Aquel verano de... Luz S¨¢nchez-Mellado: el primer y ¨²ltimo ba?ador de mi madre
La periodista recuerda el verano de 2013 en la playa de El Campello (Alicante), el de las ¨²ltimas veces, despu¨¦s de que su madre pasara un c¨¢ncer
Cierro los ojos y la estoy viendo. Seria. Regia. Imponente. Elegant¨ªsima sin saberlo sentada en una silla de playa de aluminio y loneta cual reina en el sal¨®n del trono de su reino. De espaldas al mar y de cara al sol, porque el mar lo ten¨ªa muy visto y prefer¨ªa la caricia del sol en el cutis a esa hora del ocaso en la que todos somos guap¨ªsimos por poco agraciados que naci¨¦ramos. No era su caso. Nunca la vi m¨¢s bella. Descalza y desnuda, salvo por un turbante enmarc¨¢ndole el rostro y un traje de ba?o negro con un haz de rayos multicolores cruz¨¢ndole el vientre. Una se?ora cualquiera. Una mujer ¨²nica. Mi se?ora madre, que, el verano de 2013, a los 71 a?os, estren¨® el primer y ¨²ltimo ba?ador que le vi puesto. Un prodigio de andar por casa.
Ser¨ªan las cinco de la tarde de uno de esos d¨ªas de agosto en los que se asan hasta las chicharras, cuando se obr¨® el milagro. ?bamos toda la familia en procesi¨®n del coche a la playa cuando decid¨ª volver a la carga sin esperanza ninguna. Me qued¨¦ rezagada con mi madre a prop¨®sito. La met¨ª en uno de esos bazares chinos de la costa donde hay desde cebo de pesca hasta pescado congelado y, con la excusa de comprarle un cuaderno de sopas de letras para entretenerse, la llev¨¦ a la zona de bikinis y ba?adores y le implor¨¦ por en¨¦sima vez en mi vida que aceptara que le regalara uno para poder, al menos, abrirse su bata playera y dejarle v¨ªa libre a la brisa. Esperaba su habitual estufido por respuesta. Pero, para mi pasmo absoluto, esta vez dijo que s¨ª, que bueno, que vale. Casi me desmayo.
Mi madre odiaba la arena de la playa con pasi¨®n de soriana de secano que solo conceb¨ªa la tierra para ararla. As¨ª que, habiendo parido y criado a cuatro cr¨ªos en una ciudad con el mar por bandera, y habiendo tenido que llevarlos a la playa por puro mandato materno, de mayor jur¨® que no volv¨ªa a pisarla por gusto, y lo cumpli¨® a rajatabla. Pero ese verano era distinto a todos los anteriores. En junio, con un c¨¢ncer s¨²bito comi¨¦ndole las entra?as, le hab¨ªan extirpado todo ¨®rgano no vital del abdomen, hab¨ªa pasado 21 d¨ªas con sus noches en la UVI y, cuando, al salir, los m¨¦dicos le dijeron que estaba limpia del bicho, se puso tan contenta que hizo su maletilla con cuatro trapos y cuatro mudas y dej¨®, esta vez s¨ª, que sus hijos la llevaran donde quisieran.
As¨ª llegamos a esa tarde en la playa de El Campello de Alicante. Estaba como nunca. La quimio y el quir¨®fano la hab¨ªan dejado en los puros huesos y, esa delgadez que nunca tuvo revelaba toda la belleza de su calavera de p¨®mulos anchos como sus caderas de paridora nata. Le estaba saliendo, adem¨¢s, una pelusilla blanca, blanqu¨ªsima, en lugar del pelo casta?o oscuro casi negro que tanto le costaba mantener a raya con los tintes, y la camuflaba bajo uno de los turbantes de la quimio, que le daba un aire de diva de cine cl¨¢sico. Ni siquiera el ba?ador de los rayos sobre las estr¨ªas de los embarazos y el costur¨®n de la cirug¨ªa, de maruja, maruja, consegu¨ªa restarle brillo. Quise llevarla a la tienda m¨¢s fina y regalarle otro m¨¢s bonito, m¨¢s bueno, m¨¢s caro. Se neg¨® en banda. Una cosa era estar fresquita y otra cosa era gastar a lo tonto. Lo lavaba ella misma cada noche, a mano, en el lavabo de casa, con una pastilla de jab¨®n que compr¨® al efecto, para pon¨¦rselo al d¨ªa siguiente, reci¨¦n recogido de la cuerda. Esa tarde, en fin, estaba tan feliz que hasta consinti¨® en ponerse mis gafas de sol blancas de las vacaciones y posar para la pesada de su hija. Se vio guapa en la foto. Yo la vi divina.
Quiz¨¢ porque no sab¨ªa que era el verano de sus ¨²ltimas veces, o lo sab¨ªa y callaba, opt¨®, en vez de darle gusto a otros, como hab¨ªa hecho toda la vida, por d¨¢rselo a s¨ª misma. Fueron los ¨²ltimos d¨ªas con sus hijos y sus nietos jugando en el halda. Los ¨²ltimos paseos del bracete por la orilla. Los primeros, y los ¨²ltimos, ba?os hasta la cintura con el mar como un plato a la ca¨ªda de la tarde, cuando mejor est¨¢ el agua. Las ¨²ltimas copas de agua de cebada con bola de mantecado en la helader¨ªa de siempre. El ¨²ltimo arroz a banda con su alioli y su pescado aparte en la tasca marinera. Las ¨²ltimas sardinas asadas en la parrilla de casa, con el consiguiente pestazo de mil demonios y la escrupulosa limpieza de la campana de la cocina hasta dejarla como para hacer autopsias. Las ¨²ltimas habaneras y pasodobles en la verbena de turno. El ¨²ltimo castillo de fuegos artificiales en las fiestas de moros y cristianos del barrio que estuviera en fiestas. Las ¨²ltimas compras en el mercadillo de los jueves y los s¨¢bados, porque los melocotones y las picotas de huerta no tienen nada que ver con las del s¨²per. Las ¨²ltimas confidencias familiares con su hermana a sus faldas porque, cuando nosotros ¨ªbamos, ella ya hab¨ªa venido y estaba al cabo de todas las calles que cre¨ªamos haber descubierto o haberle mantenido ocultas. Ilusos.
As¨ª fue. Ese verano, con la misma austeridad de soriana sobria, seria y seca con la que vivi¨® siempre, la mujer de su casa que llevaba siete a?os viuda y que, a la vuelta de enterrar al ¨²nico hombre de su vida, se puso a limpiar los barrotes del balc¨®n porque su marido no iba a resucitar y nadie iba a limpiarlos si no los limpiaba ella, se dej¨® querer sin dejar de querernos a los suyos con todas sus c¨¦lulas. Las mismas que se le hab¨ªan rebelado meses antes y que no iban a perdonarle la vida.
A la vuelta tuvo un septiembre dulce, dulc¨ªsimo. Hasta fue con las vecinas a un concierto de Bert¨ªn Osborne, y tarare¨® el Buenas noches, se?ora con ellas a la ca¨ªda del sol del membrillo. Luego vino lo que vino y lo que vino dur¨® poco y fue dur¨ªsimo, pero siempre recordar¨¦ aquel agosto en que mi madre se puso la primera de la fila despu¨¦s de haberse puesto la ¨²ltima toda su vida. Fue uno de los veranos m¨¢s felices de mi vida, porque lo fue de la suya. O eso quiero creer en mi infinita soberbia de hija ego¨ªsta como solo lo son las hijas con sus madres al darlas por supuestas hasta que les faltan.
Babelia
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