Una historia de f¨²tbol
Las largas concentraciones de los Mundiales, con sus insoportables horas muertas, son un martirio. Atentan contra los sue?os de gloria
Estoy en M¨¦xico, que es uno de los pa¨ªses que moviliza m¨¢s gente hacia las sedes mundialistas. La selecci¨®n no acaba de funcionar, pero el entusiasmo de la gente por viajar a Qatar no decae. Hablando con un amigo del largo viaje y del alt¨ªsimo costo, me vino a la cabeza un episodio que a¨²n me inquieta. Era el Mundial 82 y la historia se me qued¨® clavada en el coraz¨®n. Define al hincha, ese tipo que puede ser un perfecto idiota, pero por amor. Se llamaba Mario, ten¨ªa unos cincuenta a?os y andaba envuelto en una bandera de Argentina. Ni por asomo se lo pod¨ªa confundir con un barra brava. Era un lobo solitario de paso tranquilo y una pasi¨®n pac¨ªfica y pura por el f¨²tbol. El hincha es siempre desinteresado, pero Mario iba m¨¢s lejos. Era hincha de Hurac¨¢n y ciego admirador del entrenador de la selecci¨®n, C¨¦sar Luis Menotti.
Nos sigui¨® discretamente de Alicante a Barcelona sin interferir en nuestro trabajo. Con el paso de los d¨ªas su presencia se hizo familiar y se fue ganando nuestra confianza. Solo pidi¨® que le firm¨¢ramos la bandera que, en medio de la guerra de las Malvinas, ten¨ªa un significado que dejaba peque?o al f¨²tbol. Se habla poco del aburrimiento en los Mundiales. Las largas concentraciones, con sus insoportables horas muertas, son un martirio. Creo que se deber¨ªa hablar m¨¢s porque el aburrimiento atenta contra los sue?os de gloria, que deber¨ªan ser el primer factor motivante de un acontecimiento extraordinario. Precisamente porque nos sobraba tiempo por todas partes, me acerqu¨¦ a hablar con Mario. La conversaci¨®n recorri¨® varios t¨®picos: el momento del equipo, las posibilidades de clasificarnos, Espa?a como escenario del Mundial, pa¨ªs que ¨¦l acababa de conocer y en el que yo viv¨ªa¡ Era un tipo tan c¨¢lido que no nos cost¨® nada pasar a cuestiones m¨¢s personales. Y es aqu¨ª donde la historia se me empieza a clavar.
Como pasar un mes en Espa?a no est¨¢ al alcance de cualquier econom¨ªa, le pregunt¨¦ a qu¨¦ se dedicaba. No recuerdo la respuesta, pero supe que el oficio no llenaba el precio de esa aventura futbol¨ªstica. ¡°?Ahorraste para venir?¡±, pregunt¨¦. Y la respuesta empez¨® a complicar la conversaci¨®n: ¡°Qu¨¦ voy a ahorrar si yo no tengo un mango¡±, contest¨®. Hab¨ªa un misterio que desvelar y como Mario era transparente, no dud¨¦ en preguntarle: ¡°?Y entonces c¨®mo hiciste?¡±. El estupor no necesita muchas palabras: ¡°Vend¨ª mi casa¡±, me dijo. Como soy de los que siempre anda midiendo las consecuencias, empec¨¦ a asustarme.
¡ª?Y cuando vuelvas? ¡ªpregunt¨¦.
La respuesta me desacomod¨® hasta hoy.
¡ªNo tengo ni idea ¡ªcontest¨® con toda tranquilidad y golpe¨¢ndose la cabeza con el dedo ¨ªndice¡ª, pero lo que estoy viviendo, de aqu¨ª no me lo quita nadie.
Aunque uno ya sabe que los hinchas hacen cosas de hinchas, hay decisiones y reacciones que nunca son f¨¢ciles de interpretar porque a los impulsos pasionales no los alcanza la raz¨®n. Pero esta vez la desproporci¨®n me rompi¨® los esquemas. Curioso, porque cuando en privado repos¨¦ la historia no me apiad¨¦ de ¨¦l. ¡°Una casa a cambio de un recuerdo¡±, pens¨¦, y me dio pena de m¨ª mismo por no llegar a entenderlo. Por no ser capaz siquiera de concebir que uno se puede jugar la vida entera por una pasi¨®n. Y yo, que cre¨ªa amar al f¨²tbol¡ Han pasado muchas d¨¦cadas de aquello y nunca m¨¢s supe de Mario, pero recuerdo con frecuencia aquella conversaci¨®n. Como la gente no cambia, siempre empiezo angusti¨¢ndome por ¨¦l y termino angusti¨¢ndome por m¨ª.
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