El nuevo ¡®Anillo¡¯ de Berl¨ªn a¨²n no tiene due?o
Christian Thielemann se hace cargo musicalmente de la tetralog¨ªa de Wagner que deber¨ªa haber dirigido Daniel Barenboim, estrenada el domingo en la Staatsoper de Berl¨ªn con direcci¨®n esc¨¦nica de Dmitri Tcherniakov
2022 iba a haber sido un gran a?o para Daniel Barenboim, con la celebraci¨®n tanto de su octog¨¦simo cumplea?os como de los treinta a?os transcurridos desde que fue nombrado en 1992 director musical de la Staatsoper Unter den Linden, la centenaria instituci¨®n berlinesa que est¨¢ viviendo gracias a ¨¦l una aut¨¦ntica edad de oro. Sin embargo, poco despu¨¦s de ponerse al frente de la Filarm¨®nica de Viena (y tocar el piano) en la Philharmonie y de ...
2022 iba a haber sido un gran a?o para Daniel Barenboim, con la celebraci¨®n tanto de su octog¨¦simo cumplea?os como de los treinta a?os transcurridos desde que fue nombrado en 1992 director musical de la Staatsoper Unter den Linden, la centenaria instituci¨®n berlinesa que est¨¢ viviendo gracias a ¨¦l una aut¨¦ntica edad de oro. Sin embargo, poco despu¨¦s de ponerse al frente de la Filarm¨®nica de Viena (y tocar el piano) en la Philharmonie y de dirigir las tres ¨®peras de Mozart-Da Ponte en el Festival de Pascua de la Staatsoper, el 13 de abril, en el intermedio de un concierto en el que tambi¨¦n tocaba y dirig¨ªa con Cecilia Bartoli, Martha Argerich y la Staatskapelle, su cuerpo ¡ªque parec¨ªa omnipotente, como su memoria y sus capacidades musicales¡ª colaps¨® en su camerino y la segunda parte, con la Cuarta Sinfon¨ªa de Bruckner, hubo de cancelarse. Desde entonces, y tras una larga estancia hospitalaria, apenas ha podido aparecer en p¨²blico y nadie sabe si podr¨¢ cumplir con sus pr¨®ximos compromisos, los primeros a finales de este mismo mes, y que incluyen en noviembre dos grandes conciertos celebratorios de su cumplea?os con la Staatskapelle de Berl¨ªn y la Filarm¨®nica de Viena junto a su viejo amigo Zubin Mehta.
El pasado 4 de septiembre, menos de un mes antes del primer estreno, se hizo finalmente p¨²blico que Barenboim no iba tampoco a dirigir, como parec¨ªa inevitable, una nueva producci¨®n de El anillo del nibelungo, el mayor reto imaginable para un teatro, y m¨¢s si los estrenos se suceden en el reducido lapso de una semana (Wagner present¨® la primera tetralog¨ªa completa en Bayreuth en tan solo cinco d¨ªas en 1876). El argentino la ofreci¨® inicialmente muy poco despu¨¦s de llegar a Berl¨ªn (aunque ya se hab¨ªa estrenado previamente en el Festival de Bayreuth), entre 1993 y 1996, con direcci¨®n esc¨¦nica de Harry Kupfer: un cl¨¢sico de finales del siglo XX. En 2002, en el Festival de Pascua, se impuso un reto a¨²n mayor: ofrecer ¡ªno una, sino dos veces¡ª las diez grandes ¨®peras de Wagner, casi sin respiro, desde El holand¨¦s errante hasta Parsifal. En el oto?o de 2010, el estreno de El oro del Rin, con direcci¨®n esc¨¦nica de Guy Cassiers, supuso el comienzo de una nueva tetralog¨ªa, coproducida con el Teatro alla Scala, y con los estrenos de las cuatro obras altern¨¢ndose entre Mil¨¢n y Berl¨ªn (en el destierro del Teatro Schiller, porque el edificio de la Staatsoper estaba entonces en pleno proceso de renovaci¨®n).
No es dif¨ªcil imaginar la importancia que iba a tener para Barenboim este tercer Anillo, el primero gestado enteramente por y para la Staatsoper. Los motores ven¨ªan calent¨¢ndose desde sus dos anteriores colaboraciones wagnerianas con el director de escena elegido, el ruso Dmitri Tcherniakov, con quien ya ha ofrecido aqu¨ª en Berl¨ªn nuevas producciones de Parsifal, en 2015, y de Tristan und Isolde, en 2018. De hecho, los mismos cantantes que encarnaron entonces a estos ¨²ltimos, Andreas Schager y Anja Kampe, son quienes dan vida ahora a la otra gran pareja wagneriana: Siegfried y Br¨¹nnhilde. Para ella ser¨¢, adem¨¢s, el debut del papel en Siegfried y en G?tterd?mmerung. Una nueva tetralog¨ªa no se prepara en dos d¨ªas y el proyecto lleva gest¨¢ndose desde 2015, con su fase final amenazada de muerte repetidamente por las convulsiones y sobresaltos que todos conocemos. Si para cualquier teatro de ¨®pera ofrecer un Anillo completo, aunque sea en temporadas sucesivas (como el reciente del Teatro Real), constituye un desaf¨ªo may¨²sculo, pi¨¦nsese lo que supone para un teatro de repertorio (no de temporada) estrenar las cuatro ¨®peras, con m¨¢s de una treintena de cantantes, en tan solo ocho d¨ªas al tiempo que mantiene el resto de su actividad. Por fortuna, en un contexto adverso, y al contrario de lo que ha sucedido en todos los festivales de verano y sigue sucediendo en muchos teatros y salas de concierto, la Staatsoper de Berl¨ªn agot¨® en pocos minutos las localidades de toda la tetralog¨ªa.
Lo curioso es que Christian Thielemann, berlin¨¦s de nacimiento, que ha sido el elegido para sustituir a Barenboim en la direcci¨®n musical, se puso por primera vez al frente de la Staatskapelle el pasado 28 de junio, y lo hizo como sustituto de ¨²ltima hora de Herbert Blomstedt, el decano de los directores actuales a sus 95 a?os, que tuvo que cancelar su participaci¨®n como consecuencia de una ca¨ªda. Ahora, en una nueva carambola, Thielemann dirige a su compositor de cabecera, Richard Wagner, por primera vez en la Staatsoper, tambi¨¦n como reemplazo de ¨²ltimo momento, un gesto cargado de simbolismo. De los tres ciclos completos previstos este mes, Thielemann dirigir¨¢ el primero y el tercero, mientras que el segundo se ha confiado al asistente de Barenboim, Thomas Guggeis. En su espl¨¦ndida introducci¨®n hablada a El oro del Rin, Detlef Giese precis¨® el domingo ¡ªsin que nadie se lo preguntara¡ª que Thielemann hab¨ªa dirigido los ¡°ensayos generales¡± de las cuatro obras que integran la tetralog¨ªa, lo que da a entender que el peso de los ensayos previos con orquesta y cantantes ha reca¨ªdo sobre Thomas Guggeis. Este Anillo tiene, o as¨ª parece entreverse, varios padres, putativos y reales.
La parte esc¨¦nica, sin embargo, tiene solo uno y basta ver un par de fotograf¨ªas de la escenograf¨ªa para concluir sin asomo de duda que el responsable es Dmitri Tcherniakov, porque todo ¡ªpara bien y para mucho menos bien¡ª lleva su inequ¨ªvoco sello. Al ruso le gusta acotar espacios reducidos dentro del escenario de los teatros en que trabaja: un caso extremo fue el muy olvidable Macbeth que pudo verse en el Teatro Real en 2012 (en plena etapa de Gerard Mortier, su primer gran valedor) y que se desarrollaba en reductos min¨²sculos. Tambi¨¦n favorece siempre el uso de madera en sus decorados de interiores, como ya hizo en el barco del citado Tristan und Isolde berlin¨¦s, al igual que el empleo de un vestuario anodino, desprovisto de referencias temporales o espaciales concretas pero generoso en colorido.
Tcherniakov sit¨²a toda la acci¨®n del Anillo en un as¨ª llamado Centro de Experimentaci¨®n Cient¨ªfica de la Evoluci¨®n Humana, E.S.C.H.E. por su acr¨®nimo ingl¨¦s. Pero Esche (fresno en alem¨¢n) remite tambi¨¦n al Fresno del Mundo profanado en su d¨ªa por Wotan para tallar su lanza y establecer su dominio del mundo. A ¨¦l estuvo atada la cuerda dorada que devanan las tres nornas en el pr¨®logo de G?tterd?mmerung y el fresno aparece asimismo en el primer acto de Die Walk¨¹re, porque en torno a ¨¦l se ha construido la casa de Hunding y Sieglinde, y en su tronco se encuentra clavada Nothung, la espada que lograr¨¢ arrancar Siegmund, que romper¨¢ Wotan con su lanza en su enfrentamiento con Hunding y que volver¨¢ a forjar Siegfried ante la incapacidad de Mime para hacerlo en la segunda jornada de la tetralog¨ªa. El fresno no es, por tanto, un ¨¢rbol cualquiera, sino un elemento central de los diversos relatos mitol¨®gicos que Wagner amalgam¨® en el poema o libreto de su magnum opus.
El problema es, como sucede con frecuencia con el Regietheater en su peor acepci¨®n, que las intenciones de Tcherniakov resultan en muchos momentos inescrutables, en medida sustancialmente mayor en Das Rheingold que en Die Walk¨¹re. En el pr¨®logo de la tetralog¨ªa, peque?os escenarios van desplaz¨¢ndose tanto de izquierda a derecha, o viceversa, como, en el descenso al Nibelheim, de abajo arriba. La acci¨®n se desarrolla en una suerte de sala de reuniones (donde se negocia con los gigantes, acompa?ados de cinco matones, con seis bustos dorados en la pared, uno aparentemente de Charles Darwin), un peque?o auditorio con forma de anfiteatro y medio centenar de sillas, el despacho de Wotan (al frente, seg¨²n todos los indicios, de este Centro de Experimentaci¨®n Cient¨ªfica), una zona de paso con un ascensor, otro espacio semicircular con un gran ¨¢rbol en el centro, peque?os despachos en el s¨®tano donde se afanan sus trabajadores (supuestos nibelungos) y, encima de ellos, un mont¨®n de jaulas cuidadosamente dispuestas y llenas de peque?os animales vivos (mayoritariamente, parece, conejos). Todo hace suponer que all¨ª se experimenta tambi¨¦n con personas, porque antes del preludio de Das Rheingold se proyecta un v¨ªdeo que muestra un cerebro humano y, en la primera escena, Alberich se encuentra atado a una silla y conectado a m¨²ltiples cables, mientras unas enfermeras (las hijas del Rin) anotan los resultados que va arrojando el experimento. Al final, Alberich se levanta bruscamente, arranca todos los cables y se los lleva consigo como un tesoro (ese es el oro, aparentemente), incluido una especie de gorro formado por m¨²ltiples electrodos que m¨¢s tarde comprobaremos que es el Tarnhelm, el yelmo m¨¢gico que procura la invisibilidad o la transformaci¨®n a voluntad del aspecto f¨ªsico de quien lo lleve.
En Die Walk¨¹re, en cambio, estrenada el pasado lunes, muy pocas horas despu¨¦s de que bajara el tel¨®n de Das Rheingold, Tcherniakov muestra ¨²nicamente tres espacios, los dos primeros parte de una misma estructura giratoria: un moderno y compacto apartamento de Hunding y Sieglinde (cocina, ba?o, dormitorio y sal¨®n), el ya conocido despacho de Wotan (inmediatamente detr¨¢s) y el peque?o anfiteatro, que acoger¨¢ la reuni¨®n de las valquirias en el tercer acto. Fue tambi¨¦n aqu¨ª cuando pudo disfrutarse por primera vez del escenario de la Staatsoper en toda su anchura y profundidad, ya que hasta entonces se hab¨ªa mantenido oculto por la sucesi¨®n de miniescenarios port¨¢tiles situados por Tcherniakov cerca del proscenio, todos ellos parte del E.S.C.H.E. As¨ª como en Das Rheingold resultaba casi imposible seguir el argumento original, en Die Walk¨¹re todo pas¨® a ser de golpe mucho m¨¢s claro, menos alambicado, y Tcherniakov se permite incluso el lujo de mostrar una espada, tal cual, clavada en este caso en una pared del apartamento de Hunding y Sieglinde.
Luego, sin embargo, las libertades del ruso son infinitas: la lucha entre Siegmund y Hunding se produce fuera de escena (y, sorprendentemente, ninguno de los dos muere, a no ser que la paliza que dan unos polic¨ªas a Siegmund se interprete como tal, ni se ve tampoco c¨®mo Nothung se rompe al impactar con la lanza de Wotan), las valquirias son investigadoras o informantes al servicio del E.S.C.H.E. y Br¨¹nnhilde dibuja con un rotulador naranja, a falta de fuego real, unas llamas infantiles en las sillas que, formando un c¨ªrculo, han de acoger en teor¨ªa su largo sue?o hasta la llegada de Siegfried. Solo en teor¨ªa, porque al final de Die Walk¨¹re, en una imagen de gran potencia visual, pero inconsecuente, la caja que acoge el peque?o anfiteatro va alej¨¢ndose hacia el fondo y sumi¨¦ndose progresivamente en la oscuridad mientras que Br¨¹nnhilde, sola, de pie y de espaldas al p¨²blico, se despide de Wotan tras haber protagonizado un prolongado y formidable duelo dial¨¦ctico muy bien escenificado ¡ªno puede dejar de reconocerse¡ª entre padre e hija. Del mismo modo que cerrar el primer acto girando el apartamento para mostrar c¨®mo Wotan hab¨ªa estado observando todo lo sucedido, en silencio y sin ser visto, detr¨¢s de un cristal en la pared trasera de su despacho constituye otro gran hallazgo visual y dram¨¢tico.
Es imposible entrar en todos los detalles de la puesta en escena de Tcherniakov, con muchas m¨¢s sombras que luces, y tendente a minimizar, cuando no a parodiar abiertamente, muchos de los elementos puramente mitol¨®gicos: el ya citado fuego m¨¢gico pintado con rotulador en los respaldos de las sillas que rodear¨¢ y proteger¨¢ a Br¨¹nnhilde, la transformaci¨®n del arco¨ªris del final de Das Rheingold en una flor en manos de Donner que resultar¨¢ ser un mont¨®n de pa?uelos multicolores, la ridiculizaci¨®n de los golpes de su martillo o los rel¨¢mpagos convertidos en largos espaguetis blancos a modo de serpentinas. Sentado al lado del intendente de la Staatsoper, Matthias Schulz, tanto en el pr¨®logo como en la primera jornada de la tetralog¨ªa, Tcherniakov no sali¨® a saludar ninguno de los dos d¨ªas, hay que imaginar que porque se reserva para hacerlo el ¨²ltimo d¨ªa, ya que considera las cuatro obras un todo indisociable. Por eso la prudencia aconseja tambi¨¦n esperar antes de emitir un juicio definitivo, ya que en el Anillo tan importante, o m¨¢s, que c¨®mo se empieza, es c¨®mo, diecis¨¦is horas despu¨¦s, se termina.
Musicalmente, ha habido tambi¨¦n una divisi¨®n muy clara entre El oro del Rin y La Valquiria, tan marcada que cuesta creer que no guarde alguna relaci¨®n con la puesta en escena. El domingo, Christian Thielemann tendi¨® con demasiada frecuencia a la blandura, a la dulzura, a la rutina, al sonido desustanciado, recre¨¢ndose en la soberbia calidad de la Staatskapelle, pero el pr¨®logo de la tetralog¨ªa es una ¨®pera muy violenta, de perfiles en ocasiones muy abruptos, y sorprendi¨® que el director alem¨¢n no supiera conferir ni la tensi¨®n ni la entidad musical necesarias a momentos clave, como la maldici¨®n del anillo por parte de Alberich, el Leitmotiv de los gigantes en sus diversas apariciones o la extraordinaria intervenci¨®n premonitoria de Erda en la cuarta escena. Cuesta creer que la propuesta de Tcherniakov sea del gusto de Thielemann, pero lo cierto es que cuando la trama de Wagner empez¨® a resultar mucho m¨¢s comprensible, sin intromisiones ni genialidades, desde el comienzo mismo del primer acto de Die Walk¨¹re, el berlin¨¦s parec¨ªa otro director: implicado, inspirado, resuelto a extraer de la orquesta (forjada a fuego lento por Barenboim a lo largo de tres largas d¨¦cadas) todo su inmenso potencial. O quiz¨¢ simplemente tuvo el domingo un mal d¨ªa, o uno especialmente bueno el lunes, qui¨¦n sabe.
Parec¨ªa imposible creer que, oculto en el foso, el director musical del pr¨®logo y la primera jornada fueran la misma persona y quiz¨¢ no cabe mayor elogio para Thielemann que decir que, tras la aparici¨®n de Wotan en el tercer acto, la orquesta parec¨ªa dirigida por Daniel Barenboim (y la propia Elena Bashkirova aplaudi¨® con fruici¨®n cuando su sustituto sali¨® a saludar al final de Die Walk¨¹re). Hubo tambi¨¦n ocasionalmente suavidades o melosidades innecesarias, como en la llamada despedida de Wotan, pero, en t¨¦rminos generales, Thielemann se hizo merecedor el lunes de la condici¨®n de gran wagneriano que muchos le atribuyen (y que no siempre se demuestra justificada, ni mucho menos). No pueden dejar de elogiarse las intervenciones de la obo¨ªsta espa?ola Cristina G¨®mez Godoy, que no toc¨® en El oro del Rin, pero que en La valquiria, sobre todo en los diversos pasajes a solo de la ¨²ltima escena de esta primera jornada, corrobor¨® que es, sin duda, una de las mejores int¨¦rpretes de su instrumento. Su orquesta ¡ªde la que ella es un puntal fundamental¡ª fue aclamada con toda justicia al final de ambas representaciones, e incluso en las salidas a foso de Thielemann antes del segundo y el tercer acto de Die Walk¨¹re.
Entre los cantantes, ha habido de todo. Por empezar con lo peor, antes de que sonara el Mi bemol inicial en las catacumbas de la orquesta, nadie pod¨ªa comprender por qu¨¦, salvo que hubiera consideraciones extramusicales de por medio, Rolando Villaz¨®n iba a encarnar a Loge. Ataviado con una peluca lisa, que no dej¨® de atusarse una y otra vez, y generosas patillas, el tenor mexicano lo hizo todo mal: cantar un papel que no se ajusta ni remotamente a sus caracter¨ªsticas y, casi peor a¨²n, sobreactuar constantemente (hay que imaginar que bendecido por Tcherniakov, o alentado por ¨¦l, vaya usted a saber), convirtiendo al dios del fuego en un personaje aut¨¦nticamente bufo escapado de alguna comedia italiana de baja estofa. A Thielemann, celoso guardi¨¢n de las esencias wagnerianas, debieron de abr¨ªrsele las carnes cada vez que abr¨ªa la boca o desplegaba su repertorio de momos y gracietas. Para colmo, cuando fue mayoritariamente abucheado en los saludos finales, Villaz¨®n adopt¨® una actitud abiertamente provocadora (?para protegerse, para intentar tapar la evidencia?), autoensalz¨¢ndose sin mesura y mof¨¢ndose de las protestas. Muy diferente fue la reacci¨®n el d¨ªa siguiente del destinatario de las otras muestras de desaprobaci¨®n m¨¢s estent¨®reas por parte del p¨²blico: el tenor Robert Watson. Lo cierto es que el joven estadounidense apunt¨® demasiadas carencias, sobre todo vocales, para encarnar el papel de Siegmund, pero ni sus apuntes de buen estilo ni su implicaci¨®n merec¨ªan un castigo tan severo. Se lo vio completamente abatido y fue el ¨²nico punto negro en una velada oper¨ªstica extraordinaria coronada por un enorme ¨¦xito.
El oro del Rin, una ¨®pera de marcado car¨¢cter colectivo, y a¨²n sin seres humanos entre su desfile de personajes, tuvo un reparto muy s¨®lido comandado por el soberbio Wotan de Michael Volle, un cantante superlativo que ya deslumbr¨® con un Hans Sachs virtualmente inigualable en Los maestros cantores de Bayreuth en 2017. Aunque su voz es quiz¨¢ m¨¢s adecuada para encarnar al zapatero que al dios, que demanda un color m¨¢s grave en muchos momentos, Volle canta y act¨²a tan bien, tiene una dicci¨®n tan cristalina, llena tanto escenario por s¨ª solo, que es imposible no caer rendido ante su encarnaci¨®n de Wotan, que alcanz¨® cotas de emoci¨®n desmesuradas en sus grandes mon¨®logos de los actos segundo y tercero de La valquiria el d¨ªa siguiente (lo que supone un esfuerzo f¨ªsico y de concentraci¨®n al alcance ¨²nicamente de los elegidos). Claudia Mahnke, como Fricka, palidece a su lado, tanto en el pr¨®logo como en la primera jornada, pero s¨ª logra rayar pr¨¢cticamente al mismo nivel otro participante, como un insuperable Beckmesser, en aquellos Maestros cantores de Barrie Kosky: el gran bar¨ªtono (y tambi¨¦n actor) alem¨¢n Johannes Martin Kr?nzle, que es quiz¨¢ el ¨²nico superviviente del anterior Anillo de Barenboim, en el que cant¨®, como ahora, el personaje del p¨¦rfido Alberich. Tcherniakov no le pone nada f¨¢cil brillar y dibujar con nitidez su personaje, pero, aun as¨ª, Kr?nzle consigue que fulgure, y de qu¨¦ manera, su talento musical y esc¨¦nico.
M¨¢s que l¨ªrico el Froh de Siyabonga Maqungo, recio y con empaque el Donner de Lauri Vasar, s¨®lida y contenida Anna Kissjudit en su sobrenatural mon¨®logo de Erda, magn¨ªfico y generando grandes expectativas para Siegfried el Mime de Stephan R¨¹gamer y mucho mejor Mika Kares, el bajo de moda, como Fasolt que el Fafner m¨¢s inexpresivo y hier¨¢tico de Peter Rose. Como el Covid sigue sin dar tregua, Annet Fritsch tuvo que ser sustituida en el ¨²ltimo momento en el papel de Freia por Vida Miknevi?i¨±t?, que cosech¨® just¨ªsimos aplausos a pesar de lo breve de su participaci¨®n; demostr¨® poseer una vena dram¨¢tica natural que confirmar¨ªa plenamente el d¨ªa siguiente encarnando a una sufriente y atormentada Sieglinde. De las tres hijas del Rin (que cuentan con unas extra?as dobles que aparecen y desaparecen de escena y cuyo cometido no est¨¢ nada claro), destac¨®, por su magn¨ªfico instrumento vocal, Anna Lapkovskaia.
En La valquiria, Mika Kares repiti¨® como Hunding, y confirm¨® que Wagner va a ser, sin duda, su territorio natural. Ya se ha comentado el sonoro fiasco de Robert Watson como Siegmund, al que no favoreci¨® nada la Sieglinde arrebatadora de Vida Miknevi?i¨±t?, que lo relegaba casi siempre involuntariamente a un segundo plano. Aqu¨ª Michael Volle tuvo una contrincante a su altura, la soprano Anja Kampe, que hab¨ªa cantado Sieglinde en la anterior Walk¨¹re de Daniel Barenboim al alim¨®n entre el Teatro alla Scala y la Staatsoper de Berl¨ªn en 2011. Las mismas virtudes que mostr¨® en Isolde en este mismo teatro ¡ªtimbre homog¨¦neo del grave al agudo, fraseo wagneriano de alta escuela, dramatismo perfectamente graduado en funci¨®n de las circunstancias, ni una sola nota gritada, actuaci¨®n plenamente convencida y convincente¡ª asoman ahora en la composici¨®n de Br¨¹nnhilde, un personaje m¨¢s exigente y complejo, si cabe. Su largo enfrentamiento con Michael Volle, una de las grandes perlas del cat¨¢logo de Wagner, est¨¢ dirigido con enorme intuici¨®n psicol¨®gica por Dmitri Tcherniakov, que dej¨® caer destellos de gran talento.
Uno de ellos tiene que ver con el uso de las prendas de ropa: si al final de Tristan und Isolde, ella se pon¨ªa la camisa de Tristan en la escena final de la transfiguraci¨®n, transmitiendo con ello un aluvi¨®n de significados, aqu¨ª recoge con cuidado la chaqueta verde de Wotan, que ¨¦l hab¨ªa tirado al suelo en un acceso de rabia (y que antes hab¨ªa golpeado repetidamente contra el suelo, tambi¨¦n furioso, en el segundo acto), y la coloca cuidadosamente en el respaldo de una silla. Parece un gesto inocuo, pero en medio de la tremenda contienda dial¨¦ctica y emocional entre ambos, no lo es en absoluto (como extraordinario es el gesto de que Siegmund ponga sus propios calcetines a una desfallecida y yacente Sieglinde al final del segundo acto). De entre las ocho valquirias (aqu¨ª hubo tambi¨¦n dos sustituciones de ¨²ltima hora), destac¨® otra cantante merecedora de una menci¨®n individualizada: la de Clara Nadeshdin, una contralto que est¨¢ a¨²n form¨¢ndose en el Estudio para j¨®venes cantantes de la Staatsoper y para la que cabe augurar un gran futuro. Su Gerhilde brill¨® con luz propia.
El Anillo del nibelungo m¨¢s esperado de los ¨²ltimos tiempos, y sobre todo despu¨¦s del rotundo fiasco del estrenado en Bayreuth el pasado verano, ha logrado sobreponerse a todas las adversidades, la mayor de las cuales ha sido, sin duda, la ausencia de Daniel Barenboim, anunciado para comandar el cuarto ciclo completo que se ofrecer¨¢ en el Festival de Pascua de 2023. La prestaci¨®n tan desigual, casi antag¨®nica, de Christian Thielemann en el pr¨®logo y en la primera jornada aumenta la expectaci¨®n de cu¨¢l ser¨¢ la versi¨®n que nos ofrecer¨¢ en Siegfried y G?tterd?mmerung el jueves y el domingo. Solo de ¨¦l depende que este Anillo se recuerde como el que dirigi¨® Christian Thielemann y no como el que deb¨ªa haber dirigido Daniel Barenboim. Algo parecido puede predicarse de Dmitri Tcherniakov, caprichoso, confuso e incomprensible en Das Rheingold, pero mucho m¨¢s centrado y con destellos de verdadero hombre de teatro en Die Walk¨¹re. Michael Volle, Johannes Martin Kr?nzle y Anja Kampe se disputan tambi¨¦n con fuerza la condici¨®n de triunfadores de esta nueva tetralog¨ªa, y falta a¨²n la llegada de Andreas Schager, el h¨¦roe por antonomasia del relato, del que ya se sabe sobradamente que es el gran Siegfried (y Tristan) de nuestro tiempo. Estamos a¨²n, por tanto, ante un Anillo sin due?o y que todos podr¨¢n ver y valorar con m¨¢s calma en su totalidad a partir del 19 de noviembre en ARTE. Pero, dada la maldici¨®n que lanza Alberich en la cuarta escena de El oro del Rin (¡°?A todo el que lo lleve, su magia le provocar¨¢ ahora la muerte!¡±), quiz¨¢ lo mejor sea que nadie se apropie del anillo, o el Anillo, hasta que el fuego de Br¨¹nnhilde lo devore todo.