Vicente Calder¨®n: fin
En los asientos del estadio atl¨¦tico, muchos aprendieron que una de las cosas m¨¢s absurdas y hermosas es sentirse de un equipo con valores muy particulares
El Vicente Calder¨®n es hoy una enorme casa llena de cajas de cart¨®n a la espera de una mudanza. Eso ocurrir¨¢ en menos de una semana, cuando el Atl¨¦tico dispute su ¨²ltimo partido y sus abonados se vayan con sus recuerdos a un nuevo estadio a empezar de cero. Tal vez parezca poca cosa, pero unas cajas de cart¨®n, sobre las que escribes a bol¨ªgrafo ¡°cacharros¡±, ¡°discos¡±, ¡°ropa¡± o ¡°libros¡±, son a veces todo lo que necesitas salvar cuando cambias de domicilio y empaquetas r¨¢pido media vida. Algunas personas lo hacen una vez a?o, con cierto sentido del desarraigo. Para ellas resulta sencillo acabar y empezar cap¨ªtulos. Pero un equipo de f¨²tbol significa justamente lo contrario al desarraigo: equivale al lugar del que su hincha nunca se va. Es para siempre. Representa algo tan seguro e inmutable que ni las malas rachas, ni los dirigentes corruptos, ni las desilusiones enfr¨ªan el amor que le profesan sus aficionados. Todos estamos condenados a nuestro equipo.
Entre las muchas formas que esa fidelidad adopta, una de las m¨¢s genuinas es la visita al estadio, que se vuelve un espacio cotidiano y sagrado, desde el que se ve pasar la vida en d¨ªas alternos con gran intensidad. Por eso es natural sentirse desolado ante el cierre definitivo del Calder¨®n. Su historia ocupa muchas l¨ªneas en la biograf¨ªa de los atl¨¦ticos. ?Y si, como dice aquel verso de Luis Chaves, ¡°las promesas de la casa nueva quedaron en la casa vieja¡±? Incluso el aficionado de un equipo rival, con su propio estadio, deber¨ªa tener derecho a una pena m¨¢s o menos vaga ante la desaparici¨®n de este campo; tambi¨¦n ah¨ª, como visitante, conoci¨® la gloria. Nada de eso sobrevivir¨¢. Siempre hay algo, relativo a la forma, que no es posible llevarse con uno, que no entra en ninguna caja de cart¨®n. Lo creamos o no, la arquitectura genera costumbres, sentimientos, fidelidades. No importa lo imperfecta que sea. Cuando se acumulan muchas vivencias, uno llega a sentirse a gusto en una casa inc¨®moda, antigua o fea.
Podemos discutir si el campo se qued¨® viejo o peque?o, o si la mejor alternativa a un edificio c¨¦ntrico que tuvo su ¨¦poca dorada ¡ª?la actual!¡ª, y que no se renov¨®, es la sustituci¨®n por uno a las afueras. Todo se puede discutir. Todo menos que la vida de los seguidores del Atl¨¦tico, sus plantillas, incluso sus rivales, transcurri¨® en el Calder¨®n durante m¨¢s de cincuenta a?os, y que la mudanza producir¨¢ una orfandad inevitable. Miles de socios significan solo un episodio dentro de una saga familiar, que una vez entraron al Calder¨®n de la mano de sus padres, que a su vez acudieron cierto d¨ªa de mano de los abuelos. Los estadios tambi¨¦n se construyen as¨ª: est¨¢n las paredes, las columnas, el hormig¨®n, y despu¨¦s est¨¢n los vivos y los muertos que pasaron por la grada, en cuyos asientos aprendieron que una de las cosas m¨¢s absurdas y hermosas es sentirse de un equipo con valores muy particulares, y una casa propia que, a partir del domingo, ser¨¢ sustituir¨¢ por una nueva, que a¨²n no tiene recuerdos que guardar en una caja. Pero ya los tendr¨¢.
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