Muere Robert Gottlieb, el editor total
Leyenda de las letras estadounidenses, trabaj¨® junto a Toni Morrison, Robert Caro o John Le Carr¨¦ y fue director de la revista ¡®New Yorker¡¯
Robert Gottlieb, uno de los editores m¨¢s influyentes del siglo XX, dej¨® de leer para siempre este martes en un hospital Nueva York. Su muerte la confirm¨® la actriz Maria Tucci, su esposa desde 1969. Ten¨ªa 92 a?os.
En su extraordinaria trayectoria en la cumbre del mundo neoyorquino de las letras, Gottlieb acompa?¨® la carrera una impresionante n¨®mina de autores que definieron la literatura en ingl¨¦s de los ¨²ltimos 70 a?os. Ley¨®, corrigi¨® y llev¨® la contraria a los premios Nobel Toni Morrison, Doris Lessing, Bob Dylan o V. S. Naipaul; a novelistas como Joseph Heller, John Le Carr¨¦, Salman Rushdie, Charles Portis o Edna O¡¯Brien; a cuentistas como John Cheever; a memorialistas famosos como Bill Clinton, Katherine Hepburn o Lauren Bacall; a ensayistas como Nora Ephron y a periodistas como Robert A. Caro o Alma Guillermoprieto.
Durante sus a?os al servicio de los sellos Simon & Schuster, donde empez¨® a trabajar en 1955 tras sus aventuras en la universidad brit¨¢nica de Cambridge, y Alfred Knopf, adonde se mud¨® en 1968 en un movimiento que provoc¨® un terremoto en el Nueva York culto, despleg¨® un estilo propio: el de un lector voraz y atento que se desviv¨ªa por mejorar tanto los textos de sus autores como por asegurar su tranquilidad de esp¨ªritu. Gottlieb se preciaba de no dejar nunca a un escritor esperando m¨¢s de una noche, un fin de semana a lo sumo, antes de hacerle saber qu¨¦ opinaba de un manuscrito reci¨¦n entregado. Esas maneras y su criterio hicieron que siguiera editando a muchos de ellos incluso tras su jubilaci¨®n o cuando se pas¨® al otro lado del espejo para convertirse a finales de los ochenta y durante cinco a?os en el tercer director de la historia de la revista New Yorker.
Su primer ¨¦xito, y uno de los grandes logros de su carrera, fue su apuesta por la novela sat¨ªrica Trampa 22 (1961), de un entonces desconocido Joseph Heller. Gottlieb no solo tuvo el olfato de empujar para que ese cl¨¢sico de la literatura antibelicista, t¨®tem de la contracultura estadounidense, viera la luz. Tambi¨¦n contribuy¨® a que su t¨ªtulo se convirtiera en una expresi¨®n de uso com¨²n en la lengua inglesa: una catch-22 es una trampa colocada por el absurdo (de la guerra, en este caso) en la que un individuo se ve sin escapatoria. No era la idea inicial: Heller hab¨ªa bautizado su criatura como Trampa 18, pero el temor de Gottlieb de que los lectores la confundieran con un reciente ¨¦xito de Leon Uris, Mila 18, hizo que cambiaran el n¨²mero en cuesti¨®n.
A partir de ah¨ª, se consagr¨® una carrera casi siempre infalible, aunque con algunas excepciones que humanizaron su buen gusto. En mitad de una cascada de grandes ¨¦xitos, Gottlieb rechaz¨® publicar al escritor de westerns Larry McMurtry o, sobre todo, La conjura de los necios, de John Kennedy Toole, a quien pidi¨® numerosas revisiones antes de decidir que no publicar¨ªa una novela que, muerto el autor, que se suicid¨® en 1969, se convirti¨® a principios de los ochenta en un fenomenal ¨¦xito de ventas, adem¨¢s de premio Pulitzer, en manos de la editorial de la Universidad de Luisiana.
¡°No me arrepiento. Volv¨ª a leer el libro y llegu¨¦ a la misma conclusi¨®n¡±, record¨® en 2018 en una entrevista con EL PA?S en su casa de Manhattan, un elegante brownstowne de cuatro pisos sin ascensor, pero con parque privado. ¡°Reconoc¨ª la enorme cantidad de talento y el mismo mont¨®n de fallos terribles que la primera vez. Cuando el chico se quit¨® la vida, la madre me ech¨® la culpa. Supongo que no se lo puedes tener en cuenta, pero la chaladura de ella contribuy¨® al tr¨¢gico desenlace¡±.
Gottlieb se mostr¨® aquel d¨ªa de oto?o como un hombre generoso con sus pasiones. ¡°El trabajo de un editor es, y siempre ser¨¢, hacer p¨²blico su entusiasmo¡±, declar¨® entonces. ¡°El proceso no cambia: lees algo, ese algo causa una reacci¨®n en ti y, si se puede arreglar de alg¨²n modo, lo haces. Lo que ha cambiado es la industria. Todo se ech¨® a perder con la llegada de la fotocopiadora. La posibilidad de hacer con facilidad varias copias de un manuscrito hizo posible que circularan entre varios editores. Empezaron las subastas. Y ah¨ª se termin¨® todo. Por suerte, no tengo nada que ver con eso desde hace d¨¦cadas¡±.
La cita en Manhattan era para hablar de la traducci¨®n al espa?ol de sus memorias, tituladas Lector voraz (Navona), una sobresaliente mezcla de chismes sobre autores ¨Dresulta que Roald Dahl era ¡°soberbio con los d¨¦biles y un punto antisemita¡± y que Michael Crichton ¡°nunca fue un buen escritor¡±¨D y defensa del callado oficio del editor, que brilla solo cuando refulge el de otros. El libro se puede leer tambi¨¦n como la novela de aprendizaje de un ni?o del Bronx cuyos padres obligaban a salir a la calle a tomar el aire durante una hora al d¨ªa y pasaba ese tiempo junto a la puerta de casa, jugando con el yoy¨® y contando los minutos para volver a su cuarto, a los libros de Henry James y las veladas musicales de la radio.
Por suerte, sus entusiasmos nunca fueron solo literarios, como saben los lectores de sus imprescindibles recopilaciones de art¨ªculos ajenos sobre jazz o danza, as¨ª como de letras del gran cancionero americano, que titul¨® Reading Jazz, Reading Dance y Reading Lyrics, respectivamente. Gottlieb, que nunca acab¨® de creerse su suerte por haber compartido tiempo con George Balanchine, ejerci¨® como cr¨ªtico coreogr¨¢fico y asesor¨® al American Ballet de Miami.
Tambi¨¦n coleccionaba libros ¨Dque amontonaba sobre las mesas y en las estanter¨ªas de sus casas de Nueva York, Miami y Par¨ªs¨D, discos de jazz, una afici¨®n fervorosa aunque tard¨ªa, y fotos de perros, as¨ª como pruebas de su mayor concesi¨®n al fetichismo: m¨¢s de 400 bolsos de pl¨¢stico que aguardaban en el dormitorio de arriba y que comenz¨® a comprar en los setenta. A esos artefactos kitsch dedic¨® el libro A Certain Style The Art of the Plastic Handbag, 1949-59.
Con Lyndon Johnson
Su muerte tambi¨¦n trunca cerca de la l¨ªnea de meta uno de los proyectos m¨¢s asombrosos de la no ficci¨®n estadounidense: su colaboraci¨®n con Robert Caro. Gottlieb edit¨® a principios de los setenta su cl¨¢sico The Power Broker, sobre el planificador urbano de Nueva York Robert Moses, una monumental biograf¨ªa a la que el editor cort¨®, para inicial disgusto de su autor, 350.000 palabras (la cosa a¨²n as¨ª qued¨® en m¨¢s de 1.200 p¨¢ginas). Despu¨¦s se embarcaron en una empresa a¨²n m¨¢s grande: contar la vida del presidente Lyndon B. Johnson en un monumental ciclo biogr¨¢fico que, a¨²n inconcluso, acab¨® convertido en uno de los grandes tratados literarios sobre el poder, tema central de la obra de Caro.
Juntos escribieron, editaron y publicaron m¨¢s de tres mil p¨¢ginas repartidas en cuatro vol¨²menes sobre el hombre que siempre quiso ser presidente y solo fue tras el asesinato en Dallas de su antecesor, John Fitzgerald Kennedy.
El mundo a¨²n espera la quinta y ¨²ltima entrega de The Years of Lyndon Johnson. No est¨¢ claro si Caro, de 86 a?os, llegar¨¢ a la cumbre de la monta?a o qui¨¦n tomar¨¢ el relevo de Gottlieb, aunque ser¨¢ dif¨ªcil que lo haga con el mismo compromiso. Estrenado este invierno, el documental Turn Every Page (¡±consulta siempre la siguiente p¨¢gina¡±, fue el consejo que Caro recibi¨® de uno de sus primeros jefes cuando vio que iba a investigar en un archivo) es un canto al meticuloso modo de trabajo de la pareja. La pel¨ªcula la dirigi¨® Lizzie Gottlieb, hija del editor, que obtuvo de ambos el permiso para ser filmados, con una sola condici¨®n: no la dejaron grabar su legendario proceso de edici¨®n, que a menudo implicaba horas, hasta d¨ªas, de discusi¨®n no ya sobre un p¨¢rrafo, sino sobre la pertinencia de un punto y coma.
Una de las escenas m¨¢s emotivas del filme muestra a los dos ancianos deambulando por las relucientes oficinas libres de papeles de su editorial en busca de un lapicero con el que tomar notas en un manuscrito. No les vale cualquier lapicero, tampoco un portaminas. Los empleados los miran con una mezcla de regocijo, admiraci¨®n y extra?eza, como si estuvieran ante dos alien¨ªgenas enviados desde un planeta lejano llamado El Pasado.
Caro, que en una entrevista de 2021 con este diario justific¨® su querencia por trabajar con m¨¢quina de escribir porque esta le obligaba a ¡°ir m¨¢s lento¡±, difundi¨® este mi¨¦rcoles un comunicado tras conocerse la muerte de Gottlieb. Dec¨ªa: ¡°Desde el d¨ªa en que, hace 52 a?os, miramos juntos mis p¨¢ginas por primera vez, Bob entendi¨® lo que estaba tratando de conseguir e hizo posible que me tomara el tiempo e hiciera el trabajo que necesitaba. La gente me habla de algunos de los momentos triunfales que Bob y yo compartimos, pero hoy recuerdo otros momentos, los dif¨ªciles, y recuerdo c¨®mo Bob siempre, siempre, durante medio siglo, estuvo ah¨ª para m¨ª. Fue un gran amigo, y hoy lloro a mi amigo con todo mi coraz¨®n¡±.
Otro de sus clientes, el expresidente Clinton, lo defini¨® como ¡°un editor fabuloso y un hombre fascinante¡±. ¡°Me ca¨ªa bien y lo admiraba mucho, incluso cuando me empujaba y, a veces, me ordenaba que escribiera no solo sobre las personas y el trabajo que dieron forma a mi vida, sino tambi¨¦n sobre c¨®mo me sent¨ªa al respecto¡±, a?adi¨®.
En los ¨²ltimos a?os, Gottlieb hab¨ªa perdido el pudor que habitualmente se impone el editor para abrazar t¨ªmidamente el descaro del escritor. Adem¨¢s de sus memorias, public¨® libros sobre Sarah Bernhardt o Greta Garbo, as¨ª como art¨ªculos en publicaciones como New York Review of Books o el suplemento literario de The New York Times sobre las ¨²ltimas tendencias de la novela rom¨¢ntica o el autor bosnio Ivo Andric, un deslumbramiento, como el del jazz, tambi¨¦n tard¨ªo.
Aquel d¨ªa de oto?o en su casa de Nueva York, le preguntamos si ten¨ªa planes de jubilarse. Respondi¨®: ¡°Tengo 87 a?os, no creo que me retire, me parece que me va a retirar la vida antes¡±.
Babelia
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