El ej¨¦rcito secreto del pop
Los del Brill Building eran otro tipo de compositores. Escrib¨ªan partituras pero pensaban en t¨¦rminos de discos. Discos audaces.
La historia oficiosa del rock registra su propio diluvio universal a finales de los cincuenta. Una concatenaci¨®n de desastres que iban de lo irremediable (el accidente que seg¨® la vida de Buddy Holly, Ritchie Valens y The Big Bopper) al disparate (la huida de Little Richard hacia la religi¨®n, al confundir el rastro celeste del Sputnik con un mensaje divino). Y luego estaban los choques que recordaban los l¨ªmites del Sue?o Americano, con Elvis Presley en el US Army, Chuck Berry camino de la prisi¨®n federal y Jerry Lee Lewis vetado por el esc¨¢ndalo de su matrimonio con una prima menor de edad.
Se suele retratar esos a?os como la revancha de la industria musical, que implant¨® un ej¨¦rcito de adonis con un repertorio fl¨¢cido, que acab¨® con el esp¨ªritu insurgente del rock and roll. Un largo bache solo superado con la irrupci¨®n de los Beatles en 1962. Esta es una narraci¨®n de decadencia y redenci¨®n que incluso fue escenificada por los Animals en The story of Bo Diddley.
Ay, el rockismo: sufr¨ªamos de miop¨ªa musical. A pesar de que el pop tendiera a la industrializaci¨®n y a los artistas banales, funcionaban detr¨¢s prodigiosos artesanos. En esos a?os oscuros, coincidieron fabulosos equipos de compositores en el Brill Building neoyorquino (es una forma de hablar: la mayor¨ªa trabajaba en otros edificios adyacentes de Broadway). Hablo de las parejas Jerry Leiber-Mike Stoller, Doc Pomus-Mort Shuman, Burt Bacharach-Hal David, Carole King-Gerry Goffin, Barry Mann-Cynthia Weill, Jeff Barry-Ellie Greenwich, Neil Sedaka-Howard Greenfield. Todos ellos jud¨ªos, pero eso necesitar¨ªa mucho m¨¢s espacio para ser explicado sin sensacionalismos.
No fueron reconocidos en su tiempo, tal vez eclipsados por Phil Spector, un productor que vampirizaba su talento y ten¨ªa una inmensa capacidad para la automitificaci¨®n. Algunos supieron reciclarse, caso de Carole King, luego prototipo de cantautora liberada y maternal. O de Mort Shuman, que lanz¨® el desgarrado cancionero de Jacques Brel en el mundo angl¨®fono, antes de convertirse en figura del pop franc¨¦s. Y la anomal¨ªa de Burt Bacharach, al que ¨Cpor lo le¨ªdo en la mayor¨ªa de las necrol¨®gicas publicadas estos d¨ªas- nunca se entendi¨® cabalmente.
Bacharach se parec¨ªa m¨¢s a los autores de standards de la primera mitad del siglo XX que a sus compa?eros de generaci¨®n. En verdad, por edad y por (apabullante) educaci¨®n musical, no encajaba con ellos: nada que ver con aquel white negro que celebr¨® Norman Mailer. Nunca aspir¨® a ser un hipster ni desarroll¨® el paladar para distinguir entre su producci¨®n alimenticia y sus cumbres creativas. Con la avalancha de premios Oscar y Grammy, le malacostumbraron a potenciar su faceta m¨¢s blanda, que quiz¨¢s era su favorita, si hemos de fiarnos de su primer LP bajo su nombre, Hit maker! (1965).
El mejor Bacharach est¨¢ en sus grabaciones con Dionne Warwick, que ten¨ªa ese pellizco en su garganta capaz de dar vida a las letras desoladas que escrib¨ªa Hal David. D¨¦cadas despu¨¦s, en 2003, Burt intent¨® retomar la f¨®rmula con otro vocalista negro, Ronald Isley, y le sali¨® el disco m¨¢s empalagoso jam¨¢s asociado con la ilustre familia Isley. Inclu¨ªa The windows of the world, su canci¨®n contra la guerra del Vietnam, que result¨® tan as¨¦ptica que su mensaje pas¨® desapercibido en su estreno de 1967.
Profesionalmente, Bacharach no vivi¨® como una tragedia el asedio al Brill Building, protagonizado por aquel duende de Minnesota conocido como Bob Dylan (?tambi¨¦n jud¨ªo!). Para entonces, las semillas de aquellos compositores hab¨ªan prendido al otro lado del Atl¨¢ntico: tanto los Beatles como los Rolling Stones grabaron temas del Brill Building en sus primeros discos. Y las chicas: Dusty Springfield, Cilla Black o Sandie Shaw encontraron all¨ª pepitas de oro. Ninguna de ellas pod¨ªa imaginar que aquel exquisito Burt terminar¨ªa criando caballos pura sangre en California.
Babelia
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