El paisaje comunista que Putin borra en Ucrania
Un ensayo viaja por la arquitectura socialista que la URSS erigi¨® a base de hormig¨®n y que Mosc¨² est¨¢ aniquilando en J¨¢rkov, Kiev, Lviv, Mariupol y otras ciudades
Hormig¨®n. Fr¨ªo y gris hormig¨®n. Implacable, monol¨ªtico, desolador. Bloques lineales y mastod¨®nticos de viviendas de hormigo?n prefabricado con un mismo aroma a deshumanizaci¨®n. Esa fue la marca de cantero sovi¨¦tica en toda la URSS: el gris estandarizado, brutal, sin alma. En los suburbios industriales de J¨¢rkov, en la periferia de Praga o en un distrito obrero de Varsovia. Siempre el mismo y pl¨²mbeo gris. Ahora, el eterno retorno de la historia se disfraza de paradoja: si de Mosc¨² parti¨® aquel impulso de hormig¨®n que dibuj¨® un nuevo paisaje comunista en las ciudades ucranias, de Mosc¨² parten ahora las bombas y los misiles que est¨¢n borrando ese paisaje gris y colosal que hermanaba en lo visual a ambos territorios ¨CRusia y Ucrania¨C y que un¨ªa est¨¦ticamente a toda una civilizaci¨®n ya extinguida. Las im¨¢genes de destrucci¨®n en ciudades como Mariupol, J¨¢rkov, Lviv, Kiev o Chern¨ªgov muestran un mundo en ruinas, con miles de edificios bombardeados y decenas de miles de bloques fantasmales abandonados por sus inquilinos. Ese mundo con perfil rectil¨ªneo y desconchado es el que recorre Owen Hatherley en Paisajes del comunismo (Capit¨¢n Swing), un largo ensayo acerca del mundo perdido de la arquitectura socialista. Un canto apasionado sobre la Europa comunista del siglo XX a trav¨¦s de sus edificios.
Hatherley es un escritor y periodista ingl¨¦s de 41 a?os. Sus abuelos eran comunistas, con carn¨¦ del partido. ?l se define como marxista fascinado por la est¨¦tica del comunismo. Y por si acaso acuden los trolls, ya en la introducci¨®n advierte: ¡°?Por que? nos preocupa resultar sospechosos de ser estalinistas (o nazis) cuando disfrutamos contemplando los edificios de Alexe?i Shchu?sev (o de Albert Speer), mientras nadie asume que los entusiastas de la arquitectura cla?sica de Atenas, Roma o Washington DC admiren tambie?n las sociedades esclavistas que la erigieron?¡±.
Estos d¨ªas vive con doble tristeza la destrucci¨®n de muchas ciudades ucranias. Por el drama humano y por el urbicidio que est¨¢ aniquilando el patrimonio arquitect¨®nico del pa¨ªs. ¡°Ya se pueden ver las ruinas destruidas de los pisos de poca altura de la era de Kruschev, de los grandes edificios c¨ªvicos de los a?os 70 como la Casa de la ?pera o la Filarm¨®nica de J¨¢rkov y, sobre todo, bloque tras bloque de viviendas prefabricadas de los 70 y 80, en las que vive o ha vivido la mayor¨ªa de las personas en Ucrania¡±, explica Hatherley por correo. Para ¨¦l no hay contradicci¨®n en el hecho de que las bombas rusas destrocen el hormig¨®n sovi¨¦tico. ¡°Putin ha dejado claro que ve a Ucrania como un pa¨ªs fake, una construcci¨®n comunista, y tiene la intenci¨®n de restaurar algo mucho m¨¢s antiguo que la URSS: una unidad etnonacionalista de los pueblos rus (Rusia, Ucrania y Bielorrusia) basada en la Iglesia ortodoxa y en una cultura privativa no occidental. Putin es un anticomunista ferviente y esta guerra proviene en gran medida de su anticomunismo. Como se?ala el cr¨ªtico izquierdista ruso Ilya Budraitskis, Putin teme genuinamente a la revoluci¨®n¡±, responde Hatherley.
Precisamente la Revoluci¨®n de Octubre es la que alumbra su ensayo, un asombroso viaje de casi 700 p¨¢ginas al Disneyland rojo del comunismo arquitect¨®nico. Primero recorre y describe los bulevares de proporciones cicl¨®peas esculpidos entre los a?os 30 y 80. La Perspectiva Nevsky de San Petersburgo, la Unter den Linden y la Karl-Marx-Allee de Berl¨ªn, la demencial Kalinin Prospekt de Mosc¨² o el bulevar de la Victoria del Socialismo que Ceausescu construy¨® en Bucarest para cumplir su obsesi¨®n de superar los tres kil¨®metros y medio de largo de los Campos El¨ªseos. Ese tipo de avenida descomunal sovi¨¦tica, escenario de desfiles y exaltaciones patri¨®ticas, fue llamado magistrale. ¡°Lo que la diferencia de la pra?ctica parisiense es que, en lugar de desplazar a la clase trabajadora a otro lugar mientras el nuevo bulevar alberga a los ricos, en la nueva calle se sucedi?an viviendas de calidad y un alquiler extraordinariamente bajo para albergar a la clase trabajadora¡±, escribe el autor.
Su paseo por el kil¨®metro y medio de la Tverskaya de Mosc¨² ¨Dantigua calle Gorki: polvorienta, desgastada, extenuante, claustrofo?bica por la congestio?n del tra?fico¨D desemboca en esa mole de piedra de nombre temible: la Lubyanka, sede de la antigua KGB. ¡°El resultado es escalofriante. Aunque no supieras lo que fue en su di?a ni hubieras oi?do hablar de las incontables personas retenidas, torturadas o liquidadas alli?, o aunque no leyeras el pequen?o ¡ªy excepcional¡ª monumento dedicado a sus vi?ctimas, situado frente a e?l, el edificio seguiri?a expresando su naturaleza terrori?fica con toda claridad¡±, se?ala Hatherley ahora que ya no puede o¨ªrle el temible Lavrenti Beria, jefe de la polic¨ªa pol¨ªtica de Stalin.
Pero no solo con hormig¨®n se construy¨® el paisaje de la URSS. El m¨¢rmol noble y el oro reluciente labraron las ciudades Potemkin del subsuelo: el metro, una espectacular reivindicaci¨®n del espacio p¨²blico que fue m¨¢s lejos que cualquier otra vanguardia. Una an¨¦cdota: cuando uno de los arquitectos m¨¢s geniales del mundo sovi¨¦tico, Alex¨¦i Dushkin, expuso su proyecto para la estaci¨®n de metro de Kropotkinskaya, el jerarca sovi¨¦tico L¨¢zar Kagan¨®vich objet¨® que ese derroche de lujo parec¨ªa una reformulaci¨®n de la morada de los faraones egipcios, el gran templo de Am¨®n en Karnak. El joven y ambicioso y futurista Dushkin neg¨® la acusaci¨®n con una frase que se har¨ªa c¨¦lebre: ¡°Sus palacios son para faraones, los nuestros son para el pueblo¡±.
Con todo, lo m¨¢s interesante del metro sovi¨¦tico no es el oro ni los suntuosos candelabros, ni las c¨²pulas y los mosaicos iluminados, ni los arcos de m¨¢rmol rojo, ni las estatuas monumentales de bronce y los frisos escult¨®ricos plagados de ¨¦pica obrera. Es una historia de horror que Owen Hatherley rescata. Para construir la primera l¨ªnea se emple¨® a trabajadores sin experiencia en obras similares. Desde agricultores de granjas colectivizadas a mineros de la cuenca del Donba?s. ¡°Equipos enteros mori?an a veces aplastados en derrumbamientos o ahogados cuando se inundaban las galeri?as¡±, narra el autor. Adem¨¢s, como la obra se retrasaba, 80.000 obreros voluntarios del Komsomol, las juventudes comunistas, se sumaron al tajo para cumplir los plazos.
Aquella primera l¨ªnea de metro fue construida ¡°gracias a una combinacio?n de brutalidad apabullante y entusiasmo no coaccionado¡±. Para el resto de l¨ªneas y estaciones construidas entre los a?os 30 y 50 se utilizo? una gran cantidad de prisioneros como mano de obra forzada. ¡°El metro se convirtio? en una rama del Gulag¡±, explica Owen Hatherley. Palacios para el pueblo, s¨ª, pero construidos a la fuerza por un pueblo siervo y explotado que, en ocasiones, entregaba su vida en el fondo del agujero para que el oro refulgiese en la estaci¨®n.
Hay otra historia en Paisajes del comunismo que altera la perspectiva habitual sobre el hormig¨®n. Adem¨¢s de dedicar cap¨ªtulos a las enormes magistrale, a los edificios altos, a las estaciones, a los condensadores sociales, a las ciudades reconstruidas, a los memoriales comunistas o a la arquitectura popular improvisada, el periodista brit¨¢nico viaja por distintos pa¨ªses del antiguo campo socialista en busca de las mikrorajon. Esto es, las microrregiones levantadas de la nada en las periferias de las ciudades. Como la avenida de las Brigadas Proletarias de Zagreb. Al final de esa gigante v¨ªa, con sus bloques lineales y torres clonadas entre espacios abiertos de ecos kafkianos, viv¨ªa Josef K. en la pel¨ªcula El proceso de Orson Welles.
En palabras del autor brit¨¢nico, ir al encuentro de esas microrregiones impersonales para miles de obreros con la f¨¢brica cerca constituye un descenso a ¡°la barbaridad absoluta, la vacuidad visual y humana que supone rodear ciudades tan diversas, pintorescas y ricas en su decoracio?n como Budapest, Praga, San Petersburgo, Cracovia, Vilna o Tallin de un cordo?n sanitario de bloques lineales de hormigo?n monoli?ticos, uni?vocos y reduccionistas¡±. Es el paisaje que el turista suele ver por la ventanilla del taxi en el trayecto del aeropuerto al centro urbano.
Sin embargo, hay dos aspectos que Hatherley subraya y que modifican la mirada actual sobre esos colosos en gris. Primero, c¨®mo surgieron. Nacieron de un mundo que quer¨ªa romper con las condiciones de hacinamiento creadas por las kommunalkas sovi¨¦ticas, en las que convivi?an varias familias en cada apartamento con ba?os compartidos. En esos nuevos y enormes bloques, los trabajadores de la URSS iban a estrenar una vida in¨¦dita para ellos: ya no tendr¨ªan que compartir piso con otras familias y dispondri?an de calefaccio?n central, electricidad o agua caliente por primera vez.
Hatherley escribe: ¡°Resulta iro?nico que estas estructuras inhumanas, apenas reconocibles como arquitectura, sean, por lo general, el resultado de una de las poli?ticas del imperio sovie?tico ma?s humanas: la provisio?n de viviendas decentes tan subvencionadas que eran pra?cticamente gratuitas. El precio de alquiler de estas viviendas ¡ªde propiedad pu?blica o de alguna cooperativa¡ª soli?a fijarse entre el 3 y el 5 % de los ingresos¡±. Para sus primeros ocupantes, pues, no fue tan fr¨ªo y gris aquel hormig¨®n. Hoy, en tantas ciudades bombardeadas de Ucrania, es el a?orado y c¨¢lido hormig¨®n del hogar perdido.
Babelia
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