El metro cuadrado de Ferenc Puskas
Dos obras, una novela de Daniel Entrialgo y la traducci¨®n de un libro de conversaciones con ¨¦l, recuerdan la vida del mayor goleador del siglo XX


En 1953, durante un partido de f¨²tbol para la historia, Inglaterra-Hungr¨ªa, hubo que bautizar a toda prisa (drag-back, se le llam¨®) un regate que Ferenc Puskas hizo en una esquina del ¨¢rea antes de fusilar al portero. El v¨ªdeo puede verse en internet: Puskas espera la llegada del defensa, Billy Wright, pisa la pelota, la adelanta un poco y la recoge bajo su suela para dejar a Wright tirado por los suelos y pasado de frenada. Hay numerosos art¨ªculos de la prensa brit¨¢nica sobre aquel momento. Pr¨¢cticamente cada aniversario se publica algo. Da la medida de qui¨¦n fue Puskas, y qu¨¦ fue lo que hizo en Europa durante un tiempo imborrable.
Mucho antes, el mismo d¨ªa en que Puskas jug¨® el partido que le dio fama en su pa¨ªs, ante 12.000 espectadores en el campo del Ferencvar¨®s, una nube de paracaidistas alemanes cay¨® sobre Hungr¨ªa anticipando la invasi¨®n nazi. Puskas ten¨ªa 17 a?os, jugaba en el Kispest y llevaba 18 partidos en Primera y siete goles. Entonces, como un heraldo negro, se present¨® Eichmann en Budapest para poner en marcha la sucursal h¨²ngara de la soluci¨®n final, la caza y exterminio de jud¨ªos. En dos meses y medio, casi medio mill¨®n de jud¨ªos fueron enviados a campos de concentraci¨®n. La locura nazi era tal que uno de esos jud¨ªos que salieron de Budapest, un chico de 14 a?os, se salv¨® de la muerte en Buchenwald alegando tener 16 para ofrecerse como obrero, Imre Kert¨¦sz, futuro Nobel de Literatura; se mataban ni?os, los adultos duraban un poco m¨¢s.
As¨ª se fue escribiendo la vida de Ferenc Purczeld B¨ªr¨®, Ferenc Puskas (Budapest, 1927-2006), uno de los mejores futbolistas de todos los tiempos: brot¨®, creci¨® y se consagr¨® en paralelo a las peores calamidades del siglo XX. As¨ª la recoge Daniel Entrialgo en Puskas (Espasa, 2018), una novela imprescindible que recrea su vida y abre con una frase de Santiago Bernab¨¦u (¡°Hay que ser muy hombre fuera del campo y muy ni?o dentro de ¨¦l¡±), y un aviso funesto de Luis Carniglia, entrenador del Madrid: ¡°Est¨¢ gordo, presidente. Muy gordo¡±. Llega a las librer¨ªas el 26 de abril, el mismo a?o en el que se ha publicado otro volumen sobre el mayor goleador del siglo XX, la traducci¨®n de Puskas on Puskas, un libro de conversaciones con el delantero de Rogan Taylor y Klara Jarmich que publica en Espa?a Roca Editorial.
Lo bueno de hacerte viejo, dej¨® dicho Puskas, es que el bal¨®n ya te obedece. Sab¨ªa de lo que hablaba: con 31 a?os, entrenaba en un equipo amateur como jugador en retirada, casi veinte kilos por encima de su peso y declarado traidor a una patria, Hungr¨ªa, cuyos esp¨ªas enviaban al gobierno comunista informes de la cervezas y dulces que el antiguo ¨ªdolo nacional consum¨ªa mientras deambulaba en el exilio. Y sin embargo, Emil Osterreich lo hab¨ªa plantado delante de Santiago Bernab¨¦u, que le gritaba con aspavientos para hacerse entender: ¡°?Cuatro a?os, t¨², conmigo! 100.000 d¨®lares m¨¢s primas¡±. As¨ª fue c¨®mo el ¡°viejo¡± que planeaba su retirada hizo en un entrenamiento en el estadio m¨¢s famoso del planeta lo que diez a?os antes en su pa¨ªs natal: colocar cinco balones al borde del ¨¢rea y convertir lo que parec¨ªan tres disparos fallados al larguero en un pleno de cinco dianas al palo. ¡°El gordito maneja la bola con la izquierda mejor que yo con la mano. Con el bamboche ese nos hartamos a meter goles¡±, dijo Di Stefano.
Daniel Entrialgo recuerda la relaci¨®n que establecieron los dos ¨ªdolos: ¡°Conectan como dos ondas de radio viajando en la misma frecuencia. Se miran y se reconocen. Hasta podr¨ªa decirse que llegan a caerse bien y todo¡±. Es Di Stefano quien bautiza a Puskas como Pancho. Y quien se encarga de recordarle dos cosas que no soporta de ¨¦l: la forma que tiene de protestar a los ¨¢rbitros y la manera con la que ejecuta los penaltis. A ¨¦l, famoso por la potencia de su disparo, resulta que le encantaba tirar los penaltis flojito. A Di Stefano ni siquiera le consolaba que los metiese casi todos: los colocaba ajustados, despacio, imposibles para el portero. Pero al argentino tanta s¨²bita finezza le pone de los nervios. Respecto a la relaci¨®n del h¨²ngaro con el reglamento, es conocido el castigo que el Madrid le impuso por darle un cabezazo a un jugador de Viena Sports en el partido de ida en Austria; Bernab¨¦u lo mand¨® a Barajas con un ramo de flores a recibir a la expedici¨®n vienesa.
Puskas fue protagonista de dos de los partidos m¨¢s bellos del siglo XX: el 3-6 de Hungr¨ªa en Wembley a Inglaterra en 1953 y el 7-3 del Madrid al Eintracht en Glasgow, en el que marc¨® cuatro goles en una final de Copa de Europa. Wembley, y un a?o antes Helsinki 52, fue la coronaci¨®n del Equipo Dorado, la selecci¨®n nacional de un peque?o pa¨ªs que domin¨® el mundo durante a?os. Una generaci¨®n irrepetible que perdi¨® contra el Athletic de Bilbao su ¨²ltimo partido. Fue con el Honved, un equipo nacionalizado para reunir en ¨¦l a todas las estrellas y que as¨ª jugasen de memoria en la selecci¨®n. Bozsik, Budai, Czibor, Kocsics, Puskas. No volver¨ªan a jugar nunca juntos una gran competici¨®n. Como otras generaciones extraordinarias de deportistas que coinciden en un tiempo y en un lugar, como la Yugoslavia baloncest¨ªstica de Petrovic, Paspalj, Kukoc, Divac o Radja, fueron disueltos no en competici¨®n sino por sus propios pa¨ªses: hizo falta una guerra para vencerlos. En el caso magiar, la represi¨®n sovi¨¦tica que sigui¨® a la revoluci¨®n de 1956.
Ferenc Puskas tard¨® casi treinta a?os en poder volver a su pa¨ªs. Lo primero que hizo fue visitar la tumba de su madre. Ten¨ªa miedo de que el ¨ªdolo de un planeta hubiese sido olvidado por su pa¨ªs: falso. Tambi¨¦n en su casa era el mismo delantero que asombr¨® en un siglo que hizo suyo. En una de las pocas ficciones que Daniel Entrialgo concede en el libro, se imagina al jardinero de Wembley dirigi¨¦ndose a Puskas muchos a?os despu¨¦s para decirle que le vio jugar aquel partido legendario, el del 3 a 6, y que a?os despu¨¦s de aquel partido una plaga de hongos atac¨® el c¨¦sped. La novela pone al jardinero levantando el tepe exacto en el que Puskas le hab¨ªa hecho su famoso drag-back a Billy Wright. Recortando aquel metro cuadrado de hierba, enroll¨¢ndolo, llev¨¢ndoselo para casa y replant¨¢ndolo en un patio trasero, junto a un limonero. Su nieto jugaba ahora al f¨²tbol sobre esa misma hierba: ¡°A¨²n es peque?o, pero alg¨²n d¨ªa le explicar¨¦ qui¨¦n fue usted y lo que hizo con la pelota ah¨ª encima¡±.
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