No todo tiempo pasado
Los monumentos en la antigua Roma se elevaban como desaf¨ªo al tiempo, de modo que estaba prohibido repararlos o restaurarlos, pero los renacentistas italianos rompieron esa consideraci¨®n de la temporalidad y dieron a las ruinas una vida perdurable
Contaba Albert Speer a sus amigos que cuando Hitler examinaba los planos de sus obras colosales, siempre exig¨ªa m¨¢s volumen, m¨¢s infraestructura met¨¢lica, m¨¢s poder¨ªo. Speer se desesperaba, hasta que un d¨ªa Hitler le expuso su plan: ¡°Lo que yo quiero [dijo el infame] es que cuando dentro de miles de a?os estos edificios se hayan convertido en ruinas, tengan la misma grandeza de las antiguas ruinas romanas¡±. Speer idealiz¨® la escena en sus memorias poni¨¦ndose como protagonista, mediante una acuarela con ruinas hitlerianas que, dice, agradaron mucho al monstruo.
Tiene la ruina, como objeto de culto, una doble imagen. No debemos olvidar que las palabras ¡°ruina¡± y ¡°ruin¡± son familia, pero si la segunda significa ¡°vil, bajo y despreciable¡± (RAE), la primera sufri¨® una mutaci¨®n en el Renacimiento italiano que la convirti¨® en s¨ªmbolo sublime, un significado que no recoge el diccionario de la RAE. De tener un sentido peyorativo como amontonamiento de cascotes y pedruscos, pas¨® a significar la memoria de una Edad de Oro.
Como cuenta con talento y buen estilo Manuel Gregorio Gonz¨¢lez (Las ruinas. Una historia cultural, Athenaica, 2022), esa transformaci¨®n se llev¨® a cabo en los siglos XIV y XV por obra de los primeros humanistas, y provoc¨® una revoluci¨®n gigantesca, no por las ruinas mismas, sino porque inauguraba una nueva concepci¨®n del tiempo. En el momento en que aquellos restos lanzaban la imaginaci¨®n hacia tiempos m¨¢s grandiosos, dignos y elevados, se escind¨ªa la temporalidad en lo que comenz¨® a llamarse ¡°edad oscura¡± como opuesta al ¡°Renacimiento¡±. La oscuridad se deb¨ªa justamente a la ausencia de luces que se atribu¨ªa a la Edad Media y lo que renac¨ªa era la raz¨®n, la armon¨ªa, el orden constructivo, el espacio perspectivo, la luz. La vida de la humanidad quedaba quebrada en dos gigantescos ciclos, el del cristianismo y el de un nuevo clasicismo.
Es sorprendente ese rescate de las ruinas como objetos simb¨®licos (que llega hasta Hitler) en una ¨¦poca como la nuestra, cuando no hay ni puede haber ruinas. Las que ahora dejamos son como los restos de la ciudad de Dresde, arrasada por el bombardeo aliado, vista desde la altura del Ayuntamiento. Las contempla una turbadora estatua de la Bondad, en una fotograf¨ªa de Richard Peter tomada en 1945. Es una de las im¨¢genes de entre otras muchas que figuran en este libro admirable.
La paradoja mayor es que en Roma, los monumentos (palabra que significa ¡°momentos¡±) se elevaban como desaf¨ªo al tiempo, de modo que estaba prohibido repararlos o restaurarlos. Aquellas familias que constru¨ªan algo en memoria de sus haza?as deb¨ªan gastar mucho dinero para que duraran lo m¨¢s posible. Se dice que algunas noches acud¨ªan sirvientes a escondidas para arreglar los desperfectos. Los renacentistas italianos rompieron esa primera consideraci¨®n de la temporalidad y dieron a las ruinas una vida perdurable que ha subsistido hasta hoy. Bien es verdad que con cambios substanciales: no tienen nada que ver la idea rom¨¢ntica de las ruinas y la renacentista.
Cavilemos, con Manuel Gregorio Gonz¨¢lez, esos cambios y qu¨¦ sentido tiene vivir en una ¨¦poca en la que las ruinas ya no son posibles m¨¢s que en su sentido m¨¢s destructivo.
Babelia
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