?El Papa de Hitler?
El Vaticano abre sus archivos secretos con la intenci¨®n de zanjar las acusaciones contra P¨ªo XII por guardar silencio ante el Holocausto
?El Papa de Hitler? Hay preguntas que parecen brutales, pero deben tenerse en cuenta si provocan cientos de libros, decenas de pel¨ªculas y obras teatrales de impacto mundial, a favor o en contra del personaje aludido. Se trata del comportamiento p¨²blico de P¨ªo XII, pont¨ªfice entre 1939 a 1958, ante la detenci¨®n, deportaci¨®n y posterior exterminio de los jud¨ªos europeos durante la Segunda Guerra Mundial. La cuesti¨®n, palpitante, resurge con virulencia de tarde en tarde, esta vez porque el papa Francisco ha decidido la apertura, por fin, de los archivos del Vaticano que guardan todo lo referido al caso. Incluso ha ordenado cambiar nombres: desde marzo pasado, el Archivo Secreto del Vaticano se llama Archivo Apost¨®lico Vaticano.
?Fue P¨ªo XII filonazi? ?Por qu¨¦ call¨® ante los cr¨ªmenes de Hitler? La ¨²ltima vez que arreci¨® la pol¨¦mica fue cuando Juan Pablo II, a finales del siglo pasado, orden¨® publicar algunos documentos del archivo secreto del Vaticano, convenientemente expurgados, con la intenci¨®n de lavar la imagen de su pol¨¦mico predecesor en la idea de ir preparando el proceso para beatificarlo. Fue entonces cuando se public¨® El Papa de Hitler, del brit¨¢nico John Cornwell. La tesis del libro, que caus¨® estupor en el orbe cat¨®lico por su gran difusi¨®n, era contundente, aunque no nueva: P¨ªo XII fue el papa ideal para los planes de Hitler. ¡°El r¨¦gimen nazi ten¨ªa poco que temer del catolicismo alem¨¢n mientras Pacelli [el apellido del Papa] tuviera las riendas¡±, resume Cornwell. Antes hurgaba en la realidad ideol¨®gica del personaje, obsesionado por una posible bolchevizaci¨®n de Europa con la connivencia de masones y jud¨ªos, su aversi¨®n hacia las democracias occidentales y la creencia de que el comunismo, y no el nazismo, era ¡°la m¨¢s peligrosa encarnaci¨®n del Maligno¡±. En esa idea, cuando la campa?a de Hitler contra Rusia parec¨ªa imparable, P¨ªo XII, que nunca ocult¨® su predilecci¨®n por Alemania, crey¨® llegada la oportunidad de una evangelizaci¨®n cat¨®lica en la estela del ej¨¦rcito alem¨¢n que se abr¨ªa paso hacia Mosc¨². Por cierto, el libro cambi¨® de nombre cuando se tradujo al alem¨¢n. Se vendi¨® como P¨ªo XII, el Papa que guard¨® silencio. En Espa?a lo public¨® Planeta con el t¨ªtulo El Papa de Hitler. La verdadera historia de P¨ªo XII.
P¨ªo XII actuaba como jefe de una instituci¨®n pol¨ªtica con un proyecto pol¨ªtico: la idea de avanzar hacia una alianza de potencias anglosajonas unidas a Alemania contra la Uni¨®n Sovi¨¦tica
Frente a las conclusiones de Cornwell, argumentadas a partir de lo escrito por solventes historiadores que manejaron documentos encontrados en archivos de Estados Unidos, Gran Breta?a y Alemania, se alz¨® en las mismas fechas el jesuita Pierre Blet con?P¨ªo XII y la Segunda Guerra Mundial en los Archivos Vaticanos (Ediciones Cristiandad). Sostiene Blet que las noticias sobre el Holocausto que llegaron al Vaticano durante la guerra, aunque muchas fueron exactas, eran ¡°fragmentarias y contradictorias¡±.
Como es l¨®gico, Blet cita documentos pro domo sua. Se ver¨¢ su relevancia ahora que los historiadores podr¨¢n buscar entre los 16 millones de folios repartidos en 15.000 sobres y 2.500 fichas que desclasifica el Vaticano. La discusi¨®n sigue en el mismo centro, es decir, sobre las circunstancias en las que hubo de actuar el Papa ante los nazis para evitar, dicen sus hagi¨®grafos, males mayores, entre otros la ocupaci¨®n del Vaticano por el ej¨¦rcito alem¨¢n y la consiguiente detenci¨®n del pont¨ªfice.
Pero los hechos conocidos son testarudos. Hitler nunca se plante¨® invadir el Estado de la Ciudad del Vaticano, con quien su socio en la guerra, Benito Mussolini, manten¨ªa excelentes relaciones, y est¨¢ suficientemente documentado el silencio clamoroso de P¨ªo XII durante la deportaci¨®n de los jud¨ªos que permanec¨ªan en Roma en 1943, unos ocho mil. Hitler en persona orden¨® ejecutar la detenci¨®n el 6 de octubre de ese a?o y todo sucedi¨® ¡°ante las ventanas del Papa¡±, sostiene el historiador Sa¨²l Friedl?nder en P¨ªo XII y el III Reich, publicado en Par¨ªs por Seuil en 1964 (en Espa?a, por Pen¨ªnsula en 2007).
La discusi¨®n sobre el verdadero rostro de P¨ªo XII va mucho m¨¢s all¨¢ de lo sucedido en Roma aquel octubre de 1943, pero conviene detenerse en el traj¨ªn diplom¨¢tico que se produjo entre los d¨ªas 6 y 28 de aquel mes porque deja al descubierto la manera de pensar y de actuar por ambas partes, del Vaticano respecto a Berl¨ªn, de Berl¨ªn en funci¨®n de c¨®mo pudiera reaccionar el Vaticano. Una cuesti¨®n parece clara: Hitler era anticat¨®lico, pero daba especial importancia a lo que pudiera decir el Papa. Y P¨ªo XII no era nazi, pero cre¨ªa, todav¨ªa en 1943, que Alemania era la mejor defensa contra el bolchevismo. En semejante comunidad de intereses entre la Alemania nazi y el Vaticano pesaba, tambi¨¦n, un hecho que P¨ªo XII plante¨® con ingenuidad en respuesta al periodista Eduardo Senatro, del diario del Vaticano, L¡¯Osservatore Romano. Suger¨ªa Senatro que hab¨ªa que escribir un art¨ªculo cr¨ªtico sobre las atrocidades de los nazis. El Papa replic¨®: ¡°No olvide, querido amigo, que hay millones de cat¨®licos en el ej¨¦rcito alem¨¢n. ?Quiere causarles una crisis de conciencia?¡±
Sin olvidar el virus antisemita que corroe al cristianismo desde que se impuso en sus filas la idea de que fueron los jud¨ªos quienes mataron a su fundador Jes¨²s, a P¨ªo XII le pudo ante Hitler, con quien siempre quiso llevarse bien, la idea de que los perjuicios de una intervenci¨®n contra los cr¨ªmenes nazis superaban con creces los posibles beneficios. Actuaba como jefe de una instituci¨®n pol¨ªtica con un proyecto pol¨ªtico: la idea de avanzar hacia una alianza de potencias anglosajonas unidas a Alemania contra la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Desde ese punto de vista, la opci¨®n del silencio era sensata. Pero la Iglesia es (eso suponen sus fieles) una opci¨®n moral, obligada, por tanto, a desplazar los intereses institucionales en favor de los testimonios morales. Dicho lo cual, Sa¨²l Friedl?nder subraya que cualquier conclusi¨®n sobre la actitud de P¨ªo XII con respecto al Tercer Reich, basada en documentos diplom¨¢ticos alemanes o estadounidenses, por muy esclarecedores que parezcan, no debe tenerse por definitiva ¡°sin conocer los documentos del Vaticano¡±.
Lo cierto es que, cuando Berl¨ªn emite aquel 6 de octubre la orden de ¡°apoderarse de los 8.000 jud¨ªos que viven en Roma y deportarlos al norte de Italia, donde deber¨¢n ser liquidados¡± (en realidad, fueron incinerados en los hornos de Auschwitz), el c¨®nsul del Reich en Roma, Eitel Frederick Moellhausen, env¨ªa al ministro de Asuntos Exteriores, Joachim von Ribbentrop, un despacho ¡°ultrasecreto¡± (¡°supercit¨ªssime) advirtiendo de las consecuencias de semejante acci¨®n. ¡°Soy de la opini¨®n de que ser¨ªa mejor emplear a los jud¨ªos en los trabajos de fortificaci¨®n, como en T¨²nez¡±, escribe. La respuesta de Berl¨ªn le lleg¨® por telegrama: ¡°Por orden del F¨¹hrer, los 8.000 jud¨ªos que viven en Roma deben ser trasladados a Mauthausen". El ministro de Asuntos Exteriores le pide que en ning¨²n caso se inmiscuya en este asunto y que lo deje en manos de las SS.
?Por qu¨¦ las cavilaciones del c¨®nsul, compartidas con el jefe de la polic¨ªa alemana en Roma en ese momento, Herbert Kappler, y con el mariscal Albert Kesselring? No era compasi¨®n, sino prudencia. Numerosos jud¨ªos se hab¨ªan refugiado en iglesias y conventos, y tem¨ªan que, si los brutales escuadrones paramilitares del nazismo, conocidos como las SS, entraban a saco en los edificios cat¨®licos, ¡°esta vez el Papa, como obispo de Roma, no pudiera abstenerse de elevar su voz¡±.
?Val¨ªa la pena correr ese riesgo a cambio del exterminio de los 8.000 jud¨ªos de Roma? En sus memorias, Soldado hasta el ¨²ltimo d¨ªa, publicadas en Espa?a por la editorial Niseos, Kesselring deja constancia de su desprecio por los m¨¦todos de las SS, pero no expresa temor por lo que fuera a hacer el Papa. Lo hace, en cambio, el d¨ªa 28 del mismo mes, el embajador alem¨¢n ante el Vaticano, Ernst von Weizs?cker, amigo de P¨ªo XII. Para entonces ya se hab¨ªa producido, entre el 15 y el 16, la detenci¨®n de 1.259 jud¨ªos, y la deportaci¨®n a Auschwitz de 1.007, y el embajador anuncia al ministro Ribbentrop que ¡°el peligro ha pasado¡±. A?ade: ¡°A pesar de las presiones ejercidas sobre ¨¦l desde diversos lados, el Papa se ha negado a dejarse arrastrar a toda declaraci¨®n demostrativa contra la deportaci¨®n de los jud¨ªos de Roma¡±.
Weizs?cker no era un cualquiera dando opiniones temerarias. Hab¨ªa llegado a Roma un a?o antes, despu¨¦s de ejercer como secretario de Estado en el Ministerio de Exteriores, y, sin ser un nazi entusiasmado, dominaba los usos diplom¨¢ticos que agradaban en Berl¨ªn sin molestar al Papa. Despu¨¦s del final de la guerra, permaneci¨® dos a?os en la Ciudad del Vaticano con su esposa, como invitado de P¨ªo XII. Fue condenado en N¨²remberg en 1947 a siete a?os de c¨¢rcel por ¡°cooperaci¨®n activa con la deportaci¨®n de jud¨ªos¡±. Su hijo, Richard von Weizs?cker, m¨¢s tarde democristiano, ejerci¨® como su abogado defensor asistente y fue presidente de Alemania entre 1984 y 1994.
Abundan los historiadores que han interpretado o denunciado los silencios de P¨ªo XII. En una primera etapa, entre 1945 a 1963, a rebufo de la ferviente religiosidad que suele producirse despu¨¦s de una cat¨¢strofe, P¨ªo XII aparece como un gran diplom¨¢tico de la paz mundial y alabado por su ¡°intervenci¨®n en favor del pueblo jud¨ªo¡±. La segunda etapa, como supuesto aliado de los nazis, explota en 1963 con el estruendo que produce el drama El Vicario, de Rolf Hochhuth, un sobresalto de alcance mundial editado en Espa?a por Grijalbo en 1977. Hannah Arendt coment¨® la obra (y la reacci¨®n ante ella) en su ensayo de 1964 El vicario: ?Culpable por su silencio? (Paidos, 2007). Y vivimos una tercera etapa mezcla de las dos primeras: por una parte, se vuelve a presentar una imagen positiva del pont¨ªfice, de la mano de autores como Mark Riebling, que public¨® en 2016 Iglesia de esp¨ªas. La guerra secreta del Papa contra Hitler (Editorial Stella Maris); y enfrente han tomado cartas en el asunto autores de la talla de Daniel Jonah Goldhagen (La Iglesia cat¨®lica y el holocausto. Una deuda pendiente. Taurus 2002); Garry Wills (Pecado papal. Ediciones B.S.A. 2001); David Yallop (El poder y la gloria. Temas de Hoy. 2007), o Cristophar Hitchens (Dios no existe. Randon House Mondadori. 2009). Tambi¨¦n ha echado su cuarto a espadas el cine con una docena de pel¨ªculas de ¨¦xito, la mayor¨ªa melifluas en busca de un p¨²blico mayoritariamente cristiano. Hay una excepci¨®n, tambi¨¦n estruendosa: la pel¨ªcula Am¨¦n, dirigida en 2002 por Constantin Costa-Gravas como una elaborada variaci¨®n en torno a El Vicario de Hochhuth.
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