El ¨²ltimo gran servicio de Messi
El adi¨®s forzado del 10, a fin de cuentas, no ha sido m¨¢s que la gota encargada de colmar el vaso, de visibilizar el desastre y ponerlo todo perdido de l¨¢grimas
Uno intenta mantener una cierta distancia con los propios colores cuando se sienta a escribir columnas, no s¨¦ por qu¨¦. En una noche divertida dir¨ªa que lo hago por mantener el misterio, por dejar al lector el papel de juez y parte, pero lo cierto es que no existe una raz¨®n concreta para esto: simplemente lo hago. En realidad, pens¨¢ndolo m¨¢s fr¨ªamente, lo ¨²nico que consigo es arrancar una carcajada a los m¨¢s veteranos o enga?ar a alg¨²n primerizo, porque a todos se nos notan las querencias afectivas por alg¨²n lado y disimular suele ser el primer paso para confirmar cualquier sospecha. Hoy, sin embargo, he sentido la necesidad de sentarme a escribir con la remera puesta -?qu¨¦ palabra, remera!- y la bufanda tan apretada en el pescuezo que apenas me llega sangre al cerebro. Cantar¨ªa el himno a pleno pulm¨®n pero mis vecinos no tienen la culpa de lo que est¨¢ sucediendo con nuestro club en los ¨²ltimos tiempos.
El adi¨®s forzado de Messi, a fin de cuentas, no ha sido m¨¢s que la gota encargada de colmar el vaso, de visibilizar el desastre y ponerlo todo perdido de l¨¢grimas. Este es un club que durante d¨¦cadas se ha desangrado en una mezcla de llorera y conformismo, reyes de la resistencia pasiva y pr¨ªncipes, al mismo tiempo, del statu quo. El mal resid¨ªa lejos, a quinientos kil¨®metros tierra adentro, y mirarse el ombligo era m¨¢s una t¨¦cnica de concentraci¨®n tibetana que un modo de analizar y resolver los propios problemas. As¨ª se asent¨® en el club una cultura de servilismo militante que comenz¨® a resquebrajarse cuando Johan Cruyff aterriz¨® en Barcelona y democratiz¨® el orgullo de sentirse cul¨¦. Tan nervioso se puso el establishment dominante con su liderazgo beat que para echarlo se mentaron difuntos y construyeron tramas inmobiliarias como la de aquellos famosos pisos en Andorra.
Nada volvi¨® a ser igual desde aquel portazo en la narices de la modernidad. Cuanta m¨¢s tierra echaban sobre el legado del holand¨¦s, m¨¢s acercaban su figura al inframundo, a los seres monstruosos que no cumpl¨ªan con el est¨¢ndar de aficionado con tarann¨¤ e iniciales bordadas en el pa?uelo. Los tarados, como nos llama Albert Mart¨ªn Vidal en su ¨²ltimo art¨ªculo, solo necesit¨¢bamos un ¨ªdolo al que adorar pero los gobernantes de entonces, los de siempre, nos dieron algo mejor: un m¨¢rtir al que vengar. Ah¨ª se resquebraj¨® la unidad de movimiento y surgi¨® un nuevo modelo de aficionado que encontr¨® a su palad¨ªn y estandarte en la figura de Joan Laporta: joven, desaconplejado, ganador, disfrut¨®n... Todo cuanto aborrec¨ªa y aborrecer¨¢ eternamente esa otra alma del club lo representaban el nuevo presidente y su Sant¨ªsima Trinidad: Cruyff, Guardiola, Messi.
La destrucci¨®n de aquel modelo de ¨¦xito, basada en la muerte reputacional del individuo, en la persecuci¨®n descarnada de sus protagonistas, se ha completado esta misma semana con la renuncia de Messi a compartir espacio vital con sus verdugos. Y este ser¨¢, seguramente, su ¨²ltimo gran servicio a un club que, cada cierto tiempo, necesita de un sacrificio para rebelarse contra el poder y devolver el equilibrio a la fuerza pues -sobre su camiseta juramos- otra vez ha llegado el momento de controlar nuestro propio destino.
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