Bob Dylan sienta la cabeza en Tulsa
La ciudad de Oklahoma inaugura un centro dedicado al m¨²sico para mostrar los tesoros de su archivo, que un millonario local le compr¨® en 2016 por 20 millones de d¨®lares
?Qu¨¦ llevaba Bob Dylan en la cartera en 1966? Una tarjeta de visita de Otis Redding (se acababan de conocer, pero el cantante de soul, ay, morir¨ªa poco despu¨¦s), el tel¨¦fono de Johnny Cash y las se?as de un fot¨®grafo, de un periodista, de un poeta y de un tipo que acababa de empezar a trabajar para ¨¦l. La billetera y su contenido se expondr¨¢n al p¨²blico desde el pr¨®ximo martes en una vitrina del reci¨¦n construido Bob Dylan Center de Tulsa (Oklahoma), junto a cuadernos, cartas, fotograf¨ªas, pel¨ªculas, instrumentos, m¨¢quinas de escribir, memorabilia y centenares de otros objetos nunca vistos, sacados del archivo personal del cantautor.
La cartera, entre otros 100.000 objetos, la compr¨® en 2016 un millonario y fil¨¢ntropo de la ciudad llamado George Kaiser. Pag¨® 20 millones de d¨®lares por un conjunto que el m¨²sico hab¨ªa ido atesorando a lo largo de las seis d¨¦cadas de exitosa carrera. La fundaci¨®n de Kaiser, apoyada por un grupo de donantes, ha soltado despu¨¦s otros 10 millones para construir un museo de dos plantas. Equipado con la ¨²ltima tecnolog¨ªa, est¨¢ situado en un edificio industrial del distrito art¨ªstico de esta ciudad de 400.000 habitantes situada en las Grandes Llanuras. ¡°La mitad del dinero [para el centro] la hemos puesto nosotros, la otra mitad corre a cargo de benefactores locales¡±, especifica Ken Levit, director ejecutivo de una fundaci¨®n cuyos fines sociales se enfocan en la igualdad de oportunidades y la educaci¨®n infantil.
El magnate, que hizo su dinero con la banca y el petr¨®leo, parece empe?ado en convertir Tulsa en un polo de atracci¨®n cultural. Los 2.700 metros cuadrados dedicados al autor de Like A Rolling Stone, que la prensa y los donantes pueden ver estos d¨ªas en primicia, comparten manzana con el Woody Guthrie Center, pagado tambi¨¦n por Kaiser y consagrado desde 2013 a la leyenda del folk estadounidense. Dylan ha se?alado en un escueto comunicado ese como uno de los motivos que le hizo aceptar la oferta de Tulsa. Guthrie, natural de Oklahoma, fue siempre algo m¨¢s que un h¨¦roe para ¨¦l. La otra raz¨®n es la proximidad de la ciudad con la naci¨®n cherokee.
Sean cuales sean sus motivos, la elecci¨®n parece acertada, tal vez por el ambiente de expiaci¨®n que en tiempos del Black Lives Matter se respira con el recuerdo, que tambi¨¦n cuenta con su museo, de la masacre de Tulsa de hace un siglo, cuando una turba de blancos arras¨® 35 manzanas de un barrio conocido como el Wall Street Negro. O quiz¨¢ porque la ciudad est¨¢ atravesada por todas partes por las v¨ªas del tren. En uno de los paneles del museo, que relata la infancia del genio, destaca esta cita entre las decenas de frases memorables que salpican el recorrido y que tambi¨¦n est¨¢n por las calles e impresas sobre los autobuses: ¡°Siempre estaba pescando en busca de algo en la radio. Junto a los trenes y las campanas, era la banda sonora de mi vida¡±. En una pared cercana, se puede leer esta otra: ¡°No rompo ninguna regla, porque no veo que haya reglas que romper. Por lo que a m¨ª respecta, no hay reglas¡±.
En esta celebraci¨®n, como cuando en 2016 fue distinguido con el Nobel de Literatura, Dylan no est¨¢... ni se le espera. Lo cual no ha impedido que centenares de dylanitas, la tribu de sus minuciosos fan¨¢ticos, hayan venido de todo el mundo para la inauguraci¨®n. Los cantantes Mavis Staples, Patti Smith y Elvis Costello tampoco se han querido perder la fiesta, y ofrecen durante el fin de semana sendos conciertos, convenientemente regados con Heaven¡¯s Door, un whisky que es propiedad del homenajeado. En un momento de su actuaci¨®n del viernes, Smith dio pistas sobre su posible paradero. ¡°Bob no est¨¢ aqu¨ª, pero todos nosotros s¨ª¡±, dijo al p¨²blico del Cain¡¯s, templo local de la m¨²sica country. ¡°Oh, no, en realidad estaba bromeando. ?l est¨¢ en todas putas partes¡±.
Staples, que abri¨® fuego el d¨ªa anterior con un abrasivo recital de soul, se pase¨® esa ma?ana por las salas del nuevo museo y se par¨® ante una de las fotos de ¨¦l de joven, m¨¢s o menos de la ¨¦poca en la que ella militaba en los Staples Singers y ambos, seg¨²n parece, tuvieron una historia: ¡°Hay que reconocer que era mono¡±, dijo ella, antes de recordar que su padre, Pops Staples, l¨ªder de la banda, decidi¨® grabar Blowin¡¯ in the Wind cuando escuch¨® ese verso que dice: ¡°?Cu¨¢ntas carreteras tiene que caminar un hombre / para que lo consideren un hombre?¡±. ¡°Pops vivi¨® en un tiempo en el que estaba obligado a cambiarse de acera si se iba a cruzar con un blanco¡±, aclar¨® la cantante, ¡°as¨ª que aquello le lleg¨® al coraz¨®n¡±.
Mezclada entre los feligreses de Dylan, que vagaban por la sala sobrepasados por tanta informaci¨®n, tambi¨¦n estaba Lisa Law, autora de una c¨¦lebre fotograf¨ªa que da la bienvenida a los visitantes. La tom¨® en 1965 en el Castle Solarium, de Los ?ngeles, poco antes de que el m¨²sico viajara a Europa, ¡°donde lo abuchearon¡±. En aquellos d¨ªas previos, pudo retratarlo en la intimidad, mientras doblaba tarea como ¡°cocinera y masajista¡±.
¡°Dylan lo guardaba todo¡±, confirm¨® despu¨¦s en un despacho a¨²n desnudo Mark Davidson, music¨®logo y archivista a cargo de la gesti¨®n del legado. ¡°Lo hizo especialmente desde que en 1964 dej¨® de dar tumbos y empez¨® a vivir de manera permanente en un apartamento del Village¡±. Davidson aclar¨® tambi¨¦n que el m¨²sico cuenta desde hace d¨¦cadas con un colaborador, Parker Fishel, dedicado a conservar y clasificar todo lo relativo a su carrera en la misma oficina de Manhattan en la que, conscientes de que nunca dejar¨ªa de ser el artista m¨¢s pirateado del planeta, decidieron en los noventa lanzar regularmente discos pirata oficiales, como parte de la llamada Bootleg Series. El m¨²sico, que ha vendido su cat¨¢logo de grabaciones a Sony y los derechos de sus canciones a Universal, conserva, sin embargo, el copyright de los objetos del archivo.
Entre los tesoros que esperan en Tulsa hay tres chaquetas, incluida una de cuero, que llevaba Dylan cuando crisp¨® a los puristas al usar instrumentos el¨¦ctricos en el Festival de Folk de Newport de 1965, as¨ª como una carta de Pete Seeger (en la que le pide que, ¡°pese a lo que la gente dice¡±, no crea que aquello le molest¨®) y otra de Johnny Cash (que se hizo dise?ar un membrete result¨®n con letras de w¨¦stern). Tambi¨¦n hay felicitaciones de Navidad de los cuatro Beatles; una saca de correspondencia enviada por sus fans que ha permanecido durante d¨¦cadas sin abrir; fotos de ¨¦l en Wisconsin a los 16 a?os con su primera banda; recortes de prensa; videos caseros (en el de su visita al rodaje de Primera victoria, de Otto Preminger, se lo ve hablar con John Wayne como dos enviados de la Am¨¦rica que fue y la que estaba a punto de ser) o afiches de conciertos hist¨®ricos, como el que ofreci¨® el 4 de noviembre de 1961 en una sala peque?a del Carnegie Hall. Solo acudieron 57 personas. Dos a?os despu¨¦s, el joven trovador llen¨® el teatro hasta la bandera.
Davidson y Fishel han dividido la planta baja, el coraz¨®n del museo, en un doble recorrido. En las paredes, se van contando, apoyados en abundante material sonoro in¨¦dito que el visitante escucha con una sofisticada audiogu¨ªa, la vida y milagros de Dylan a trav¨¦s de sus grandes hitos: la infancia en Hibbing, Minnesota, el deslumbramiento de Nueva York, la fama inesperada que lo convirti¨® en un referente generacional a su pesar, el misterioso accidente de moto que en 1966 lo sac¨® de circulaci¨®n durante un tiempo, la madurez de los setenta, el divorcio y la s¨²bita conversi¨®n al cristianismo tras una revelaci¨®n en un motel de Tucson (Arizona), dos d¨ªas despu¨¦s de recoger una cruz del suelo en un concierto en San Diego. Aquella decisi¨®n, recuerda un titular de prensa, descoloc¨® a sus seguidores: ¡°Demasiado Jes¨²s para los fans de Dylan¡±.
La museograf¨ªa tambi¨¦n se detiene en su traves¨ªa por los a?os ochenta, en los que, ¨¦l mismo lo reconoce, cay¨® ¡°en el pozo sin fondo de la irrelevancia cultural¡±, en la posterior redenci¨®n art¨ªstica, en su programa de radio, en las incursiones en el cine, en el Nobel y, por fin, en sus pinitos en las artes pl¨¢sticas. Hecha ex profeso, una de sus esculturas de hierro, que monta con chatarra que parece robada de una estaci¨®n de tren abandonada, da la bienvenida al museo, mientras una muestra de sus pinturas cierra la visita.
La otra trama de la historia se cuenta en seis instalaciones en forma de cruz, dedicadas a seis canciones del artista. Los comisarios las pasaron canutas para elegirlas, pero al final se quedaron con, por este orden, Chimes of Freedom, Like A Rolling Stone, Not Dark Yet, The Man in Me, Tangled Up in Blue y Jokerman. De esa selecci¨®n ¡ªque encendi¨® en la cena de (relativa) gala del jueves grandes debates entre bi¨®grafos y expertos en Dylan¨D se desmenuzan sus respectivos procesos de escritura, las circunstancias de su grabaci¨®n y c¨®mo las llev¨® (y a¨²n lleva) al directo.
Entre las seis, destaca la secci¨®n dedicada a Tangled Up in Blue, en la que se expone un m¨ªtico cuaderno en el que escribi¨® el disco Blood on the Tracks (1975). Pues bien, ahora sabemos que ese objeto, que, como recuerda un panel, la revista Rolling Stone llam¨® ¡°el halc¨®n malt¨¦s de la dylanolog¨ªa¡±, en referencia a aquel objeto m¨ªtico de la novela de Dashiell Hammett, que estaba hecho del ¡°material del que est¨¢n hechos los sue?os¡±, eran en realidad tres elegantes libretas llenas de la caracter¨ªstica letra peque?a y apretujada del compositor. Se exponen en una vitrina exenta, que permite verlos por delante y por detr¨¢s. A su lado, un alarde tecnol¨®gico que, como el resto, ha dise?ado 59 Productions, empresa famosa por haber montado la aclamada exposici¨®n de David Bowie en la Royal Academy de Londres, permite introducirse en el proceso de escritura de la canci¨®n, la cuarta m¨¢s interpretada por el m¨²sico en su interminable gira de conciertos, ese Never Ending Tour que arranc¨® en 1988.
La exposici¨®n de la primera planta la completan una habitaci¨®n que emula un archivo, en la que te sientas para ver un v¨ªdeo multipantalla sobre su infancia proyectado en las paredes; la reproducci¨®n de un estudio en el que el visitante puede jugar a ser productor de Columbia, el sello que ha sido fiel al m¨²sico desde que lo contrat¨® en 1962 el sagaz John Hammond; una gramola con 162 canciones de Dylan escogidas por Costello; unos habit¨¢culos para descubrir la obra de algunos de los m¨²sicos que m¨¢s le influyeron; y una biblioteca de consulta. Sus vol¨²menes (estudios sobre Dylan o sobre m¨²sica en general y libros que le influyeron literariamente) los ha escogido Joy Harjo, que, adem¨¢s de ser la primera nativa americana en convertirse en poeta laureada de Estados Unidos, resulta que naci¨® en Tulsa.
En la segunda planta, que cuenta con un espacio para exposiciones temporales (arrancan con una del fot¨®grafo Jerry Schatzberg, autor de la portada del disco Blonde on Blonde y de otras ic¨®nicas im¨¢genes de los sesenta) contin¨²a el fest¨ªn dylaniano con un cine con proyecciones in¨¦ditas y una pared que expone, encapsulados del suelo al techo, m¨¢s objetos extra¨ªdos del archivo. Tras ese ¡°muro de la memoria¡± est¨¢n las oficinas del centro, donde se atesora tambi¨¦n la biblioteca del cineasta y coleccionista Harry Smith, cuya Anthology of American Folk Music fue fundamental en el revival tradicionalista de los a?os sesenta. Un buen rato curioseando entre sus libros, adquiridos recientemente por la fundaci¨®n, da una medida de su extravagante leyenda y de sus vastos intereses: de la arquitectura azteca al tao¨ªsmo, de los p¨¢jaros de Alaska a las costumbres de los indios iroqueses.
Davidson explica que la exposici¨®n inaugural, que ir¨¢ rotando, muestra ¡°m¨¢s o menos el 5%¡± del archivo. Tambi¨¦n, que el conjunto, que se guarda en un museo de la ciudad, est¨¢ abierto a la consulta de los expertos con cita previa y espera para ser trasladado al nuevo edificio, es un organismo vivo en expansi¨®n. Adem¨¢s de la biblioteca de Smith, la fundaci¨®n ha sumado los tesoros de dos grandes coleccionistas: Mitch Black y Bill Pagel.
Ambos se mostraron el viernes por la ma?ana satisfechos con el resultado tras su visita a un centro que, creen, ¡°admite muchas lecturas¡±. ¡°Sirve para alguien experto y para el joven que quiera enterarse de esta historia y aprovechar alguna idea¡±, dijeron, completando las frases el uno al otro, como prueba de que no existe rivalidad entre ellos. Se conocen ¡°desde 1979¡å. ¡°Hay cosas asombrosas, como la ¨²ltima actuaci¨®n de [el guitarrista] Michael Bloomfield, que apareci¨® en un concierto en 1980, poco antes antes de morir. Hasta ahora hab¨ªa audio, pero no v¨ªdeo¡±, explic¨® Pagel. Tras vender sus cosas, sigue dedicado al h¨¦roe: ha comprado las dos casas de la infancia en Minnesota del m¨²sico y las est¨¢ restaurando para crear una r¨¦plica exacta.
Black, que don¨® su parte (¡°a veces en la vida es necesario mudar de piel para seguir creciendo¡±), se felicit¨® de lo que la apertura del museo significa para ellos: ¡°Hace sesenta a?os, cuando empezamos, nos consideraban unos criminales. Y nos se?alaban: ¡®?Cuidado, ese tipo est¨¢ grabando el concierto!¡¯. Ahora nos piden nuestro material. ?Nos hemos convertido en h¨¦roes!¡±. Rodeado de enciclopedias andantes como ese par, Davidson reconoce que su trabajo, custodiar el material del artista con los fans seguramente m¨¢s exigentes del mundo, no es precisamente f¨¢cil. ¡°Pero creo que me escogieron precisamente porque no formo parte de la tribu, para que hubiera un poco de distancia¡±, a?ade.
Steven Jenkins, director del centro, aclara que Dylan no ha intervenido directamente en la selecci¨®n de qu¨¦ y c¨®mo se cuenta lo que se cuenta. ¡°Nos ha dejado trabajar libremente y obviamente tenemos buenos amigos entre sus colaboradores. Si alguna vez decide hacernos una visita, espero que nos diga qu¨¦ opina, y que adem¨¢s resulte que le guste¡±. Davidson cuenta que en el proceso ha recibido sugerencias de su entorno, ideas que le parecieron buenas e incorpor¨® sin problema.
Como demostr¨® en el documental Rolling Thunder Review (Martin Scorsese, 2019) o en Cr¨®nicas (2004), primer volumen de sus memorias (a¨²n no lleg¨® el segundo, pero, a sus casi 81 a?os, ha prometido para oto?o un libro de ensayos musicales), Dylan es un prestidigitador a la hora de construir su propia mitolog¨ªa para, tras esa po¨¦tica cortina de humo, guardarse su intimidad. Y este museo no es una excepci¨®n: despu¨¦s de pasar tres horas de inmersi¨®n minuciosa, uno sale sabiendo m¨¢s o menos lo mismo que sab¨ªa de su vida privada antes de entrar.
¡°Ay, la m¨¢scara¡±, responde el archivista Davidson a la pregunta de c¨®mo se las apa?a una de las personas m¨¢s famosas del mundo para ocultarse de ese modo. ¡°Hay una carta expuesta aqu¨ª que creo que lo explica bien. La envi¨® Dylan a [la revista] Broadside, al principio de su carrera, y en ella ya hablaba de su incomodidad ante la fama, y eso que entonces solo era venerado por la comunidad folk. Por esa ¨¦poca, empezaron a sacarlo en las revistas para adolescentes, cuando ¨¦l, a diferencia, por ejemplo, de los Beatles, no val¨ªa para ¨ªdolo adolescente. Cuando m¨¢s adelante la gente comenz¨® a hurgar en su basura, a acosarlo por la calle y a molestar a su familia, decidi¨® convertirse en una persona intensamente privada, y nosotros lo respetamos. Tanto es as¨ª, que yo nunca lo he visto, y creo que me morir¨¦ sin haberlo conocido¡±.
Otra de las frases impresas en la pared justifica m¨¢s concisamente esa decisi¨®n de construirse un personaje que permita poner todo el foco sobre su obra, que es, al fin y al cabo, el objeto de esta enorme celebraci¨®n en Tulsa: ¡°La vida no consiste en encontrarte a ti mismo, ni en encontrar nada. La vida es crearse a uno mismo y crear cosas¡±.
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