El alpinista que no quiso ser oveja
Alex MacIntyre, leyenda de la escalada pura adelantado a su tiempo, muri¨® a los 28 a?os al caerle una roca en el Annapurna
Cabe preguntarse d¨®nde afin¨® su punter¨ªa el destino. Un d¨ªa de oto?o de 1982, un bloque de piedra del tama?o de una maceta se desprendi¨® y rod¨® por la ca¨®tica ladera sur del Annapurna (8.091 metros). Cay¨® justo en la cabeza del alpinista ingl¨¦s Alex MacIntyre, que ya estaba muerto cuando su cuerpo aterriz¨® en la nieve y empez¨® a deslizarse cada vez m¨¢s r¨¢pido hacia la base de la pared. Ten¨ªa 28 a?os y hasta ese d¨ªa parec¨ªa inmortal. Admirado entonces, ahora es un alpinista de leyenda. La peque?a l¨¢pida en su memoria a los pies del Annapurna recoge una frase atribuida a un proverbio tibetano: ¡°Es mejor vivir un d¨ªa como un tigre que una vida entera como una oveja¡±.
Alex vivi¨® su vida de alpinista a pecho descubierto, obsesionado con escalar las monta?as m¨¢s dif¨ªciles, pero no de cualquier manera. La ¨¦tica, el estilo, importaba mucho m¨¢s que el ¨¦xito o la conquista de una pared virgen. Resultaba fundamental no traicionarse, no ceder ante sus propios miedos, y MacIntyre, como todos los alpinistas con cerebro, dispon¨ªa de su propia colecci¨®n de miedos. Superarlos era m¨¢s una cuesti¨®n de supervivencia emocional que de orgullo y fanfarroner¨ªa.
El Reino Unido tiene tan poca roca y terreno de alta monta?a como grand¨ªsimos alpinistas. En los a?os setenta del siglo XX, el subsidio del paro sirvi¨® para que un pelot¨®n de escaladores brit¨¢nicos se empadronasen extraoficialmente en Chamonix, dispuestos a formarse en las caras norte m¨¢s famosas de los Alpes. MacIntyre fue uno de ellos, y era de los que m¨¢s necesidad de aprender ten¨ªa, puesto que ni era especialmente valiente ni h¨¢bil escalando en roca. Pero ten¨ªa un don para moverse con piolets y crampones en alta monta?a.
En esos a?os, las t¨¦cnicas de asedio de las monta?as de los Alpes formaban parte del pasado: reinaba el estilo alpino, es decir, un t¨² a t¨² con la monta?a en igualdad de condiciones, sin trampas, sin atajos y con el compromiso como regla principal de un juego altamente peligroso. Se trataba de aunar inteligencia, t¨¦cnica, fortaleza f¨ªsica y valent¨ªa para adentrarse en una pared austera y salvaje y escalarla de la forma m¨¢s limpia y veloz posible. Eso es el estilo alpino, y es sagrado.
El primer ¡®ochomil¡¯
En esa ¨¦poca, en el Himalaya todo estaba por hacer. Solo hab¨ªa que imponer el mismo patr¨®n admitido en los Alpes. No existe una respuesta para la gran pregunta del alpinismo: ?por qu¨¦ sus actores arriesgan sus vidas? Esto no significa que los alpinistas no sean conscientes del riesgo que asumen¡ Pero, claro, todos creen que burlar¨¢n la fatalidad, incluso cuando acuden a los funerales de sus amigos alpinistas.
MacIntyre firm¨® ascensiones en el Himalaya que a¨²n hoy alucinan a los mejores: En 1978, dentro de una improbable expedici¨®n anglo-polaca al Hindu Kush abri¨® sendas v¨ªas en el Koh-i-Bandaka y el Changabang junto a John Porter y Woytek Kurtyka. Tras pasar con ¨¦xito por la Cordillera Blanca (Per¨²), en 1980 se enfrent¨® a su primer ochomil para abrir una ruta en la cara este del Dhaulagiri (junto a Kurtyka, Ludwik Wilczyczynski y Ren¨¦ Ghilini). En 1981, realiz¨® dos intentos a la temible cara oeste del Makalu, primero con su gran amigo Kurtyka, y m¨¢s tarde con otra de las grandes leyendas polacas: Jerzy Kukuczka.
MacIntyre estaba desatado. Ya no era el chico que dudaba, que deseaba demostrar su val¨ªa y su valor, que buscaba imponer su forma de entender la monta?a. La fortuna le hab¨ªa asociado con la mejor compa?¨ªa, ingleses y polacos, tipos que se ve¨ªan capaces de llevar a cabo cualquier sue?o. MacIntyre buscaba un sitio en la historia del alpinismo, la fama necesaria para poder llevar m¨¢s tarde una vida despreocupada.
Como los soldados
John Porter, su amigo y posterior bi¨®grafo, le recuerda ansioso ante la posibilidad de sufrir un accidente, pero resuelto a cumplir todo lo que se hab¨ªa propuesto. No cerraba los ojos ante el peligro: le seduc¨ªa la idea de burlar las trampas de la monta?a, con seriedad y una valent¨ªa que ¨¦l mismo comparaba a la de los soldados en las guerras mundiales. Escalar una pared virgen en el Himalaya, dec¨ªa entre risas, es como abrirse paso hacia las trincheras enemigas, tratando de elegir esa trayectoria que evite un balazo, una explosi¨®n, una mina o un francotirador. Sabes que tienes que correr, ser h¨¢bil y valiente, pero desconoces hasta qu¨¦ punto est¨¢ o no en tus manos sobrevivir.
Alex estuvo en el centro de un terremoto que alter¨® las reglas del juego, fue una de las piezas clave de una generaci¨®n de escaladores excepcional que desapareci¨® mucho antes de lo esperado. La lista de ausencias es terrible: Joe Tasker, Peter Boardman, Jerzy Kukuczka, Roger Baxter-Jones, Al Rouse, Georges Bettembourg, John Syrett o Jean Marc Boivin. Se dice que la mala suerte mat¨® a unos y la ambici¨®n a otros. El problema es que no existe alpinismo sin ambici¨®n. John Porter recuerda en su obra Un d¨ªa como un tigre c¨®mo una anciana le pregunt¨® una vez en un aeropuerto por qu¨¦ llevaban tantas maletas: ¡°Es el equipo, porque somos alpinistas¡±, contest¨®. ¡°Ah, s¨ª, he le¨ªdo sobre vosotros: ?os vais muriendo pero siempre llegan otros que os relevan!¡±.
En primavera de 1982, MacIntyre, Roger Baxter-Jones y Doug Scott firmaron la primera ascensi¨®n del Pungpa Ri y la apertura de una nueva ruta en la cara suroeste del Shisha Pangma, desde entonces un lugar santo para el estilo alpino. Su frenes¨ª bien calculado le condujo hasta los pies de la cara sur del Annapurna. Le acompa?aban Porter y Ghilini, pero Porter enferm¨® y contempl¨® marchar por ¨²ltima vez a su amigo. Pretend¨ªan escalar la impresionante pared con apenas un par de tornillos de hielo, tres pitones de roca y una cuerda fam¨¦lica. En realidad pretend¨ªan, sin saberlo, adelantarse varias d¨¦cadas a su tiempo. En 2013, el genial Ueli Steck escal¨® una ruta nueva en la misma pared y regres¨® al campo base en 28 horas. Puede que sonriese al leer el epitafio en la l¨¢pida de MacIntyre.
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