Los tiburones de Formentera
En plena ola de avistamientos de escualos en la costa mediterr¨¢nea, relectura en la isla balear de la novela de Peter Benchley que dio origen a la famosa pel¨ªcula de Spielberg
¡°No hubo dolor inicial, s¨®lo un violento tir¨®n en su pierna derecha. Tante¨® para tocarse el pie. No pudo hallarlo. Palp¨® m¨¢s arriba en su pierna y entonces sinti¨® un acceso de n¨¢useas y mareo. Sus dedos hab¨ªan hallado un mu?¨®n de hueso y carne desgarrada. Sab¨ªa que el caliente y borboteante flujo que notaba entre los dedos en el agua era su propia sangre¡±. Es lo que tiene releer en la playa Tibur¨®n, la novela original de Peter Benchley que dio pie a la pel¨ªcula de 1975 de Spielberg: te vienen a la cabeza las frases mientras nadas. Sent¨ª una presencia a mi espalda y se me aceler¨® el pulso al ritmo de la amenazante melod¨ªa de John Williams, tum, tum tum, tum, tum, tum. Me gir¨¦ bruscamente en el mar, espantado tras mi m¨¢scara panor¨¢mica Easybreath esperando contemplar las fauces de un tibur¨®n blanco en ataque. Era un pececito, una pobre oblada, que refulgi¨® como plata en las aguas transparentes al darse la vuelta y salir nadando en direcci¨®n contraria.
Me hab¨ªa parecido una buena idea retomar tantos a?os despu¨¦s la novela, en plena ola de avistamientos de tiburones en la costa mediterr¨¢nea este verano, y ver qu¨¦ tal. Encontr¨¦ en Re-Read un ejemplar de Pomaire (en la primera edici¨®n en castellano en tapa dura, que tiene la gracia de que el copyright es de 1973 cuando en realidad la novela original en ingl¨¦s de Bentchley no se public¨® hasta febrero de 1974) y me lo llev¨¦ a Formentera de vacaciones. Esencialmente, es la misma que ten¨ªa mi madre y que le¨ª a los 16 a?os, encontr¨¢ndola un tost¨®n por toda la trama paralela de adulterio, aunque recuerdo que perturb¨® sobremanera mi curiosa y calenturienta imaginaci¨®n adolescente el uso de los polvos de talco por parte de la mujer del jefe Brody, el comisario de la poblaci¨®n veraniega de Amity, al preparar met¨®dicamente su encuentro er¨®tico en un motel con su amante, el bi¨®logo marino Matt Hooper.
Efectivamente, en el libro el redespertar sexual de la madura Hellen (36 a?os y 3 hijos) con el joven, apuesto y pijo icti¨®logo de 25 (nada que ver con el bueno de Richard Dreyffus que lo encarn¨® en la pel¨ªcula de Spielberg) sucede al mismo tiempo que el ascenso desde las profundidades de la fiera marina dentada y su ansia devoradora. Una inesperada met¨¢fora que he tardado casi 50 a?os en descubrir.
En la lectura que he hecho ahora y que he disfrutado de lo lindo (me he zampado la novela de 350 p¨¢ginas en cuatro d¨ªas) me ha parecido al menos tan interesante la historia de la infidelidad como la del tibur¨®n comedor de gente. Hellen, la Mrs. Robinson de Amity, es un personaje conmovedor, con su insatisfacci¨®n, su tristeza y su nostalgia por su juventud (¡°cambiar¨ªa todos mis ma?anas por un solo ayer¡±), una nostalgia que sentimos al releer Tibur¨®n todos los que la primera vez que lo hicimos llev¨¢bamos polo Lacoste y pantalones de pata de elefante, como Hooper cuando no est¨¢ pescando (peces). Spielberg, sin embargo, se carg¨® el romance ¡ªque en el libro a?ade la natural tensi¨®n, por los celos y sospechas del marido, en los cap¨ªtulos de la pesca del tibur¨®n¡ª para centrar su pel¨ªcula en otro tri¨¢ngulo que no es amoroso: el formado por Brody, Hooper y el capit¨¢n Quint; cuadrado si a?adimos al p¨¦rfido escualo. Tambi¨¦n elimin¨® Spielberg la implicaci¨®n de la Mafia en los negocios inmobiliarios en Amity (para esos asuntos ya estaban Mario Puzo y Coppola) e hizo que Hooper sobreviviera a la peripecia: en la novela el bi¨®logo es devorado malamente por el tibur¨®n, que lo saca de la jaula submarina en una escena de horror supino (¡°el pez mordi¨® y la ¨²ltima cosa que Hooper vio antes de morir fue c¨®mo el ojo negro lo contemplaba a trav¨¦s de una nube de su propia sangre¡±). Curiosamente, Hellen no lo lamenta mucho.
En cambio, busqu¨¦ infructuosamente en el libro mi escena favorita del filme, el duelo de cicatrices de Quint y Hooper ¡ª¡°quiere ver algo permanente¡±¡ª y el recuerdo del primero de su pesadilla en el naufragio del USS Indian¨¢polis tras torpedearlos un submarino japon¨¦s y depredarlos los tiburones ¡ª ¡°no vi el primer tibur¨®n hasta media hora despu¨¦s, un tigre¡±(¡) ¡°se te quedaban mirando con sus ojos sin vida, de mu?eca, se dir¨ªa que no tienen vida hasta que te muerden¡±¡ª. Todo eso est¨¢ s¨®lo en la pel¨ªcula, aunque en la novela Quint se toca con una gorra del cuerpo de Infanter¨ªa de Marina, lo que, junto con el hecho de que lleva una carabina M-1 del ej¨¦rcito, parece indicar que ha estado en los marines. A diferencia de Robert Shaw, es completamente calvo. . .
Entre las cosas perturbadoras del libro que no aparecen en el filme est¨¢ que Quint (que muere de manera muy parecida a Ahab en Moby Dick y es el que mata con sus arpones al tibur¨®n: no hay en la novela botella de ox¨ªgeno que explosiona en las fauces del bicho) lleva en su barco Orca un delf¨ªn nonato arrancado del vientre de su madre para servir de cebo. Hay un pasaje notable asimismo en el que Hooper habla del megalodon (Carcharodon megalodon), el gigantesco tibur¨®n blanco prehist¨®rico de treinta metros, y especula con que pudiera no haberse extinguido¡ El megalodon tuvo luego sus propias novela, Meg (1997), y pel¨ªcula (2018), con Jason Statham, tambi¨¦n ¨¦l, como el tibur¨®n, una versi¨®n ampliada y musculada del original.
Curiosamente, Benchley, que, junto con Spielberg, cre¨® el clich¨¦ contempor¨¢neo definitivo del tibur¨®n asesino, reconoc¨ªa a?os m¨¢s tarde que, con todo lo que ha explicado la ciencia sobre los tiburones despu¨¦s, ¨¦l no podr¨ªa haber escrito honestamente su novela, admitiendo que los accidentes con escualos son eso, accidentes fortuitos y que como bien explicaba recientemente la experta Gador Muntaner, los humanos no formamos parte de su men¨². Tibur¨®n establece a los escualos como arquetipos del terror (¡°las piernas del ni?o quedaron cortadas por las caderas, y se hundieron, girando lentamente, hacia el fondo¡±) y a¨²n va a hacer falta mucha pedagog¨ªa para cambiar las cosas. De lo poco que se sab¨ªa de los tiburones blancos en los setenta da fe que se plantearon ?domesticar uno! para que protagonizara la pel¨ªcula (v¨¦ase El diario de Tibur¨®n, del guionista del filme Carl Gottlieb, T & B Editores, 2019).
Tras pasear mi ejemplar del libro de Benchley por las playas de Formentera, causando la natural alarma vista la estupenda portada de la chica nadando desnuda en aguas azules de las que asciende un inmenso tibur¨®n blanco, todo dientes (escena que se copi¨® para el p¨®ster de la pel¨ªcula), he hecho una peque?a encuesta sobre la relaci¨®n de la isla con los tiburones, a los que no es excepcional ver cuando buceas en serio. Joan Mari, a cargo de la librer¨ªa Tur Ferrer de Sant Francesc, establecimiento que, por cierto, ha ganado el Premi Sant Jaume del Consell Insular por su ¡°ejemplar trayectoria¡± de m¨¢s 60 a?os, me ha explicado que una vez observ¨® uno mientras hac¨ªa windsurf (¨¦l) en las afueras del Estany des Peix. Su madre, Carme Tur, no ha visto nunca ninguno (¡°no estar¨ªa aqu¨ª¡±, a?adi¨® con dramatismo digno de Benchley), pero s¨ª en una ocasi¨®n, desde el ferry Garc¨ªa Lorca, un pez espada saltando del agua; ah¨ª queda. En cuanto a la expatriada Melina Franc¨¦s Tirsa, me dice que no conoce ninguna historia local de tiburones, ¡°m¨¢s all¨¢ de Mario Conde y Javier de la Rosa, que durante los noventa estaban todo el d¨ªa en el Kiosco de Anselmo, en Punta Pedrera¡±.
En todo caso, una de las noticias del verano en la Amity de Formentera (aparte del sabotaje de lanchas en el Estany des Peix como si fuera la rada de Alejandr¨ªa, la espectacular operaci¨®n antidroga de la Guardia Civil del jueves, o lo de que se va a abrir en el antiguo Caminito de Es Pujols un local semejante al L¨ªo de Ibiza), tiene que ver con un mordisco. El que le han pegado al Chiringuito Pelayo, uno de los lugares m¨¢s aut¨¦nticos y emblem¨¢ticos que quedan en la isla, y que para muchos es nuestro Mompracem (el cubil malasio de parias y desesperados de Sandok¨¢n). Pues bien, al Pelayo, de los pocos sitios en Formentera en los que no te miran como si estudiaran tu cuenta corriente y tratan a todo el mundo por igual, incluso a la guacamaya murciana Lola, nueva clienta, le han rebanado por la Ley de Costas una parte de la terraza, en realidad una peque?a porci¨®n de tierra en la que se pasaba casi sin soluci¨®n de continuidad a la playa. Ah¨ª, en esos pocos metros cuadrados, estaban las mejores mesas y ahora se ha convertido en una no man¡¯s land.
Sin cuestionar la legalidad de la medida, cabe preguntarse si era necesario amputarle ese peque?o trozo a un bar restaurante familiar que en su larga existencia de m¨¢s de 20 a?os nunca ha sido, a diferencia de tantos lugares que se han puesto de moda en los ¨²ltimos tiempos, un sitio exclusivo y excluyente. Se le asesta una dentellada a un s¨ªmbolo de lo m¨¢s genuino de la isla. Vamos bien.
Para no acabar con una nota negativa, se?alar que una pareja de alcaravanes ha sacado adelante un pollo en los campos camino del restaurante Sol y Luna (cuyo contrato acaba, por cierto, el a?o que viene: veremos qu¨¦ pasa); y que la alerta por un posible ahogamiento precisamente enfrente del Pelayo y que nos tuvo a todos en vilo el otro d¨ªa mirando al mar con inquietud como si estuvi¨¦ramos realmente en Amity ¡ªlos m¨¢s valientes incluso se lanzaron al agua al rescate¡ª, result¨® una falsa alarma.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.