Cuando vayamos los tuyos
Eduardo hac¨ªa felices a sus muchos pr¨®jimos, ya fuera con su arte para escribir, con su don de trovador, con sus seductores silencios o con su verbo de tertuliano fino y cl¨ªnico
A Eduardo Rodrig¨¢lvarez (Bilbao, 1955) le gustaba la vida por encima de todo. La suya y la de sus muchos pr¨®jimos, a los que hac¨ªa tan felices como feliz se hac¨ªa a s¨ª mismo. Ya fuera con su arte para escribir, con su don de trovador, con sus seductores silencios o con su verbo de tertuliano fino y cl¨ªnico. O ya fuera con su frustrada vocaci¨®n musical, en la que tanto empe?o puso. Sin remedio. Lo suyo no era cantar, aunque jam¨¢s import¨® que diera el cante para deleite de los incondicionales que le ador¨¢bamos.
A este bilba¨ªno que tanto disfrutaba con acunarse en su Medina de Rioseco del alma y su Cofrad¨ªa de la Soledad siempre hab¨ªa que escucharle. Con su Athletic de coraz¨®n de le¨®n y con el vecino glorioso Alav¨¦s. Con Joane Somarriba y con Alejandro Valverde. Con unos caracoles y un buen trago. Siempre atentos. Se hac¨ªa o¨ªr sin querer. Quiz¨¢ por ello siempre anticipaba un ¡°hola, soy Eduardo¡±... Como si su inconfundible voz, tan firme como susurrante, no le delatara para j¨²bilo de quien le recib¨ªa con entusiasmo, en guardia ante la pen¨²ltima mirada de alguien al que le gustaba tanto dar la Vuelta a Espa?a que siempre iba de Bilbao a Madrid en autob¨²s. Mira que mira.
El simple ¡°soy Eduardo¡± ten¨ªa un impacto s¨²bito. Pura seda. Daba igual que su llamada llegara en mitad de un caos redaccional. El sosiego era inmediato hasta en los m¨¢s vehementes. Daba lo mismo que la comunicaci¨®n se produjera en el peor momento. Con ¨¦l nunca los hab¨ªa malos. Imposible con alguien tan sagaz, culto, ir¨®nico y, ante todo bueno. Nadie manejaba los tiempos (incluso m¨¢s los ajenos que los propios) como el equilibrado AMIGO Eduardo, como el cuerdo y extraordinariamente arm¨®nico PERIODISTA Eduardo.
A Edu, un dandi de lacoste, hab¨ªa que escucharle, s¨ª. Y sentirle para que te hechizara con su sosiego infinito, penetrante hasta el tu¨¦tano. Pero nunca dejar de leerle. No hab¨ªa texto que dejara indiferente. El f¨²tbol trascend¨ªa al f¨²tbol, como el ciclismo al ciclismo o la pol¨ªtica a la pol¨ªtica. Era un contextualizador majestuoso. Un cronista de la vida, un ex¨¦geta sin cotejo. Un pelotazo del Athletic a la olla ¨¦l lo bajaba al pasto con su sinf¨®nico port¨¢til, siempre tecla a tecla, sin estridencias, con las palabras cortitas y al pie. Tic, tac... Al toque. Ojo, al de Panizo, Ga¨ªnza, Rojo y Argote. Nadie llenaba tanto con tan poco ruido.
Apasionado de la escritura, este maestro de la vida tuvo tiempo de alumbrar una novela negra (Cuando vengan los m¨ªos). Una obra que rezuma por todos sus poros al Edu de mirada de intramuros, al Eduardo costumbrista, al brillante Rodrig¨¢lvarez cronista-escritor-juglar. Sacudido por la maldita bicha y con su encantadora voz ya quebrada a¨²n marcaba: ¡°Hola, soy Eduardo...¡±. Y te pon¨ªa en situaci¨®n, estaba rumiando su siguiente volumen, abrochado a sus borrosos pero ilustrados blocs de notas, de los que no se separ¨® hasta el final. Un final al que se anticip¨® para, a su manera, felicitarse con la vida. La que goz¨® ¡ªe hizo gozar¡ª con Pilar, Gorka y Zuri?e.
Despu¨¦s de tantos durante casi 30 a?os, al Edu AMIGO y PERIODISTA le falt¨® un ¨²ltimo consejo: maldita sea, c¨®mo demonios escribir su necrol¨®gica.
A buen seguro, que ya espera sabiendo que recibir¨¢ las angulas prometidas Cuando vayamos los tuyos. Cuando vayamos a escucharte, leerte, pedirte recomendaciones varias y brindar por la vida que tanto nos agradaste.
Venga pues.
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