Eliud Kipchoge, primer atleta que baja de las dos horas en un marat¨®n: 1h 59m 40s
La marca del keniano no es oficial ni puede ser considerada r¨¦cord del mundo por todas las ayudas externas que ha recibido en su carrera en Viena
Debajo de las hojas que empiezan a caer en un oto?o que nunca se ha sentido tan c¨¢lido brillan las casta?as hermosas en el amanecer en el Prater como brilla Eliud Kipchoge m¨¢s all¨¢ de la hojarasca y del circo que le envuelven mientras corre veloz, m¨¢s veloz y m¨¢s regular que ning¨²n maratoniano antes, entre el Danubio de Strauss y la noria del Tercer hombre, para completar por primera vez en la historia?un?marat¨®n?(42,195 kil¨®metros)?en menos de dos horas (1h 59m 40s).
Le abren paso cinco atletas en V, comiendo el viento que levantan con su velocidad, 21,100 kil¨®metros por hora (como un reloj suizo corren, precisa un periodista suizo en la tribuna) y persiguen una luz verde en el asfalto proyectada desde una furgoneta que marca el ritmo. Un rayo verde que nunca alcanzan y que nunca se aleja, y as¨ª tiene que ser, el rayo que transporta a donde ning¨²n otro atleta ha llegado antes. Los atletas que le acompa?an se intercambian, entran y salen, veloces, como soldados entrenados, en la formaci¨®n. Kipchoge permanece.?
Son exactamente las 10 horas, 14 minutos y 40s de la ma?ana del 12 de octubre de 2019, en Viena.
¡°He estado en la luna, y he regresado¡±, dice Kipchoge, m¨¢s que un maratoniano un maratonauta, explorador en un territorio virgen, salvaje. ¡°Los ¨²ltimos 200 metros, los ¨²ltimos 30s, han sido el mejor momento de mi vida, estaba haciendo historia. Soy un hombre feliz¡±.
A nadie le importa en ese momento que la federaci¨®n nunca reconozca el tiempo como r¨¦cord mundial porque no se ha hecho conforme a sus reglas. No se trataba de eso.
Los ¨²ltimos metros Kipchoge corre liberado, acelera y supera a los gregarios que le han guiado, que le han protegido, marcado un ritmo tan fuerte, 2m 50s el kil¨®metro, que solo ¨¦l, Kipchoge, keniano, 34 a?os, 1,67 metros, 52 kilos, puede resistir durante 42 kil¨®metros y un pico. Todos de negro luto, ¨¦l de blanco. Los gregarios son campeones que se han prestado a la tarea. Y m¨¢s que atletas, mercenarios, los hermanos Ingebrigtsen que tanto fascinan, el viejo Bernard Lagat, el campe¨®n ol¨ªmpico Centrowitz, el fenomenal Barega, se sienten protagonistas de un momento ¨²nico que entre todos hacen realidad. Todos con las zapatillas rosas que Nike invent¨® hace unos meses, zapatillas con un muelle en la suela que les permiten correr m¨¢s que con las zapatillas de siempre, y con el mismo gasto. Las zapatillas de Kipchoge son blancas, son la ¨²ltima evoluci¨®n de las pol¨¦micas Vaporfly. Nadie las ha usado antes. Dicen los que han buceado en la oficina de patentes que la marca de Eugene le ha fabricado unas con tres placas de carbono y cuatro cojines de aire comprimido, para que la espuma no se hunda, para que el pie no acabe en el asfalto. Sobre ellas bota Kipchoge, ni una mueca en su rostro, seguro.
Un kil¨®metro a 2m 50s, otro, el que debe tratar con la gran rotonda, que ralentiza la marcha, 2m 52s, el siguiente, a 2m 48s, todo recto; as¨ª, sin cambios, repetitivo, sin acelerones ni frenazos. Y no se sabe si admirar m¨¢s el temple del pie del conductor de la furgoneta sobre el pedal del acelerador o los corazones que le siguen latiendo al un¨ªsono, sin desbocarse. El marat¨®n que cambia la historia del marat¨®n es un concierto de m¨²sica New Age, notas y notas repetidas, sin fin. (tabla de tiempos por kil¨®metros)
Nadie se sale de la senda marcada por dos l¨ªneas naranjas. Al grupo en V, Kipchoge siempre pegado a su v¨¦rtice, y dos guardaespaldas detr¨¢s de ¨¦l, le acompa?an cuatro asistentes en bicicleta, Pinarellos con un gran ordenador en el manillar. El que va primero le tiende regularmente, cada cinco kil¨®metros una botella de bebida, y lo hace despu¨¦s de abr¨ªrselo, como quien le acerca el biber¨®n a un ni?o, y Kipchoge lo coge y bebe a peque?os sorbos, calculados para que no se queden en la garganta y le atraganten, para que bajen poco a poco al est¨®mago. Todo est¨¢ calculado. Le devuelve la botella al proveedor a pedal, quien calcula lo que ha bebido y prepara el siguiente avituallamiento acorde a ello.
Temperatura: 8 grados al comienzo, y una niebla h¨²meda que se levanta; 11 grados al final. Sin viento. Media marat¨®n en 59m 52s, cuatro segundos m¨¢s r¨¢pida que en el ensayo de Monza, mayo de 2017, cuando en unas condiciones similares, controladas; con las mismas ayudas, zapatillas, liebres intercambiables, furgoneta, Kipchoge se qued¨® a 26s del objetivo.
¡°Fue el ensayo que me hizo saber que estaba a mi alcance¡±, dice Kipchoge, quien en el Prater no sufre la crisis del kil¨®metro 37 de Monza, que le hizo perder todo. Y cuando un periodista norteamericano le pregunta largu¨ªsimo si de verdad no lo pas¨® mal en la media marat¨®n, o fue una impresi¨®n falsa, le responde con una palabra sola: ¡°Falso¡±. Pasa por el kil¨®metro 40 en 1h 53m 36s, 28s m¨¢s r¨¢pido que en Monza. No puede fallar.
Desde el valle del Rift
Los ¨²ltimos metros ya se permite perder la compostura. La sonrisa habitual en su rostro que muchas veces no es m¨¢s que un rictus de dolor, se hace risa plena, y gesticula se?alando las cunetas, repletas de aficionados, unos 20.000 que han madrugado, a lo largo de los casi 10 kil¨®metros del circuito, y hasta disfruta ¨¦l mismo vi¨¦ndose correr en la pantalla gigante. Las liebres cierran el escenario por detr¨¢s.
Solo hay un protagonista, un talento puro, asc¨¦tico, m¨¢s de cuatro meses de entrenamiento en el Valle del Rift, un coraz¨®n, una cabeza, dos piernas, un atleta ¨²nico que brilla espl¨¦ndido por debajo de la hojarasca, superior a todo lo que le rodea, al circo que se ha organizado para ayudarle, al millonario Jim Ratcliffe que ha invertido en la haza?a como otro millonario, Richard Branson, invierte en la exploraci¨®n del universo en globo, o como se financiaba el descubrimiento de las fuentes del Nilo. Por encima de todo de las frases de libro de autoayuda con la que Kipchoge se lanza a describir su carrera, la demostraci¨®n al mundo entero, dice, de que no hay l¨ªmites para la persona humana.
Para ¨¦l, al menos, no. Ha corrido 14 maratones en su vida y en ninguno se ha retirado. Los ha ganado todos salvo uno, que termin¨® segundo. Tiene el r¨¦cord del mundo oficial (2h 1m 39s). Es campe¨®n ol¨ªmpico. Se ha levantado a las cinco de la ma?ana. Ha desayunado gachas de avena. Ha pasado, entre las cinco y las 8.15, cuando sali¨® a correr, los peores momentos de su vida, los m¨¢s nerviosos. Despu¨¦s, cuenta, sali¨® a correr y fue su Nirvana. La mente clara, limpia, solo concentrada en la carrera. Ha llegado a la luna del marat¨®n. Ha regresado a la tierra, ha pasado control antidopaje (y tambi¨¦n las liebres) y recita un dicho africano: ¡°Hasta el hombre m¨¢s poderoso necesita a alguien que le corte el pelo. Nunca dir¨¦ que soy el mejor de la historia, nadie puede decirlo¡±.
Pero s¨ª que solo ¨¦l ha descubierto lo que hay en una marat¨®n m¨¢s all¨¢ de la frontera de dos horas, en una hora, 59 minutos y 40s exactamente.
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