El peligro acuciante de una ¡®telesociedad¡¯ generalizada
El trabajo, la escuela y una gran parte de la vida social se han pixelizado de un d¨ªa para otro. Ese cambio repentino pone en riesgo la cohesi¨®n de una sociedad fracturada, que sigue dependiendo en gran medida de los v¨ªnculos f¨ªsicos y carnales
De un d¨ªa para otro, el confinamiento nos oblig¨® a realizar muchas de nuestras acciones cotidianas exclusivamente en l¨ªnea. El trabajo, la escuela, la universidad, cualquier intercambio cotidiano; en definitiva, una gran parte de lo que llamamos ¡°vida social¡± se vio traspuesto a p¨ªxeles.
Tres consecuencias derivaron de esas circunstancias. La primera fue una extrema intensificaci¨®n del uso de nuestros protocolos digitales. Despu¨¦s, su extensi¨®n a muchas otras actividades, algunas de las cuales no asumimos que fuera razonable realizar de esa manera: consejos de administraci¨®n, organizaci¨®n de congresos, cumbres de jefes de Estado, incluso participar en un aperitivo por WhatsApp. En ¨²ltima consecuencia, se produjo un fen¨®meno de naturalizaci¨®n, como si, de ahora en adelante, fuese algo normal realizar todas estas actividades humanas sin recurrir a una presencia carnal compartida.
En ese sentido, hemos traspasado un umbral, lo cual deja constancia del advenimiento de una nueva condici¨®n, marcada por una relaci¨®n cada vez m¨¢s totalizadora, sobre todo en el mundo del trabajo, y mantenida por los sistemas digitales. Algunos, en nombre de sus propios intereses, han sabido propagar una neolengua que califica los encuentros f¨ªsicos de ¡°presenciales¡±, que ahora debemos articular junto a (o sustituir por) lo que sucede ¡°en remoto¡±, ret¨®rica que se trivializ¨® r¨¢pidamente y que dejaba suponer que ese movimiento estaba inscrito en el orden de las cosas.
Son procedimientos de control que se instituyen insidiosamente, igual que la telepantalla de 1984, de George Orwell, pero en versi¨®n de 2020
En el peor momento de la epidemia nos dimos cuenta de que la calidad de la infraestructura de las redes y la capacidad de los trabajadores para hacer un buen uso de las herramientas comunicativas ¨Cparticularmente, Zoom, que facilita las reuniones en l¨ªnea¨C podr¨ªan resultar m¨¢s decisivas que la de un lugar f¨ªsico y el hecho de realizar tareas en presencia de otros. Esta constataci¨®n constituye una ruptura conceptual. ?Por qu¨¦ deben preservarse determinadas modalidades cuando estos procesos han demostrad su eficacia y la situaci¨®n exige, hoy m¨¢s que nunca, una reducci¨®n de los costes?
Tanto es as¨ª que Mark Zuckerberg acaba de anunciar que los empleados de Facebook que lo deseen podr¨¢n teletrabajar de forma permanente, de igual manera que otras empresas que pretenden generalizar estos usos. Por ejemplo, los seguros Allianz, que piensan incentivar el home office, o el New York Daily News, uno de los diarios estadounidenses con mayor tirada, que, de manera m¨¢s radical, ha abandonado sus oficinas para ¡°convertirse en un diario sin redacci¨®n f¨ªsica¡±. La necesidad de encontrar la mezcla adecuada de vida ¡°presencial¡± y ¡°en remoto¡± se convierte en la nueva doxa. Sin embargo, debemos tener mucho cuidado ante la perspectiva de que la segunda f¨®rmula pueda llegar a destronar la primera. Todo conducir¨¢ a ello, en vista de los beneficios obtenidos, en particular en el sector privado.
El teletrabajo ha resultado, para muchos, en una serie de condiciones de trabajo deterioradas por la falta de espacio, la presencia de miembros de sus familias en sus domicilios, la obligaci¨®n de navegar entre actividades distintas y, en particular, de encargarse del seguimiento escolar de sus hijos. Un burn out [trastorno de agotamiento laboral] de un nuevo tipo ha aparecido, a causa de una confusi¨®n entre vida dom¨¦stica y profesional, que impide una repartici¨®n diferenciada y equilibrada de las tareas. La salud del trabajo se ha infiltrado en el lugar de residencia. Surgen las interrogaciones, en derecho laboral, respecto a la propiedad del material utilizado y su desgaste o sobre el consumo de energ¨ªa. Y no debe pasarse por alto el impacto ecol¨®gico que supone el uso generalizado e ininterrumpido de las redes.
El confinamiento no fue solo un acontecimiento biopol¨ªtico sino tambi¨¦n un choque psicol¨®gico. Experimentamos sin previo aviso una telesociedad generalizada
Son procedimientos de control que se instituyen insidiosamente. Igual que la telepantalla de 1984, de George Orwell, pero en la versi¨®n de 2020, permiten saber en tiempo real si un empleado realiza bien su actividad, cuantificar los niveles de atenci¨®n y reactividad, y solicitar a cualquier persona en cualquier momento. Solo puede provocar una interiorizaci¨®n del rastreo de nuestros comportamientos, a imagen y semejanza de los m¨¦todos presentes en los centros de atenci¨®n al cliente, donde los operadores est¨¢n permanentemente sujetos a una evaluaci¨®n, cumpliendo un sue?o de la gesti¨®n ultraoptimizada, que ahora parece extenderse a multitud de otros oficios.
Es cierto que estas t¨¦cnicas adquieren una apariencia menos sensacionalista que las aplicaciones de rastreo de la covid, que tanta indignaci¨®n provocan en lugares como Francia, cuando, en realidad, son tanto o m¨¢s perniciosas, al estar llamadas a penetrar en nuestro espacio ¨ªntimo y a desplegarse en nuestra cotidianidad. ?Comprendemos el alcance de estos desaf¨ªos jur¨ªdicos y pol¨ªticos en nuestras democracias?
Pero lo m¨¢s crucial es un fen¨®meno de alcance antropol¨®gico, cuya gravedad todav¨ªa no podemos calcular: la instauraci¨®n de un nuevo paradigma en las relaciones interpersonales. La pantalla se ha erigido en instancia de interferencia en nuestras relaciones. Como si, en un simple destello, hubi¨¦semos asistido al amanecer de una nueva era para la humanidad, en la que nuestras ¡°m¨¢scaras de p¨ªxeles¡± se encargan de hacer viable la ¡°distanciaci¨®n social¡± impuesta por el coronavirus.
Un mar de fondo se empieza a agitar y es probable que ya no se calme. En un momento de sordera entre los componentes del cuerpo social, se produce un borrado de los cuerpos y una mediatizaci¨®n tecnificada entre los seres, que parece llamada a intensificarse y que podr¨ªa normalizarse a toda velocidad. El confinamiento no fue solo un acontecimiento biopol¨ªtico por nuestro internamiento sanitario obligatorio, sino tambi¨¦n un choque psicol¨®gico. Hemos tenido que experimentar, sin aviso previo, una especie de telesociedad generalizada. Y, sin embargo, no hay nada menos natural que esa situaci¨®n...
Los reencuentros del verano pasado deben entenderse como una necesidad irreprimible de proximidad carnal con los dem¨¢s, en una sociedad que erige la vida sin contacto en la norma
Es importante comprender desde ese ¨¢ngulo los reencuentros del verano pasado como una necesidad irreprimible y visceralmente humana de proximidad carnal con los dem¨¢s, en el seno de una sociedad que promete convertir la vida ¡°sin contacto¡± en la norma de conducta dominante. Tambi¨¦n debemos aprender a establecer una distancia de seguridad respecto a un exceso de separaci¨®n y una p¨¦rdida repentina y acelerada de nuestras interacciones sensibles, en la medida en que se tratar¨ªa de un colapso de lo que implica la vida en sociedad. Hoy sabemos que el virus est¨¢ destinado a quedarse entre nosotros. Durante la primera ola epid¨¦mica, estos usos se impusieron por necesidad. Ser¨¢ necesario que, durante el oto?o, tengan lugar debates dentro del mundo laboral que tomen en consideraci¨®n las situaciones particulares de todas las partes involucradas.
Hemos sido demasiado indolentes con la industria digital. Y, en muchos casos, hemos pagado un precio alto por ello. A medida que la era del acceso se ve sustituida por la era del exceso, debemos ejercer una gran vigilancia para salvaguardar nuestros principios fundamentales. En primer lugar, los que permiten garantizar nuestra cohesi¨®n indispensable, en una sociedad fracturada y sufriente, que depende en gran medida de v¨ªnculos fundados en una sensibilidad compartida. Teniendo en cuenta que ciertos actores econ¨®micos saben aprovechar al m¨¢ximo la aparici¨®n de cat¨¢strofes, no nos convertir¨¢ ni en ¡°amish¡± ni en adeptos de un ¡°regreso al candil¡±, por retomar los t¨¦rminos de Emmanuel Macron, la voluntad compartida de oponernos a una digitalizaci¨®n cada vez m¨¢s integral de nuestra existencia y de preocuparnos por la buena (y vital) ecolog¨ªa de nuestras relaciones.
?ric Sadin es escritor y fil¨®sofo franc¨¦s, autor de La humanidad aumentada y La siliconizaci¨®n del mundo, ambos publicados por Caja Negra. El mismo sello acaba de editar el ensayo La inteligencia artificial o el desaf¨ªo del siglo. Anatom¨ªa de un antihumanismo radical. Este art¨ªculo se public¨® originalmente en el diario Lib¨¦ration.
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