Kierkegaard, el problema de ser eterno
Kierkegaard es el pensador moderno que m¨¢s en serio se ha tomado el asunto de la inmortalidad y la desesperaci¨®n que conlleva
?Mi querido lector!, ?lee, en lo posible, en voz alta! Al hacerlo recibir¨¢s con m¨¢s fuerza la impresi¨®n de que tendr¨¢s que hab¨¦rtelas ¨²nicamente contigo mismo, no conmigo, ¡°que no tengo autoridad¡±, ni tampoco con otros, lo que ser¨ªa una distracci¨®n. S. K.
A Borges le preguntaron una vez que le parecer¨ªa ser Borges por toda la eternidad. Respondi¨® que estaba cansado de ser Borges, que no ser¨ªa una buena idea. Pese a ello, las grandes corporaciones de la biotecnolog¨ªa sue?an con ofrecer el exclusivo producto (s¨®lo para ciertos bolsillos) de una vida interminable. La eternidad siempre ha sido una aspiraci¨®n leg¨ªtima. El problema es definir qu¨¦ parte de nosotros queremos eterna (el cuerpo, la mente o el esp¨ªritu) y cu¨¢l es mejor dejar ef¨ªmera o pasajera. Kierkegaard es el pensador moderno que m¨¢s en serio se ha tomado el asunto y sus conclusiones son sorprendentes.
Para el dan¨¦s, lo que define al ser humano no es la raz¨®n, ni la capacidad de utilizar el lenguaje abstracto o metaf¨®rico. Lo que nos define es la desesperaci¨®n. El hombre es ese animal que desespera. Y esa desesperaci¨®n sobreviene por ser esp¨ªritu, es decir, por ser eternos. Ser eterno es desesperante, pero tambi¨¦n lo es ignorar esa condici¨®n. Kierkegaard convirti¨® la desesperaci¨®n en categor¨ªa filos¨®fica. Es la enfermedad esencial del hombre y la llamaba el ¡°incendio fr¨ªo¡±. El calor de ese fuego es la desesperaci¨®n misma, y el fr¨ªo la dial¨¦ctica, que es lo que caracteriza al esp¨ªritu. El esp¨ªritu es dial¨¦ctico porque es una s¨ªntesis de lo eterno y lo pasajero, de lo infinito y lo finito, de la posibilidad y la necesidad. Estamos hechos de opuestos (ya lo dijo Her¨¢clito) y el esp¨ªritu es el lugar donde se reconcilian los contrarios. Nuestra condici¨®n h¨ªbrida tiene una conclusi¨®n: somos seres desesperados. Y un corolario: nuestro problema no es la muerte, nuestro problema es ser eternos.
No hay nadie que no sea un desesperado. Y esa desesperaci¨®n cong¨¦nita la tapamos de muchas maneras: buscando la (fr¨¢gil) felicidad, contemplando la belleza (ef¨ªmera) o parapetados en la ¨¦tica (puritana). El ajetreo mundano y sus afanes nos permite olvidamos de ese yo profundo y desesperado que somos. Y lo hacemos generalmente expandiendo el ego (ese amasijo de man¨ªas e inclinaciones mentales). Nos olvidamos del Uno (que no es un n¨²mero, como dec¨ªa Nicol¨¢s de Cusa, sino aquello que hace posible los n¨²meros), y aceptamos ser un n¨²mero entre la multitud. Esa es la forma de desesperaci¨®n m¨¢s com¨²n. La persona que se ha perdido de este modo puede tener ¨¦xito en la vida, pero su esp¨ªritu ha quedado pulido como un canto rodado, y circula como moneda corriente que va de mano en mano. Nadie lo considera un desesperado (al contrario, todos se rinden a su ¨¦xito), pero ese ciudadano ejemplar, amante de la previsi¨®n y de amontonar dinero, secretamente lo es.
Para Kierkegaard, lo que define al ser humano no es la raz¨®n, ni la capacidad de utilizar el lenguaje abstracto o metaf¨®rico. Lo que nos define es la desesperaci¨®n
La desesperaci¨®n es una pasi¨®n impotente, pues no es capaz de realizar su propia extinci¨®n (esa es la ilusi¨®n del suicida). El desesperado cabal desespera por no poder destruirse. Y es l¨®gico, pues la desesperaci¨®n prende fuego a algo ign¨ªfugo: el esp¨ªritu. La vida es desesperada si falta la posibilidad, pero tan desesperado es quien carece de posibilidades como quien no tiene ninguna necesidad. Hasta cierta edad se vive de esperanzas y posibilidades, y ¨¦stas van menguando hasta que todo es necesidad. El que se hace ilusiones no es menos desesperado que el que no se las hace. El fatalista tambi¨¦n es un desesperado. Ignora que la personalidad es s¨ªntesis de necesidad y posibilidad. La posibilidad es como la respiraci¨®n: un continuo flujo de aspiraciones y el yo fatalista no respira, la pura necesidad lo asfixia. S¨®lo el que comprende que todo es posible entra en contacto con lo divino. Tan desesperado es el so?ador como el burgu¨¦s banal y sin imaginaci¨®n que vive a impulsos de lo agradable y lo desagradable y carece del coraje de ser un esp¨ªritu. Frente a esas evasivas, Kierkegaard propone vivir y profundizar en la paradoja absoluta del esp¨ªritu. Quien evita la paradoja es como el amante que teme la pasi¨®n. No sabe que la aspiraci¨®n ¨²ltima de la pasi¨®n es su propia desaparici¨®n, y eso es imposible.
Toda esta visi¨®n tiene, claro est¨¢, sus antecedentes. Kierkegaard se arquea como un junco, es espigado y algo contrahecho. Lleva un pa?uelo de seda abrochado al cuello, la mirada clara, los rasgos afilados, el pelo erguido y arremolinado. Recorre las calles a buen ritmo y con el andar desacompasado (tiene una pierna m¨¢s larga que otra), con la casaca excesivamente abotonada y la barbilla alta. Su estampa es familiar entre sus conciudadanos. No tanto porque haya sido ridiculizada hasta la crueldad por una revista sat¨ªrica local, sino por sus continuos paseos, porque saborea con gusto e ingenio las conversaciones con sus paisanos, por sus continuas muestras de afecto con los estudiantes atormentados que se acercan a ¨¦l. Su vida breve (como la de Weil o Pico) discurre sobre el abismo. De joven descubre que su padre maldijo a Dios cuando era cabrero en Jutlandia. Su melanc¨®lico progenitor puede o¨ªr la carcajada divina, que se concreta en su ¨¦xito en los negocios. Comprende que debe asumir esa carga. Se enamora de Regina Olsen, de 14 a?os, pero renuncia al matrimonio y se consagra al estudio. Salvo unos meses en Berl¨ªn, su vida transcurre en Copenhague. En la capital alemana escucha las lecciones de Schelling, que le parece un mentecato y, cuando toda Europa es hegeliana, sostiene que no hay equivalencia entre ser y raz¨®n y que la verdad no solo est¨¢ lejos de ser ¡°puro pensamiento¡±, sino que se parece m¨¢s a una subjetividad insondable y contradictoria. Como en el caso de Weil, una experiencia ext¨¢tica lo lleva a abrazar la lucha contra la cristiandad en nombre del cristianismo. Gasta todo su dinero (heredado gracias a la maldici¨®n de su padre) en la revista El instante. En sus p¨¢ginas firman muchos pero s¨®lo escribe ¨¦l bajo diferentes heter¨®nimos. Cuando se le acaba el dinero, muere. Arrinconado por la iglesia oficial y los hegelianos, evita el olvido gracias a Haecker y Heidegger y llega a Espa?a a trav¨¦s de H?ffding y Unamuno.
De todos los fil¨®sofos, Kierkegaard es el mejor escritor
Kierkegaard sostiene que la vida es indefinible y que solo la ¨ªntima tribulaci¨®n puede decantar las verdaderas transformaciones. La revoluci¨®n externa, p¨²blica o pol¨ªtica, es inane. Postula, como los antiguos brahmanes, que la vida se compone de etapas. La primera de ellas es la est¨¦tica, gobernada por el principio de seducci¨®n. Kierkegaard fue el perfecto seductor y escribi¨® un jugoso diario sobre el asunto. La segunda etapa es la ¨¦tica y familiar, la vida como tarea. La tercera es la entrega a la paradoja absoluta y la fuga hacia lo divino. Lo que permite el paso de una etapa a otra es el salto (Springet). La vida conduce siempre a la encrucijada y ¨¦sta se resuelve mediante el salto. La ruptura es esencial. La angustia es paralizante, pero el v¨¦rtigo ante el abismo puede ser trampol¨ªn para el salto. El salto no tiene nada que ver con el devenir l¨®gico-metaf¨ªsico de Hegel. No ocurre en la historia sino que pertenece a la vida y la vida nunca es universal. La ciencia puede explicar los diferentes estados, pero no el salto, que no puede observarse y, estrictamente hablando, no es un fen¨®meno. No ocurre en el mundo, sino fuera del mundo y tiene una naturaleza metaf¨ªsica (magn¨¦tica). Sin embargo, no todos los saltos son iguales. El salto entre la etapa est¨¦tica (la vida como posibilidad) y la ¨¦tica (la vida como tarea) se realiza mediante la iron¨ªa. Mientras que el salto entre la etapa ¨¦tica y la espiritual se realiza mediante el humor. La risa (frente a la seriedad de Hegel) abate con su hacha el ¨¢rbol de la vanidad, las ramificaciones de las ambiciones. La risa encierra, como una semilla, el fruto de la sabidur¨ªa.
De todos los fil¨®sofos que he le¨ªdo, Kierkegaard es el mejor escritor (y no s¨¦ dan¨¦s). Le sigue de cerca Nietzsche y, un poco m¨¢s rezagados, vienen los ¡°ingleses¡±: Hume, Berkeley, Santayana y Bergson (un escoc¨¦s, un irland¨¦s, un espa?ol de Boston y un jud¨ªo anglo-polaco nacido en Francia), m¨¢s claros pero no menos audaces. Dicen los que saben alem¨¢n que Hegel es ilegible y Kant torpe. A veces me pregunto si la buena filosof¨ªa es amiga de la literatura. Sospecho que s¨ª, aunque lo literario siempre est¨¢ amenazado por la afectaci¨®n y la buena filosof¨ªa es di¨¢fana. El estilo de Heidegger o Derrida es una conmoci¨®n pasajera (y francesa) que acabar¨¢ siendo olvidada.
La exigencia de este gran desesperado que fue Kierkegaard parece ilimitada. Encierra una metaf¨ªsica de la juventud: toda vida que no se funda de modo transparente en la pura posibilidad (lo divino) es una vida malgastada. Hay quienes prefieren reposar en las nubes de abstracciones como el Estado, la Naci¨®n o la Justicia, o en deberes que ligan a los dem¨¢s. ¡°El ni?o, que hasta ahora solamente ha tenido a los padres como medida, pronto ser¨¢ un hombre cuando tenga al Estado como medida. ?Pero qu¨¦ rango infinito adquiere cuando lo divino se convierte en su medida!¡±
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