D¨¦jame a m¨ª, Lopetegui
Todos somos expertos en listas. Llevamos haci¨¦ndolas casi desde peque?os. Equivalen a un modo de imponer al caos nuestro propio caos
Es tan f¨¢cil hacer la lista del Mundial de Rusia, y ganarlo, como decirle a Julen Lopetegui "D¨¦jame a m¨ª, que t¨² no tienes ni idea". Ya olvid¨¦ cu¨¢ntos t¨ªtulos hemos ganado de esa manera, pero muchos, seguramente. Nos gusta creer que todas las cosas son siempre m¨¢s f¨¢ciles de lo que parecen, y que nosotros podemos hacerlas mejor que los que s¨ª saben, lastrados por su conocimiento. En algunos empleos el primer candidato a ocuparlo que cae es el que sabe demasiado. En los a?os noventa acud¨ª a votar por primera vez con varios amigos, uno de los cuales sali¨® de la cabina con su sobre, muy seguro de s¨ª mismo, sacudi¨¦ndolo sobre su cabeza, y empez¨® a apartarnos con suavidad. "Voto yo primero, que vosotros sois unos burros", avis¨®. Desprend¨ªa demasiada altivez como para no ser cierto lo que dec¨ªa. Cuando salimos del colegio electoral, intrigad¨ªsimos, supimos que hab¨ªa votado "a varios".
Todos somos expertos en listas. Llevamos haci¨¦ndolas casi desde peque?os. La existencia m¨¢s dom¨¦stica ser¨ªa inviable sin ellas. Equivalen a un modo de imponer al caos nuestro propio caos. Nadie nos ense?¨® a hacerlas; de pronto, supimos. En f¨²tbol, esa l¨®gica se agranda. Pasas de no saber nada, a ser un experto que no sabe nada. Y ahora estamos aqu¨ª, ejerciendo la funci¨®n de seleccionadores con nuestra propia lista para un mundial. Pocos placeres como el de anotar unos cuantos nombres en un papel amarillo, o en las notas del tel¨¦fono, y mostrarlo como si se tratase del mapa del tesoro.
Un terror doble amenaza siempre las listas: el miedo a que algo falte y el miedo a que algo sobre. Ambos horrores penden sobre cualquier lista, sin distinguir entre las de jugadores de f¨²tbol, las de los libros del a?o o las de las canciones que pondr¨ªas en tu funeral. Por esa raz¨®n ser¨¢ imposible que estemos absolutamente de acuerdo con los futbolistas elegidos por Lopetegui para emprender la conquista de Rusia. Nos parecer¨¢ que entre sus elegidos sobran y faltan jugadores, no como en nuestra lista. Ay, el discreto encanto de los aficionados a ser expertos.
Es una suerte que todos nos sintamos seleccionadores y que casi nadie pueda serlo. En Lo que hay que tener, Tom Wolfe cuenta que en 1958, en una reuni¨®n de emergencia, el gobierno de su pa¨ªs, el ej¨¦rcito y la industria aeron¨¢utica decidieron que hab¨ªa que poner a un hombre en el espacio antes que los rusos. El hombre no ser¨ªa un piloto, sino un proyectil humano, sin capacidad para alterar el curso de la c¨¢psula. No se pretend¨ªa que el astronauta hiciera nada, salvo aguantar. De hecho, empez¨® a o¨ªrse que el primer vuelo lo har¨ªa "un chimpanc¨¦ de formaci¨®n universitaria". Cuando la NASA estaba ya preparada para publicar las condiciones del vuelo y hacer un llamamiento a que se presentasen voluntarios, tuvo que intervenir el propio presidente Eisenhower para poner sentido. "Todos los chiflados de Norteam¨¦rica se ofrecer¨ªan voluntarios. Ser¨ªa el caos".
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