Dioses, diositos y amuletos

El cap¨ªtulo #24 cuenta que aquellas sociedades segu¨ªan pobladas de seres sobrenaturales. Nunca los dioses hab¨ªan tenido m¨¢s seguidores. La religi¨®n triunfaba en los pa¨ªses pobres, se dilu¨ªa en los ricos , y la suerte no ten¨ªa ateos

Una persona enciende una vela en M¨¢laga, este mi¨¦rcoles.
Una persona enciende una vela en M¨¢laga, este mi¨¦rcoles.Daniel P¨¦rez (EFE)
Mart¨ªn Caparr¨®s

El mundo, entonces, rebosaba de seres sobrenaturales. Las dos religiones m¨¢s poderosas dec¨ªan que ten¨ªan un solo dios, pero los cristianos adoraban a diez o veinte mil santos ¡ªlos datos eran confusos¡ª, a quienes sus fieles ped¨ªan esas intervenciones inveros¨ªmiles llamadas ¡°milagros¡±. Los musulmanes, por su lado, usaban para eso a sus miles de walis ¡ªlos ¡°amigos de Al¨¢¡±¡ª, presentes en la mayor¨ªa de sus fracciones. Y los hind¨²es no pod¨ªan ni contar sus innumerables dioses, diosas, diosecitos, divinidades varias.

Si los dioses eran realmente como los influencers ¡ªesos pastores de la redes sociales primitivas que se med¨ªan por el tama?o de sus reba?os¡ª en esos d¨ªas deb¨ªan estar felices: jam¨¢s, en sus cinco o seis mil a?os de vida, hab¨ªan tenido m¨¢s seguidores. Nunca hab¨ªa habido tal cantidad de creyentes: los cristianos de todo tipo eran unos 2.400 millones, los musulmanes 1.800 millones, los hinduistas 1.200 millones, los budistas 500 millones. Entre las cuatro religiones mayores reun¨ªan unos 6.000 millones de humanos: cien veces m¨¢s que la poblaci¨®n total de la Tierra cuando esas religiones empezaron. Todo se hab¨ªa multiplicado en ese lapso: nada tanto como los creyentes. Si a eso se le suman otros 800 millones de personas que practicaban dos o tres docenas de religiones menos exitosas, resultaba que m¨¢s de 6.800 millones de individuos segu¨ªan creyendo en alg¨²n dios: casi nueve de cada diez personas en el mundo. Es cierto que las cifras de la creencia siempre son aproximadas: muchos dicen que creen en lo que no creen, muchos dicen que creen cuando solo temen o recuerdan. Pero funcionan como indicador.

Musulmanes en el mes del Ramad¨¢n en Srinagar (India), el 31 de marzo.
Musulmanes en el mes del Ramad¨¢n en Srinagar (India), el 31 de marzo.FAROOQ KHAN (EFE)

(Un siglo antes, hacia 1920, tantos imaginaron que los dioses hab¨ªan muerto. Sobre todo el dios de los cristianos: la Gran Guerra hab¨ªa acabado con varios monarcas que lo defend¨ªan, la revoluci¨®n sovi¨¦tica hab¨ªa convertido su reino m¨¢s poblado en un estado ateo. Y, m¨¢s all¨¢ de esas ca¨ªdas, millones se hab¨ªan apartado de un dios que permit¨ªa tales carnicer¨ªas: en todo el mundo occidental multitudes abandonaban la superstici¨®n. Fue una ilusi¨®n: cien a?os despu¨¦s, los dioses estaban m¨¢s vivos que nunca. O, por lo menos, tan vivos como siempre. Aunque, por supuesto, con algunos cambios. No hay nada tan mutante como lo que debe hacerse eterno.)



Los dioses hab¨ªan sobrevivido una vez m¨¢s. En la Tercera D¨¦cada del siglo XXI no hab¨ªa nada m¨¢s estable ¡ªm¨¢s antiguo¡ª que las grandes religiones: de las cuatro mayores, la m¨¢s nueva ya ten¨ªa milenio y medio. Ninguna otra ideolog¨ªa, ning¨²n otro organismo de poder, ning¨²n otro sistema de costumbres hab¨ªa durado tanto. Ni las estructuras de gobierno ni las econom¨ªas ni las tecnolog¨ªas ni las im¨¢genes del mundo ni las familias ni las relaciones entre sexos ni las formas de vivir que funcionaban en el a?o 1000 segu¨ªan funcionando, pero las grandes religiones segu¨ªan siendo las mismas, basadas en las mismas ideas, los mismos mecanismos. Por lo cual, muy naturalmente, eran la fuerza de conservaci¨®n m¨¢s poderosa de esos tiempos. Ninguna estructura de poder se opon¨ªa con tanta firmeza, con tanto denuedo, a la gran mayor¨ªa de los cambios.

Una cruz ilumina las calles en el pueblo de Llano Grande de Cartago, al este de San Jos¨¦ (Costa Rica).
Una cruz ilumina las calles en el pueblo de Llano Grande de Cartago, al este de San Jos¨¦ (Costa Rica). Jeffrey Arguedas (EFE)



Esa segu¨ªa siendo su funci¨®n central. Era muy evidente en el caso del cristianismo y, sobre todo, de la iglesia cat¨®lica, una instituci¨®n cuya preocupaci¨®n principal consist¨ªa en mantener ciertas pautas morales. As¨ª, sus cruzadas de esos a?os luchaban por la familia tradicional contra todos los avances que esas familias y la sexualidad en general conoc¨ªan entonces: contra el divorcio, contra los matrimonios del mismo sexo, contra el aborto, contra la indefinici¨®n gen¨¦rica (ver cap.4).

Otro ejemplo de sus luchas contra la civilizaci¨®n era su repudio total de la eutanasia, que empezaba a ser legal en algunos pa¨ªses. Las iglesias cristianas siempre hab¨ªan condenado cualquier forma de suicidio, por un principio obvio de autopreservaci¨®n: si insist¨ªan en que la vida despu¨¦s de la muerte era mejor que esta, deb¨ªan evitar que multitudes cr¨¦dulas y esperanzadas se lanzaran a esa otra vida lo antes posible ¡ªy los dejaran sin reba?o. As¨ª, la eutanasia contrariaba las ¨®rdenes de un dios que era el ¨²nico que ¡°daba y tomaba¡± la vida de sus s¨²bditos.

Para imponer sus reglas usaban la amenaza de sus millones ¡ªde seguidores, de dineros¡ª y, sobre todo, el temor de muchos gobiernos que imaginaban que enemistarse con la iglesia cat¨®lica, su sost¨¦n tradicional, era un riesgo mucho mayor que lo que era: cuando alguno lo hac¨ªa, el desaf¨ªo no sol¨ªa tener consecuencias ¡ªpero muchos no lo intentaban por si acaso. Su poder temporal decrec¨ªa: lo lastraban la evidencia de sus tejes y manejes financieros y el descubrimiento de tantos casos en que sus sacerdotes explotaban sexualmente a ni?os y ni?as. Esa imagen de trampas y sevicias fue un lastre muy severo.

Unida, lo sabemos, a la exclusi¨®n de las mujeres de sus jerarqu¨ªas. Sus monjas segu¨ªan teniendo el mismo lugar institucional que mil a?os antes, parecido, quiz¨¢s, al que ten¨ªa cualquier mujer en esos tiempos: inferior. Las sacerdotisas cat¨®licas pod¨ªan ordenarse y residir en monasterios y trabajar de enfermeras o acompa?antes o maestras, pero no pod¨ªan decir misa ni dar los sacramentos ni avanzar en la jerarqu¨ªa religiosa: su papel era rotundamente secundario, reflejo de un orden social que terminaba.

Esa p¨¦rdida de poder de la iglesia de Roma se not¨® sobre todo en Europa: desde all¨ª hab¨ªa salido, cinco siglos antes, como un peque?o culto que interesaba si acaso a 50 o 60 millones de personas, cuando empez¨® la expansi¨®n imperial de sus pa¨ªses que la transform¨® en una religi¨®n global. Pero en el siglo XXI naciones como Italia, Francia, Espa?a, Irlanda, que hab¨ªan sido su base, se volv¨ªan cada vez menos religiosas; para compensar, sus seguidores aumentaban en las antiguas colonias de ?frica y Latinoam¨¦rica. Cada vez m¨¢s la religi¨®n era una r¨¦mora de los pa¨ªses pobres (ver cap.4). Para consagrar y consolidar esa tendencia, Roma eligi¨® por primera vez en su historia un Papa no europeo: fue Jorge Bergoglio, un jesuita argentino consagrado en 2013 por lo que entonces se llamaba ¡°el Esp¨ªritu Santo¡±, que todav¨ªa reinaba en 2022.

(Pese a su decadencia, el catolicismo segu¨ªa siendo la religi¨®n predominante en unos 70 pa¨ªses, 1.400 millones de fieles. Pero tambi¨¦n en ellos hab¨ªa perdido su rol de estado dentro del Estado, su papel de registro: ni los nacimientos ni los matrimonios ni las muertes eran ya su coto particular. Y tambi¨¦n estaban perdiendo otra base fundamental de su poder: la educaci¨®n.)

El papa Francisco en la plaza de San Pedro en el Vaticano, este domingo.
El papa Francisco en la plaza de San Pedro en el Vaticano, este domingo.VATICAN MEDIA (via REUTERS)



La iglesia de Roma era solo una parte del gran cardumen cristiano. Entre las subsectas m¨¢s cercanas estaban los ortodoxos rusos, griegos, siriacos, chipriotas, et¨ªopes, egipcios, jerosolimitanos, constantinopolitanos y dem¨¢s. Y estaba la otra gran familia, que se llamaba a s¨ª misma ¡°protestante¡± y comprend¨ªa, entre otros, a luteranos, presbiterianos, pentecostales, neopentecostales, bautistas, anabaptistas, anglicanos, metodistas, cu¨¢queros y as¨ª hasta unas 300 marcas diferentes.

El protestantismo proclamaba m¨¢s de mil millones de fieles y, en esos d¨ªas, crec¨ªa y amenazaba la hegemon¨ªa cat¨®lica. En muchas comunidades africanas y latinoamericanas los evang¨¦licos consiguieron convencer, con sus ritos m¨¢s simples y espectaculares, con su cercan¨ªa y sencillez, con sus ofertas m¨¢s claras y concretas, a millones de pobres ¡ªque abandonaron el catolicismo para unirse a ellos. La gran novedad teol¨®gica de esas iglesias protestantes consisti¨® en cambiar el lugar de la promesa: ya no ofrec¨ªan la salvaci¨®n en alg¨²n otro mundo ¡ªel Otro Mundo¡ª sino en este. ¡°La teolog¨ªa de la prosperidad, que polemizaba y antagonizaba con la teolog¨ªa de la liberaci¨®n en un plano pr¨¢ctico, sosten¨ªa que si Dios puede curar y sanar el alma, no hay raz¨®n para pensar que no pueda otorgar prosperidad¡±, escribi¨® entonces un soci¨®logo. La salvaci¨®n de aquellos evang¨¦licos se parec¨ªa mucho al ¡°¨¦xito¡±.

En cualquier caso el protestantismo, que se hab¨ªa consolidado durante varios siglos como el cristianismo de los burgueses ricos y les hab¨ªa permitido prosperar sin culpas, se convert¨ªa tambi¨¦n en el cristianismo de los m¨¢s pobres: era una transformaci¨®n audaz, que no tardar¨ªa en revelar sus resultados.

* * *

Pero ya en esos d¨ªas el islam era la religi¨®n con m¨¢s creyentes: unos 1.800 millones. Su divisi¨®n en dos grupos ¡ªsunitas y chi¨ªtas¡ª afectaba poco esa supremac¨ªa porque los sunitas eran entonces nueve de cada diez. Hac¨ªa a?os que el islam era la religi¨®n que m¨¢s crec¨ªa. Las cuentas eran simples: medio siglo antes, en 1970, eran unos 600 millones; en 2020 se hab¨ªan triplicado. (Los cristianos, en cambio, eran 1.200 millones en 1970 y, en esas cinco d¨¦cadas, ¡°solo¡± se duplicaron, igual que la poblaci¨®n mundial).

Miles de fieles musulmanes en la Meca (Arabia Saud¨ª), el 1 de abril.
Miles de fieles musulmanes en la Meca (Arabia Saud¨ª), el 1 de abril. Abdel Ghani BASHIR

La diferencia se deb¨ªa a la mayor fertilidad de ciertos pa¨ªses musulmanes pero tambi¨¦n al hecho de que el islam volvi¨® a ser, a fines del siglo XX, un grito de guerra: la identidad de millones que se sent¨ªan relegados, desde?ados por los grandes pa¨ªses cristianos de Occidente ¡ªa los que migraban o que los explotaban o que, incluso, los invad¨ªan. Ser musulm¨¢n, entonces, fue una forma de resistencia que, en ciertos casos, tom¨® las armas y se convirti¨® en la mayor amenaza para la seguridad de los pa¨ªses entonces dominantes. Los talibanes en las guerras afganas, el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York, el ¡°Estado Isl¨¢mico¡± en Siria fueron muestras de esta tendencia (ver cap.22). Hac¨ªa d¨¦cadas que ya no hab¨ªa guerreros ni ej¨¦rcitos definidos como cristianos; en cambio era com¨²n el reclutamiento de guerreros y la formaci¨®n de ej¨¦rcitos musulmanes para pelear contra el poder de ¡°los infieles¡±.



El islam, a diferencia del cristianismo, funcionaba como una identidad fuerte. El cristianismo hab¨ªa sido durante demasiado tiempo el poder global; el islam estaba en manos de reyes y caudillos poderosos pero supo mantener el lugar de la v¨ªctima. Ser musulm¨¢n fue, entonces, una pertenencia mucho m¨¢s potente ¡ªpara la mayor¨ªa¡ª que ser cristiano. El cristianismo era un instrumento de preservaci¨®n institucional, una resistencia conservadora basada en una moral que ya no era ¡ªy que sus propias pr¨¢cticas desment¨ªan. El islam, en cambio, era probablemente m¨¢s conservador a¨²n en sus reglas y principios, pero sab¨ªa plantear la recuperaci¨®n y preservaci¨®n de sus ideas reaccionarias como una identidad en lucha contra la opresi¨®n occidental, una forma de reconocimiento y pertenencia frente a un mundo que imaginaban enemigo.

Eso justificaba, para sus fieles, su car¨¢cter belicoso, su defensa ac¨¦rrima de sus costumbres contra las costumbres que, supuestamente, quer¨ªan imponerle los infieles ¡ªincluidas ciertas modulaciones de la ¡°democracia¡± y los ¡°derechos humanos¡±. Gracias a eso, entre otras razones, consigui¨® cargar a sus miembros con un fardo de normas y formas: desde la obligaci¨®n de tapar a las mujeres hasta el uso ¡ªen algunos lugares¡ª de la shar¨ªa, un viejo conjunto de leyes que inclu¨ªa la pena de muerte para los homosexuales y la mutilaci¨®n para los ladrones (ver cap.23), por ejemplo.



El conflicto era particularmente visible en los antiguos pa¨ªses europeos ¡ªAlemania, Francia, Inglaterra¡ª donde millones de musulmanes hab¨ªan migrado en las d¨¦cadas anteriores, y donde algunas de sus costumbres parec¨ªan intolerables: sobre todo, una vez m¨¢s, su trato a sus mujeres como seres inferiores con muchos menos derechos que sus hombres. Todo lo cual se sintetizaba, por ejemplo, en las discusiones sobre el uso del velo, que algunos pa¨ªses permit¨ªan y otros no, so pretexto de que establec¨ªa una discriminaci¨®n intolerable. Sus defensores argumentaban que era su costumbre y que deb¨ªan respetarla; sus detractores, que las libertades b¨¢sicas no aceptaban relativismos culturales. Fue, durante d¨¦cadas, motivo de querellas.

Mujeres musulmanas con velo en la ciudad de Teher¨¢n (Ir¨¢n), este lunes.
Mujeres musulmanas con velo en la ciudad de Teher¨¢n (Ir¨¢n), este lunes. AFP

(Quiz¨¢ la forma en que las dos grandes religiones mono trataban entonces a sus mujeres era una muestra de sus tiempos distintos: el cristianismo, m¨¢s viejo, ya solo impon¨ªa a sus religiosas lo que el islam, unos siglos m¨¢s joven, todav¨ªa trataba de imponer a todas).



M¨¢s all¨¢ de esos choques migratorios, el islam pesaba sobre todo en los pa¨ªses que dominaba. Se lo sol¨ªa identificar con las regiones ¨¢rabes donde hab¨ªa surgido, pero su mayor¨ªa no viv¨ªa all¨ª. El pa¨ªs con m¨¢s musulmanes era entonces Indonesia, con unos 230 millones en todas esas islas ¨ªndicas; Pakist¨¢n y Banglad¨¦s, en el subcontinente indio, reun¨ªan 365; en los tres el islam era la religi¨®n casi ¨²nica. En cambio en la India no llegaban al 15% pero eran de todos modos unos 200 millones de personas. En ?frica, Egipto y Nigeria ten¨ªan unos 90 millones cada uno, pero en Egipto eran casi toda la poblaci¨®n y en Nigeria solo la mitad.

Entre los mayores pa¨ªses exclusivamente isl¨¢micos, Ir¨¢n y Turqu¨ªa juntaban unos 80 millones cada uno. Despu¨¦s ven¨ªa una cantidad de pa¨ªses medianos ¡ªalrededor de 40 millones¡ª: Argelia, Sud¨¢n, Irak, Marruecos, Afganist¨¢n. Y, con menos habitantes, Arabia Saudita, Uzbekist¨¢n, Yemen, N¨ªger, Mal¨ª, Siria, Senegal, T¨²nez, Libia, Somalia y varios m¨¢s.

Nada, entonces, permit¨ªa suponer lo que les pasar¨ªa.

* * *

El hinduismo era la tercera religi¨®n del mundo por cantidad de seguidores pero, para empezar, siempre se discuti¨® que fuera una sola: m¨¢s todav¨ªa que el cristianismo, era un conjunto de pr¨¢cticas con dioses diferentes, doctrinas diferentes, libros diferentes, ritos diferentes ¡ªunidos por su historia y su lugar. Una acordada de la Suprema Corte de la India en 1966 dec¨ªa que ¡°a diferencia de otras religiones en el mundo, la religi¨®n hind¨² no reivindica un solo profeta, no adora a un solo dios, no cree en un solo concepto filos¨®fico, no sigue un solo ritual religioso; de hecho, no ofrece las caracter¨ªsticas tradicionales de una religi¨®n o credo. Es una forma de vida y nada m¨¢s¡±.

Artesanos preparan una estatua del dios hind¨², Lord Hanuman, en Calcuta (India), este mi¨¦rcoles.
Artesanos preparan una estatua del dios hind¨², Lord Hanuman, en Calcuta (India), este mi¨¦rcoles. DIBYANGSHU SARKAR

Eso la distingu¨ªa del cristianismo y del islam. Pero la diferencia principal estaba en su concentraci¨®n: el 90% de los 1.200 millones de hinduistas del mundo viv¨ªa en un solo pa¨ªs. Por eso la influencia global de su ?religi¨®n? era menor: nunca hizo ninguna tentativa de universalizarse ¡ªde exportarse¡ª, no hubo casi hinduismo en lenguas no indias. Por eso su influencia local fue, quiz¨¢, mayor: el hinduismo funcionaba sobre todo como la base m¨¢s visible de la naci¨®n india, del nacionalismo indio. Su fuerza sirvi¨® para formar un partido conservador y patriotero que gobernaba su pa¨ªs en esos a?os: hab¨ªa encontrado en su reivindicaci¨®n tradicionalista y su ataque a los indios musulmanes un camino expedito hacia el poder. La religi¨®n, una vez m¨¢s, sab¨ªa crear esa ilusi¨®n de unidad que ciertos l¨ªderes aprovechaban para gobernar las sociedades m¨¢s complejas.

El hinduismo era la ?religi¨®n? dominante en el pa¨ªs m¨¢s hambreado de la Tierra en esos d¨ªas: unos 250 millones de indios ¡ªunos 220 millones de hind¨²es¡ª segu¨ªan malnutridos (ver cap. 8). Pese a cierto desarrollo econ¨®mico, la miseria de milenios se manten¨ªa en la India. Quiz¨¢ por eso su religi¨®n compart¨ªa con la cuarta m¨¢s populosa en el mundo de entonces, el budismo, la idea de la disoluci¨®n: esa noci¨®n brutal que dice que lo que un hombre desea a lo largo de su vida, aquello que lo lleva a cuidarse y contenerse y obedecer las reglas, es terminar su ciclo de reencarnaciones: morirse en serio de una vez por todas, disolverse en el moksha o el nirvana. All¨ª donde las grandes religiones mediterr¨¢neas ofrec¨ªan la ilusi¨®n de una vida despu¨¦s de la muerte, las grandes asi¨¢ticas promet¨ªan lo contrario: la certeza de una muerte despu¨¦s de la vida. No propon¨ªan prolongar lo que tenemos, sino acabarlo de una vez por todas.



El budismo, que tampoco se consideraba una religi¨®n, era el conjunto de relatos y creencias que adoptaban unos 500 millones de personas. La mitad de ellos segu¨ªa el ¡°Gran Veh¨ªculo¡± ¡ªMahayana¡ª y viv¨ªa sobre todo en China, en franca minor¨ªa. El panorama religioso chino era complejo: sus religiones tradicionales ¡ªel tao¨ªsmo, el confucianismo¡ª nunca tuvieron dioses supremos ni conducciones hegem¨®nicas, no constituyeron organizaciones como otras; siempre fue una pr¨¢ctica dispersa, multifac¨¦tica. Y la gran mayor¨ªa de los chinos hab¨ªa abandonado o fingido abandonar cualquier pr¨¢ctica religiosa durante el per¨ªodo m¨¢s comunista de su r¨¦gimen comunista, que las hab¨ªa prohibido: algunos dec¨ªan que la religi¨®n de Mao no aceptaba la competencia de ninguna otra. Pero a partir de los a?os 1980 su nueva constituci¨®n sancion¨® la libertad de cultos y, desde principios del siglo XXI, el Partido Comunista en el poder intent¨® recuperar ritos y discursos de las religiones tradicionales: le serv¨ªan, se dir¨ªa, para consolidar una idea china de la China, para rearmar una cultura propia.

El l¨ªder espiritual del budismo, el Dalai Lama (centro), a su llegada al Templo Principal Tibetano en Ganj, este mi¨¦rcoles.
El l¨ªder espiritual del budismo, el Dalai Lama (centro), a su llegada al Templo Principal Tibetano en Ganj, este mi¨¦rcoles. - (AFP)

El budismo, en esos d¨ªas, tambi¨¦n sobreviv¨ªa en Jap¨®n, donde lo profesaba entre un tercio y la mitad de sus 120 millones de habitantes. Los pa¨ªses donde dominaba eran Tailandia, Taiw¨¢n, Camboya, Laos, Vietnam, But¨¢n y Birmania. Sin embargo, a diferencia del hinduismo o el tao¨ªsmo, no hab¨ªa lugar donde no hubiera peque?os grupos de budistas: su car¨¢cter m¨¢s filos¨®fico que m¨ªstico, sus ejercicios de reflexi¨®n y adaptaci¨®n, eran muy apreciados por peque?os grupos de seguidores provenientes de las clases medias urbanas del MundoRico. El budismo era chic y cool y guay y demandaba poco: en los pa¨ªses ricos ¡ªy sobre todo en Estados Unidos¡ª fue el eje del crecimiento de una cantidad de peque?as religiones basadas en relatos y ritos vagamente orientalistas o ind¨ªgenas, incluidas en eso que supo llamarse ¡°New age¡± hasta que fue demasiado vieja como para seguir siendo nueva.

Pero esos peque?os n¨²cleos siguieron desarroll¨¢ndose. All¨ª donde las grandes religiones eran una forma de fundirse con millones en el sosiego de una ley com¨²n, las chiquitas ofrec¨ªan lo contrario: el regodeo de la construcci¨®n individual, creencias creadas a la carta para cada consumidor ¡ªque se sent¨ªa distinto, inteligente. Hab¨ªa quienes dec¨ªan que ese ser¨ªa el futuro de la superstici¨®n: contra las multitudes, hacia el individuo. El tiempo, como sabemos, tambi¨¦n se reir¨ªa de ellos.

* * *

Las religiones tradicionales, queda dicho, perd¨ªan espacio entre las poblaciones m¨¢s educadas del MundoRico. En Occidente, sobre todo, el cristianismo que lo hab¨ªa formado y conformado retroced¨ªa sin parar. Y los sectores que segu¨ªan practic¨¢ndolo intentaban formas de religi¨®n que se hab¨ªan ido volviendo ¡°razonables¡±. Si bien reunir en una frase las palabras religi¨®n y razonable no lo parece, es cierto que sol¨ªan ser maneras menos m¨¢gicas: muchos de los fen¨®menos que la ignorancia hab¨ªa atribuido a causas divinas hab¨ªan sido explicados por los avances cient¨ªficos y la educaci¨®n masiva. Sobreviv¨ªa, de todos modos, el grado de incertidumbre suficiente ante las grandes cuestiones ¡ªel origen de todo, el sentido de la vida, la condena de la muerte¡ª como para que muchos siguieran necesitando la garant¨ªa de alg¨²n orden superior inexplicable. Unos cuantos lo confirmaban manteniendo las viejas convicciones imposibles: una encuesta de 2017 mostraba por ejemplo que en Estados Unidos, un pa¨ªs donde la enorme mayor¨ªa hab¨ªa pasado m¨¢s de una d¨¦cada en la escuela, 40 por ciento de la poblaci¨®n cre¨ªa que ¡°el hombre hab¨ªa sido creado por Dios hace menos de 10.000 a?os¡± ¡ªy que si alg¨²n l¨ªder les dec¨ªa otra cosa era porque quer¨ªa enga?arlos. (En esos d¨ªas la desconfianza hacia los l¨ªderes era un fen¨®meno casi religioso: religiosamente cre¨ªan las mayor¨ªas que sus l¨ªderes solo quer¨ªan engatusarlos, esquilmarlos. La cuesti¨®n del liderazgo sin confianza era uno de los grandes problemas de esos d¨ªas y era, quiz¨¢, un contragolpe de tantos siglos de confianza religiosa.)



Las religiones, entonces, sobreviv¨ªan pese a los avances de la t¨¦cnica y la ciencia. Por un lado manten¨ªan una muralla que las proteg¨ªa con eficacia: la idea de que criticarlas o mofarse de ellas era un ataque intolerable a sus millones de creyentes. Era curioso: los relatos religiosos todav¨ªa aseguraban que quien no siguiera sus reglas se quemar¨ªa para siempre en las llamas de un infierno o el hielo de un abismo, pero la agresi¨®n brutal no era esa sino re¨ªrse de quienes lo cre¨ªan porque eso ofend¨ªa sus convicciones ¡ªmientras que los ateos no deb¨ªan sentirse ofendidos por la promesa de la tortura eterna. En esa gram¨¢tica muy parda, re¨ªrse del otro era terrible, quemar al otro era piadoso. Esa idea glorificada de la creencia las ayud¨® a subsistir durante un tiempo.

Detalle de uno de los penitentes durante la procesi¨®n de penitencia de la Cofrad¨ªa de Dolores, en Ferrol.
Detalle de uno de los penitentes durante la procesi¨®n de penitencia de la Cofrad¨ªa de Dolores, en Ferrol. Kiko Delgado (EFE)

Y es probable que su persistencia tuviera que ver con un mundo donde miles de millones sufr¨ªan lo suficiente como para necesitar la ayuda de alg¨²n poder superior. No pensaban ¡ªen general no pensaban¡ª que ese dios o dioses que adoraban eran los responsables de ese mundo lleno de maldad y de dolor, y que lo propio de un buen creyente habr¨ªa sido, si acaso, negar esa culpa proclamando que su dios no lo hab¨ªa creado ni lo dominaba o, m¨¢s radical, que no exist¨ªa y no era, por lo tanto, responsable de nada. En lugar de esa teolog¨ªa negativa ¡ªque todav¨ªa tardar¨ªa en emerger¡ª se lanzaban a todo tipo de explicaciones sobre los or¨ªgenes del mal en la Tierra, una rama retorcida de la ret¨®rica que llamaron teodicea.

Mientras tanto, manten¨ªan esa curiosa idea de un cosmos donde alguno de esos innumerables seres sobrenaturales que las religiones ofrec¨ªan atender¨ªa los pedidos de cada quien si les rogaba con el fervor y la humildad y las credenciales suficientes. Como dec¨ªa un autor de la ¨¦poca que escribi¨® un tratado largo y tedioso sobre el hambre: ¡°No encontr¨¦, en todos estos viajes, hambrientos ateos. Los m¨¢s desgraciados necesitan creer que sus penurias son el designio de alg¨²n ser superior. Y por eso, tambi¨¦n, esperan que sea ese ser el que las solucione: es la mejor receta para que esa soluci¨®n no llegue nunca¡±.

No sab¨ªa, obviamente, lo que se estaba preparando.



(Hab¨ªa habido, sin embargo, una pista, que muy pocos supieron reconocer entonces. Hablamos de El D¨ªa, el 12 de marzo de 2020. Aquel 12 de marzo era jueves y los medios se ocupaban cada vez m¨¢s de esa plaga escapada de China que estragaba, por entonces, el norte de Italia (ver cap.6). Pero solo algunos reconocieron entonces la gran noticia: el cardenal Angelo De Donatis, vicario papal de Roma, autoridad pomposa, ordenaba el cierre de las 900 iglesias de su capital porque ¡°el Se?or nos pide que contribuyamos a la salud de todos. Por desgracia, ir a la iglesia no es distinto de ir a cualquier otra parte¡±, dijo. ¡°Hay riesgo de contagio¡±.

Hasta ese d¨ªa, durante quince siglos, la reacci¨®n m¨¢s inmediata de Roma ¡ªy el resto de Occidente¡ª frente a plagas o cat¨¢strofes o guerras consist¨ªa en pedirle a su dios disculpas y clemencia. Esas desgracias eran castigos que ese dios les mandaba cuando se hab¨ªan portado mal, y entonces los castigados sal¨ªan en procesi¨®n, paseaban virgencitas y supliciados varios, se hincaban a rogarle que los perdonara. Aquel d¨ªa de 2020 la raz¨®n religiosa se retir¨®, entreg¨® su lugar m¨¢s propio a la raz¨®n cient¨ªfica. Era la muestra de que algo empezaba a cambiar, pero despacio: la ciencia no pod¨ªa reemplazar directamente a la religi¨®n como garant¨ªa de la verdad, saber superior en qu¨¦ confiar. Ten¨ªan una diferencia decisiva: all¨ª donde la religi¨®n propon¨ªa creer sin dudas ni comprobaciones, la ciencia propon¨ªa descreer, dudar de todo lo que no se hubiera podido comprobar y, a¨²n cuando se comprobara, no dejar de dudar. Una humanidad que se aferraba a la religi¨®n como fuente de certezas no consegu¨ªa cambiarla por un m¨¦todo basado en la incertidumbre, la experimentaci¨®n, la b¨²squeda constante.

Pero en esos d¨ªas empezaban a mutar, tambi¨¦n, las formas del apocalipsis. La gran tradici¨®n apocal¨ªptica hab¨ªa sido inaugurada, en su versi¨®n m¨¢s cl¨¢sica, por el texto de un exiliado de Roma en el siglo I d.C., el falso Juan. Los relatos apocal¨ªpticos que se sucedieron durante los dos milenios siguientes ten¨ªan dos rasgos comunes: que nunca se cumpl¨ªan, que eran castigos de alg¨²n dios vengador por las traiciones de los hombres. En cambio el apocalipsis m¨¢s presente en aquellos a?os se presentaba, s¨ª, como castigo al descuido y la soberbia de los hombres, que hab¨ªan abusado de la naturaleza, pero no supon¨ªa la intervenci¨®n de ning¨²n dios: el planeta ser¨ªa capaz de realizarlo por s¨ª mismo (ver cap.25). Como siempre, aquellos hombres imaginaban las amenazas del futuro con las defensas del presente, y ten¨ªan miedo. Aunque ya entonces, poco a poco, empezaba a abrirse paso la siguiente versi¨®n apocal¨ªptica: la idea de que las m¨¢quinas creadas por los hombres conseguir¨ªan independizarse de ellos y alcanzar un grado de perfecci¨®n que les permitiera dominarlos. La ¡°singularidad¡± compart¨ªa con el calentamiento global esa caracter¨ªstica de ser un producto de la mente humana: un apocalipsis de nuevo tipo, vanguardia de la ciencia (ver cap.19). La religi¨®n, tambi¨¦n all¨ª, perd¨ªa sus dominios.)

* * *

M¨¢s difundida a¨²n que las religiones, la idea de ¡°suerte¡± dominaba: en esos d¨ªas muy pocas personas ¡ªm¨¢s all¨¢ de sus or¨ªgenes y culturas¡ª no cre¨ªan en ella.

¡°Suerte¡± es un concepto dif¨ªcil de explicar para quienes no lo conocen. Era, en s¨ªntesis, la idea de que el desarrollo de cualquier proceso pod¨ªa ser modificado por factores que lo desviaban en distintas direcciones: si esos desv¨ªos favorec¨ªan al interesado los llamaba buena suerte, y mala si no. Y planteaba, sobre todo, que el interesado pod¨ªa influir en esos desv¨ªos por medio de variados procedimientos. La suerte supon¨ªa la creencia en un orden confuso, ligeramente ambiguo: un orden que cre¨ªan tan poderoso y, al mismo tiempo, modificable con gestos muy menores. La contradicci¨®n no parec¨ªa importar a nadie: la suerte era, por definici¨®n, algo que escapaba de esas l¨®gicas pobres. As¨ª que, en esos d¨ªas, miles de millones ejecutaban los procedimientos que deb¨ªan modificar su suerte.

Las formas de ejecuci¨®n se pod¨ªan dividir b¨¢sicamente en dos: materiales, narrativas. Las materiales implicaban objetos que, a menudo, no deb¨ªan atraer la buena suerte sino ahuyentar la mala ¡ªaunque el l¨ªmite no siempre estaba claro: tenerla buena era, muy a menudo, no tenerla mala. Eran esos entes llamados ¡°talismanes¡± o ¡°amuletos¡± ¡ªque pod¨ªan haber sido fabricados con ese prop¨®sito o haberlo adquirido por capricho de su due?o. Los amuletos eran asimilables a los santitos de distintas religiones: objetos o figuras que proteg¨ªan a la persona o animal que los portaba de males incontables. Aceptaban las materias y formas m¨¢s variadas: desde una cinta de tela en la mu?eca hasta un tatuaje de una mano en cuernos pasando por todo tipo de piedras y metales y dijes y estatuillas, plumitas y fotograf¨ªas y mensajes varios.

Los gestos y palabras, a su vez, eran infinitos. Pod¨ªan ser movimientos como el cruce de los dedos ¨ªndice y medio, por ejemplo, de una mano, o el estruje con la derecha del test¨ªculo izquierdo, en el caso de un hombre, o del pecho en el de una mujer, o los dichos cuernitos o tantos otros. O tambi¨¦n ciertos conjuros, frases muy diversas que, generalmente susurradas, buscaban los mismos objetivos. A menudo gesto y palabra se produc¨ªan al mismo tiempo porque deb¨ªan complementarse, reforzarse entre s¨ª.

Hab¨ªa gestos y palabras comunes, m¨¢s o menos repetidos por el conjunto, pero, al mismo tiempo, cada individuo sol¨ªa tener los suyos propios, ¨ªntimos ¡ªque muchas veces no contaba por la creencia de que, si lo hac¨ªa, perder¨ªan su efectividad. La idea de suerte siempre incluy¨®, de un modo u otro, lo secreto.



Ciertas culturas se avergonzaban de creer tanto en la suerte: deb¨ªa parecerles, al fin y al cabo, algo un poco infantil, un poco bobo. Pero otras se preciaban: en una gran mayor¨ªa de los edificios norteamericanos, por ejemplo, no exist¨ªa el piso 13. La numeraci¨®n pasaba directamente del 12 al 14, y lo mismo pasaba en las filas de asientos de sus trenes y aviones. La raz¨®n era curiosa, porque mezclaba los dos ¨®rdenes de supersticiones: el rechazo del n¨²mero 13 proven¨ªa de la historia de la ¨²ltima cena del hijo extra?amente parido del dios de los cristianos, donde el d¨¦cimotercer convidado fue un traidor, pero ese rechazo, en la cultura de esos d¨ªas, ya se hab¨ªa independizado de su origen religioso y solo remit¨ªa al miedo por su car¨¢cter de portador de ¡°mala suerte¡±. Otras veces la mezcla era a¨²n m¨¢s sorprendente: en 2008 los gobernantes chinos, materialistas furiosos, organizaron con grandes cuidados sus primeros ¡°Juegos Ol¨ªmpicos¡±, la apoteosis de su nuevo status global. Y eligieron para inaugurarlos el d¨ªa ocho de agosto ¡ª8/8/8¡ª porque era la fecha en que estudios meteorol¨®gicos complejos hab¨ªan previsto menos posibilidades de lluvia y, sobre todo, porque el ocho era la cifra afortunada de su cultura ancestral. La ciencia sola no alcanzaba.



(Era curioso comprobar que, en muchas lenguas occidentales, el sin¨®nimo m¨¢s habitual de la palabra ¡°suerte¡± era la palabra ¡°fortuna¡±, que tambi¨¦n significaba riqueza personal. No he encontrado, en mis b¨²squedas, autores que trabajaran esa rara colusi¨®n.)



El recurso a la suerte y sus modificadores suced¨ªa en todo tiempo y situaci¨®n pero, como es l¨®gico, se intensificaba en aquellos en que las personas se sent¨ªan m¨¢s amenazadas en su integridad, su salud, sus deseos importantes ¡ªo, incluso, en esas lealtades de la ¨¦poca que los deportes convocaban. Aquellos espect¨¢culos eran una muestra clara de este asunto: los aficionados ¡ªlos espectadores¡ª estaban convencidos de que influ¨ªan con sus ritos. Entonces, por ejemplo, cuando un ¡°contrario¡± estaba por ejecutar una jugada que pod¨ªa determinar un perjuicio para los propios, miles o millones practicaban sus gestos y palabras de la suerte con el fin de impedirlo. Se estrujaban tal o cual, tocaban esto o lo otro, murmuraban o recordaban tales frases: multitudes lo hac¨ªan, cada uno de sus integrantes convencido de que, al hacerlo, interven¨ªa ¡ªde esa forma perfectamente indefinida¡ª en la manera en que ese se?or, entonces, golpear¨ªa esa pelota.

Si millones de gestos produc¨ªan un mismo efecto, ?eran necesarios esos millones? ?Tres o cuatro o cien menos no lo conseguir¨ªan? ?O era uno solo y todos deb¨ªan hacerlo en la esperanza de ser ¨¦se? ?O era una lucha de poderes entre los que convocaban a la suerte para tal y los que la convocaban para lo contrario? Lo que no quedaba claro ¡ªentre otros muchos aspectos del asunto¡ª era el mecanismo por el cual un amuleto o un gesto o una frase actuaban. O, incluso: sobre qu¨¦ actuaban. Para una pr¨¢ctica tan antigua y extendida, su teor¨ªa estaba curiosamente poco trabajada: nadie ten¨ªa una idea definida de c¨®mo influir¨ªa dicha intervenci¨®n en la concreci¨®n o no de lo deseado o temido, si interrump¨ªa una cadena ya prevista de hechos, si pon¨ªa en marcha una alternativa, si actuaba por s¨ª misma, si propiciaba la intervenci¨®n de alg¨²n poder mayor ¡ªque tampoco estaba claro. En s¨ªntesis: casi toda la humanidad cre¨ªa en la suerte y casi nadie sab¨ªa realmente en qu¨¦ cre¨ªa.

Era el ejemplo perfecto de una superstici¨®n triunfante.

Pr¨®xima entrega 25. Los futuros

El cap¨ªtulo final de El mundo entonces cuenta qu¨¦ futuros imaginaban los hombres y mujeres de 2022. Les preocupaba la deriva ambiental, pol¨ªtica, econ¨®mica: para la mayor¨ªa, el porvenir no era promesa sino amenaza.

El mundo entonces

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