Johan Cruyff: conversaciones pendientes
Por lo que a m¨ª respecta, el Profeta se muri¨® un jueves a las 13.35 de la tarde. Lo recuerdo porque me encontraba en una sala de espera del Hospital ?lvaro Cunqueiro
Por lo que a m¨ª respecta, Johan Cruyff se muri¨® un jueves a las 13.35 de la tarde. Este mi¨¦rcoles se cumplieron cinco a?os de aquel triste d¨ªa as¨ª que bien podr¨ªan ser las 15.35 o las 17.35 de un viernes, qui¨¦n sabe: en realidad, solo recuerdo con precisi¨®n lo que marcaba el minutero cuando me comunicaron la noticia. Tambi¨¦n que me encontraba en una sala de espera del Hospital ?lvaro Cunqueiro y que la madre de Pablo acababa de llegar, as¨ª que me gir¨¦ hacia una m¨¢quina de autoservicio para evitar el espect¨¢culo de contener las l¨¢grimas delante de ella. De esa guisa me pill¨® la llamada de Amaya Ir¨ªbar para encargarme una columna sobre la noticia del d¨ªa. Y ah¨ª est¨¢ ella para desmentirlo, pero creo que le respond¨ª algo as¨ª como ¡°una columna sobre qu¨¦, Amaya¡±. Hasta ese momento no me hab¨ªa enterado de la muerte del Profeta e imagino que me quedar¨ªa pensando de qu¨¦ le sirve a uno declararse su ap¨®stol casi a diario si, a la hora de la verdad, no est¨¢ ah¨ª para ser de los primeros en deprimirse.
Como suele ser habitual en estos casos, el primer impulso de un fan¨¢tico consiste en quemarlo todo: llegas a casa, comes algo ligero, te sientas frente al teclado y empiezas a cobrarte las facturas atrasadas con los enemigos declarados del ¨ªdolo. La guerra desatada alrededor de su figura hab¨ªa sido tan cruenta que la bilis te supura por los poros de la piel al m¨¢s m¨ªnimo est¨ªmulo, m¨¢xime cuando el list¨®n de los acicates se sit¨²a sobre el punto final de la vida, en el adi¨®s a un desconocido que te ha hecho inmensamente feliz. Las dudas sobre la naturaleza del texto me duraron medio minuto porque enseguida ca¨ª en la cuenta del verdadero reto al que me enfrentaba: c¨®mo explicarle al pobre Pablo que se hab¨ªa muerto Cruyff.
Sobre el coma se sabe tan poco que uno opta siempre por el camino sencillo: seguir como si nada hubiera pasado, pensar que aquel cuerpo postrado sobre una cama es el de tu amigo perezosamente dormido, nada que uno deba tratar con demasiada gravedad. Pero ah¨ª est¨¢, tambi¨¦n, el miedo a cagarla, a terminar haciendo lo que no debieras e interferir en el fr¨¢gil proceso de curaci¨®n. Decirle a un cruyffista comatoso -e irredento, claro- que Johan ha muerto, que no volver¨¢ a disfrutar de sus an¨¢lisis y declaraciones nunca m¨¢s, que imitar su inconfundible acento en las cenas de pandilla ya no tendr¨¢ la misma gracia, tampoco parec¨ªa la mejor de las motivaciones para ayudarlo a despertar.
El caso es que, cuando me lleg¨® el turno de pasar a la habitaci¨®n, lo primero que hice fue apagar el televisor, explicarle a su madre mi teor¨ªa sobre los nulos beneficios de que su hijo se enterara de la muerte de Cruyff, y leerle algunas p¨¢ginas de la prensa deportiva de ese d¨ªa: se trataba de mantenerlo informado pero no demasiado informado. ¡°Recu¨¦rdame que hablemos de una cosa cuando te despiertes¡±, le dije. Y me fui a casa dispuesto a purgar la tristeza que uno siente cuando, esperando buenas noticias sobre alg¨²n ser querido, se entera de la muerte f¨ªsica del mito, del extra?o idolatrado. Me gusta pensar que esa fue la ¨²ltima lecci¨®n que me leg¨® Johan Cruyff casi en exclusiva: que la vida, demasiado a menudo, no es mucho m¨¢s que una suma de conversaciones pendientes, cuando no imposibles.
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