Las fuerzas m¨¢s armadas
El cap¨ªtulo #22 de ¡®El mundo entonces¡¯ cuenta los grandes cambios de las t¨¢cticas militares: en los ej¨¦rcitos ricos cada vez m¨¢s m¨¢quinas reemplazaban a los hombres. Se gastaban fortunas en armas, sobre todo en Estados Unidos. El ¡°terrorismo¡± segu¨ªa justificando muchas cosas ¨Cy, de pronto, estall¨® una guerra
El a?o 2022 trajo consigo un cataclismo que, entonces, nadie supo c¨®mo interpretar. En Europa, donde la guerra entre naciones parec¨ªa el recuerdo de un pasado que nunca volver¨ªa, retumbaron una ma?ana los ca?ones. Un l¨ªder ruso autoritario ¡ªpero elegido por los votos del 76 por ciento de sus ciudadanos¡ª decidi¨® invadir un pa¨ªs fronterizo, Ucrania, que hab¨ªa pertenecido a la antigua Uni¨®n Sovi¨¦tica, y lanz¨® miles de tanques, aviones y tropas a ocuparla. Buena parte de sus compatriotas apoyaba el intento: dos de cada tres extra?aban los tiempos en que la URSS aseguraba el dominio ruso sobre una docena de pa¨ªses vecinos. Y cre¨ªan, seg¨²n se vio despu¨¦s, que su ej¨¦rcito era mucho m¨¢s poderoso que lo que realmente era.
El mundo occidental se sacudi¨®: volv¨ªa, tras tanto tiempo, el peor de los fantasmas. La guerra, como suele pasar en estos casos, fue un tornado en sus primeros d¨ªas ¡ªemociones, declaraciones, realineamientos, reacciones, ayudas¡ª pero poco a poco fue quedando en segundo plano, y si se la recordaba de tanto en tanto era sobre todo por sus consecuencias econ¨®micas: el aumento de ciertas materias primas ¡ªgas, petr¨®leo y cereales¡ª produjo una inflaci¨®n tan desacostumbrada como los bombardeos de los aviones. La guerra tambi¨¦n provoc¨® el reforzamiento inesperado del bloque OTAN, grandes ganancias de los fabricantes de armas, varios millones de refugiados, la divisi¨®n entre los que promov¨ªan una paz a cualquier costo y los que sosten¨ªan que su precio no pod¨ªa ser la aceptaci¨®n de una ocupaci¨®n militar. Y, sobre todo, el desasosiego de no saber qu¨¦ vendr¨ªa despu¨¦s: si esa invasi¨®n ser¨ªa el pr¨®logo de otra ¨¦poca de guerras o se mantendr¨ªa como un hecho aislado.
Ahora sabemos qu¨¦ pas¨®, pero era l¨®gico que aquellas personas dudaran y se preocuparan: se hab¨ªan desacostumbrado. Quiz¨¢ nunca en la historia del mundo haya habido unas d¨¦cadas con tan poca violencia como el final del siglo XX y el principio del XXI. Entre 1905 y 1975 las diversas guerras hab¨ªan matado a unos 150 millones de personas. En todo el a?o 2020 solo dos zonas de combates hab¨ªan producido m¨¢s de 10.000 muertes ¡ªpero menos de 20.000¡ª: Afganist¨¢n, donde fuerzas fundamentalistas peleaban contra el ej¨¦rcito pagado y conducido por los Estados Unidos, y Yemen, donde sectores religiosos, regionalistas, saud¨ªes y dem¨¢s se enfrentaban en un laberinto bastante inextricable ¡ªque, por otro lado, casi nadie intentaba extricar. Los combates se hab¨ªan vuelto todav¨ªa m¨¢s locales, m¨¢s civiles: fracciones nacionales ¡ªapoyadas por alg¨²n poder extranjero¡ª peleando por el control de un suelo apetecible por su subsuelo o grupos religiosos intentando ejercer su poder en el subcielo. Conflictos internos y esp¨¢smodicos en Somalia, Etiop¨ªa, Libia, el Congo, Myanmar, Nagorno-Karabaj, Siria todav¨ªa. La guerra se hab¨ªa vuelto una consecuencia ¡ªno necesariamente la peor¡ª de la pobreza extrema. Las luchas militares entre estados ¡ªlo que tradicionalmente se hab¨ªa denominado ¡°guerra¡±¡ª no exist¨ªan y, hasta la invasi¨®n rusa de Ucrania, los pa¨ªses ricos llevaban d¨¦cadas sin ellas: es probable que esa ¡ªrelativa¡ª paz fuera el efecto de la bomba at¨®mica.
Ya hab¨ªan pasado casi 80 a?os desde que el lanzamiento de aquella primera m¨¢quina en tierras japonesas cambiara la idea de la guerra. Su aparici¨®n fue la cumbre del triunfo de la t¨¦cnica humana sobre la fuerza humana: cinco personas en un avi¨®n pod¨ªan matar, de un solo gesto, a cien mil, doscientas mil, millones.
Por primera vez en la historia el hombre ten¨ªa el poder de acabar con la humanidad. Hasta entonces la destrucci¨®n conoc¨ªa l¨ªmites: una guerra pod¨ªa asesinar a miles de soldados y civiles, producir desolaci¨®n y hambre, pero siempre dentro de un orden que permitir¨ªa la reconstrucci¨®n. Cuando varios pa¨ªses empezaron a completar un arsenal at¨®mico qued¨® claro que su uso ¡ªlas explosiones, la radiaci¨®n¡ª podr¨ªa terminar con toda vida humana. Fue un momento crucial: en esos tiempos tan antropoc¨¦ntricos, en esos d¨ªas en que los hombres se cre¨ªan capaces de casi todo, conquistaron uno de los ¨²ltimos privilegios de los dioses: la capacidad de destruir el mundo. El apocalipsis se volvi¨® una prerrogativa de la raz¨®n humana.
La aparici¨®n de la bomba fue, tambi¨¦n, un ejemplo extremo de la vieja frase latina: si vis pax, para bellum ¡ªsi quieres paz, prepara la guerra. Cuando los dos enemigos principales del momento ¡ªlos Estados Unidos y la Uni¨®n Sovi¨¦tica¡ª confirmaron que ten¨ªan la posibilidad de aniquilarse mutuamente, la guerra total se convirti¨® en el horror total: desencadenarla significaba asumir el riesgo de desaparecer de la superficie de la Tierra y, afortunadamente, nadie quiso. Pero ambos superpoderes deb¨ªan simular que pod¨ªan y sostener, para eso, una carrera de actualizaci¨®n de sus armas que les cost¨® fortunas ¡ªy llev¨® a la URSS a la ruina. Mientras tanto, la pelea entre ambos se jugaba en todo tipo de conflictos regionales con su participaci¨®n directa o indirecta: guerras del estilo de las de Corea o Vietnam o Afganist¨¢n o Medio Oriente, invasiones controladas como las de Hungr¨ªa o Panam¨¢ o Checoslovaquia o Santo Domingo, golpes de Estado como los de Chile o Egipto o Indonesia.
Despu¨¦s, ya llegando al siglo XXI, dos elementos cambiaron otra vez el tablero. Por un lado, la ca¨ªda de la Uni¨®n Sovi¨¦tica dej¨® a los Estados Unidos sin un enemigo de su talla ¡ªy la amenaza de la destrucci¨®n nuclear desapareci¨® de los primeros planos. En 2022 todav¨ªa quedaba en el mundo una docena de pa¨ªses ¡ªRusia y Estados Unidos, sobre todo, pero tambi¨¦n China, Inglaterra, Francia, Pakist¨¢n, India, Israel, Corea del Norte¡ª con suficientes bombas de h¨ªdrogeno como para destruir el planeta en media hora, pero no se supon¨ªa que tuvieran razones para hacerlo. Y los hombres hab¨ªan olvidado la amenaza nuclear: ya no formaba parte de sus fantasmas, de sus miedos. Sin embargo, varios de esos estados at¨®micos tuvieron, en esos a?os, l¨ªderes lo bastante inestables ¡ªel norteamericano Trump, el norcoreano Kim, el indio Modi, el israel¨ª Netanyahu¡ª como para temer sus arrebatos.
Al mismo tiempo parec¨ªa que la idea de dos estados m¨¢s o menos poderosos mandando sus ej¨¦rcitos a una zona de conflicto y enfrent¨¢ndose en ella con armas, veh¨ªculos y hombres ya no era posible. Expertos militares hab¨ªan asegurado que ese tipo de guerra no era siquiera realizable: que un regimiento desplegado en un espacio abierto pod¨ªa durar minuto y medio antes de ser destruido por misiles y drones, ya que cualquier movimiento era inmediatamente detectado por la pl¨¦yade de sat¨¦lites que giraba alrededor del planeta. Su circulaci¨®n todav¨ªa no estaba regulada y m¨¢s de 7.500 aparatos se amontonaban en la ¨®rbita terreste ¡ªmuchos de ellos, esp¨ªas de los grandes ej¨¦rcitos; algunos, cient¨ªficos o meteor¨®logicos; bastantes, basura que se quedaba all¨ª, dando vueltas hacia la eternidad.
Por eso, tambi¨¦n, el impacto de la invasi¨®n rusa a Ucrania: fue la demostraci¨®n de que la vieja guerra de ej¨¦rcitos y posiciones y bombardeos y ocupaci¨®n de objetivos civiles segu¨ªa siendo factible. Fue un shock extraordinario. Que se profundiz¨® cuando millones descubrieron que, adem¨¢s, la amenaza at¨®mica volv¨ªa al escenario.
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Y, sin embargo, ya entonces se anunciaba el cambio decisivo de las t¨¦cnicas b¨¦licas: que los cuerpos empezaban a desaparecer ¡ªde las guerras de los ricos. Fue el resultado de otro largu¨ªsimo proceso: al principio los hombres guerreaban con sus cuerpos desnudos, desprovistos de cualquier herramienta. Poco a poco aprendieron a usar palos y piedras que primero manejaron con sus manos y despu¨¦s lanzaron: una nueva etapa hist¨®rica empez¨® cuando un hombre pudo matar a otro a la distancia. Durante varios milenios las dos formas de matar se complementaron; cada vez m¨¢s, las formas distantes se fueron imponiendo a las cercanas: de la lanza a la flecha al mosquete al ca?¨®n al fusil a la ametralladora la progresi¨®n se fue haciendo m¨¢s y m¨¢s mortal. Los cuerpos siguieron yendo a la guerra pero se manten¨ªan cada vez m¨¢s alejados: en las guerras del siglo XX los combates cuerpo a cuerpo se volvieron raros.
Pero fue a principios del siglo XXI cuando los soldados de los pa¨ªses ricos empezaron a pelear guerras sin sus cuerpos: sentados frente a una pantalla de computadora en un cuartel de su pa¨ªs, atacaban con drones o misiles unos blancos que pod¨ªan estar en otro continente. El primero en hacerlo fue Estados Unidos en sus guerras asi¨¢ticas ¡ªIrak, Afganist¨¢n. Para bombardear o ametrallar un sitio, para volar un puente o matar enemigos ya no era necesario estar all¨ª: ya no hab¨ªa que arriesgar la vida propia, solo tronchar la ajena. El invento era comparable a lo que fue, en el siglo XVI, la difusi¨®n de la p¨®lvora: la posibilidad de matar a la distancia, sin correr un riesgo inmediato. Pero si entonces los artilleros deb¨ªan estar al pie de su ca?¨®n y, as¨ª, exponerse, la guerra de drones y misiles pod¨ªa conducirse desde cualquier oficina al otro lado del planeta: su operador ¡ªsu piloto¡ª era una persona que hab¨ªa entrado a las 9 y sab¨ªa que en principio saldr¨ªa a las 5 tras una pausa para comer algo y que, sobre todo, saldr¨ªa vivo.
Esos embates permit¨ªan eludir el viejo precio de las guerras: en cualquier ataque de soldados pod¨ªan morir soldados propios; en un ataque de drones, no. El dron era pura desigualdad en acto. Y sus ejecutores ten¨ªan la sensaci¨®n de estar embarcados en alg¨²n videojuego (ver cap.20): matar era tanto m¨¢s f¨¢cil cuando se hac¨ªa desde tan lejos, con tal calma. En una muestra de las paradojas de esos a?os, quien termin¨® de instalar la violencia a distancia fue un jefe supuestamente progresista, el primer presidente negro de los Estados Unidos, que proclamaba que la guerra deb¨ªa ser ¡°m¨¢s humana¡±: su forma de hacerlo fue matar en pantallas.
(Quedaron testimonios de que el sistema era claro: ese presidente recib¨ªa cada semana la lista de los enemigos que sus servicios de espionaje hab¨ªan localizado en sus escondites y residencias lejanas y ¨¦l se?alaba los nombres de los que deb¨ªan ser bombardeados en lo que alg¨²n bromista involuntario bautiz¨® como ¡°operaciones quir¨²rgicas¡±. La guerra ¡ªese estad¨ªo de la guerra¡ª se hab¨ªa transformado en una sucesi¨®n de ejecuciones m¨¢s o menos controladas y seleccionadas ¡ªque, por supuesto, casi siempre produc¨ªan ¡°da?os colaterales¡±. Por eso algunos hablaron de ¡°guerra post-heroica¡±: un gran operaci¨®n represiva sin fronteras.)
Esa forma de hacer la guerra era el privilegio absoluto de los tres o cuatro pa¨ªses m¨¢s ricos, siempre que lo ejercieran contra pa¨ªses m¨¢s pobres, que no contaban con la misma tecnolog¨ªa. En otro ejemplo de la disparidad despiadada del per¨ªodo, los pa¨ªses pobres segu¨ªan peleando con sus cuerpos como los animales. Y, a¨²n en los m¨¢s desarrollados, todav¨ªa se necesitaban personas para manejar las armas remotas; el reemplazo completo no era siquiera un proyecto todav¨ªa.
(Aunque se empezaba a hablar de los primeros soldados-robots, y se supon¨ªa que ya estaban en experimentaci¨®n, todav¨ªa no hab¨ªan participado en ning¨²n enfrentamiento. Faltaban unos a?os.)
La guerra t¨¦cnica alejaba la violencia del cuerpo ciudadano, la volv¨ªa una noticia ajena: ya no implicaba ¡ªcomo las grandes guerras del siglo XX, las m¨¢s mort¨ªferas de la historia¡ª a todos sino a unos pocos, los profesionales. Para los dem¨¢s no era un peligro ni una realidad; era una molestia vaga, una amenaza muy lejana, algo que pod¨ªan olvidar la mayor parte del tiempo. Por eso, tambi¨¦n, el horror ucraniano: ciudades bombardeadas y civiles huyendo ya parec¨ªan, en Europa, escenas de un pasado olvidado.
Y al mismo tiempo esos ej¨¦rcitos tecnificados manten¨ªan las mismas estructuras jer¨¢rquicas de tiempos de Napol¨¦on ¡ªo de Julio C¨¦sar¡ª: las ¨®rdenes de un superior eran irrebatibles, no cumplirlas pod¨ªa pagarse con la vida. Eran estructuras mayormente masculinas que justificaban su culto a la obediencia por el hecho de que cualquier desv¨ªo pod¨ªa costar la muerte ¡ªaunque cada vez murieran menos.
En los veinte a?os ¡ªdesde 2001 hasta 2021¡ª que dur¨® la guerra de Estados Unidos en Afganist¨¢n murieron en combate 2.448 soldados americanos: poco m¨¢s de 100 por a?o. En cualquiera de esos a?os m¨¢s de 35.000 estadounidenses murieron en su pa¨ªs por errores y fracasos de autom¨®viles dirigidos por personas (ver cap.17).
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En la medida en que la tecnolog¨ªa ocupaba m¨¢s espacio en las guerras, el dinero pesaba m¨¢s y m¨¢s. Era la continuidad de una l¨ªnea inmemorial: en la primera pelea a la entrada de la cueva entre dos hombres armados de palos los bienes de cada uno no influ¨ªan, pero en cuanto ese hombre solo se integr¨® en un grupo familiar, el grupo que consegu¨ªa m¨¢s comida y por lo tanto crec¨ªa m¨¢s y ten¨ªa m¨¢s miembros empez¨® a ganar ventaja. La tendencia nunca se detuvo: una ciudad griega rica podr¨ªa alimentar a m¨¢s ciudadanos que la defendieran que una pobre y Carlos V podr¨ªa pagar sus Tercios que saquearon Roma con oro de la Indias y Napole¨®n aprovechar¨ªa las requisiciones de la Revoluci¨®n para dotar su Grande Arm¨¦e y Alemania usar¨ªa su potencia industrial para fabricar los tanques que arrasaron Europa. El dinero siempre gan¨® guerras, pero esa regla aument¨® su poder cuando los seres humanos dejaron de ser necesarios en muchas de las operaciones. Era, por supuesto, m¨¢s agradable para los soldados de las superpotencias, y mucho m¨¢s para sus industriales y banqueros.
Cuanto menos peso ten¨ªan los hombres y m¨¢s los aparatos, m¨¢s dinero hab¨ªa para sus fabricantes y vendedores. El gasto en defensa promedio en el mundo pas¨® del 6 por ciento en 1960 ¡ªen plena Guerra Fr¨ªa¡ª al 3 por ciento en 2020 ¡ªsolo que el tres por ciento de 2020 era mucha m¨¢s plata que el seis por ciento de 1960. Durante siglos los que m¨¢s recaudaron con las guerras fueron los proveedores, que abastec¨ªan los v¨ªveres y uniformes y caballos y otras necesidades de esas bandas enormes. Poco a poco fueron perdiendo su lugar, y la industria armamentista se convirti¨® en uno de los sectores m¨¢s influyentes. Propia de los pa¨ªses m¨¢s ricos, les serv¨ªa para un doble prop¨®sito: conseguir poder militar proveyendo a sus propios ej¨¦rcitos y conseguir dineros proveyendo a los ajenos. Serv¨ªa tambi¨¦n para consolidar la influencia del gran capital sobre los gobiernos de sus pa¨ªses: esos estados estaban sometidos al chantaje permanente de los productores de las armas que necesitaban. Y serv¨ªa para que los gobernantes consiguieran grandes ventajas ¡ªllam¨¦moslas ventajas¡ª entregando contratos multimillonarios a este o aquel.
(La corrupci¨®n de pol¨ªticos que deb¨ªan decidir la compra de armas era moneda corriente. M¨¢s curioso era el caso inverso: cuando un monarca riqu¨ªsimo como el emir de Qatar ofrec¨ªa al presidente de un pa¨ªs como Francia comprarle aviones de combate si lo apoyaba para organizar una copa de f¨²tbol.)
La industria armamentista inclu¨ªa, entonces, desde bombarderos y helic¨®pteros hasta guantes ign¨ªfugos y visores ultravioletas, pasando por sat¨¦lites, barcos de guerra, armas de todo tipo, equipamiento personal, submarinos, cohetes, alimentos no perecederos, computadores superpoderosos o ciertas medicinas.
La industria armamentista era tambi¨¦n una de las formas m¨¢s eficientes de traspaso de capitales desde los pa¨ªses menos desarrollados pero ricos en materias primas ¡ªricos en dinero¡ª a los pa¨ªses m¨¢s desarrollados. Los tres mayores exportadores de armas eran Estados Unidos, Rusia y Francia; los tres mayores importadores eran India, Arabia Saudita y Egipto.
Por efecto de la tecnificaci¨®n siempre creciente, los gastos en violencia crec¨ªan sin parar. Con ej¨¦rcitos mucho menos numerosos, con muchas menos guerras, los gastos militares eran, en 2021, casi el doble que veinte a?os antes ¡ªm¨¢s de dos millones de millones de euros: dos billones en castellano. De ese total, Estados Unidos todav¨ªa pagaba m¨¢s de un tercio para seguir teniendo el ej¨¦rcito m¨¢s caro de la historia: en ese a?o 2022 hab¨ªa gastado, ¨¦l solo, entre 700.000 y 780.000 millones de euros, seg¨²n las fuentes. Era, en cualquier caso, m¨¢s que los diez siguientes ¡ªChina, Arabia Saudita, India, Inglaterra, Alemania, Jap¨®n, Rusia, Corea del Sur, Francia y Brasil¡ª sumados. El 40 por ciento de los gastos militares del mundo los hac¨ªa un pa¨ªs, Estados Unidos, donde viv¨ªa un cuatro por ciento de su poblaci¨®n. O, dicho de otra manera, cada norteamericano invert¨ªa ¡ªinvoluntariamente¡ª en poder militar diez veces m¨¢s que la media de la humanidad.
Mientras tanto, los gastos militares de China y Rusia hab¨ªan aumentado mucho en las dos d¨¦cadas anteriores. Y ambos hab¨ªan multiplicado, tambi¨¦n, su gasto en espionaje de sus propios ciudadanos (ver cap.18). Aquella Rusia, por ejemplo, ten¨ªa cuatro veces m¨¢s esp¨ªas por persona que la Uni¨®n Sovi¨¦tica: el doble de agentes para la mitad de poblaci¨®n.
Gracias a la generosidad de esos estados, el negocio legal de las armas era entonces uno de los m¨¢s florecientes del planeta: m¨¢s de 600.000 millones de euros anuales. Y, por supuesto, las cinco mayores compa?¨ªas eran norteamericanas ¡ªe ingresaban, solo ellas, unos 170.000 millones al a?o. Frente a eso, los dos o tres mil millones de euros que supuestamente circulaban en el famoso tr¨¢fico ilegal de armas eran una bicoca ¡ªpero serv¨ªan para hacer muchas pel¨ªculas.
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Todav¨ªa quedaban, pese a todo, en los ej¨¦rcitos m¨¢s ricos, soldados que bajaban al terreno. Iban revestidos de tecnolog¨ªa: eran soportes de carne y hueso para todo tipo de aparatos. Un soldado moderno de un ej¨¦rcito moderno de 2020 llevaba 50 kilos de equipo sobre sus espaldas: varias placas y dispositivos antibalas, el casco de combate, el arma autom¨¢tica, sus proyectiles, su mira termal, los anteojos de visi¨®n nocturna, los equipos de comunicaciones, las pilas para los equipos, las raciones de comida, el uniforme, el agua, el kit de primeros auxilios, la bolsa de dormir, la mochila con cosas. Combatir, entonces, no deb¨ªa ser tan dif¨ªcil como llegar al lugar del combate.
Y cada vez m¨¢s ej¨¦rcitos reclutaban mujeres en sus filas. La regla casi un¨¢nime de que solo los hombres hicieran la guerra se hab¨ªa mantenido durante milenios pero estaba cediendo. Las mujeres acced¨ªan con orgullo a la posibilidad de matar y ser matadas en un acto b¨¦lico; es cierto que no poder hacerlo era una de las exclusiones con que los hombres las hab¨ªan apartado de los poderes f¨¢cticos; tambi¨¦n es cierto que hay poderes que es mejor no tener.
Pero las mujeres segu¨ªan siendo algo relativamente nuevo en los ej¨¦rcitos: los mayores cuerpos militares contaban entre un 10 y un 15 por ciento de soldadas ¡ªaunque la mayor¨ªa de ellas segu¨ªa en puestos de apoyo: servicios, log¨ªsticas diversas. Para justificarlo, algunos ej¨¦rcitos poderosos ¡ªcomo el norteamericano¡ª ofrec¨ªan bater¨ªas de ejercicios y simulacros que supuestamente demostraban que, en esas circunstancias, las unidades de hombres solos funcionaban mejor que las mixtas; algunas mujeres seguramente se alegraron, otras muchas no.
A esa altura la mayor¨ªa de los pa¨ªses ya hab¨ªa abolido el servicio militar obligatorio que mantuvieron hasta fines del siglo XX y que hab¨ªa sido casi exclusivamente masculino. El ej¨¦rcito nacional ciudadano se hab¨ªa acabado con el fin ¡ªaparente¡ª de la era de las guerras estatales. En el 2022 casi todos los ej¨¦rcitos estaban formados por voluntarios profesionales destinados a una carrera de d¨¦cadas: soldados por gusto y vocaci¨®n. Solo unos cuantos pa¨ªses manten¨ªan, por razones variadas, el servicio militar, uno o dos a?os de reclusi¨®n y entrenamientos que habilitaban para formar parte de la reserva. Y diez de ellos inclu¨ªan hombres y mujeres: Israel, Libia, Eritrea, Malasia, Corea del Norte, China, Taiwan, Per¨², Suecia y Noruega. En pa¨ªses tan aparentemente civilizados como Suiza, con una larga tradici¨®n de pacifismo armado, el servicio segu¨ªa siendo obligatorio solo para hombres.
(Hubo, en esos d¨ªas, un caso extraordinario de cuerpo militar femenino: los destacamentos de mujeres del Partido de los Trabajadores de Kurdist¨¢n, en su lucha contra un grupo ultrarreligioso llamado Isis o Ej¨¦rcito Isl¨¢mico ¡ªque lleg¨® a controlar vastos territorios en Irak y Siria. La idea era simple: aquellos islamistas segu¨ªan al pie de la letra unos raros textos religiosos (ver cap.24) que dec¨ªan que los soldados que murieran peleando ir¨ªan a su para¨ªso, a menos que los matara una mujer. Esos fan¨¢ticos intr¨¦pidos ¡ªgrandes verdugos, grandes violadores¡ª se aterraban cuando deb¨ªan enfrentar mujeres que los matar¨ªan definitivamente y, as¨ª, aquellos destacamentos femeninos consiguieron victorias resonantes. Era una toma de judo tan perfecta, un triunfo tan extremo de la raz¨®n sobre la superstici¨®n, de cierta astucia femenina contra la estupidez de tantos hombres, que muchos intentaron acallarlo: podr¨ªa haber servido como ejemplo.)
De todos modos, la reducci¨®n de las expectativas de guerra abierta y la tecnificaci¨®n de los combates hab¨ªa hecho que los grandes ej¨¦rcitos mundiales redujeran mucho sus integrantes. En 1990 el ej¨¦rcito de la Uni¨®n Sovi¨¦tica ten¨ªa 3.350.000 efectivos, y el de Estados Unidos 2.170.000; en 2020, el ruso se hab¨ªa reducido a un mill¨®n y el norteamericano a un mill¨®n trescientos mil.
(Tambi¨¦n perdieron su utilidad muchos ej¨¦rcitos de pa¨ªses m¨¢s pobres. El caso de Am¨¦rica Latina es ejemplar: all¨ª los ej¨¦rcitos nacionales casi no combatieron durante todo el siglo XX, pero sirvieron para corregir con sus ¡°golpes de estado¡± cualquier desviaci¨®n del orden de los ricos. Esa funci¨®n tambi¨¦n se volvi¨® innecesaria, porque los mecanismos de la delegaci¨®n democr¨¢tica aseguraban esa defensa ¡ªque entonces no estaba amenazada por movimientos radicales.)
Mientras tanto la guerra, en los raros casos en que hab¨ªa, dej¨® de ser un monopolio de los estados involucrados: los ej¨¦rcitos nacionales dejaron de ser sus ¨²nicos actores. Aquel orgullo de ¡°defender a la patria¡± que, fogoneado por escuelas, medios y sacerdotes, hab¨ªa servido para que generaciones de j¨®venes fueran a hacerse matar por ella, se iba deshilachando. Muchos descre¨ªan de sus patrias, y los que cre¨ªan y la reivindicaban tampoco quer¨ªan que los mataran. As¨ª, el inmenso ej¨¦rcito de los Estados Unidos no ten¨ªa soldados suficientes para sostener sus largas ocupaciones asi¨¢ticas y, ante la perspectiva de tener que volver a la conscripci¨®n obligatoria, su gobierno prefiri¨® ¡°tercerizar¡± parte de sus tareas a firmas privadas que ofrec¨ªan los servicios de mercenarios. Nunca se confirm¨® su cantidad, pero c¨¢lculos de ¨¦poca supon¨ªan que, por ejemplo, en la ocupaci¨®n de Irak los americanos usaron entre 20 y 30.000 ¡°empleados¡± de una empresa que primero se llam¨® Blackwater ¡ªy despu¨¦s cambi¨® su nombre a ¡°Academi¡± para evadir la mala fama que hab¨ªa ganado con sus intervenciones sanguinarias.
Esos servicios ten¨ªan la ventaja de que pod¨ªan hacer cosas que un cuerpo estatal y dem¨®crata no deb¨ªa, y que pod¨ªan hacerlo sin rendir cuentas, en secreto. Dos siglos despu¨¦s de que la Revoluci¨®n Francesa consagrara los ¡°ej¨¦rcitos nacionales ciudadanos¡±, la Patria-en-Armas, los mercenarios hab¨ªan vuelto a ser parte importante de las guerras. Muchos de ellos ni siquiera eran estadounidenses; un colombiano o un croata cobraban menos. Y, en los peque?os conflictos regionales, las peleas por una mina de uranio o un gasoducto o el control de una provincia centroafricana, sol¨ªa ser m¨¢s f¨¢cil contratar personal extranjero y temporario que confiar en las veleidades de coroneles locales: el uso de mercenarios se extendi¨®, en esos a?os, como nunca antes.
Era un retorno a los or¨ªgenes. Durante miles de a?os los ej¨¦rcitos hab¨ªan sido empresas privadas ¡ªde un rey, un califa, un maharaj¨¢¡ª operadas por trabajadores contratados. Fueron p¨²blicas poco m¨¢s de dos siglos: ya aparec¨ªan los primeros analistas que imaginaban que esa forma hab¨ªa sido un par¨¦ntesis en la larga historia de los soldados de alquiler. Las compa?¨ªas que los prove¨ªan prosperaban en ¡ªrelativo¡ª secreto, aprovechando la falta de atenci¨®n. No solo ofrec¨ªan operaciones armadas; propon¨ªan tambi¨¦n una amplia gama de maniobras de espionaje ¡ªlo que entonces se llamaba, sin sorna, ¡°inteligencia¡±¡ª y otros servicios paramilitares. Los estados estaban perdiendo una de sus justificaciones principales: el monopolio de la violencia. Era l¨®gico: si las grandes corporaciones empezaban a tener m¨¢s poder que muchos estados, correspond¨ªa que consiguieran sus propios ej¨¦rcitos, sus propios esp¨ªas, sus propias formas de usar la violencia en beneficio propio.
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Hasta la invasi¨®n rusa, las guerras hab¨ªan sido escasas y distantes: en el mundo rico, la forma m¨¢s reconocida de la violencia p¨²blica era eso que, entonces, sol¨ªa llamarse ¡°terrorismo¡±. Se trataba, en general, de operaciones aisladas de bombas o tiros contra la poblaci¨®n de una ciudad m¨¢s o menos importante, habitualmente llevada a cabo por un peque?o grupo de hombres dispuestos a arriesgar sus vidas. Aunque durante mucho tiempo hab¨ªa tenido ejecutantes y metas variadas ¡ªanarquistas, resistentes, movimientos de liberaci¨®n nacional¡ª, en esos a?os era casi exclusivamente practicada por islamistas extremos: su religi¨®n les hac¨ªa m¨¢s f¨¢cil convencerse de que val¨ªa la pena morir en el intento, ya que para ellos morir significaba transferirse a un ¡°para¨ªso¡± lleno de luz y miel y mujeres complacientes. A diferencia de aquellos ¡°terroristas cl¨¢sicos¡±, los isl¨¢micos no pretend¨ªan imponer formas nuevas de organizaci¨®n pol¨ªtica y social sino esquemas antiguos y tradicionales: califatos, shar¨ªas, dogmas varios. Y, mientras aquel ¡°terrorismo¡± sol¨ªa tener blancos definidos, claros, el isl¨¢mico se caracterizaba por el ataque azaroso, sin objetivos particulares, tendiente a instalar un terror confuso y generalizado en una poblaci¨®n: ¡°Como esa violencia no tiene l¨®gica, nada me garantiza que no me alcance¡±.
Esas ¡°operaciones terroristas¡± ten¨ªan mucha repercusi¨®n cuando suced¨ªan en capitales occidentales y mucha menos cuando lo hac¨ªan en ciudades asi¨¢ticas o africanas donde, por supuesto, mataban tanto m¨¢s. Era coherente con su desarrollo: hab¨ªan llegado al primer plano de la actualidad internacional con el ataque de un grupo islamista de origen saud¨ª a dos torres de la ciudad de Nueva York en 2001. En esa operaci¨®n dos aviones comerciales secuestrados se lanzaron contra esos dos edificios emblem¨¢ticos y mataron a unas 3.000 personas. (Ese mismo d¨ªa, en el resto del globo, unas 25.000 personas murieron por causas relacionadas con el hambre. Y al otro d¨ªa otras tantas, y al otro, y al otro.)
Aquel ataque tuvo un toque de genio ¡ªmalvado¡ª: instal¨® en la conciencia global la idea de que ¡ªcasi¡ª cualquier objeto cotidiano pod¨ªa volverse un arma. Si un par de aviones ¡ªentre las decenas de miles que recorr¨ªan el mundo¡ª pod¨ªan usarse para atacar una gran capital, el mundo se transformaba en un arsenal insospechado.
Veinte a?os despu¨¦s, sin embargo, se pod¨ªa decir que la lecci¨®n no hab¨ªa hecho escuela: salvo algunos atentados menores con camiones y camionetas y cuchillos de cocina, no hab¨ªa habido m¨¢s uso violento de los objetos habituales.
Aun as¨ª, aquel ataque de 2001 permiti¨® a los gobiernos la puesta en marcha de un gran aparato represivo. Los ¡°aeropuertos¡±, por ejemplo, se convirtieron en lugares de control social extremo ¡ªrevisiones con rayos equis, cacheos, interrogatorios, detenciones arbitrarias¡ª, sustentados por la aprobaci¨®n de las mayor¨ªas, lo suficientemente atravesadas por el discurso dominante como para agradecer que las controlaran ¡ªlas ¡°cuidaran¡±¡ª as¨ª. Y la amenaza terrorista sirvi¨® tambi¨¦n para justificar m¨¢s medidas que habr¨ªan sido rechazadas en otras circunstancias: el espionaje de tel¨¦fonos y redes sociales, el rechazo de migrantes, las c¨¢rceles ilegales para sospechosos. La ¡°lucha contra el terrorismo¡± habilitaba gastos extraordinarios: se consum¨ªan en ella muchos miles de millones de d¨®lares al a?o, tantos m¨¢s que lo que las Naciones Unidas reclamaban para acabar con el hambre en el mundo.
Este uso de la amenaza terrorista fue un ejemplo de persistencia de un relato mucho m¨¢s all¨¢ de la realidad que le hab¨ªa dado origen. En el a?o 2021, por ejemplo, el ¡°Fondo de Seguridad Interior¡± contra el terrorismo de la Uni¨®n Europea gast¨® unos 275 millones de euros. Ese a?o el terrorismo isl¨¢mico produjo, en toda la regi¨®n, dos v¨ªctimas mortales: una fue acuchillada en Rambouillet, Francia; la otra en Leigh-on-Sea, Inglaterra.
Los mismos grupos que actuaban cada vez menos en las capitales ricas manten¨ªan una actividad importante e incluso ocupaban territorios en sus propias regiones. De los diez pa¨ªses m¨¢s golpeados por el terrorismo, cinco eran africanos y cinco asi¨¢ticos. Sus tropas se desplegaban sobre todo en ciertos pa¨ªses del Sahel ¡ªBurkina Faso, Mali, N¨ªger, Nigeria¡ª que estaban, entonces, entre los espacios m¨¢s inestables y peligrosos del planeta. All¨ª s¨ª las acciones de los ¡°terroristas¡± produc¨ªan cientos o miles de muertes cada a?o, pero sus m¨¦todos y metas eran diferentes: trataban de ocupar territorios y crear bases donde asentarse. As¨ª consiguieron definir unas zonas de exclusi¨®n a las que nadie se acercaba y la convicci¨®n generalizada de que las peores violencias ten¨ªan dos causas: o la voluntad de imponer los preceptos isl¨¢micos o la de acaparar ciertas materias primas ¡ªo una buena combinaci¨®n de ambas. Y crearon, sobre todo, la ilusi¨®n de que la violencia p¨²blica del mundo, concentrada en unas pocas regiones pobres, era propia de sociedades pobres ¡ªcuando, hasta entonces, parec¨ªa claro que las guerras siempre hab¨ªan implicado al menos un estado rico que intentaba imponer su poder o dos que se peleaban por una hegemon¨ªa.
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Los ej¨¦rcitos se reduc¨ªan, los estados contrataban mercenarios, las armas cambiaban, las guerras ¡ªsalvo la rusa¡ª no enfrentaban estados sino grupos m¨¢s o menos irregulares. Sin embargo, analistas ya imaginaban que el conflicto geopol¨ªtico y econ¨®mico por la supremac¨ªa mundial entre Estados Unidos y China terminar¨ªa por llevar a alguna forma de guerra global: que ning¨²n superpoder se entrega sin pelear y que llegar¨ªa un momento en que los americanos deber¨ªan luchar por su supervivencia.
El ej¨¦rcito chino segu¨ªa siendo el m¨¢s numeroso del mundo, con m¨¢s de dos millones de soldados ¡ªun mill¨®n menos que en 1990. Pero en ese lapso hab¨ªa mejorado enormemente sus arsenales, barcos, aviones, sat¨¦lites, misiles: se hab¨ªa convertido en un poder militar a la altura de su poder econ¨®mico. Nadie preve¨ªa c¨®mo ser¨ªa ese conflicto, que suceder¨ªa en condiciones que la ¨¦poca no sab¨ªa ni quer¨ªa imaginar. Unos pocos lo consideraban inevitable; la mayor¨ªa hablaba de otras cosas.
La invasi¨®n rusa a Ucrania lo puso, brevemente, en primer plano. La cumbre de la OTAN en Madrid, entonces la capital de Espa?a, en junio de 2022, marc¨® un punto de inflexi¨®n. Europa hab¨ªa pasado varias d¨¦cadas tratando de despegarse de Estados Unidos pero la invasi¨®n produjo tal ola de temor que volvi¨® a acercarlos. Su ¡°Organizaci¨®n del Tratado del Atl¨¢ntico Norte¡±, que, seg¨²n el entonces presidente de Francia, ¡°estaba en muerte cerebral¡±, resucit¨® de pronto. Estados Unidos logr¨® que los europeos se encolumnaran detr¨¢s de su liderazgo para enfrentar la amenaza rusa ¡ªy china¡ª: as¨ª capt¨® a dos de los ¨²ltimos pa¨ªses neutrales que quedaban en la regi¨®n, Suecia y Finlandia, y, sobre todo, consigui¨® que todos se comprometieran a aumentar considerablemente su gasto militar ¡ªun m¨ªnimo de dos por ciento de su PIB¡ª y la cantidad de soldados dispuestos al combate.
Se impusieron, para eso, las ideas de los analistas que interpretaron la invasi¨®n rusa como un ensayo que los chinos aprovechaban para tantear las reacciones de Estados Unidos y sus aliados y definir, en funci¨®n de ellas, si lanzar¨ªan por fin su tan temido ataque a Taiw¨¢n, la isla que durante siglos hab¨ªa formado parte de su reino. Muchos imaginaban que esa invasi¨®n era ineludible: solo dudaban de cu¨¢ndo suceder¨ªa. Y que ser¨ªa ¡ªquiz¨¢s¡ª el principio de esa guerra que redibujar¨ªa el mapa del mundo. Ya sabemos, por supuesto, en qu¨¦ se equivocaban, en qu¨¦ no.
La situaci¨®n era confusa. Y la desorientaci¨®n general ¡ªo el miedo¡ª de los poderes del mundo frente a la evoluci¨®n de las formas de la guerra puede sintetizarse en una historia menor: en esos d¨ªas el gobierno franc¨¦s contrat¨® a cinco escritores de ciencia-ficci¨®n para que imaginaran cu¨¢les podr¨ªan ser las amenazas tecnol¨®gicas militares y paramilitares que enfrentar¨ªan en el futuro. Es probable que hayan imaginado sobre todo combates espaciales y esas vicisitudes que la ¨¦poca todav¨ªa supon¨ªa, pero nunca lo sabremos: los resultados de la iniciativa se perdieron en alg¨²n vericueto burocr¨¢tico y ya nadie recuerda cu¨¢les fueron ni, por lo tanto, cu¨¢nto se cumplieron.
Las guerras siempre hab¨ªan producido avances t¨¦cnicos importantes ¡ªy muchos de los grandes inventos de esos tiempos ten¨ªan que ver con los militares: el inter-net, sin ir m¨¢s lejos, o el GPS o la fotograf¨ªa digital (ver cap.18). Pero serv¨ªan, sobre todo, para que algunos ganaran mucha plata. En la fabricaci¨®n de armas, por supuesto, pero tambi¨¦n en la reparaci¨®n de lo da?ado por ellas: un negocio redondo. En esos d¨ªas, con la invasi¨®n de Ucrania en su momento m¨¢s brutal, miles de compa?¨ªas ¡ªliteralmente miles de compa?¨ªas¡ª de docenas de pa¨ªses, de muy diversos sectores, ya hab¨ªan empezado a ofrecer sus servicios para la ¡°reconstrucci¨®n¡± de la naci¨®n da?ada. C¨¢lculos muy preliminares imaginaban que la operaci¨®n pod¨ªa llegar a mover unos 500.000 millones de d¨®lares.
Aunque, entonces, la ofensiva rusa aparec¨ªa cada vez menos en los diarios y otros medios de la ¨¦poca. La historiadora desatenta podr¨ªa f¨¢cilmente creer que se hab¨ªa convertido en un conflicto casi durmiente; pero, al buscar m¨¢s informaci¨®n, se encuentra con que la violencia y sus v¨ªctimas segu¨ªan siendo por lo menos tantas como al principio, solo que la novedad ya se hab¨ªa disipado. Pocos procesos ilustran mejor la visi¨®n que ten¨ªa aquella sociedad de sus problemas: le interesaban cuando eran nuevos, se asustaba, se indignaba, reaccionaba airada, y despu¨¦s se iba acostumbrando hasta que, al final, aquello que poco antes le hab¨ªa parecido intolerable desaparec¨ªa de su foco de atenci¨®n.