?Cu¨¢l es la responsabilidad de los intelectuales?
En su nuevo libro, Noam Chomsky re¨²ne dos ensayos distintos: el que escribi¨® en 1967, al calor de la guerra de Vietnam, y el que firm¨® en 2011, tras el asesinato de Bin Laden. Los dos tratan, como explica en este texto in¨¦dito, del papel social que deben tener los expertos
El concepto de ¡°intelectuales¡± es bastante curioso. ?A qui¨¦nes podemos considerar como tales?
He aqu¨ª una pregunta que fue abordada de un modo muy instructivo en un ensayo cl¨¢sico que Dwight Macdonald escribi¨® en 1945, titulado La responsabilidad de los intelectuales. Ese texto es una sarc¨¢stica e implacable cr¨ªtica a aquellos pensadores distinguidos que pontificaban sobre la ¡°culpa colectiva¡± de los refugiados alemanes cuando ¨¦stos sobreviv¨ªan a duras penas entre las ruinas catastr¨®ficas de la guerra. Macdonald comparaba all¨ª el desprecio farisaico que tan distinguidas plumas manifestaban hacia los desdichados supervivientes con la reacci¨®n de muchos soldados del ej¨¦rcito vencedor, que, reconocedores de la humanidad de las v¨ªctimas, se compadec¨ªan del sufrimiento de ¨¦stas. Y, sin embargo, los primeros son los intelectuales, no los segundos.
Macdonald conclu¨ªa su ensayo con unas sencillas palabras: ¡°Qu¨¦ maravillosa es la capacidad de poder ver lo que se tiene justo delante¡±.
?Cu¨¢l es, entonces, la responsabilidad de los intelectuales? Quienes entran en esa categor¨ªa disfrutan de ese relativo grado de privilegio que tal posici¨®n les confiere, lo que les brinda oportunidades superiores a las normales. Las oportunidades conllevan una responsabilidad, la cual, a su vez, implica tener que decidir entre opciones alternativas, algo que, a veces, puede entra?ar una gran dificultad.
As¨ª, una posible opci¨®n es seguir la senda de la integridad, lleve adonde lleve. Otra es aparcar esas preocupaciones y adoptar pasivamente las convenciones instituidas por las estructuras de autoridad. La tarea, en este segundo caso, se limita a seguir con fidelidad las instrucciones de quienes tienen las riendas del poder, a ser servidores leales y fieles, no como resultado de un juicio reflexivo, sino por una respuesta refleja de conformismo. ?sta es una forma muy sutil de eludir las complejidades morales e intelectuales inherentes a una actitud de cuestionamiento, y de rehuir las potenciales consecuencias dolorosas de esforzarse por que la b¨®veda del firmamento moral termine curv¨¢ndose hacia la causa de la justicia.
Estamos familiarizados con esa clase de alternativas. Por eso distinguimos a los comisarios y los appar¨¢tchiki de los disidentes que asumen ese desaf¨ªo y afrontan las consecuencias (unas consecuencias que var¨ªan en funci¨®n de la naturaleza de la sociedad en cuesti¨®n). Muchos disidentes alcanzan la fama y un merecido reconocimiento, y el duro trato que reciben o recibieron es debidamente denunciado con fervor e indignaci¨®n: ah¨ª est¨¢n V¨¢clav Havel, Ai Weiwei, Shirin Ebadi y otras figuras que componen una larga y distinguida lista. Tambi¨¦n es justo que condenemos a los apologistas de la sociedad mala, aquellos que no pasan de la ocasional cr¨ªtica tibia a los ¡°errores¡± de unos gobernantes cuyas intenciones califican global y sistem¨¢ticamente de benignas.
Hay otros nombres, sin embargo, que se echan en falta en la lista de los disidentes reconocidos: por ejemplo, los de los seis destacados intelectuales latinoamericanos, sacerdotes jesuitas, que fueron brutalmente asesinados por fuerzas salvadore?as que acababan de recibir instrucci¨®n militar del Ej¨¦rcito estadounidense y actuaron siguiendo ¨®rdenes concretas de su Gobierno, sat¨¦lite de Estados Unidos. De hecho, apenas si se les recuerda. Muy pocos conocen siquiera c¨®mo se llamaban o guardan el menor recuerdo de aquellos sucesos. Las ¨®rdenes oficiales de asesinarlos no han llegado a¨²n a aparecer en ninguno de los grandes medios de comunicaci¨®n en Estados Unidos, y no porque fueran secretas: se publicaron con total visibilidad en los principales rotativos de la prensa espa?ola, por ejemplo.
No estoy hablando de algo excepcional. Se trata, m¨¢s bien, de la norma. Aquellos hechos no tienen nada de inextricables. Son de sobra conocidos para los activistas que protestaron contra los horrendos cr¨ªmenes promovidos por Estados Unidos en Am¨¦rica Central, y tambi¨¦n para los expertos que han estudiado el tema. En una de las entradas de The Cambridge History of the Cold War, John Coatsworth escribe que, desde 1960 hasta ¡°la ca¨ªda sovi¨¦tica en 1990, las cifras de presos pol¨ªticos, de v¨ªctimas de torturas y de disidentes pol¨ªticos no violentos ejecutados en Am¨¦rica Latina superaron con mucho a las registradas en la Uni¨®n Sovi¨¦tica y sus sat¨¦lites del este de Europa¡±.
Sin embargo, ese mismo panorama se dibuja justamente a la inversa seg¨²n aparece tratado en los medios de comunicaci¨®n y en las revistas de los intelectuales. Por poner s¨®lo un ejemplo llamativo de los muchos posibles, dir¨¦ que Edward Herman y yo mismo comparamos la cobertura que The New York Times hab¨ªa realizado del asesinato de un sacerdote polaco ¨Ccuyos asesinos fueron prontamente localizados y castigados¨C con la de los asesinatos de cien m¨¢rtires religiosos en El Salvador ¨Cincluyendo al arzobispo ?scar Romero y a cuatro religiosas estadounidenses¨C, cuyos perpetradores permanecieron mucho tiempo ocultos a la justicia mientras las autoridades de Estados Unidos negaban los cr¨ªmenes y las v¨ªctimas no recib¨ªan de su Gobierno m¨¢s que el desprecio oficial. La cobertura informativa del caso del sacerdote asesinado en un Estado enemigo fue inmensamente m¨¢s amplia que la dispensada al centenar de m¨¢rtires religiosos asesinados en un Estado sat¨¦lite de Estados Unidos, y tambi¨¦n su estilo fue radicalmente diferente, muy en sinton¨ªa con las predicciones del llamado ¡°modelo de propaganda¡± de explicaci¨®n del funcionamiento de los medios de comunicaci¨®n. Y ¨¦sta s¨®lo es una ilustraci¨®n entre muchas posibles de lo que ha sido un patr¨®n constante a lo largo de muchos a?os.
Puede que la mera servidumbre al poder no lo explique todo, desde luego. En ocasiones ¨Cmuy escasas¨C, s¨ª llegan a consignarse los hechos, aunque acompa?ados de un esfuerzo por justificarlos. En el caso de los m¨¢rtires religiosos, el distinguido periodista estadounidense Nicholas Lemann, corresponsal de nacional de The Atlantic Monthly, revista de l¨ªnea editorial ¡°liberal¡± (de centroizquierda), aport¨® una explicaci¨®n alternativa en una respuesta pretendidamente sarc¨¢stica a nuestro trabajo: ¡°Esa discrepancia puede explicarse diciendo que la prensa tiende a concentrarse s¨®lo en unas pocas cosas en cada momento concreto¡±, escribi¨® Lemann, y ¡°la prensa estadounidense estaba entonces centrada sobre todo en Polonia¡±.
La tesis de Lemann es f¨¢cil de contrastar examinando el ¨ªndice de The New York Times, donde se puede ver que la duraci¨®n de la cobertura informativa dispensada a los dos pa¨ªses fue pr¨¢cticamente id¨¦ntica en ambos casos, e incluso un poco mayor en el de El Salvador. Pero, claro, en un contexto intelectual donde tienen cabida los ¡°hechos alternativos¡±, detalles como ¨¦se poco parecen importar.
En la pr¨¢ctica, el t¨¦rmino honor¨ªfico ¡°disidente¡± est¨¢ reservado a quienes son disidentes en Estados enemigos. A los seis intelectuales latinoamericanos asesinados, al arzobispo y a los otros muchos que, como ellos, protestan contra los cr¨ªmenes de Estado en pa¨ªses sat¨¦lites de Estados Unidos y son asesinados, torturados o encarcelados por ello, no se les llama ¡°disidentes¡± (si es que llegan a ser mencionados siquiera).
Tambi¨¦n dentro del propio pa¨ªs hay diferencias terminol¨®gicas. Hubo, por ejemplo, intelectuales que protestaron contra la guerra de Vietnam por razones diversas. Por citar un par de destacados ejemplos que ilustran lo limitado que es el espectro de visi¨®n de la ¨¦lite, el periodista Joseph Alsop se quej¨® en su d¨ªa de que la intervenci¨®n estadounidense estaba siendo demasiado contenida, mientras que Arthur Schlesinger replic¨® que una escalada probablemente no funcionar¨ªa y terminar¨ªa siendo demasiado costosa para nosotros. No obstante, a?adi¨®, ¡°todos rezamos¡± por que Alsop tenga raz¨®n al considerar que la fuerza de Estados Unidos tal vez se imponga, y si lo hace, ¡°puede que entonces todos reconozcamos la prudencia y el sentido de Estado del Gobierno estadounidense¡± para conseguir la victoria, aun a costa de dejar a aquel ¡°desdichado pa¨ªs destruido y devastado por las bombas, calcinado por el napalm, convertido en un erial por los defoliantes qu¨ªmicos, reducido a ruinas y escombros¡±, y con un ¡°tejido pol¨ªtico e institucional¡± reducido a cenizas.
Y, sin embargo, a Alsop y a Schlesinger no se los llama ¡°disidentes¡±. M¨¢s bien, se les considera un ¡°halc¨®n¡± y una ¡°paloma¡±, respectivamente: dos figuras que marcan los extremos opuestos del espectro de lo que se entiende que es la cr¨ªtica leg¨ªtima a las guerras de Estados Unidos.
Por supuesto, tambi¨¦n hay voces que caen fuera del espectro por completo, pero a ¨¦sas tampoco se las considera ¡°disidentes¡±. McGeorge Bundy, consejero de Seguridad Nacional de Kennedy y de Johnson, dijo en un art¨ªculo para Foreign Affairs, una revista del establishment, que se trataba de ¡°salvajes entre bastidores¡± que se oponen por principio a las agresiones estadounidenses, m¨¢s all¨¢ de las cuestiones t¨¢cticas sobre su viabilidad y su coste.
Bundy escribi¨® esas palabras en 1967, en un momento en que el implacablemente anticomunista historiador militar y especialista en Vietnam Bernard Fall, muy respetado por el Gobierno estadounidense y los c¨ªrculos de opini¨®n dominantes, tem¨ªa que ¡°Vietnam como entidad cultural e hist¨®rica [¡] est¨¦ corriendo peligro de extinci¨®n [¡] [ahora que] el campo se est¨¢ muriendo literalmente bajo los impactos de la mayor maquinaria militar jam¨¢s desplegada contra un territorio de esa extensi¨®n¡±. Pero s¨®lo los ¡°salvajes entre bastidores¡± ten¨ªan la desfachatez de cuestionar la justicia de la causa estadounidense.
Al t¨¦rmino de la guerra en 1975, intelectuales de todo el espectro de opini¨®n dominante dieron sus interpretaciones de lo sucedido. Abarcaban todas las franjas del espectro Alsop-Schlesinger. Desde el extremo de las ¡°palomas¡±, Anthony Lewis escribi¨® que la intervenci¨®n comenz¨® con una serie de ¡°torpes esfuerzos bienintencionados¡± (¡°torpes¡± porque fracasaron, y ¡°bienintencionados¡± por principio doctrinal, sin necesidad de demostraci¨®n), pero hacia 1969 ya era obvio que la intervenci¨®n era un error porque Estados Unidos ¡°no pod¨ªa imponer una soluci¨®n sino a un precio demasiado costoso para s¨ª mismo¡±.
Al mismo tiempo, los sondeos mostraban que en torno a un 70?% de la poblaci¨®n no consideraba que la guerra fuera ¡°un error¡±, sino ¡°intr¨ªnsecamente injusta e inmoral¡±. Pero, claro, como aquellos soldados de 1945 que empatizaban con el sufrimiento de los desdichados refugiados alemanes, los encuestados no son intelectuales.
Los ejemplos son los t¨ªpicos. La oposici¨®n a la guerra alcanz¨® su pico m¨¢ximo en 1970, despu¨¦s de la invasi¨®n de Camboya orquestada por el d¨²o Nixon-Kissinger. Justo entonces, el polit¨®logo Charles Kadushin llev¨® a cabo un extenso estudio de las actitudes de los ¡°intelectuales de la ¨¦lite¡±. Y descubri¨® que, a prop¨®sito de Vietnam, ¨¦stos adoptaron una postura ¡°pragm¨¢tica¡± de cr¨ªtica a la guerra por considerarla un error que acab¨® saliendo demasiado caro. Los ¡°salvajes entre bastidores¡± ni siquiera contaban, perdidos entre el margen de error estad¨ªstico.
Las guerras de Washington en Indochina fueron el peor crimen de la era posterior a la Segunda Guerra Mundial. El peor crimen del actual milenio es la invasi¨®n brit¨¢nico-estadounidense de Irak, con horrendas consecuencias en toda la regi¨®n que a¨²n distan mucho de llegar a un final. La ¨¦lite intelectual tambi¨¦n ha estado a su acostumbrada altura en esta ocasi¨®n. Barack fue muy elogiado por los intelectuales liberales de centroizquierda por posicionarse con las ¡°palomas¡±. Seg¨²n las palabras del presidente, ¡°durante la ¨²ltima d¨¦cada, las tropas estadounidenses han realizado extraordinarios sacrificios para brindar a los iraqu¨ªes la oportunidad de reclamar para s¨ª su futuro¡±, pero ¡°la dura realidad es que todav¨ªa no hemos asistido al final del sacrificio americano en Irak¡±. La guerra fue un ¡°grave error¡±, una ¡°metedura de pata estrat¨¦gica¡± con un coste m¨¢s que excesivo para nosotros, una valoraci¨®n que bien podr¨ªa equipararse a la que muchos generales rusos hicieron en su d¨ªa sobre la decisi¨®n sovi¨¦tica de intervenir en Afganist¨¢n.
Se trata de un patr¨®n generalizado. No hace falta citar ning¨²n ejemplo, pues hay sobrados estudios publicados al respecto, aunque ¨¦stos no parecen haber tenido el menor efecto en la doctrina de la ¨¦lite intelectual.
De fronteras para dentro, no hay disidentes, ni tampoco comisarios ni appar¨¢tchiki. S¨®lo salvajes entre bastidores, por un lado, e intelectuales responsables ¨Clos considerados como los verdaderos expertos¨C, por el otro. La responsabilidad de los expertos la ha detallado uno de los m¨¢s eminentes y distinguidos de todos ellos. Alguien es un ¡°experto¡±, seg¨²n Henry Kissinger, cuando ¡°elabora y define¡± el consenso de su p¨²blico ¡°a un alto nivel¡± (entendi¨¦ndose como ¡°p¨²blico¡± aquellas personas que establecen el marco de referencia dentro del que los expertos ejecutan las tareas a ellos encomendadas).
Las categor¨ªas son bastante convencionales y se remontan al uso m¨¢s temprano del concepto de ¡°intelectual¡± en su sentido contempor¨¢neo, durante la pol¨¦mica del caso Dreyfus en Francia. La figura m¨¢s destacada de los dreyfusards, ?mile Zola, fue condenado a un a?o de c¨¢rcel por haber cometido la infamia de pedir justicia para el acusado en falso Alfred Dreyfus, y huy¨® a Inglaterra para evitar una pena mayor. Fue entonces duramente reprobado por los ¡°inmortales¡± de la Academia Francesa. Los? dreyfusards eran aut¨¦nticos ¡°salvajes entre bastidores¡±. Eran culpables de ¡°una de las excentricidades m¨¢s rid¨ªculas de nuestro tiempo¡±, por decirlo con las palabras del acad¨¦mico Ferdinand Bruneti¨¨re: ¡°la pretensi¨®n de alzar a escritores, cient¨ªficos, profesores y fil¨®logos a la categor¨ªa de superhombres¡± que se atreven a ¡°tratar de idiotas a nuestros generales, de absurdas a nuestras instituciones sociales, y de insanas a nuestras tradiciones¡±. Osaban entrometerse en asuntos que deb¨ªan dejarse a los ¡°expertos¡±, a ¡°hombres responsables¡±, ¡°intelectuales tecnocr¨¢ticos y pol¨ªticamente pragm¨¢ticos¡±, seg¨²n reza la terminolog¨ªa contempor¨¢nea del discurso liberal de centroizquierda.
Pues bien, ?cu¨¢l es, entonces, la responsabilidad de los intelectuales? Siempre pueden elegir. En los Estados enemigos, pueden optar por ser comisarios o por ser disidentes. En los Estados sat¨¦lites de la pol¨ªtica exterior estadounidense, en el per¨ªodo moderno, esa elecci¨®n puede tener consecuencias indescriptiblemente tr¨¢gicas para esas personas. En nuestro propio pa¨ªs, pueden elegir entre ser expertos responsables o ser salvajes entre bastidores.
Pero siempre existe la opci¨®n de seguir el buen consejo de Macdonald: ¡°Qu¨¦ maravillosa es la capacidad de poder ver lo que se tiene justo delante¡±, y tener simplemente la honradez de contarlo tal como es.
'La responsabilidad de los intelectuales'
Autor: Noam Chomsky
Traductor: Albino Santos Mosquera
Editorial: Sexto Piso
Formato: R¨²stica. 132 p¨¢ginas
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