Un mundo entero que ganar
El antrop¨®logo Jason Hickel ilustra la necesidad de decrecer, compartiendo la abundancia, frente a la austeridad que impone la escasez
Crecer es sin¨®nimo de mejorar, de superar, de madurar. Pero, si observamos la naturaleza, crecer sin una meta es la definici¨®n de un absurdo de consecuencias devastadoras: las c¨¦lulas cancer¨ªgenas se replican para destruir. Llevamos casi cinco siglos apostando por el crecimiento f¨ªsico, material. Con el coste de descuidar el crecimiento de otros valores y conocimientos, incluido el de nuestro interior.
Suena tan bien crecer, resulta tan convincente y sencillo, que hemos obviado que e...
Crecer es sin¨®nimo de mejorar, de superar, de madurar. Pero, si observamos la naturaleza, crecer sin una meta es la definici¨®n de un absurdo de consecuencias devastadoras: las c¨¦lulas cancer¨ªgenas se replican para destruir. Llevamos casi cinco siglos apostando por el crecimiento f¨ªsico, material. Con el coste de descuidar el crecimiento de otros valores y conocimientos, incluido el de nuestro interior.
Suena tan bien crecer, resulta tan convincente y sencillo, que hemos obviado que el crecimiento m¨¢s all¨¢ de lo natural, es decir, el crecimiento exponencial, la multiplicaci¨®n, necesita destruir, abusar, explotar. Lo que intento apuntar no es una ideolog¨ªa. Son hechos.
El crecimiento perpetuo en el que el mundo vive inmerso desde hace cinco siglos ya se ha cuestionado antes. En 1972, un equipo de cient¨ªficos del Massachusetts Institute of Technology (MIT) public¨® un informe-advertencia: Los l¨ªmites del crecimiento. Frente al ecologista Jimmy Carter, Ronald Reagan despach¨® esa inquietud recurriendo a la ausencia de l¨ªmites del sue?o americano: ¡°El crecimiento no tiene l¨ªmites porque la imaginaci¨®n humana no los tiene¡±. No lo vemos, luego no existe: los estadounidenses votaron masivamente a Reagan. Y el mundo desech¨® la advertencia de los cient¨ªficos, abraz¨¢ndose al credo de Francis Fukuyama en El fin de la historia: el capitalismo es la ¨²nica opci¨®n. Y tiene pinta de durar para siempre.
El antrop¨®logo Jason Hickel lo cuenta desdiciendo a Fukuyama. Y a Reagan, claro. Profesor de la London School of Economics y de la Universidad Aut¨®noma de Barcelona, Hickel se?ala que hemos tomado el PIB, Producto Interior Bruto, como indicativo de la prosperidad de un pa¨ªs cuando s¨®lo indica el bienestar del capitalismo. Y analiza en Menos es m¨¢s (Capit¨¢n Swing) c¨®mo el decrecimiento salvar¨¢ al mundo. Ojo, habla de decrecimiento, no de austeridad. La diferencia es esencial: el decrecimiento se basa en producir para el uso (casas para vivir, campos sembrados para comer¡) en lugar de como inversi¨®n. En ¨²ltima instancia, se trata de compartir. De confiar en que el mundo tiene algo m¨¢s importante, hermoso y satisfactorio que ofrecer que el consumo sin l¨ªmites. La austeridad, en cambio, es una reducci¨®n. Se basa en la escasez. Y la escasez genera el abuso (de los precios) o la rebaja (en los sueldos y las condiciones laborales cuando hay m¨¢s demanda de trabajo que oferta).
Hickel lista los momentos hist¨®ricos, las ideas filos¨®ficas que sustentan la posici¨®n de poder del hombre por encima de la naturaleza, y las consecuencias de c¨®mo la apuesta por el capitalismo lleg¨® a convertirse en algo inevitable, en esa ¨²nica v¨ªa de futuro de Fukuyama. Frente a ese parecer, se?ala que el crecimiento no es la ¨²nica v¨ªa para mejorar la vida de la gente. Ilustra que es posible organizar la econom¨ªa en torno al bienestar humano en lugar de en torno a la acumulaci¨®n del capital. Pero, claro, habla de cambiar nuestra manera de ver el mundo. De entender que somos naturaleza y que no es que debamos cuidarla, es que formamos parte de ella.
Por eso se remonta al animismo ¡ªal respeto por todos los seres vivos¡ª frente al dualismo que somete la naturaleza. Esa forma m¨¢s hol¨ªstica de entender el mundo explica la profunda interdependencia entre los r¨ªos y los bosques, las bacterias y nuestro cuerpo, las lombrices y la tierra f¨¦rtil. Para Hickel, la explotaci¨®n de la naturaleza, que ofrece con generosidad, es el equivalente a la esclavitud, el sometimiento de las personas. Pero no es un gur¨² el que habla. Es un antrop¨®logo que lleva d¨¦cadas estudiando el origen, hace 500 a?os, y las consecuencias del crecimiento perpetuo que defiende el capitalismo.
Por eso su libro no es sobre el apocalipsis ¡ªde hecho, invita al lector a saltarse la parte de diagn¨®stico si ya conoce las consecuencias¡ª. Y demuestra una gran fe en el ser humano: ¡°Deber¨ªamos tener un debate democr¨¢tico sobre a partir de qu¨¦ punto la acumulaci¨®n se vuelve destructiva e inaceptable: ?10 millones de d¨®lares? ?100? ?5?¡±. Algunas empresas, no s¨®lo n¨®rdicas ¡ªMondrag¨®n lo hizo en Espa?a¡ª, lo tuvieron. Suscribieron la creencia de que ning¨²n directivo deb¨ªa ganar m¨¢s de 6, 12 o 24 veces lo que ganaba el trabajador con el sueldo m¨¢s bajo de su empresa.
Las propuestas de Hickel son realistas. Explica que el capitalismo solo puede funcionar en condiciones de escasez. ¡°La austeridad busca esa escasez, el decrecimiento aboga por la abundancia para volver innecesario el crecimiento¡±. Razona que si Costa Rica tiene una de las esperanzas de vida m¨¢s altas de Latinoam¨¦rica es por su excelente sistema de salud p¨²blica. Y, a la vez, si la comunidad Nicoya, en una de las zonas m¨¢s pobres de ese pa¨ªs, aumenta cinco a?os esa esperanza de vida hasta los 85 es por la interconexi¨®n: esa comunidad se siente valorada y asistida incluso en la vejez. ¡°En las sociedades m¨¢s igualitarias la gente se siente menos sometida a la presi¨®n de tener que intentar conseguir cada vez m¨¢s ingresos¡±.
Advirtiendo que no va a ser f¨¢cil, defiende no extraer m¨¢s de lo que pueden regenerar los ecosistemas y no generar m¨¢s residuos de los que pueden absorber esos ecosistemas. Concluye que, aunque capitalismo y democracia van de la mano, puede que sean incompatibles. Aboga por una econom¨ªa que produce y vende bienes y servicios ¨²tiles y minimiza el despilfarro. Y recuerda que el crecimiento ya lo cuestion¨® Baruch Spinoza cuando defendi¨® la naturaleza, el big bang, frente al Dios creador. Spinoza fue apu?alado. Sobrevivi¨®, pero llevaba siempre la t¨²nica rasgada para recordar el peligro que implica la necesidad de entender el mundo. Tambi¨¦n la hondure?a Berta C¨¢ceres fue asesinada por defender el r¨ªo Gualcarque. Y sin embargo, en Nueva Zelanda, el r¨ªo Whanganui ¡ªconsiderado sagrado por el pueblo maor¨ª¡ª ha sido declarado persona jur¨ªdica.
Hoy sabemos que las bacterias ¡ªque supon¨ªamos nocivas¡ª se han revelado esenciales para la digesti¨®n. Hoy sabemos que los ¨¢rboles cooperan entre ellos. Y que las grandes empresas agr¨ªcolas no adoptan m¨¦todos regenerativos para sus tierras para no limitar su producci¨®n. Hickel cree que, de la misma forma que llegaron los derechos universales, tal vez las Naciones Unidas adopten alg¨²n d¨ªa los Derechos de la Madre Tierra. Ese d¨ªa pondremos la cooperaci¨®n por encima de la competici¨®n. Hasta entonces, hacerlo o no es una decisi¨®n personal.