que recupera temas como la autonomi?a este?tica, la censura y la sociologi?a del gusto
Un brillante music¨®logo h¨²ngaro, P¨¢l L¨¢ng, que decidi¨® rebautizarse como Paul Henry Lang tras emigrar muy joven a Estados Unidos, public¨® en 1941 un largo ensayo titulado La m¨²sica en la civilizaci¨®n occidental que, a¨²n hoy, sigue reedit¨¢ndose. Richard Taruskin naci¨® cuatro a?os despu¨¦s en Nueva York, pocos meses antes del final de la Segunda Guerra Mundial, y los caminos de ambos se cruzar¨ªan en la Columbia University, uno como profesor y el otro como alumno. El mayor homenaje de Taruskin a quien ha calificado de ¡°un ap¨®stol de la historia de las ideas en una ¨¦poca de positivismo¡±, la mejor manera de corresponder a ¡°los muchos regalos recibidos de mi viejo maestro¡±, llegar¨ªa muchos a?os despu¨¦s, con la publicaci¨®n, en 2005, de los seis vol¨²menes que integran su propia Historia de la m¨²sica occidental, un macroensayo de m¨¢s de 4.000 p¨¢ginas publicado por Oxford University Press en el que es dif¨ªcil encontrar una sola frase convencional, inerte o prescindible. Ambos son ensayos de autor, no historias al uso, escritos por una ¨²nica y poderosa mente rectora con el noble af¨¢n de poner a la m¨²sica, a su largo decurso hist¨®rico, al mismo nivel de la literatura o las artes pl¨¢sticas, al tiempo que entretejida con ellas y con los contextos sociales e ideol¨®gicos que la vieron nacer.
Lang tuvo el honor de suceder al gran Virgil Thomson como cr¨ªtico musical del New York Herald Tribune (el peri¨®dico que vend¨ªa Jean Seberg en ? bout de souffle), fue uno de los padres fundadores de la Sociedad Estadounidense de Musicolog¨ªa y su muerte, a los 90 a?os, dej¨® inconcluso un libro sobre la pr¨¢ctica interpretativa de la m¨²sica antigua, un tema que le interesaba sobremanera, ya que recelaba, a menudo mordazmente, de lo que luego vendr¨ªa en llamarse la interpretaci¨®n hist¨®ricamente informada. Taruskin acaba de cumplir tres cuartos de siglo de vida, ha escrito durante a?os para The New York Times y The New Republic, vive por y para la musicolog¨ªa, y en 1995 public¨® Text & Act, cuyo t¨ªtulo queda explicado a poco de comenzada su lectura: ¡°La fuente de error es la confusi¨®n de un objeto f¨ªsico (texto) con un acto (interpretaci¨®n) y una idea (obra)¡± (p¨¢gina 39). El ensayo conten¨ªa una andanada tras otra contra las pretensiones de autenticidad del movimiento interpretativo historicista. Sirva un solo bot¨®n de muestra casi a modo de sentencia judicial de un music¨®logo que es tambi¨¦n violagambista y un reconocido experto en la polifon¨ªa del Renacimiento: ¡°Mantengo que la interpretaci¨®n ¡®hist¨®rica¡¯ no es hoy d¨ªa realmente hist¨®rica; que un barniz enga?oso de historicismo cubre un estilo interpretativo que pertenece por completo a nuestra ¨¦poca y que es, de hecho, el estilo m¨¢s moderno que pueda encontrarse; y que el soporte hist¨®rico ha ganado su amplia aceptaci¨®n y, sobre todo, su viabilidad comercial precisamente gracias a su novedad, no a su antig¨¹edad¡± (p¨¢gina 102).
Lang pod¨ªa ser un ¡°cascarrabias¡± (como lo calific¨® The New York Times en el obituario que public¨® tras su muerte en 1991) con sus discrepantes, pero Taruskin es un polemista feroz, c¨¢ustico, implacable. Ninguna m¨²sica, sea del siglo que sea, le es ajena y jam¨¢s ha rehuido el combate cuerpo a cuerpo (o, mejor, mente a mente) con la legi¨®n de adversarios a los que se ha enfrentado sin m¨¢s armas que un ingenio ¨¢cido y casi siempre certero. Lo habitual es que sus razonamientos se dilaten durante p¨¢ginas y p¨¢ginas, pero a veces dispara dardos fin¨ªsimos con tan solo un par de palabras: ¡°el General¨ªsimo Boulez¡±, o Glenn Gould retratado como un ¡°arrogante Alberico¡± objeto de adulaci¨®n modernista. No se han librado de sus invectivas ni sus colegas ni los compositores a los que admira: de Nicholas Cook (coeditor de una Historia de la m¨²sica del siglo xx publicada por Cambridge University Press) afirm¨® que sus ¡°racionalizaciones son tan transparentemente insinceras que casi puede verse c¨®mo su rostro se ruboriza mientras las formula¡±; a prop¨®sito del antisemitismo de Igor Stravinsky, cuyo primer per¨ªodo creativo Taruskin ha analizado con avasalladora erudici¨®n a lo largo de m¨¢s de millar y medio de p¨¢ginas, y en medio de un intercambio de golpes con Robert Craft, el amanuense y correveidile del compositor, se refiri¨® a su ¡°promiscua producci¨®n de m¨²sica religiosa¡±. Los adjetivos de Taruskin llevan un detonador incorporado.
Un a?o de estudio en Mosc¨² en los a?os setenta, siguiendo quiz¨¢ la pista de sus ancestros, que nacieron en diferentes partes de lo que fuera otrora el imperio ruso (su familia paterna procede de Letonia y la materna de Ucrania, pero con distintos ramales repartidos por Lituania, Bielorrusia, Polonia y Moldavia) y se expresaban en yidis, puso la semilla de un largu¨ªsimo inter¨¦s por la m¨²sica rusa y sovi¨¦tica, plasmado en multitud de ensayos (recopilados en tres libros, Defining Russia Musically, On Russian Music y Russian Music at Home and Abroad) y una monograf¨ªa sobre Modest M¨²sorgski. Su ¨²ltima colaboraci¨®n para The New York Times, en agosto de 2016,fue una rese?a de El ruido del tiempo, la novela de Julian Barnes, en la que planteaba reservas similares a las apuntadas en la cr¨ªtica publicada tres meses antes en Babelia. Taruskin ha batallado incansablemente para limpiar la imagen de Dmitri Shostak¨®vich de c¨®modas e inc¨®modas adherencias, cuando no de flagrantes mentiras. Por eso su veredicto sobre el proceder de Barnes, que se decant¨® por las fuentes equivocadas y falaces, fue lapidario: ¡°Quiere la libertad del novelista y, tambi¨¦n, la autoridad del historiador. Pero, al intentar conseguir ambas, se queda sin ninguna¡±.
Profesor primero en la Columbia University, junto a Paul Henry Lang, y catedr¨¢tico luego ¨Cahora em¨¦rito¨C de la Universidad de California en Berkeley, Richard Taruskin ha contestado a las preguntas de EL PA?S desde su casa de El Cerrito. Su ¨²ltimo libro, reci¨¦n publicado, lleva por t¨ªtulo Cursed Questions (Malditas preguntas), una expresi¨®n rusa que tiene su origen en un breve poema de Heinrich Heine traducido por Mija¨ªl Mij¨¢ilov. Desde mediados del siglo XIX hace referencia, en palabras de Taruskin, a todos esos ¡°incesantes imponderables, ya sean sociales, pol¨ªticos, est¨¦ticos o escatol¨®gicos¡± que, y aqu¨ª cita a Mija¨ªl Epstein, ¡°desconciertan la mente y atormentan el coraz¨®n¡±. Su anterior libro, otra recopilaci¨®n de art¨ªculos y ensayos de procedencias diversas, se titulaba The Danger of Music (El peligro de la m¨²sica). La m¨²sica, fuente de entretenimiento y placer para la mayor¨ªa de la gente, para Taruskin puede ser, en cambio, ¡°peligrosa¡± y suscitar preguntas ¡°ineluctables, esenciales, adictivas¡±. As¨ª es como lo explica: ¡°S¨®lo desde finales del siglo XVIII se ha pensado en la m¨²sica del modo que usted atribuye a la ¡®mayor¨ªa de la gente¡¯. El peligro de la m¨²sica es una idea mucho m¨¢s antigua. No hago m¨¢s que tomarme en serio lo que dijo Plat¨®n sobre la m¨²sica (?no es que yo quiera prohibirla!) y un buen n¨²mero de fil¨®sofos y m¨²sicos despu¨¦s de ¨¦l. Mi pr¨®ximo libro (a¨²n sin t¨ªtulo) contiene el texto de una conferencia que di hace unos a?os en la que volv¨ªa sobre esta cuesti¨®n (la titul¨¦ Los muchos peligros de la m¨²sica) y ofrec¨ªa numerosos ejemplos: Handel, Bach, Beethoven, Wagner, Shostak¨®vich, John Adams, etc. La m¨²sica puede ser muy entretenida, y a todos nos encanta por eso, pero tambi¨¦n puede ejercer una influencia en nuestro pensamiento y nuestra conducta. La m¨²sica es una fuerza poderosa, y lo que es poderoso puede ser peligroso. En esa conferencia intentaba explicar c¨®mo y por qu¨¦, vali¨¦ndome de un maravilloso ensayo de Johann Gottfried Herder titulado Cal¨ªgona como mi texto de partida. Tiene mucho que ver con met¨¢foras del movimiento¡±.
Charles Rosen se refiri¨® a la Historia de la m¨²sica occidental de Taruskin como ¡°entretenida, provocadora y gigantesca¡±, tres adjetivos que no parecen incomodarle: ¡°Intento ser realmente entretenido y provocador. ?C¨®mo puedes esperar si no que la gente lea lo que has escrito? Gigantesca es lo que acab¨® siendo, me temo (lo que hizo que resultara m¨¢s importante si cabe ser entretenido y provocador). El motivo es que intentaba tenerlo todo: quer¨ªa describir la literatura y el repertorio existentes del modo en que lo hace un estudio de conjunto, pero tambi¨¦n explicar c¨®mo las cosas acabaron siendo como fueron. Por eso hay mucho an¨¢lisis, adem¨¢s de la narraci¨®n¡±.
Ninguna otra historia de la m¨²sica se asemeja a la suya. ?Por qu¨¦? ¡°Lo expliqu¨¦ en gran detalle en mi Introducci¨®n (que ahora figura tambi¨¦n como el primer cap¨ªtulo de Cursed Questions) y recib¨ª ataques de todas partes. Pero se trata en esencia de lo que acabo de decir: buscaba ofrecer verdaderas explicaciones, adem¨¢s de descripciones. Este tipo de cosas son siempre susceptibles, por supuesto, de ser reconsideradas, revisadas o corregidas. Pero, aunque seamos falibles, intentarlo es algo que debemos a nuestros lectores. Eso es lo que a muchos les ha parecido provocador, especialmente en los dos ¨²ltimos vol¨²menes, que se ocupan de la m¨²sica del siglo XX, gran parte de la cual sigue siendo objeto de pol¨¦mica y debate¡±. Oxford University Press ha convertido su Historia en una p¨¢gina web accesible por suscripci¨®n (¡°nunca he entrado¡±, confiesa Taruskin) y, mientras que muchos de sus textos incluidos en The Danger of Music (y tan solo uno de Cursed Questions, que glosa su en¨¦simo encontronazo con el ¡°batallador¡± Charles Rosen) tienen un post scriptum que los actualiza, no parece que la ya adolescente Historia vaya a correr id¨¦ntica suerte: ¡°Puede que est¨¦ pidi¨¦ndolo, pero yo ya he dejado de escuchar¡±. El caso de los textos ensay¨ªsticos es diferente, ¡°porque hab¨ªan pasado a tener ¡®otra vida¡¯, un ¡®m¨¢s all¨¢¡¯ despu¨¦s de publicados, es decir, una recepci¨®n que (as¨ª lo pensaba) les a?ad¨ªa nuevos significados¡±.
Si los t¨ªtulos de sus dos ¨²ltimos libros son reveladores, no lo son menos sus subt¨ªtulos: ...y otros ensayos antiut¨®picos y Sobre la m¨²sica y sus pr¨¢cticas sociales, respectivamente. En The Danger of Music habla de ¡°ut¨®picos, puritanos y totalitarios¡± que ¡°siempre han pretendido regular la m¨²sica, si es que no prohibirla abiertamente¡±. Taruskin explica que ¡°ut¨®pico y totalitario son dos palabras que, en lo que a m¨ª respecta, significan lo mismo. Esta es la respuesta (demasiado) corta. La respuesta larga es la Introducci¨®n del libro¡±, que ¨Cnadie se sorprender¨¢ de ello a estas alturas¨C lleva por t¨ªtulo ¡°Contra la utop¨ªa¡±.
Desde la publicaci¨®n del citado Text & Act, el nombre de Richard Taruskin aparece necesariamente en cualesquiera conversaciones o textos sobre la validez o la vigencia de los postulados interpretativos historicistas. Lo cierto es que aquellas versiones que inspiraron sus reflexiones hace cuatro o cinco d¨¦cadas suenan muy diferentes de las actuales, lo que parece apoyar su tesis de que no estamos m¨¢s que ante una invenci¨®n posmoderna en permanente evoluci¨®n a fin de adaptarse a los gustos actuales: ¡°Las cosas han mejorado extraordinariamente desde los a?os ochenta, cuando empec¨¦ a escribir sobre pr¨¢ctica interpretativa, principalmente porque los int¨¦rpretes actuales se escuchan y emulan unos a otros en vez de simplemente aplicar (mal) lecciones aprendidas en los libros. El movimiento cuenta ahora con su propia tradici¨®n¡±. A la pregunta de si las interpretaciones actuales sonar¨¢n tambi¨¦n trasnochadas dentro de unos a?os, contesta sin dudarlo: ¡°As¨ª lo espero, desde luego. La alternativa a la evoluci¨®n es la muerte¡±.
¡°Siempre me he opuesto a la idea de que el arte es una necesidad. Eso es fetichismo¡±
Durante los ¨²ltimos meses, con confinamientos generalizados en medio mundo, se ha debatido mucho el tema de la necesidad de la m¨²sica cl¨¢sica (l¨¦ase de la cultura en general), un tema abordado en libros de fil¨®sofos como Lawrence Kramer o Julian Johnson, ambos rese?ados por el propio Taruskin en La m¨ªstica musical. Una defensa de la m¨²sica cl¨¢sica frente a sus adeptos, uno de los textos incluidos en The Danger of Music y publicado originalmente en The New Republic. Pero esta vez se ha producido un cambio crucial, ya que han sido los propios m¨²sicos, los int¨¦rpretes, no los fil¨®sofos (o los ¡°adeptos¡±, un t¨¦rmino que Taruskin toma prestado de Theodor Adorno) quienes han tomado la palabra, acu?ando lemas como ¡°la m¨²sica es m¨¢s fuerte que el distanciamiento¡± o ¡°es ahora cuando necesitamos la m¨²sica m¨¢s que nunca¡±. Y tambi¨¦n aqu¨ª reflexiona a contracorriente: ¡°Siento una enorme simpat¨ªa por los int¨¦rpretes que no pueden interpretar. Siempre me he opuesto a la idea de que el arte es una necesidad. Eso es fetichismo. Hay much¨ªsimas cosas que son m¨¢s necesarias que el arte. (Como afirm¨® una vez Joseph Brodsky, poniendo fin a una discusi¨®n con el inefable George Steiner, que estaba defendiendo que la democracia era mala para el arte porque todas las grandes obras maestras hab¨ªan sido creadas para tiranos, ¡°S¨ª, pero, ?no es la libertad la mayor obra maestra?¡±) Pero eso no quiere decir que no sintamos un gran deseo de ella y que constituya una enorme mejora para nuestras vidas, o que quienes hemos dedicado nuestras vidas a ella estemos equivocados. Lo ¨²nico que quiero es mantener separadas las cuestiones ¨¦ticas y est¨¦ticas. Confundirlas es hacerle al arte un muy flaco favor¡±.
¡°El gran pecado historiogr¨¢fico es confundir evoluci¨®n con progreso, que implica una meta¡±
Y preguntado sobre si algo cambiar¨¢ en ¡°la m¨²sica y sus pr¨¢cticas sociales¡± cuando la pandemia haya terminado, contesta tambi¨¦n categ¨®ricamente: ¡°Nada, nunca, permanece inmutable. Todo est¨¢ cambiando constantemente. El gran pecado historiogr¨¢fico consiste en confundir evoluci¨®n (el cambio inevitable con el paso del tiempo) con progreso, que implica un objetivo, una meta. Los lemas y las grandes palabras se los lleva el viento. Los artistas, como el resto de nosotros, est¨¢n pas¨¢ndolo mal. Necesitan apoyo. No necesito que me convenzan de ello con hip¨¦rboles¡±.
A Taruskin le interesan, de hecho, los int¨¦rpretes y las interpretaciones. Recientemente ha escrito sobre c¨®mo Sergu¨¦i Rajm¨¢ninov toca al piano sus propias Danzas sinf¨®nicas o sobre las grabaciones de Wilhelm Furtw?ngler realizadas en plena guerra mundial: ¡°Las grabaciones son una fuente de informaci¨®n maravillosa, pero todas las fuentes tienen que tratarse esc¨¦pticamente. El escepticismo suele malinterpretarse. No significa incredulidad. Significa que nuestras creencias dependen de la evidencia y de una correcta inferencia, y que lo que llamamos conocimiento es siempre provisional y est¨¢ sujeto a revisi¨®n y refutaci¨®n¡±. Y sobre las interpretaciones de uno de sus compositores de cabecera, Igor Stravinsky, se expresa tambi¨¦n sin ambages: ¡°Eran siempre interesantes, y lo que es m¨¢s interesante es cu¨¢nto difer¨ªan unas de otras (esto es, qu¨¦ poco respaldaban sus intransigentes pretensiones). Las interpretaciones de todos los compositores son interesantes, pero los compositores-int¨¦rpretes no son or¨¢culos, sino solo testigos¡±. Su propia condici¨®n de int¨¦rprete en activo en varios momentos de su vida ha influido ¡°decisivamente¡± en las reflexiones sobre sus colegas, porque le han aportado ¡°la experiencia pr¨¢ctica para complementar el aprendizaje te¨®rico e hist¨®rico¡±.
A pesar de haber conocido la m¨²sica sovi¨¦tica de primera mano, piensa que la ¡°edad dorada de la m¨²sica rusa fue el siglo XIX (no s¨®lo en Rusia sino, en general, para todo aquello que llamamos m¨²sica cl¨¢sica): fue el siglo en el que se concedi¨® a la m¨²sica la mayor importancia¡±. Y cuando se le recuerda el uso que hizo el inicuo Vlad¨ªmir Putin de la Orquesta del Teatro Mariinski, dirigida por su amigo, el ubicuo Valeri Gu¨¦rguiev, haci¨¦ndoles tocar en 2016 entre las ruinas de la reci¨¦n reconquistada Palmira, Taruskin no necesita muchas palabras para comentarlo: ¡°Me qued¨¦ horrorizado¡±.
Cursed Questions est¨¢ dedicado a Joseph Kerman, otro de los padres fundadores de la musicolog¨ªa estadounidense, a pesar de que, en la introducci¨®n del libro, Taruskin desface alg¨²n entuerto sobre la deuda contra¨ªda por su influyente Contemplating Music. Challenges to Musicology con un art¨ªculo de Edward Lippman 20 a?os anterior, What Should Musicology Be? A la pregunta de si los music¨®logos estadounidenses se hallan m¨¢s cerca de la realidad o de sus potenciales lectores que sus hom¨®logos europeos responde de nuevo con claridad: ¡°Las prescripciones o las predicciones no son lo m¨ªo (ni tampoco establecer este tipo de generalizaciones). Joe Kerman y yo fuimos ¨ªntimos amigos (o tan ¨ªntimos amigos como se puede ser cuando nos separaban 21 a?os), pero ¨¦l y yo raramente est¨¢bamos de acuerdo. Nos encantaba discutir¡±.
¡°El nacionalismo siempre est¨¢ ah¨ª, junto con su primo el racismo, y es siempre explotable¡±
Taruskin no reh¨²ye las preguntas no musicales. Ha escrito a menudo sobre nacionalismo y m¨²sica, siempre de manera luminosa: ¡°El nacionalismo no deber¨ªa equipararse a la posesi¨®n o el despliegue de caracter¨ªsticas nacionales diferenciadoras, o no, en cualquier caso, hasta que se planteen ciertas preguntas y se respondan al menos de forma provisional. Las m¨¢s importantes son: primero, ?qui¨¦n establece la diferenciaci¨®n? Y, segundo, ?con qu¨¦ fin?¡±, leemos en la entrada correspondiente de la ¨²ltima edici¨®n de The New Grove Dictionary of Music and Musicians. Ahora ha vuelto el nacionalismo con su rostro m¨¢s feroz con Trump, Putin, Bolsonaro, Johnson, ?rban, Duda e tutti quanti, y Taruskin reflexiona en voz alta sobre el porqu¨¦: ¡°Porque siempre est¨¢ ah¨ª, junto con su primo el racismo, y es siempre explotable cuando los pol¨ªticos necesitan distraer a sus ciudadanos de los problemas que est¨¢ causando su codicia. El orden mundial posterior a 1945 lo escondi¨® durante un tiempo tras los tratados internacionales en el Oeste y la fachada internacionalista del comunismo en el Este, pero en cuanto cay¨® este ¨²ltimo, Yugoslavia entr¨® en erupci¨®n y, bueno, ya recordamos lo que pas¨®. Ahora que estoy jubilado y a salvo en los a¨²n relativamente liberales Estados Unidos estoy m¨¢s all¨¢ de las vicisitudes pol¨ªticas (veremos c¨®mo le van las cosas en noviembre: siempre hay esperanza, y con ella viene la superstici¨®n), pero me pidieron que actuara en solidaridad con mis colegas h¨²ngaros, que me nombraron miembro de su Academia de Ciencias en 2016 y que se han visto amenazados repetidamente desde entonces por ?rban. A petici¨®n suya, escrib¨ª una carta a L¨¢szl¨® Lov¨¢sz, el nuevo presidente de la Academia, un hombre al que hab¨ªa conocido personalmente, que ha tenido una gran difusi¨®n, tanto en ingl¨¦s como en una traducci¨®n h¨²ngara, en las redes sociales. Conf¨ªo en que esta carta, y otras que han solicitado a sus contactos internacionales, hayan servido para algo, sobre todo para que, como escrib¨ªa en ella, ¡®no se vea cercenada su libertad de investigaci¨®n por parte de pol¨ªticos miopes¡¯¡±.
Su vida reciente tambi¨¦n se ha visto afectada, claro, por la Covid¨C19: ¡°Pero me siento afortunado. En mi vida los tiempos han encajado muy bien. Vivo solo, pero doy frecuentes paseos con amigos con mascarillas y trabajo en mis peque?os textos, como he hecho siempre. Mi principal pesar es no poder ver a mi nieto de tres a?os, que vive a tan solo tres manzanas, pero que podr¨ªa estar igualmente en la luna¡±. Sobre la ola de protestas provocada por la tr¨¢gica muerte de George Floyd y sobre si podr¨ªa ejercer de motor de futuros cambios, piensa que ¡°la reacci¨®n parece inmensa, pero nuestro gobierno actual est¨¢ plant¨¢ndole cara. No tengo grandes esperanzas¡±. Viviendo en una localidad llamada El Cerrito y en un estado, California, con una fort¨ªsima presencia latina, se refiere asimismo al racismo hacia esta otra comunidad: ¡°No puedo hablar de experiencias personales, y de nuevo bendigo mi suerte, porque soy miembro de una comunidad que disfruta ahora de los privilegios de la raza blanca, pero si hubiera nacido tan solo 50 a?os antes, me habr¨ªa encontrado con prejuicios. Reconozco la existencia de un racismo sist¨¦mico, pero ¨²nicamente porque soy tremendamente consciente de las ausencias en las instituciones educativas¡±.
Para acabar, volviendo a su doble faceta como acad¨¦mico y como firma habitual durante a?os en grandes medios de comunicaci¨®n, admite que, en sus colaboraciones en prensa, se ha ¡°sentido libre de ser controvertido y pol¨¦mico. Hacer eso en un libro acad¨¦mico supondr¨ªa traspasar la barrera para adentrarse en el terreno de la propaganda. Muchos creen que se trata de una distinci¨®n imposible, pero creo que es demasiado f¨¢cil despachar las tareas dif¨ªciles como imposibles. Quienes lo hacen est¨¢n buscando una coartada¡±. Cursed Questions recupera varios de sus temas predilectos, como la autonom¨ªa est¨¦tica, la m¨²sica antigua, el modernismo musical estadounidense, la censura, la pseudohistoria, la ontolog¨ªa y la representaci¨®n musicales, la sociolog¨ªa del gusto o, por supuesto, la propia musicolog¨ªa, su pasi¨®n inveterada y contagiosa desde hace d¨¦cadas.
Acusado por sus rivales de pontificar, de recrearse en la autocomplacencia, de insidioso, de ser ¡°m¨¢s proclive a los juicios morales que el Dr. Johnson¡± (Robert Craft), de ¡°tener la costumbre de repetirse¡± (Kofi Agawu), de valerse de ¡°malentendidos, distorsiones y falsas atribuciones como principales recursos de su bolsa ret¨®rica de trucos¡± (Allen Forte), de ser un sosias de Stalin, pero tambi¨¦n el ¡°profeta del Antiguo Testamento de la musicolog¨ªa¡± (Michael Kimmelman), nadie podr¨¢ negarle, sin embargo, su deslumbrante talento como escritor, el inigualable alcance de su erudici¨®n, la capacidad que ¨¦l mismo admir¨® en su maestro, Paul Henry Lang, para ¡°abrir las compuertas¡± o la profunda huella que han dejado, y seguir¨¢n dejando, los escritos de este ¨Cmutatis mutandis¨C Noam Chomsky de la musicolog¨ªa. Nadie en su disciplina ha recibido, por ejemplo, el prestigioso Premio Kioto, que le fue concedido en 2017, siguiendo la estela de Olivier Messiaen, John Cage, Witold Lutos?awski, Gy?rgy Ligeti o Pierre Boulez, algunos de los anteriores premiados. Aqu¨ª, tan solo la Fundaci¨®n Juan March le encarg¨® y tradujo recientemente un breve texto sobre Mavra, de Igor Stravinsky. Y es que, asombrosamente, ni uno solo de sus libros ha sido traducido a¨²n a nuestro idioma. Tomen nota los editores.
Cursed Questions. Richard Taruskin. Oakland, University of California Press, 2020. 452 p¨¢ginas. 32,50 euros.
TARUSKIN ESENCIAL
¡®TEXT & ACT¡¯ (1995)
Revulsivo. Cuando la interpretaci¨®n historicista parec¨ªa haber ganado por fin las grandes batallas y convencido a los m¨¢s esc¨¦pticos, Taruskin, estilete en mano, desmont¨® su argumentario y ech¨® por tierra sus pretensiones de autenticidad. El libro ¡ªtan vigente ahora como entonces¡ª fue un jarro de agua fr¨ªa a la vez que un revulsivo te¨®rico de primer orden.
¡®STRAVINSKY AND THE RUSSIAN TRADITIONS¡¯ (1996)
Quir¨²rgico. ¡°Nada volver¨¢ ya a ser igual en los estudios sobre Stravinsky y sobre la m¨²sica rusa¡±, sentenci¨® Gerard McBurney en su cr¨ªtica de este fruto de dos d¨¦cadas de investigaci¨®n y redacci¨®n, que limpi¨® la imagen y el proceder compositivo del primer Stravinsky, el m¨¢s ruso, de mitos, sombras y mentiras con la precisi¨®n y la meticulosidad de un cirujano.
¡®THE OXFORD HISTORY OF WESTERN MUSIC¡¯ (2005)
Exhaustivo. El logro cimero de Taruskin y una haza?a sin precedentes: un estudio personal¨ªsimo de toda la m¨²sica occidental desde ¡°las notaciones m¨¢s antiguas¡± (la clave es que la m¨²sica quede fijada por escrito) hasta los albores del siglo XXI. Partituras, iconograf¨ªa y an¨¢lisis buscan explicar no s¨®lo la m¨²sica en s¨ª, sino tambi¨¦n c¨®mo, por qu¨¦ y en qu¨¦ entornos sociales vio la luz.
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