Alemania, ¡®hora cero¡¯: una posguerra de hambre, hacinamiento, violaciones y refugiados
Varias publicaciones retrataron el pa¨ªs tras el final de la Segunda Guerra Mundial. En su libro ¡®Oto?o alem¨¢n¡¯, el periodista Stig Dagerman ofreci¨® un retrato de la destrucci¨®n tras la derrota
Roberto Rossellini la populariz¨® en 1948, pero la expresi¨®n ¡°hora (o a?o) cero¡± hab¨ªa surgido unos a?os antes, en torno al fin de la Segunda Guerra Mundial en territorio europeo; imaginada y temida por algunos como el momento de la venganza, anhelada por otros como una cesura hist¨®rica y una liberaci¨®n, la hora cero fue recibida con indiferencia por la mayor¨ªa de la poblaci¨®n alemana, cuyo padecimiento no termin¨® con las hostilidades.
En Wolfszeit (La hora del lobo), el periodista alem¨¢n Harald J?hner calcula que ¡°la guerra dej¨® en Alemania 500 millones de metros c¨²bicos de escombros¡±, una cantidad tan dif¨ªcil de concebir que los sobrevivientes intentaban visualizarla imaginando una monta?a de ruinas de 90.000 metros cuadrados de base y 4.000 metros de altura; una monta?a, en realidad, inconcebible.
Nada m¨¢s dif¨ªcil que hacernos una idea del estado de las ciudades alemanas tras el final de la guerra. Nuestra dificultad para hacerlo es producto tanto de la estabilidad y el relativo bienestar de las ¨²ltimas d¨¦cadas en Europa Occidental como de algo parecido a una constante antropol¨®gica; como escribi¨® Hans Erich Nossack en El hundimiento. Hamburgo, 1943 (traducido al espa?ol por Juan de Sola y publicado por La U?a Rota en 2010), la incapacidad para comprender lo sucedido y verbalizarlo era el denominador com¨²n entre los sobrevivientes.
Berl¨ªn hab¨ªa perdido un tercio de sus viviendas, y las que segu¨ªan en pie carec¨ªan de electricidad, agua y gas; los suicidios eran frecuentes, tambi¨¦n el hacinamiento, las violaciones y ejecuciones sumarias a cuenta de la justicia de los vencedores; las autoridades eclesi¨¢sticas hab¨ªan dejado en suspenso el s¨¦ptimo mandamiento, porque el robo de carb¨®n era vital para la supervivencia; la prostituci¨®n florec¨ªa a falta de otras actividades econ¨®micas; en el mercado negro, las joyas y los objetos de valor eran intercambiados por patatas y pan; la capital del Tercer Reich hab¨ªa pasado de tener 4,3 millones de habitantes a tener 2,8 cuando la guerra termin¨®; la mayor parte de la poblaci¨®n estaba compuesta por ancianos, ni?os y mujeres; el berlin¨¦s promedio estaba profundamente desnutrido y los casos de c¨®lera y difteria eran frecuentes. Nossack pudo constatar que el infortunio personal resultaba comprensible, pero que la destrucci¨®n total y absoluta era imposible de entender y conduc¨ªa a quienes la experimentaban a la estupefacci¨®n y el silencio.
Stig Dagerman ten¨ªa solo 23 a?os cuando visit¨® Alemania y descubri¨® ¡ªviajando de ¡°las ruinas de una ciudad hacia las ruinas de otra¡± como los desplazados, los hambrientos y quienes hab¨ªan perdido su hogar¡ª que la palabra m¨¢s empleada para dar cuenta de la situaci¨®n era ¡°indescriptible¡±. No le pareci¨® adecuada, sin embargo. ¡°La carne de dudosa procedencia que de alguna forma [los sobrevivientes] consiguen procurarse o las verduras sucias que encuentran Dios sabe d¨®nde no son indescriptibles¡±, afirm¨®, ¡°son absolutamente repugnantes. [Y] lo que es repugnante no es indescriptible, es simplemente repugnante. Del mismo modo se puede refutar a aquellos que dicen que la miseria que sufren los ni?os en los s¨®tanos es indescriptible. Si se quiere, se puede describir perfectamente¡±.
Dagerman hab¨ªa nacido en las afueras de Estocolmo en 1923 y solo le quedaban siete a?os de vida ¡ªse suicid¨® en 1954¡ª, pero le bastar¨ªan para producir cuatro novelas, cuatro obras de teatro, un volumen de novelas cortas, cuentos, ensayos, poemas y art¨ªculos. Los 13 que escribi¨® para el peri¨®dico sueco Expressen en 1947, que Pepitas de Calabaza publica ahora bajo el t¨ªtulo de Oto?o alem¨¢n (traducidos por Jos¨¦ Mar¨ªa Caba y revisados por Jes¨²s Garc¨ªa Rodr¨ªguez), son prueba de su extraordinaria lucidez y del imperativo que se impuso de contar y describir lo que otros consideraban ¡°indescriptible¡±: el hambre, el hacinamiento en los trenes y en los s¨®tanos a menudo inundados, la llegada de refugiados ¡ª¡±gente andrajosa, hambrienta y no grata¡±, cuya presencia ¡°era al mismo tiempo odiada y bien recibida; odiada porque los que llegaban no tra¨ªan consigo m¨¢s que hambre y sed; bien recibida porque alimentaba sospechas que solo esperaban ser nutridas, una desconfianza que solo esperaba ser confirmada y un desconsuelo que nadie deseaba mitigar¡±¡ª, ¡°las caras p¨¢lidas de la gente que vive en las barracas y los b¨²nkeres por cuarto a?o consecutivo ¡ªy que hacen pensar en los peces que se asoman a la superficie del aire para respirar¡ª y el llamativo rubor de las chicas que algunas veces al mes reciben chocolates, una cajetilla de Chesterfield, estilogr¨¢ficas o jabones¡±, la indiferencia frente a los Juicios de N¨²remberg y las primeras elecciones democr¨¢ticas, el rechazo mayoritario a los procesos de desnazificaci¨®n ¡ª¡±consagran un tiempo considerable a casos insignificantes mientras que los verdaderamente importantes parecen desaparecer por una escotilla secreta¡±¡ª, la demanda de diversi¨®n ¡ª¡±los cines est¨¢n siempre llenos hasta el anochecer y por eso admiten espectadores de pie¡±¡ª y el modo en que, pese a que tendemos a pensar en el final de la guerra como un acontecimiento de alcance general, afect¨® con diferente intensidad a las distintas clases sociales y preserv¨® a la alta, la que m¨¢s hab¨ªa prosperado durante el nazismo.
¡°Si uno ha convivido con alemanes procedentes de diferentes capas sociales, pronto se da cuenta de que lo que en un sondeo previo sobre el pensamiento alem¨¢n actual parece un bloque monol¨ªtico est¨¢ en realidad atravesado por grietas horizontales, verticales y diagonales¡±. Dagerman sostuvo que ¡°es un chantaje analizar la posici¨®n pol¨ªtica del hambriento sin analizar al mismo tiempo su hambre¡±, y es esto lo que distingue m¨¢s claramente su postura de la adoptada por otros corresponsales de la posguerra alemana como Virginia Irwin, Jacob Kronika o Theo Findahl, quienes aprobaban el castigo a la totalidad de la sociedad alemana.
Para Dagerman, un pa¨ªs ¡°insatisfecho, amargado y desgarrado¡± en el que prevalec¨ªan ¡°la desilusi¨®n y la desesperanza¡± no era el escenario m¨¢s propicio para la ¡°hora cero¡± de una nueva sociedad democr¨¢tica. Y es esta conclusi¨®n ¡ªque compartir¨ªa a?os m¨¢s tarde el canciller occidental Richard von Weizs?cker, quien en 1985 afirm¨® que ¡°jam¨¢s hubo una hora cero¡±¡ª la que otorga un cierto car¨¢cter oracular a su extraordinario Oto?o alem¨¢n en un momento en que el fascismo se extiende por Europa.
Babelia
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