Un gran tipo
No hay jugador que est¨¦ libre de supersticiones y hay entrenadores que llegan a convertir el vestuario en una iglesia pagana antes de un partido
¡°Es un gran tipo¡±, me dijo. ¡°?Lo conoc¨¦s bien?¡±, pregunt¨¦. ¡°No¡±, concluy¨®, para mi desconcierto. As¨ª continu¨® el di¨¢logo con un entrenador de primer nivel amigo m¨ªo, que defin¨ªa como ¡°gran tipo¡± a otro entrenador de primer nivel. Est¨¢bamos hablando de las supersticiones en el f¨²tbol y cre¨ª que nos hab¨ªamos ido del tema, pero no. Est¨¢bamos yendo un poco m¨¢s all¨¢. Alcanzando una especie de dimensi¨®n ¨¦tica de las supersticiones.
Hasta ah¨ª hab¨ªamos dicho que todos necesitamos colgar las inseguridades en alg¨²n sitio y que las supersticiones son un instrumento eficaz. Da igual besar una estampita, que entrar al campo con el pie derecho o respetar cualquier rito que, por repetici¨®n, nos serene antes de un partido. Tuve un compa?ero que mataba un insecto antes de salir al campo. Un d¨ªa mat¨® a una ara?a antes de un partido, marc¨® dos goles y crey¨® encontrar el secreto. Un sacrificio como los que hac¨ªan muchas civilizaciones antiguas para pagar su tributo a los dioses. Esto era igual, pero a zapatazos. No siempre hab¨ªa un bicho a mano, de modo que llevaba a los partidos un insecto suplente en un frasquito. No hay jugador que est¨¦ libre de estas cargas y hay entrenadores que llegan a convertir el vestuario en una iglesia pagana antes de un partido.
Generalmente, a las supersticiones las encontramos por casualidad en el camino. Un d¨ªa llega un triunfo apote¨®sico y entendemos que fue por llevar, por ejemplo, una bufanda. As¨ª, la bufanda se vuelve titular indiscutible de la vestimenta en todos los partidos, aunque haga cuarenta grados. Ese es el mecanismo primario que se pone en marcha para ridiculeces de todo pelaje que, naturalezas creyentes, convierten en secreto indiscutible de grandes ¨¦xitos. En su defecto, para espantar desgracias.
Volvamos al principio. Un d¨ªa, mi amigo entrenador se enfrent¨® al equipo del ¡°gran tipo¡±. Antes de comenzar el partido, su colega se acerc¨® hasta su banco de suplentes y lo salud¨® cordialmente, como hacen los ¡°grandes tipos¡±. Mi amigo perdi¨® el partido. Jugaron un segundo partido y se repiti¨® el ritual: el ¡°gran tipo¡± se acerc¨® al banco de mi amigo, lo salud¨® y volvi¨® a ganar. Hubo un tercer partido, pero en esta ocasi¨®n mi amigo, ya escarmentado, se apresur¨® en irlo a saludar, invirtiendo el ritual y le dijo: ¡°Hoy te gano yo¡±. Como ya advert¨ª que la repetici¨®n hace al vicio, los dos sab¨ªan de qu¨¦ estaban hablando. En efecto, mi amigo gan¨®.
El f¨²tbol quiso que, en la misma temporada, los dos equipos alcanzaran una final. Como ocurre en cualquier lugar, un partido a vida o muerte en los que se persona el miedo. Y el miedo no es cualquier cosa. Antes del partido mi amigo se entretuvo dando las ¨²ltimas instrucciones. Los entrenadores creen que hay que decirlo todo para que, en el caso de perder, no tengan que agregarle culpa a la frustraci¨®n. Pero lo cr¨ªtico es que cometi¨® la imprudencia de demorar su salida del vestuario. Cuando pis¨® la cancha se le vino a la cabeza la magnitud de la tragedia. Seguramente su rival ya le hab¨ªa ganado de mano y estar¨ªa esper¨¢ndolo en su banco para saludarlo. Por la fuerza del presagio, iba resignado hacia el lugar de los hechos. Pero lo que encontr¨® fue algo inesperado. Ins¨®lito para los astutos est¨¢ndares del f¨²tbol. Su rival lo estaba esperando en un lugar equidistante entre los dos bancos, lo salud¨® con la cordialidad de siempre y le dijo: ¡°En una final no est¨¢ bien ser ventajista¡±. A esta historia no le interesa el resultado del partido sino la nobleza del episodio. ?Pueden creer que cuando mi amigo me lo cont¨®, me emocion¨¦? Solo atin¨¦ a decir: ¡°?Qu¨¦ gran tipo!¡±.
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