Palabra de Messi
El 10 sabe que sus silencios provocan inquietud y sus palabras desatan terremotos
Mensaje 1. Ni el superprofesionalismo ni los superh¨¦roes olvidan el barrio. Messi es representativo de esta idea. Para jugar al f¨²tbol de la ¨²nica forma que sabe (maravillosamente), necesita crear sociedades afectivas. Su¨¢rez es un amigo, antes que un compa?ero, con el que ha establecido una complicidad personal que les ayuda a jugar con emoci¨®n. La relaci¨®n entre ellos con una pelota de por medio se revela c¨®mplice, generosa y letal. Entre el tiro o el pase que cede la gloria eligen el pase, y los dos gritan los goles del otro como si fueran propios. Ausente su amigo Su¨¢rez, Messi adopt¨® a un ni?o: Ansu Fati. Nada de lo que ocurre entre los dos es forzado porque son talentos complementarios, pero como los pases de Messi hablan, es imposible no entenderlos como un mensaje. Dice muchas cosas, pero lo que se oye m¨¢s claro es: ¡°A este ni?o lo quiero a mi lado¡±. Y cualquiera contradice a Messi.
Mensaje 2. ¡°Muchos jugadores no estaban satisfechos ni trabajaban mucho¡±. Lo que cabe interpretar es que los jugadores no quer¨ªan a Valverde y son un poco vagos. Abidal es el secretario t¨¦cnico del Bar?a y lo que dijo puso en duda la dignidad profesional de los jugadores. Se cumpl¨ªan las tres condiciones que obligan a responder: interlocutor cre¨ªble, mensaje agresivo y opini¨®n p¨²blica aleccionada. Messi habr¨¢ pensado que tiene bastante con hacerse cargo de casi todos los goles del Bar?a y que no parece muy razonable que, cuando el equipo no responde, tambi¨¦n le hagan responsable del cese del entrenador. Sali¨® de su habitual contenci¨®n y contest¨® a t¨ªtulo personal, sin esconderse detr¨¢s de la capitan¨ªa. Messi sabe que sus silencios provocan inquietud y sus palabras desatan terremotos. El rifirrafe deja un cad¨¢ver: Abidal; un presidente devenido en pol¨ªtico: Bartomeu; y, mientras el talento aguante, Messi al mando.
Pasado imperfecto. La Copa del Rey a un solo partido volvi¨® con su vieja ¨¦pica. Parec¨ªamos saciados de sorpresas, pero en cuartos lleg¨® una especie de enmienda a la totalidad: el Madrid y el Bar?a cayeron derribados por una misma bala, la del f¨²tbol vasco. Si lo que se pretend¨ªa es que este modelo de Copa devolviera la competici¨®n a tiempos remotos, en los que a lo largo de un partido todo parec¨ªa posible y el f¨²tbol ten¨ªa un esp¨ªritu rom¨¢ntico y un alma amateur, nada m¨¢s coherente que lo ocurrido. Porque al principio de los tiempos, en el f¨²tbol espa?ol, rein¨® el f¨²tbol vasco. La Real, el Athletic y, al otro lado del r¨ªo, el Mirand¨¦s, aceptaron la invitaci¨®n de volver al pasado. En el caso de que las cosas les sigan marchando bien hasta el punto de ser campeones, el premio es conocer el futuro, que los espera, pasadas las Navidades y ba?ado en oro, en Arabia Saud¨ª.
El amor al f¨²tbol como medicina. Salvando la amenaza de los que me dec¨ªan que me dar¨ªa pena, pero empujado por quienes me aseguraban que me provocar¨ªa ternura, junt¨¦ coraje para ver la serie documental Maradona en Sinaloa. Hay una desproporci¨®n abismal entre Dorados de Sinaloa, equipo de Segunda Divisi¨®n en una ciudad que ama el b¨¦isbol, y la figura siempre imponente y cargada de recuerdos de un genio que deslumbr¨® al mundo. Pero es precisamente ese contraste el que revela su amor incondicional al f¨²tbol. Diego pisa una cancha, ve una pelota, habla con los jugadores y se convierte en un hombre feliz. Entristece ver que el cuerpo, aliado de tantas proezas, se le haya convertido en enemigo. Pero las trampas que le tendi¨® la vida no modificaron esa seguridad gran¨ªtica que le confiere su condici¨®n de rey. Hay algo m¨¢gico en su sola presencia. Aparece, les habla, los besa y los jugadores salen a matar o morir.
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