Ap¨¢rtate, que estoy escupiendo
En un estado psicol¨®gico ideal, el mundo no necesitar¨ªa derbis. Ni cigarrillos, ni pastillas. Quiz¨¢ tampoco literatura. Si todo estuviese en orden no tendr¨ªamos, posiblemente, que abandonar la cama. En todo caso, madrugar¨ªamos a las cuatro de la tarde. Pero el mundo es un horror, y por eso existen partidos como el Atl¨¦tico-Real Madrid, o esa bebida horrible y deliciosa llamada vodka. Son modos agradables de estar enfermo y sufrir. En f¨²tbol conviene tener un vecino detestable, que asa sardinas en el patio y al que nunca saludas. Lo odias demasiado. Es un odio bueno, no obstante. Os mantiene unidos. En la vida siempre debes odiar algo, aunque sea un vaso de agua.
Un derbi, durante muchos a?os, represent¨® la clase de partido que a un colchonero acababa de hundirlo en la miseria. Llegabas tosiendo, con mocos, y el Madrid te remataba con un gol en el minuto 5, para que no levantases castillos en el aire. Al descanso, ya sangrabas por la nariz. El ¨²nico gesto ganador que te permit¨ªas era decirle a Ra¨²l ?Ap¨¢rtate, ?no ves que estoy escupiendo?? L¨®gicamente, en la jornada siguiente te resarc¨ªas empatando a cero con el Valladolid o con el Espa?ol, que pagaban los platos rotos.
Un derbi, durante muchos a?os, represent¨® la clase de partido que a un colchonero acababa de hundirlo en la miseria
Hab¨ªa temporadas que so?abas con un derbi de tr¨¢mite, que te evitase la visita al psic¨®logo. Un empate, pongamos. La ambici¨®n acaba pag¨¢ndose. Pero siempre sucede algo que te quita las ganas de cenar. En un derbi no es posible la paz, sencillamente. Los choques fulgurantes, que te miden a tu vecino en el rellano, rara vez dejan sitio para los minutos tranquilos. El estadio carece de un triste rinc¨®n en el que refugiarse y fumar a escondidas, mientras piensas en tus problemas y el rival hace tiempo en el medio de campo, esperando a que mates el cigarro. As¨ª que el Madrid te castigaba con rudeza, con pocas ansias por empatar.
Pero eso es el pasado. C¨®mo recordar cosas que sucedieron ayer. No somos ordenadores. A veces el pasado todav¨ªa no pas¨®. De pronto, el Atl¨¦tico ha accedido al lujo del triunfo. Vive en otra tonalidad, en esa en que las estreches producen pereza, como los escritores de segunda fila que se r¨ªen de los cl¨¢sicos porque dec¨ªan que lo que se precisaba en su oficio era papel, tabaco, comida y whisky barato. Para escribir a gusto ellos empiezan por necesitar un buen ¨¢tico, a poder ser en el Upper East Side, y la asistencia de un mayordomo que al retirarse con el champagne camine hacia atr¨¢s.
Mis amigos del Madrid aseguran que en el Atl¨¦tico pronto volveremos ?a estar en la ruina y a ser felices?. No acaban de vernos c¨®modos, como cuando caminas por primera vez en tacones de aguja. Para ganar durante largos per¨ªodos seguidos, o para hacer dinero sin parar, hay que tener costumbre desde ni?os. En ciertas familias, al cumplir 12 a?os, tu padre te convoca al sal¨®n y te entrega tu primer mill¨®n de d¨®lares. ?No lo pierdas?, te aconseja. Ese es el Real Madrid, que adem¨¢s llega con siete puntos de ventaja. El Atl¨¦tico posee poco margen. Poqu¨ªsimo. Pero. Pero. Pero si hasta Bette Davis se negaba a retirarse y bajar los brazos mientras tuviese sus piernas y su maquillaje.
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