Sud¨¢frica cambia y el rugby tambi¨¦n
Pocos deportes han entendido mejor los tiempos: se ha profesionalizado, ha aprovechado las nuevas tecnolog¨ªas y la diversidad ha sustituido a la monocrom¨ªa ¨¦tnica y social en los equipos nacionales
Cada 12 a?os (1995, 2007, 2019), Sud¨¢frica gana el Mundial de rugby, deporte que informa como pocos de los veloces cambios sociales que se producen en el mundo. Su capit¨¢n, Siya Kolisi, levant¨® la Copa, como antes lo hicieron Francois Pienaar y John Smit. A diferencia de ellos, Kolisi es negro. No hace tanto, los Springboks representaban a la Sud¨¢frica racista y eran detestados por la gran mayor¨ªa de la poblaci¨®n negra y mestiza. En la c¨¦lebre victoria sobre Nueva Zelanda en la final de 1995, s¨®lo particip¨® un jugador negro, Chester Williams. En 2007, se alinearon dos. En su arrollador despliegue en la final de Tokio, el equipo africano incluy¨® a seis jugadores negros.
No conviene sacar conclusiones excesivas de un dato que s¨ª destaca por su contenido simb¨®lico. La nueva diversidad de los Springboks no explica, ni de lejos, la realidad social de Sud¨¢frica, ni sus problemas, expectativas y contradicciones. En 1998, Francia gan¨® el Mundial de f¨²tbol con un equipo integrado por jugadores de tantos or¨ªgenes que se habl¨® del triunfo del mestizaje y de la capacidad integradora de su sociedad. Por supuesto, se trataba de una visi¨®n amable y superficial. Francia sigue expuesta, en muchos aspectos de manera m¨¢s aguda, a unos problemas que exceden al limitado marco del deporte.
Es cierto tambi¨¦n que el deporte es un buen indicador de las tensiones sociales y de los comportamientos hip¨®critas que alberga a su alrededor. En el Mundial de f¨²tbol que se disput¨® en 2010, la derecha m¨¢s intransigente acus¨® a los jugadores franceses de origen magreb¨ª y antillano de falta de patriotismo. Se les acus¨® de desconocer o de no querer entonar La Marsellesa. Por simplista, falso y da?ino que fuera, el discurso ten¨ªa buena venta. ?La raz¨®n? Francia fracas¨® en aquel Mundial. Resultaba muy apetitoso a los sectores m¨¢s intolerantes atribuir el desastre a los inmigrantes y a las pol¨ªticas de inclusi¨®n y tolerancia.
Espa?a no es ajena a esta clase de derivadas. La victoria en el Mundial de 2010 se interpret¨® como el espl¨¦ndido encaje entre la cohesi¨®n y la diversidad. Un mill¨®n de personas presenci¨® en Madrid la celebraci¨®n del ¨¦xito de la selecci¨®n. Ning¨²n jugador falt¨® a la cita. Hab¨ªa un entusiasmo genuino en todos ellos, en un equipo con una numerosa representaci¨®n de jugadores catalanes y una amplia mayor¨ªa de futbolistas del Bar?a. Meses despu¨¦s, Vicente del Bosque atraves¨® un calvario para mantener la armon¨ªa del grupo, en gran medida destrozada desde el exterior por alg¨²n que otro personaje t¨®xico. La selecci¨®n espa?ola gan¨® la Eurocopa de 2012, pero el efecto del deterioro todav¨ªa permanece: h¨¦roes de entonces se convirtieron en sospechosos de ahora.
El ¨¦xito de Sud¨¢frica en el Mundial de rugby traslada algo m¨¢s que la idea de un pa¨ªs y de un equipo diferente. Es un mundo y un deporte distinto. Dos generaciones de aficionados europeos conocieron un rugby blanco, sin otras noticias del hemisferio sur que la fama y las giras, no televisadas en Espa?a, de los All Blacks, Wallabies, Sprinboks y Pumas. Era un rugby aficionado, compartimentado, magn¨ªfico, sin duda, pero achicado por las circunstancias de su ¨¦poca.
Pocos deportes han entendido mejor el signo de los tiempos. El rugby ha aprovechado todas las condiciones favorables que han convertido su Mundial en el tercer acontecimiento deportivo con m¨¢s audiencia global. Se ha profesionalizado, ha aprovechado las nuevas tecnolog¨ªas medi¨¢ticas para multiplicar su difusi¨®n, ha roto las barreras locales y ha transformado definitivamente los paisajes de los equipos nacionales, donde la diversidad ha sustituido a la monocrom¨ªa ¨¦tnica y social. Desde esta perspectiva, el ¨¦xito del rugby es incontestable. Nada lo explica mejor que la imagen del capit¨¢n Kolisi levantando la Copa de campe¨®n.
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