Megalod¨®n en Formentera: arranque de vacaciones con el tibur¨®n gigante
Un libro para saberlo todo del monstruoso escualo extinto es ideal para empezar el veraneo en la isla, en la que abundan las novedades, como la amenaza de cierre del Pelayo
Si hace dos a?os me rele¨ª durante las vacaciones en Formentera Tibur¨®n, de Peter Benchley, la novela que dio pie a la pel¨ªcula de Spielberg, este a?o he disparado por elevaci¨®n y me he tra¨ªdo Megalod¨®n, un sensacional ensayo sobre el s¨²per tibur¨®n extinto (?o no?), el depredador m¨¢s grande que ha existido en nuestro planeta y que se podr¨ªa haber zampado de un bocado al jefe de polic¨ªa Brody, al ocean¨®grafo Hooper y al capit¨¢n Quint con su barco Orca incluido, y si me apuran hasta el USS Indian¨¢polis. Me hab¨ªa guardado pacientemente el libro durante un par de meses pues es una obra que ped¨ªa a gritos ser le¨ªda en la isla escudri?ando con un estremecimiento placentero (desde la playa, con un mojito) cualquier ondulaci¨®n de la superficie del mar, a la espera de ver surgir la letal aleta, alta como una persona. Les adelanto que hay noticias importantes en la peque?a isla balear, una tan terrible como el ataque de un megalod¨®n: todo apunta a que, si no se encuentra soluci¨®n, es el ¨²ltimo verano del restaurante chiringuito Pelayo, un lugar emblem¨¢tico, ¨²ltimo reducto de una forma libre de entender y vivir Formentera y cuya p¨¦rdida constituir¨ªa un letal atentado a la vida y el veraneo aqu¨ª.
Megalod¨®n (GeoPlaneta, 2024), del paleont¨®logo, explorador y conservacionista australiano Tim Flannery, con la colaboraci¨®n de su mujer, la cient¨ªfica y escritora Emma Flannery, es una amen¨ªsima historia de todo lo que sabemos y todav¨ªa ignoramos de esa criatura marina que se ha convertido en un icono del terror contempor¨¢neo a partir de la estupenda novela Meg, de Steve Alten (Ediciones B, 1997) y de las dos pel¨ªculas, malas pero taquillazos ambas, basadas en ella y en su primera secuela, Meg, la fosa. Jason Statham encarna al buzo Jonas Taylor de las novelas con tal estulticia que acabas poni¨¦ndote de parte del megalod¨®n. La idea de un tibur¨®n mucho, much¨ªsimo m¨¢s grande que el tibur¨®n blanco de Spielberg es sugestivamente aterradora: las estimaciones de peso del megalod¨®n van de 50 a 100 toneladas (el tibur¨®n blanco actual m¨¢s grande, 2), su tama?o, hasta 20 metros (3 veces m¨¢s que el mayor blanco). Su boca med¨ªa tres metros de alto y otros tantos de ancho. La fuerza de su mordedura era, explica Flannery, la m¨¢s poderosa de cualquier animal que haya existido, 14 veces la del tibur¨®n blanco y hasta 3 veces la del Tirannosaurus rex (que pesaba solo 7 toneladas). El diente m¨¢s grande que se ha encontrado del mega tibur¨®n mide 18 cent¨ªmetros y pesa un kilo y medio. Parece que el bicho se alimentaba de ballenas y de otros tiburones: un superdepredador, y un can¨ªbal. Med¨ªa dos metros al nacer y pod¨ªa vivir cien a?os.
El libro est¨¢ lleno de datos interesant¨ªsimos. Por ejemplo, que el megalod¨®n ¡ªpese a la espectacular escena de arranque de la segunda pel¨ªcula en la que se merienda un tiranosaurio¡ª no convivi¨® con los dinosaurios: apareci¨® en el Mioceno, 40 millones de a?os despu¨¦s de que se extinguieran estos. Y a su vez desapareci¨® hace inquietantemente poco, quiz¨¢ hace solo 2,5 millones de a?os. Tim Flannery no cree, como disfrutan pensando los criptozo¨®logos y Jordi Serrallonga, que pueda quedar alg¨²n megalod¨®n vivo en alguna sima abisal, pero especula con que un hom¨ªnido hubiera llegado a verlo, enriqueciendo las pesadillas de nuestra especie.
Otras cosas sorprendentes son que parece que pod¨ªa haber sido de sangre caliente (el ¨²nico tibur¨®n en serlo), y que criaba en zonas espec¨ªficas (?una de ellas en la costa de Tarragona!). El especialista, que ha sido profesor de Biolog¨ªa Evolutiva en Harvard y director del South Australian Museum, comenz¨® a interesarse (realmente a apasionarse) por los megalodones al encontrar a los 18 a?os un diente de uno, de los que por cierto hay un gran mercado. Y es que al parecer enganchan, y qui¨¦n no se extasiar¨ªa ante ¡°el extremo puntiagudo del mayor depredador que jam¨¢s haya existido¡±. Thomas Jefferson pose¨ªa uno y entre los que tienen una gran colecci¨®n est¨¢ David Attenborough. Los dientes son casi lo ¨²nico que se encuentra de estos bichos pues su esqueleto era de cart¨ªlago y resulta dif¨ªcil que se fosilice. Con ellos y algunas v¨¦rtebras hay que reconstruir el aspecto que ten¨ªan, lo que, confiesa Tim Flannery, hace que mucho sea suposici¨®n. De hecho, imaginarlo como un tibur¨®n blanco hipervitaminado a una escala demencial es una convenci¨®n, pues en realidad no son parientes, aparte de ser tiburones y dar mucho miedo.
El megalod¨®n podr¨ªa parecerse incluso al ¡°horrible¡± (no lo digo yo, que tengo una querencia por ¨¦l desde que viaje a un rinc¨®n de Noruega para entrevistar a un autor que hab¨ªa escrito un libro sobre esos escualos raros, sino Tim Flannery), tibur¨®n de Groenlandia, ¡°el zombi de las profundidades marinas¡±. No me resisto a recordar que la carne de este tibur¨®n, rica en ¨®xido de trimetilamina y que huele a amoniaco, es un plato apreciado en Islandia, donde se conoce como h¨¢karl, pero cuya degustaci¨®n se ha comparado a masticar un colch¨®n empapado de orina. Yo solo he comido tibur¨®n una vez (estamos a la par porque solo en una ocasi¨®n, en Los Cayos de Venezuela, ha estado uno a punto de comerme a m¨ª): fue en Hong Kong en una cena con un exquisito core¨®grafo de Taiw¨¢n y confund¨ª con escalopas un plato de aletas de tibur¨®n que trajeron para condimentar la sopa. Todos me miraron con asombro al ver como trataba de masticar. No saben a escalopa.
Flannery apunta que si el megalod¨®n existiera hoy no pasar¨ªa mucho tiempo antes de que se extinguiera a causa del terrible comercio de aletas de tibur¨®n, que causa la muerte cruel de 73 millones de escualos al a?o (en contraste los tiburones solo matan a media docena de personas anuales, muchas menos que las abejas, por ejemplo; v¨¦ase al respecto el iluminador Emperors of the Deep, de William McKeever, William Collins, 2021). Las aletas de un solo megalod¨®n adulto, calcula, podr¨ªan venderse por m¨¢s de medio mill¨®n de euros, y producir 70.000 platos de sopa (eso si alg¨²n idiota no se las comiera antes).
El libro dedica un cap¨ªtulo a explicar la evoluci¨®n de los tiburones y aunque pueda parecer un asunto espeso para el chiringuito, resulta entretenid¨ªsimo, m¨¢s a¨²n porque Flannery narra su encuentro con una extra?a quimera elefante (las quimeras son parientes de los tiburones). Tambi¨¦n cuenta otras cosas sorprendentes de los ancestros de los tiburones actuales como que uno ten¨ªa cuernos, otro, Cretoxyrhina, se alimentaba de pterosaurios (en 2018 se encontr¨® una v¨¦rtebra de pteranodon con un diente de esa especie clavado), y otro m¨¢s se las ten¨ªa con los elasmosaurios. Y tambi¨¦n cuenta cosas de los tiburones en general como que sus heces ¡ªuno nunca hab¨ªa pensado en c¨®mo son las heces de los tiburones¡ª son ¡°pegajosas y desprovistas de materia s¨®lida¡±.
Especialmente pertinente para las vacaciones en Formentera y m¨¢s si te has comprado la nueva versi¨®n Premium de las m¨¢scaras de buceo Easybreath 900, es la parte del libro en la que el estudioso habla de Vito Bertucci, ¡°el se?or de los megalodones¡±, que desarroll¨® una atracci¨®n fatal por sus dientes. Bertucci, joyero de Carolina del Sur y buzo, era un experto cazador de dientes de tibur¨®n f¨®sil (reconstruy¨® una mand¨ªbula de megalod¨®n con 182 que hall¨®), que ya es aventura, pero en 2004 muri¨® ahogado en una inmersi¨®n extrema para conseguir varios. Flannery recuerda que el megalod¨®n sigue matando hoy: dos personas al a?o de media mueren buceando al tratar de extraer de debajo del mar los preciados dientes del gran tibur¨®n, ¡°un placer para la vista y la mente y una delicia al tacto, esmalte suave como la seda en una gama de colores [dependiendo del sedimento en que se han fosilizado] del negro azabache al blanco pasando por el azul. El violeta y el caoba¡±.
El libro aprovecha para pasar revista a nuestra relaci¨®n cultural con los tiburones y los miedos que provocan. Insiste en que no hay que temerlos (lo que es curioso en una obra sobre el megalod¨®n), recuerda el caso del tibur¨®n tigre capturado y que exhibido en un acuario ante un mont¨®n de gente vomit¨® un brazo humano tatuado, y sostiene que rociar las aguas con balas de ametralladora ¡°es, probablemente, el m¨¦todo m¨¢s ineficaz jam¨¢s probado para proteger a la gente de los tiburones¡±; o¨ªdo barra, Jason Statham.
Lo que m¨¢s me ha gustado de Megalod¨®n es la reivindicaci¨®n entusiasta y te?ida de melancol¨ªa paleontol¨®gica del animal. El libro deplora que se le reduzca hoy en d¨ªa a una parodia de asesino cegado por su voracidad y apunta que la pel¨ªcula de 2018 marca el terrible apogeo del gran tibur¨®n como monstruo unidimensional, cuando era en realidad una criatura fascinante, ¡°un ser vivo, pensante y sensible, que se reproduc¨ªa, comunicaba y nadaba, adem¨¢s de matar¡±. Y dice con una extra?a ternura: ¡°Es casi seguro que ten¨ªa su propia estructura social, su propia conciencia de su lugar en el mundo¡±. Sin embargo, acaba con una nota de escalofriante emoci¨®n: Tim Flannery no cree que perviva alg¨²n megalod¨®n (pese al falso documental de Discovery Channel, que mezclaba al animal ?con un submarino nazi!) y opina que solo el conocimiento cient¨ªfico y los hallazgos f¨®siles nos lo devolver¨¢n en todo su terror¨ªfico esplendor, pero recuerda que otros tiburones gigantes cuya existencia no se sospechaba han ido apareciendo, como el tibur¨®n boquiancho (1976), de cinco metros y medio y una tonelada de peso, que ?convivi¨® con el megalod¨®n! O el peque?o tibur¨®n linterna ninja (2010) cuyo nombre cient¨ªfico, Etmopterus benchleyi, es un homenaje al autor de la novela Tibur¨®n...
La lectura del libro sobre el megalod¨®n coincide precisamente ¡ªlo que a¨²n anima m¨¢s a nadar¡ª con la noticia de que el pasado martes el conocido surfero Kai McKenzie, de 23 a?os, fue atacado por un tibur¨®n blanco de tres metros en una playa australiana. El deportista y su pierna llegaron por separado a la playa y fueron trasladados al hospital, a 200 kil¨®metros, en distintos veh¨ªculos, Kai con un torniquete que le hicieron con la correa de un perro (a veces es mejor tener un perro que un gato). McKenzie, al que han tratado de reimplantarle la pierna seccionada, ven¨ªa de recuperarse de una fea lesi¨®n cervical con la plancha.
Y ahora, las noticias de Formentera. Primero las buenas: la guacamaya Lola goza de buena salud y un plumaje nuevo precioso, y se ha dejado fotografiar por fin en mi hombro con lo que he cumplido el sue?o de retratarme como Long John Silver (con las dos piernas). Mart¨ª Mayans, el joven que revolucion¨® el campo de la isla con su iniciativa de agricultura ecol¨®gica Agromart¨ª, ha abierto su restaurante Can Mart¨ª en el antiguo Sol y Luna, propiedad de su familia, renovando el lugar que ten¨ªa como identidad se?era los manteles de hule, abriendo buenas vistas al mar y con una carta que los que saben de estas cosas de la gastronom¨ªa e incluso distinguir aletas de tibur¨®n de escalopas, dicen que es magn¨ªfica. Por fin tras muchos a?os de abandono, se ha reformado y dignificado Ca Na Cristina, una vivienda de referencia visual, tambi¨¦n en la zona de Els Pinars. Se mantiene la est¨¦tica y el ambiente del chiringuito Kiosko 62, ex Sun Splash, ex la Denise, ahora denominado Karai y con alusiones a la Baja California (esperemos que no los tiburones), aunque se apuntan a los precios disparatados de la isla: gin tonic, vodka con lim¨®n (de Fanta) y unos nachos sin nada, 30 euros. Y la mala noticia: El Pelayo, como les dec¨ªa, con su gran y entra?able familia formentere?o-colombiana, parece tener los d¨ªas contados. No les quieren renovar el contrato. As¨ª que todo apunta a que este ser¨¢ el ¨²ltimo verano de un lugar para el que, por su autenticidad, cordialidad y campechan¨ªa, no hay recambio en una Formentera que parece apostar en buena medida por la exclusividad, los tiros largos y la pasta, olvidando sus or¨ªgenes de sol, arena y fraternidad con un punto salvaje. Formentera sin el Pelayo: eso s¨ª ser¨ªa, ay, un terrible mordisco.
Babelia
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