Arthur Lee, el monstruo que creaba belleza
Un libro de Barney Hoskyns refleja la turbulenta carrera del fundador del grupo Love
Cada poco tiempo te hacen La Pregunta. Que viene a ser algo as¨ª como ¡°?para qu¨¦ sirve un cr¨ªtico musical en la dictadura del algoritmo?¡±. Y respondes m¨¢s o menos lo de siempre: estamos aqu¨ª para apostar por la m¨²sica hermosa, ignorando las cifras de venta (y ahora, la cantidad de likes). Con suerte, luego sientes que has servido de algo cuando, por ejemplo, se traduce un libro como Arthur Lee: esplendor y decadencia de Love (Contra), de Barney Hoskyns, que se centra en su pin¨¢culo, Forever changes. El tipo de disco que defend¨ªamos visceralmente, aunque nada supi¨¦ramos sobre sus interioridades.
Forever changes sali¨® en el a?o de gracia de 1967, pero no en Espa?a: aqu¨ª tardar¨ªa 10 a?os en publicarse (lo hizo dentro de una colecci¨®n llamada Pioneros). Para entonces, Love ya no exist¨ªa como proyecto colectivo. Y cost¨® lo suyo entender que el principal art¨ªfice del grupo, Arthur Lee, fue precisamente el responsable de sabotear a Love.
Son los riesgos de contar con un l¨ªder carism¨¢tico, que aglutinaba a su alrededor un pu?ado de almas c¨¢ndidas¡ dicho sea con todas las reservas: uno de sus primeros guitarristas fue Bobby Beausoleil, futuro sicario de Charles Manson. Arthur Lee afectaba los modos ben¨¦volos de un hippy, pero pero no dudaba en estafar a sus compinches: cuando Elektra Records fich¨® a Love por 5.000 d¨®lares, corri¨® a comprarse un Mercedes deportivo; para el resto quedaron las migajas.
Hoskyns es un periodista brit¨¢nico y no cae en el gusto estadounidense por buscar dramas familiares o patolog¨ªas psicol¨®gicas que expliquen los deslices de los ¨ªdolos. Las decisiones de Lee fueron finalmente fruto de la necedad: antes de Love, se empe?¨® en fichar por Capitol Records y debut¨® all¨ª en 1963 con un instrumental trivial (¡°no les iba a dar el mejor repertorio que ten¨ªa¡±).
A Lee lo que le gustaba era molar. Llevar ropa guay, vivir en la antigua mansi¨®n de B¨¦la Lugosi, asegurar que descubri¨® antes que nadie a Jimi Hendrix, creer que los Rolling Stones le imitaban. En realidad, se conformaba con presidir sobre un peque?o c¨ªrculo de freaks del Sunset Strip en vez de salir a comerse el mundo: ni siquiera toc¨® en el Monterey Pop Festival, punto de partida del boom del rock californiano. M¨¢s desidia que descontrol: Lee y sus m¨²sicos tampoco aprovecharon las posibilidades abiertas por el ¨¦xito masivo de The Doors, sus compa?eros de discogr¨¢fica, prefiriendo lamentarse por sentirse marginados; tengan en cuenta que, hasta entonces, Elektra era esencialmente un sello de folk.
Su despegue fue mete¨®rico. En 1966, grabaron dos ¨¢lbumes afilados y al a?o siguiente facturaron su obra capital, Forever changes. Para entonces, ya hab¨ªa desplegado toda su sensibilidad Bryan MacLean, su compa?ero en tareas compositivas. Con el a?adido de cuerdas, metales y teclas, surgi¨® un disco agridulce que combinaba melod¨ªas luminosas y letras inquietantes, donde reverberaban las tensiones intergeneracionales y la guerra del Vietnam. ?Una f¨®rmula creativa perfecta? No dur¨®: Lee prescindi¨® de MacLean, que insist¨ªa en cobrar derechos de autor y su porci¨®n de las regal¨ªas de los discos (no una fortuna pero s¨ª un pellizco: Forever changes fue un ¨¦xito considerable en el Reino Unido).
Arthur Lee ten¨ªa esa rara habilidad para dispararse en su pie. Y disculpen la referencia a las armas de fuego; fue su atracci¨®n por las pistolas lo que finalmente le llev¨® a la prisi¨®n en 1996, una condena de 12 a?os de la que cumpli¨® la mitad. Arthur Lee: esplendor y decadencia de Love lleva un ep¨ªlogo exclusivo para la edici¨®n espa?ola que revela que Lee tambi¨¦n se cabre¨® con el autor, a pesar de Hoskyns ejerciera como su palad¨ªn.
La devoci¨®n por Forever changes se concret¨® en una gira triunfal a principios de siglo, donde habilidosos instrumentistas (suecos) recrearon los arreglos orquestales de 1967. Se fantase¨® con la posibilidad de que Lee regrabara las canciones suyas (y de McLean) que quedaron in¨¦ditas o frustradas. Para los que pudimos tratarle en esas fechas, aquello eran ilusiones ingenuas: Lee segu¨ªa perdido en su planeta particular. Y se le acababa el tiempo. Aquejado de leucemia, muri¨® un d¨ªa del verano de 2006, con 61 a?os.
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